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Authors: James Luceno

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Agentes del caos I: La prueba del héroe (29 page)

BOOK: Agentes del caos I: La prueba del héroe
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—Soy más mecánico que piloto. Estoy de vacaciones de mi vida normal para intentar arreglar algunas cosas.

—¿Entonces tú también intentas volver con tu familia? —dijo Droma. Han le miró.

—Puede que sí.

Del restaurante les llegaron los acordes de
Sueños vaporosos
, una canción que se hubiera adaptado perfectamente a la voz de Bria Tharen, y que solía cantar a menudo.

—Esta canción te recuerda algo —dijo Droma, observando a Han fijamente.

Han sonrió sin abrir la boca.

—A los buenos y viejos tiempos.

—¿Cómo de viejos?

—Lo suficiente para ser buenos —le dijo Han.

Capítulo 20

Luke miraba por el ventanal circular de transpariacero, dando la espalda a la habitación, cuando entraron Kyp Durron, Wurth Skidder, Cilghal y los demás Jedi a los que había pedido que acudieran a Coruscant. La estancia ocupaba el último piso del edificio del Ministerio de Justicia, que, si bien estaba lejos de ser el edificio más alto, seguía gozando de majestuosas vistas de la ciudad en todas direcciones. Los cristales estaban tintados, pero no eran impenetrables, y la luz del sol poniente bañaba la habitación con los mismos rojos y naranjas que teñían el cielo.

Luke parecía absorbido en la contemplación del incesante flujo de tráfico. Cuando se apartó de la ventana, los veinte Caballeros Jedi que habían entrado ya se sentaban a la mesa redonda, o simplemente permanecían en pie, con las capuchas bajadas, esperando a que Luke les explicara por qué les había pedido cruzar prácticamente la mitad de la galaxia.

—La Nueva República tiene dos desertoras enemigas bajo custodia —anunció sin más preámbulos—. Una es una Sacerdotisa, y la otra parece ser su mascota o su compañera. Los datos de carácter militar que nos proporcionaron fueron buena parte del motivo por el que ganamos en Ord Mantell. Las desertoras están siendo trasladadas a Coruscant para un interrogatorio más a fondo.

—Ahora sí que estamos llegando a algo —dijo Kyp Durron por encima de los comentarios de sorpresa y alegría—. Sabía que tenía que haber algún insurrecto entre los yuuzhan vong —mostró a Luke una sonrisa ansiosa—. ¿Y cuándo podremos acceder al interrogatorio?

—Pero eso tiene que ser un truco, ¿no? —dijo Cilghal antes de que Luke pudiera responder—. Por muchos datos estratégicos que hayan proporcionado.

Sus manos membranosas estaban ocultas en las mangas de su túnica Jedi, y miró a Luke y a Kyp a la vez con sus ojos saltones.

Luke asintió mientras se acercaba a la mesa.

—La Nueva República está actuando con cautela. Si las desertoras continúan proporcionando datos auténticos, gozarán de una mayor credibilidad.

—¿Han accedido a proporcionar más? —preguntó Wurth Skidder. No era el único sin túnica Jedi, aunque el aspecto desaliñado de su pelo rubio parecía indicar que había pasado todo el viaje desde Yavin 4 con la capucha puesta.

—Con condiciones.

Los Jedi se miraron unos a otros, pero nadie dijo nada. Luke se sentó en el borde de la mesa, con una pierna apoyada en el suelo.

—Han solicitado reunirse con nosotros.

Streen, de pelo canoso y barba, soltó una risilla.

—Es exactamente lo que suponía —miró a Luke—. ¿Y han expresado por qué quieren hacerlo?

Luke se levantó y dio unos pasos hacia el exminero de Bespin.

—Afirman tener información sobre una enfermedad que los agentes yuuzhan vong propagaron mucho antes de que las primeras mundonaves aterrizaran en Helska 4.

Los presentes se quedaron mudos de asombro.

—No voy a engañaros —dijo Luke tras una pausa—. Quiero creer con todas mis fuerzas que esa enfermedad es la misma que padece Mara, pero eso está por ver.

—Y de ser la misma, ¿cómo saber que los yuuzhan vong saben que Mara la padece? —dijo Cilghal, todavía un tanto sorprendido por la revelación. Luke apretó los labios y negó con la cabeza.

—Creo que no deberíamos precipitarnos en sacar esa conclusión.

—Pues claro que lo saben —dijo Wurth con firmeza—. Y lo que es más, yo diría que utilizan a Mara para atacarnos, como la atacaron a ella.

—Eso no puedes saberlo —replicó Anakin al momento—. Las desertoras han sido investigadas en busca de algo parecido, y serán examinadas de nuevo antes de reunirse con nosotros.

Atónito, Wurth se apoyó en el respaldo y miró a Luke.

—¿Entonces ya has dado el visto bueno al encuentro?

Luke asintió.

—Como gesto de buena voluntad hacia la Nueva República, más que nada. Para demostrarles que podemos trabajar en equipo.

Muchos se miraron entre sí con recelo.

—Entendemos tus razones, Maestro —dijo Ganner Rhysode—, pero si vamos a hacer esto, hagámoslo por Mara y no por la Nueva República. Después de todo lo que ha pasado, me da exactamente igual lo que piensen el ejército o el Senado de la Nueva República.

La habitación se llenó de murmullos de asentimiento. Luke esperó a que se hiciera el silencio.

—Mi propuesta será que Mara y yo nos reunamos a solas con ellos. Jacen se puso en pie.

—¡Entonces crees que es una trampa!

Luke se volvió hacia él.

—No sé si lo es.

—Entonces, deja que se reúnan conmigo, con Streen o con Kam Solusar —dijo Jacen—. Cualquiera de nosotros estaría dispuesto a arriesgar sus vidas para salvar a Mara.

Cilghal miró a Jacen y a Luke con su gran boca ligeramente abierta.

—Tu sobrino tiene razón, Maestro. Si hay algún tipo de riesgo, Mara y tú deberíais ser los últimos en asumirlo.

—¿Qué estáis sugiriendo, que nos reunamos todos con él?

—Podéis contar conmigo —dijo Kyp—. No hay nada que desee más que unos minutos a solas con un yuuzhan vong.

—Lo mismo digo —dijo Wurth.

Lowbacca bramó con intensidad. Emetedé, el androide traductor miniatura que flotaba cerca del hombro de Lowie, sobre sus propios motores retro-propulsores, dijo:

—Somos todos para uno. Juntos somos más fuertes que la suma de nuestro potencial individual.

Construido por Chewbacca y programado por C-3PO, Emetedé hablaba con la misma voz que el androide de protocolo, pero sin el mismo tono afectado.

—Yo estoy con Lowbacca —dijo Streen—. Todo lo que se averigüe de los yuuzhan vong debe ser compartido por los demás.

—Opino lo mismo —añadió Tenel Ka.

Luke se llevó las manos a la espalda y se acercó a los ventanales. La camaradería le animaba. Recordó los primeros años de la academia, cómo sus estudiantes se unieron para vencer el espíritu de un Jedi oscuro que intentaba poseer Yavin 4. Algunos de los presentes estuvieron entonces allí: Cilghal, Streen, y hasta sus sobrinos. Y algunos de los participantes en aquel enfrentamiento habían muerto, como Cray Mingla, Nichos Marr, Miko Reglia, Daeshara’cor…

Luke respiró lentamente, se giró y asintió.

—Informaré al Servicio de Inteligencia de la Nueva República de nuestra decisión. Nos reuniremos con las desertoras en cuanto lleguen a Coruscant.

—Una para el humano —dijo el crupier, sacando una carta chip de sabacc de la baraja.

Un portacartas ithoriano equipado con un apéndice en lugar de brazo retiró el delgado dispositivo de la parte inferior de la carta electrónica y la depositó boca arriba, frente a Han.

—Seis de sables —anunció el crupier a la mesa.

Han calculó el total de las tres cartas que tenía e hizo un sutil gesto al crupier con el dedo índice y el corazón de la mano derecha, indicando que él se plantaba.

El crupier, un bith cuyos dedos facilitaban un hábil manejo de las cartas, miró al sullustano sentado a la izquierda de Han, esperando sus instrucciones. La criatura de grandes mandíbulas y orejas protuberantes golpeó con el puño la enorme superficie pulida de la mesa y no pudo suprimir una sonrisa cuando la carta que giró el crupier resultó ser la Resistencia.

El bothano del asiento de al lado se retiró, así como el diminuto chadra fan que estaba junto a él. Eso dejó a Han jugando solo contra el sullustano de la izquierda, y un ithoriano y un rodiano, a izquierda de éste, ambos comerciantes sin escrúpulos. Este último agarraba con fuerza las dos cartas que se le habían repartido desde el principio, y no tenía ninguna en la mesa.

Han se echó hacia atrás para mostrar a Droma las cartas que llevaba: el as de monedas, que valía quince, y el uno de pentagramas, recientemente alterada desde la carta de la Reina de Aire y la Oscuridad por el aleatorizador de sabacc. Con el seis de sables descubierto, la mano tenía un valor total de veintidós, a tan sólo un punto de un sabacc puro. Estaba seguro de que el sullustano no tenía más de veinte, pese a la carta descubierta de Resistencia. Las dos cartas descubiertas del ithoriano valían doce, y tal como había apostado el alienígena, Han dudaba que tuviera más de dieciocho o diecinueve. En cuanto al rodiano, sus dos cartas ciertamente subían de veinte, pero probablemente no sumaban más de veintidós. Un sabacc completo que había conseguido en una partida anterior le había hecho saltar en el asiento, pero nada en su mirada cristalina de ojos saltones indicaba otra victoria instantánea, por mucho entusiasmo que mostrara al recibir la siguiente mano.

Nadie había fijado el valor de ninguna carta electrónica, poniéndola en el campo de interferencia del centro de la mesa.

Todos rechazaron más cartas adicionales, y se hicieron las apuestas finales. A menos que al aleatorizador cambiara de nuevo las cartas, Han sabía que se llevaría el fondo.

El sullustano cerró, y todos mostraron sus cartas.

Los instintos de Han no habían fallado respecto al dinero, y ganó su tercer fondo consecutivo. El crupier recogió las cartas, y el tesorero juntó las ganancias de Han en montoncillos y se los acercó, deslizándolos por la mesa ante la atenta mirada de uno de los supervisores de juego con visión aumentada para ver skifters, cartas con el chip trucado que se colaban en las partidas, o jugadores que intentasen ver reflejos de color por la ionización del campo de interferencias.

La partida se desarrollaba en el único salón de juego que quedaba en el
Reina
: Un par de vídeos y ruletas giraban ruidosamente al fondo, y media docena de twi’lekos con las antenas tatuadas iban de un lado a otro con bandejas de bebidas gratuitas, drogas transdérmicas y un montón de sustancias fumables.

Curiosamente, Droma se había reído de la propuesta de Han de entrar en la partida, a costa de casi todos sus créditos, incluso cuando Han lo justificó como la mejor forma de retrasar el regreso al repugnante camarote en el que Han había pasado, más mal que bien, la noche anterior y gran parte del día, y ni siquiera la victoria actual consiguió evitar que el ryn mostrara su desdén.

—Esto es algo carente de toda complejidad —comentó con arrogancia a un Han que amontonaba cuidadosamente sus ganancias—. Y los humanos, quizá por su buena fortuna evolutiva, parecen ser más propensos que cualquier otra especie a dejarse engañar.

El comentario de Han fue una risilla sorda, pero no pudo evitar recordar un sentimiento similar escuchado más de veinte años antes.

«De todas las razas que ponen en juego su bienestar a cambio de dudosos beneficios, y estadísticamente no hay muchas, el rasgo es mucho más abundante en los humanos, una de las formas de vida más afortunadas

Lo había dicho un académico ruuriano llamado Skynx que había acompañado a Han en la búsqueda del tesoro de Xim
El Déspota
.

—Búrlate todo lo que quieras —dijo Han a Droma—, pero llevo jugando desde que tenía catorce años, y el sabacc me hizo ganar una nave en cierta ocasión, por no mencionar que también un planeta.

—Sigue siendo algo superficial —dijo Droma.

Han esbozó una caballerosa sonrisa.

—Prefiero mil veces un puñado de buena suerte antes que una carga de sabiduría.

El bith metió otra baraja en el repartidor y mostró las palmas de las manos, la garantía ritual de que no tenía nada en la manga, así como la señal que marcaba el comienzo de una nueva ronda.

Las partidas tradicionales de sabacc consistían en dos jugadores que se enfrentaban para acercarse lo más posible, en positivo o en negativo, a veintitrés, pero sin pasarse o usar cartas que equivalieran a cero. Y aunque el casino del
Reina
empleaba la típica baraja de cuatro palos y setenta y seis cartas, con aleatorizador y campo de interferencia incluidos, la casa no sólo exigía una fuerte suma para entrar en el juego, sino que se llevaba el veinte por ciento de todos los fondos, o el fondo entero si se retiraban todos los jugadores, la mitad del mismo se destinaba a un depósito especial de cara a las partidas que se jugaban contra la casa.

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