Read Agentes del caos I: La prueba del héroe Online

Authors: James Luceno

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Agentes del caos I: La prueba del héroe (30 page)

BOOK: Agentes del caos I: La prueba del héroe
3.21Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

El
Reina
también tenía normas especiales para las manos de sabacc puro. Un veintitrés positivo valía más que un veintitrés negativo, pero un veintitrés de dos cartas era mejor que un veintitrés de tres cartas, y no se permitían más de tres cartas adicionales a las dos que se repartían de salida.

En la siguiente ronda, Han se encontró con un valor inicial de catorce, luego el aleatorizador le dio un valor de veinte, y finalmente uno de trece. Aun así, sacó el cinco de monedas, y gracias a un faroleo experto, consiguió que tres de sus oponentes siguieran apostando hasta que se cerró la partida, y volvió a llevarse el fondo.

La siguiente ronda fue bastante similar, aunque acabó ganando al sullustano por un solo punto, pues tenía cartas por valor de quince. Con el dinero de la entrada en la partida, más lo que había ganado, Han tenía casi ocho mil créditos amontonados en la mesa.

—Si se retiran cada vez que apuestas en una buena mano, juegas ante sus ojos —bromeó con Droma, a un volumen suficiente para que le oyeran.

Estaba a punto de ir a por otra ronda cuando Droma exclamó:

—¡Banca!

Mientras Han se quedaba boquiabierto, el supervisor de juego se acercó para hablar en privado con el tesorero, que anunció que Han necesitaba 7800 créditos para jugar la mano contra la casa.

Con el instinto asesino reflejado en sus ojos, Han se giró hacia Droma.

—¿Es que esa horrible peluca tuya te está fundiendo el cerebro? ¡Si pierdo me quedaré sin nada!

Droma se limitó a encogerse de hombros.

—El aleatorizador es el único oponente digno en este juego. El aleatorizador es el destino. Juega contra eso si realmente quieres impresionarme.

—¿Impresionarte? —repitió Han, furioso—. ¿Impresionarte a ti? Pero tú…

—Ha llamado a la banca —le recordó el supervisor de juego en tono amenazador—. ¿Va a jugar o no?

Todos los de la mesa miraron a Han, y una multitud de pasajeros se reunió alrededor de la mesa. Negarse no sólo sería una cobardía, sino un insulto a los jugadores que había dejado sin nada. Empujó los créditos hacia el centro de la mesa.

—Banca —dijo entre dientes.

Mientras el bith repartía las cartas, los pasajeros se apretujaron para ver mejor. Aparte de los torneos, no era frecuente ver tantos créditos encima de la mesa en una sola partida.

Han miró con cuidado sus dos cartas y las tapó de nuevo: veintiuno.

Casi inmediatamente, el aleatorizador redujo su valor a trece.

Tiró el Comandante de redomas, que valía doce, al campo de interferencia, justo antes de que otro golpe de aleatorizador convirtiera su as de monedas en el Idiota, cuyo valor era cero.

Pidió otra carta y soltó el Maligno, que valía menos quince, lo que le dejó con un valor total de menos tres. La multitud empezó a susurrar su decepción.

La tensión aumentó mientras Han estudiaba la baraja, miraba al aleatorizador y volvía a contemplar la baraja. Cuando anunció que se plantaba, la audiencia se quedó de piedra. Un doce en el campo de interferencia y un menos quince sobre la mesa; o era un jugador inspirado o un perdedor nato.

El bith giró las dos cartas de la casa, el as de pentagramas y el Comandante de monedas, que sumaban trece. Las normas de la casa exigían que el crupier sacara una tercera carta si tenía doce o trece.

La mano del bith se acercó a la baraja, y la multitud congregada aguantó la respiración. Una figura haría que la casa se pasara de veintitrés, y una carta de menor tamaño podría hacer que la casa se quedara en negativo. Han parecía tener una lucha interna. Un hilillo de sudor le bajó por la cara y cayó desde su barbilla.

Pero cuando el crupier levantó la carta, Han vio su reflejo en el campo de interferencia.

El nueve de sables.

Un veintidós para la casa.

Su corazón se detuvo por un momento.

En ese mismo momento, el aleatorizador se puso en marcha por tercera vez, algo sin precedentes. El Maligno de Han se convirtió en la Dama de Pentagramas, aumentando su total a veinticinco. Pero el Idiota también cambió, a la Reina del Aire y la Oscuridad, que tenía un valor de menos dos, lo cual daba un total de veintitrés.

Un sabacc puro.

Enderezándose nuevamente en la silla, Han mostró sus cartas. La gente prorrumpió en aplausos. Había vuelto a ganar.

El tesorero le acercó sus ganancias y cerró la mesa. Mientras los descorazonados jugadores se marchaban y la multitud se dispersaba (a excepción de una twi’leko que intentaba desesperadamente llamar la atención de Han), Han contó la importante apuesta inicial y la puso aparte para dársela a Droma.

—Toma —sonrió, burlón—. Cómprate ropa nueva… Algo menos chillón. Droma sonrió y se metió los créditos en la gorra bicolor.

—Conozco gente en las cubiertas inferiores a la que le vendrá muy bien estos créditos.

Han le perforó con la mirada.

—Tú sabías que iba a ganar.

—Quizá tuviera una corazonada —admitió Droma.

—Así que tú también juegas.

Droma negó con la cabeza.

—Pero estoy familiarizado con las cartas. Las inventaron los ryn. Los arcanos mayores y menores.

Han hizo una mueca.

—Esto tengo que oírlo.

—Cada carta representaba un principio espiritual —prosiguió Droma—. Lo cierto es que eran un recurso para entrenarse de cara a un crecimiento espiritual, por así decirlo. Pero no se idearon como juego de azar.

Alargó las manos para coger una de las barajas descartadas. Sujetándola con una mano, le quitó todas las cartas que iban del as al once, y desplegó el resto en la mesa.

—Las figuras: el Comandante, la Dama, el Maestro y el As, representaban individuos con una inclinación específica. Los pentagramas se relacionaban con las iniciativas espirituales, las redomas con los estados emocionales, los sables con las búsquedas mentales y las monedas al bienestar material. Pero mira los ocho pares de cartas del arcano menor y pregúntate por qué incluiría un juego nombres como Equilibrio, Resistencia, Moderación y Muerte.

Droma cogió el Maestro de pentagramas del semicírculo y lo puso delante de Han.

—Éste eres tú —dijo—. Un hombre moreno, de fuerza e intuición formidables, que a menudo es demasiado brusco y egocéntrico. Pese a los años, se lanza con valentía a cualquier aventura, independientemente del riesgo, y algunas veces se da de bruces con las cosas. Pero lo que realmente busca es el conocimiento.

—Religiones sentimentaloides —dijo Han en un susurro, aunque procuró que Droma le oyera.

Sonriendo, Droma se apartó un poco, atusándose la punta del bigote.

—¿Eso crees? A ver qué averiguamos.

Dejando al Maestro de pentagramas, cogió el resto de las cartas, las barajó con destreza, cortó con una mano y colocó la baraja en la mesa. Cogió la primera carta y la puso boca arriba bajo el Maestro de pentagramas.

—El Maestro de redomas —dijo Droma—. Una figura paterna, un protector, o un amigo íntimo. Lleno de amor, de dedicación y leal hasta la extenuación —cogió otra carta de la baraja y la puso en perpendicular sobre el Maestro de redomas. Luego frunció el ceño—. Cruzada por el Maligno. Puede tratarse de una adicción dañina, pero suele ser un enemigo poderoso.

Han tragó saliva pero no dijo nada.

La tercera carta, la Muerte, cruzó la carta de Han de la misma manera. Han sintió que Droma lo miraba fijamente.

—¿Has perdido a un amigo… a un protector? —preguntó Droma. Han puso su mejor cara de sabacc.

—Vamos, termina con tu pequeña adivinación.

Droma puso una carta a la izquierda del Maestro de pentagramas.

—El Idiota. El inicio de un viaje o una búsqueda que suele discurrir por un camino desconocido. Una inmersión inquietante en lo desconocido —colocó la siguiente carta sobre el Maestro—. Moderación…, pero está invertida. Una necesidad de compensación, o de venganza.

Han asintió y se rió.

—Eres bueno, eres realmente bueno. Observas, prestas atención a lo que dice la gente, y así te haces una idea de cómo son o por lo que están pasando. Luego lo envuelves todo en papel de regalo —señaló las cartas—. Y lo sueltas. Como cuando adivinas lo que va a decir alguien.

Droma puso cara de fingido asombro.

—Yo sólo estoy echando las cartas.

Han hizo un gesto de rechazo.

—Has colocado las cartas al barajarlas. O quizá las tenías en la manga. Droma alzó las manos y señaló con la barbilla a la baraja.

—Saca las cuatro cartas que quieras y ponlas junto al Maestro de pentagramas.

Han dudó un momento y lo hizo, pero antes de que Droma pudiera decir nada, señaló a la primera de las cuatro.

—No me digas lo que significa, dime sólo lo que significa su ubicación.

—Alguien que podría verse afectado por tus actos.

La inquietud hizo que a Han se le tensaran las comisuras de los labios mientras observaba la carta.

—El Comandante de sables —dijo lentamente—. Podría ser una versión más joven del Maestro. Obstinado, inteligente…

—Y valiente —añadió Droma—. Un luchador hábil.

¿Anakin
?, se preguntó a sí mismo. Señaló la siguiente carta.

—Ésa es la carta que indica las consecuencias imprevistas o el peligro oculto —le informó Droma.

—La Reina del Aire y de la Oscuridad —musitó Han, examinando su dibujo en busca de pistas—. Podría ser una persona ocultando algo. O un engaño, quizá.

Droma asintió.

—Algo que está oculto —señaló la siguiente carta—. Ésta es la mejor forma de proceder.

—El Equilibrio —dijo Han—. Poder permanecer en pie cuando las cosas van mal y todo tiembla a tu alrededor.

—Acomodarse a lo que te depare la vida —añadió Droma—. La persistencia frente a la adversidad. Y el poder espiritual.

Han puso el dedo en la última carta.

—¿El futuro?

Droma asintió, balanceando la cabeza.

—Un resultado probable. En este caso, lo que encontrará el Idiota. Han hizo una mueca y observó la carta.

—La Estrella. Pero del revés… invertida —miró a Droma—. No es todo lo que podría llegar a ser. No llega a ser un éxito completo.

Droma sonrió cálidamente y asintió.

—Felicidades, Roaky. La fortuna te ha dejado ver un resquicio de sus designios más ocultos.

Capítulo 21

La irisada nave de Harrar flotaba sobre la abrupta superficie de Obroa-Skai, a la sombra de la recién llegada nave de combate de coral yorik yuuzhan vong, al mando de Malik Carr. Si una era impresionante a la vista, la otra parecía haber sido forjada en las agitadas entrañas de algún volcán imposible.

En el centro de mando de la nave de menor tamaño, Malik Carr, Nom Anor, Harrar, el comandante Tla y su estratega jefe estudiaban un remolino holográfico de sistemas estelares que había cobrado vida gracias a los datos proporcionados al Coordinador Bélico alojado en la mutilada superficie de Obroa-Skai, y enviados mediante villip a la facetada nave. Los asistentes y acólitos permanecían inmóviles como estatuas en los rincones poco iluminados de la estancia.

—Los augurios son favorables —dijo el comandante Tla a su colega—. Nuestra campaña prosigue a buen ritmo. Además, un grupo de prisioneros recién apresados en la estación orbital de Ord Mantell ha sido asignado a un proyecto especial que puede proporcionarnos nueva información sobre la especie que domina esta galaxia.

El comandante Malik Carr asintió con aprobación.

—Al maestro bélico Tsavong Lah le satisfará saberlo —era un varón de elevada estatura cuyas marcas en rostro y torso desnudo denotaban una ilustre carrera militar. Llevaba un colorido turbante que se adaptaba perfectamente a su cráneo alargado. Tenía hombros y caderas abultados por el hueso y el cartílago recién adquirido, y llevaba una impresionante túnica de mando—. ¿Adónde nos dirigen ahora los augurios?

El estratega Raff respondió:

—El entorno está lleno de objetivos, comandante Malik Carr —ordenó al villip que aumentara y destacara ciertos sectores dentro de un área espacial que la Nueva República llamaba las Colonias—. El enemigo, anticipándose a un posible ataque nuestro al Núcleo, ha ubicado sus flotas cerca de las entradas al hiperespacio de toda esta región. Los planetas que se encuentran justo al otro lado de nuestra frontera: Borleias, Ralltiir, Kuat y Commenor, constituyen excelentes bases de operaciones para un ataque final a Coruscant, el planeta capital.

BOOK: Agentes del caos I: La prueba del héroe
3.21Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Death By Chick Lit by Lynn Harris
Daisies In The Wind by Jill Gregory
The Two of Us by Sheila Hancock
Golden's Rule by Billi Jean
Homeland by Cory Doctorow
Lovers' Vows by Smith, Joan
Split Second by Cath Staincliffe