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Authors: James Luceno

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Agentes del caos I: La prueba del héroe (7 page)

BOOK: Agentes del caos I: La prueba del héroe
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Un instante después, el campo de inhibición empezó a bullir con cientos de formas de vida no mucho mayores que una fosfopulga y generadas espontáneamente. Se movieron entre los cuerpos de forma aleatoria y se amontonaron en los bordes del campo de inhibición, buscando una salida, como ya hizo el guerrero.

Harrar indicó a uno de sus acólitos que se moviera.

—¡Captura un espécimen y tráelo aquí! ¡Rápido!

El acólito se inclinó y corrió hacia el campo. Atravesó la barrera invisible con una mano enguantada, cogió una de las escurridizas criaturas entre índice y pulgar y corrió hacia la plataforma de mando. La actividad frenética en el campo remitió incluso antes de que llegase a los escalones, como si el enjambre hubiera consumido toda su energía y se estuviera muriendo.

El acólito entregó el minúsculo rehén a Harrar, que cogió a la excitada criatura entre los tres dedos de la mano derecha y la alzó para que Elan la inspeccionara. La criatura era como un disco aplastado y ligeramente opalescente del que salían tres pequeños pares de patas articuladas.

—Bo’tous —explicó Harrar—. Son a la vez portadoras y producto de la toxina. Son expulsadas a la atmósfera desde el aliento del asesino. Crecen rápidamente en presencia de oxígeno abundante, pero su vida es extremadamente corta.

—Vuestra arma contra los Jedi —dijo Elan, asintiendo.

—Un portador entrenado puede llegar a hacer hasta cuatro exhalaciones de bo’tous. No hay defensa posible en un entorno sellado… Ni siquiera para el anfitrión. ¿Entiendes?

—Entiendo que el portador corre el riesgo de morir con sus víctimas.

—El efecto tóxico de la inhalación es muy breve —añadió Nom Anor—. La portadora tendría que estar muy cerca de su objetivo.

—¿La portadora? —dijo Elan.

Harrar la miró fijamente.

—Queremos que las fuerzas de la Nueva República te capturen. El comandante Tla, si bien no está muy de acuerdo con el plan, ha accedido incluso a conceder una victoria al enemigo. Una vez estés en su poder, solicitarás asilo político.

Elan le miró, escéptica.

—¿Y por qué iban a aceptarme?

—Porque les convenceremos de que vales tu peso en oro —respondió Nom Anor.

Harrar lo confirmó asintiendo.

—Les proporcionarás información muy valiosa. Información referente a por qué hemos venido a su galaxia y a lo que dejamos a nuestro paso. También les contarás que hay disensiones entre los altos mandos, disputas que forzaron tu huida, y que tienes información de carácter estratégico.

—¿El comandante Tla está al tanto de todo esto? —intervino Raff, dudoso.

—De casi todo —replicó Harrar.

—Entonces he de protestar, eminencia. Temo que esta empresa nos salga cara.

—Yo asumiré la responsabilidad —dijo Harrar—. Espero que esto no se convierta en un auténtico desacuerdo, estratega.

El estratega Raff no cedió terreno.

—Eminencia, ¿no nos acaba de informar el Ejecutor Nom Anor de que una hembra Jedi ha conseguido sobrevivir a un intento de envenenamiento? ¿Por qué, entonces, ha de ser más efectivo el bo’tous contra cualquiera de ellos, por no decir contra todo un escuadrón Jedi? —miró a Elan—. Eso sin mencionar el sofisticado sistema de envío que se ha planeado.

La duda nubló la expresión de Harrar.

—Eres merecedor de tu puesto, estratega. ¿Alguna sugerencia? Raff lo pensó un momento.

—Que se proporcionen armas accesorias al infiltrado. Lo que el Ejecutor Nom Anor considere necesario para garantizar el éxito, en caso de que el bo’tous resulte ineficaz.

Harrar miró a Nom Anor, que hizo un gesto de desprecio con la mano.

—Innecesario. Pero fácil de resolver. Hay una especie de anfibastón que puede modificarse e implantarse en el cuerpo con ese propósito. Harrar asintió, satisfecho.

—Prosigue, Ejecutor.

Nom Anor se colocó frente a Elan.

—Por desgracia, no conozco de ningún accesorio que garantice tu éxito ante el Servicio de Inteligencia de la Nueva República. Eso dependerá de ti. Primero afirmarás tener información referente a las esporas coomb que yo cree. Pero insistirás en dar esa información sólo a los Jedi. Pero, cuidado, los Jedi tienen ciertas capacidades de adivinación. No tardarán en descubrir un engaño, aunque proceda de alguien entrenado desde la niñez para la mentira y el artificio. Por eso necesitamos una toxina de acción rápida, portada por alguien de pensamiento rápido.

Harrar ofreció la criatura a Elan.

—Rápido, Elan, tómala en la palma de la mano y cierra el puño. Elan se le quedó mirando.

—Si lo hiciera, me estaría comprometiendo.

Harrar le sostuvo la mirada.

—No te obligaré a aceptar esta misión, Elan. La decisión es tuya. Elan miró a Vergere.

—¿Qué consejo me darías?

Los ojos oblicuos de Vergere se tiñeron de tristeza.

—Yo le aconsejaría que no lo aceptara, señorita, pero usted lleva tanto tiempo deseando que la pongan a prueba, que le encomienden una misión a la altura de sus habilidades. Entristece que no haya otro camino más seguro para el ascenso.

Harrar miró a la exótica mascota de la Sacerdotisa.

—Llévala contigo si lo deseas, Elan. Quizás incluso sirva de ayuda. Elan miró a Vergere una vez más.

—¿Me acompañarías?

—¿Cuándo no lo he hecho?

Elan puso la minúscula criatura en la palma de la mano y la rodeó con sus largos dedos. Cuando relajó la mano, la cosa había sido absorbida.

—Emigrará a tus pulmones y allí madurará —dijo Nom Anor, sonriendo—. Cuando la toxina llegue a su máxima potencia, lo sabrás. Entonces soltarás cuatro exhalaciones contra todos los Jedi que puedas reunir en una estancia.

Elan miró a Harrar.

—¿Y después qué, eminencia?

—¿Te refieres a qué pasará contigo? —Harrar le cogió la delicada mano, examinando la palma que había absorbido a la criatura—. Nom Anor y yo haremos todo lo posible por tenerte localizada, pero no puedo prometerte el rescate, sólo la exaltación. Si tienes éxito, o bien morirás junto a los Jedi, o te enfrentarás a la ejecución.

Elan sonrió ligeramente.

—Esa decisión también es mía.

Harrar le dio una palmadita en la mano.

—Busca tu recompensa en el más allá, Elan. Yo envidio tu inminente partida.

El
Halcón Milenario
descansaba sobre una plataforma de aterrizaje Thiss, rodeado de ramas de kshyy y de vigilantes de seguridad wookiees, junto a la nave en la que Luke, Jacen, Anakin y Lowbacca habían llegado a Kashyyyk. La plataforma estaba conformada por los restos ennegrecidos por el fuego de un tronco de wroshyr podado cerca de la base, y estaba situada en los límites de Rwookrrorro. Era lo bastante grande como para albergar naves de transporte de pasajeros, pero el
Halcón
y la aerodinámica nave ocupaban todo el espacio. Desde que Chewbacca llevó al
Halcón
a Kashyyyk, durante la crisis yevethana, la ciudad no había conseguido atraer tantos turistas, seguidores y curiosos. Habían venido desde Karryntora, Northaykk, las Islas Wartaki y la lejana península de Thikkiiana, sobre todo con la esperanza de ver a Luke, Han o Leia, pero la mayoría quería echar un vistazo al carguero corelliano YT-1300 que habían hecho famoso Chewbacca y Han.

Han se abrió paso, como un taurill flotando en un campo de helechos polinizados, entre una multitud de wookiees vociferantes que intentaba romperle la espalda a base de palmadas o fracturarle las costillas con aplastantes abrazos. Cuando llegó al área acordonada que rodeaba el
Halcón
, se sentía como si hubiera pasado demasiadas rondas en un simulador de fuerza G. Leia, Luke, los niños y los androides lo esperaban al pie de una rampa de acceso.

—Papá, yo pensaba que no nos íbamos hasta mañana —dijo Jaina a Han mientras él se acercaba.

—Cambio de planes —murmuró él—. ¿Habéis trazado ya un vuelo previo? —Sí, pero…

—Entonces, todo el mundo a bordo y recogiendo rampas.

—¿A qué viene tanta prisa, Han? —dijo Luke, cruzándose deliberadamente en su camino. Llevaba la capucha de la túnica recogida, y del cinturón que ceñía su vestimenta negra colgaba el sable láser—. ¿Buscamos algo o huimos de algo?

Han se paró en seco. Vio por el rabillo del ojo que la cara de Leia reflejaba una mueca de sufrimiento, y que se daba la vuelta.

—¿Qué dices? —preguntó a Luke.

La expresión de Luke era impenetrable.

—¿Hay algo en Coruscant que te preocupe?

Han se masajeó la mandíbula.

—Mañana, hoy, ¿qué diferencia hay? Pero si quieres saberlo te diré que sí, tengo algo que me preocupa en Coruscant. Un pequeño problema llamado yuuzhan vong y el destino de la galaxia.

—Han…

—¡No! —interrumpió Han. Se tragó lo que iba a decir y comenzó de nuevo, en un tono más comedido—. Luke, ya he tenido suficientes condolencias. Vamos a dejarlo.

—Si eso es lo que deseas, Han.

Han subió por la rampa, se detuvo y se giró.

—¿Sabes? No sé qué es peor, si los inútiles intentos de todo el mundo para hacerme sentir mejor o la importancia que te das a ti mismo. Quizá creas conocerme perfectamente, colega, pero no es así. Ni por asomo. Sí, ya sé que has perdido familia y amigos, y que ahora tienes a Mara enferma y todo eso; pero Chewie dio la vida por mi hijo, y eso lo cambia todo. No puedes entenderlo, Luke.

—No pretendo entenderlo —dijo Luke con calma—. Pero, como tú has dicho, sé lo que es sufrir.

Han alzó las manos.

—No me hables de la Fuerza. Ahora no. Ya te dije hace mucho que no creo en una potencia que lo controle todo, y puede que al final yo tuviera razón en eso.

—¿Después de todo lo que hemos pasado juntos?

—Todo lo que hemos pasado —dijo Han, señalando a Luke con el dedo índice— tenía mucho más que ver con el fuego de una pistola láser que con esgrimir el sable láser, y lo sabes.

—La Fuerza destruyó al Imperio.

—¿Y de qué me sirve eso? —Han miró a su alrededor; a Leia, a sus tres hijos, a Lowbacca y a C-3PO y R2-D2, que aparentaban estar muy incómodos—. No tengo las habilidades de un Jedi ni las funciones de borrado de un androide. Sólo soy un tío normal con sentimientos normales y quizá bastantes más defectos de lo normal. Yo no veo a Chewie, Luke. No como tú afirmas haber visto a Obi-Wan, a Yoda y a tu padre. Yo no tengo la Fuerza conmigo.

—Pues claro que sí, Han. Es lo que intento decirte. Vacía tu ira y tu amargura y verás a Chewie.

Han abrió la boca y la cerró. Giró sobre sus talones y subió corriendo por la rampa, sólo para detenerse y darse otra vez la vuelta.

—No estoy preparado para subir esta rampa —dijo entre dientes, mientras pasaba por delante de Luke.

—¡Han! —gritó Leia.

Él se dio la vuelta, pero en lugar de mirar a su mujer miró a Jaina.

—Lleva el
Halcón
de vuelta a Coruscant.

Jaina abrió los ojos. Tragó saliva y dijo:

—¿Y qué vas a hacer tú?

—Ya encontraré la forma de volver —gritó mientras se marchaba.

En el centro de mando de la nave de Harrar, un bioingeniero cuatro veces más grande que un ewok paseaba por los alrededores del campo de inhibición, empleando su largo morro como aspirador para liberar la zona de los cuerpos de los portadores creados a partir de la tóxica exhalación del asesino. Los prisioneros muertos, junto con el cuerpo del asesino, todavía no se habían retirado.

Harrar y Nom Anor estaban junto al perímetro del campo, viendo cómo trabajaba la criatura. Elan y Vergere habían abandonado la sala.

—Veo muchos inconvenientes para que este plan tenga éxito —comentó Harrar.

—Más de los que crees —asintió Nom Anor—. Ya no tengo el prestigio de antes, desde el fracaso del prefecto Da’Gara en Helska.

—Yo tengo fe en ti, Ejecutor.

Nom Anor inclinó la cabeza a modo de agradecimiento.

—¿Crees que Elan elegirá morir con los Jedi, o se arriesgará a que la Nueva República le perdone la vida?

—Yo sospecho que morirá con los Jedi.

—¿Y eso no te preocupa? Después de todo, es muy poderosa. Su padre cuenta con la estima del sumo señor Shimrra, ¿no es así?

—Él es un Sumo Sacerdote —dijo Harrar, y suspiró largamente—. Elan es la única que puede llevar a cabo esta tarea con éxito. Lamentaré su muerte, pero a menudo es necesario sacrificar el cebo para cazar a la presa.

Capítulo 5

El
Halcón Milenario
dejó atrás el verdor de Kashyyyk. Jaina y Leia se sentaban en la cabina, con C-3PO, más callado que de costumbre, detrás de ellas, en el asiento del oficial de navegación. Luke había recibido una llamada urgente de Streen e iba a llevar a todos a Yavin 4. Jaina podría haberles acompañado, pero Leia le dijo que no quería llevar sola el
Halcón Milenario
de vuelta a casa.

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