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Authors: James Luceno

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Agentes del caos I: La prueba del héroe (5 page)

BOOK: Agentes del caos I: La prueba del héroe
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Las imágenes holográficas de los sistemas estelares y de todos los sectores de la galaxia describían piruetas en el haz gris azulado de la luz proyectada. Las capas resplandecientes mostraban las vías hiperespaciales que enlazaban las distantes regiones de la galaxia. La presión de la yema de los dedos en una pantalla táctil bastaba para obtener información sobre planetas individuales, estrellas o rutas de velocidad superlumínica. Puntos de luz artificial se expandían para mostrar datos sobre especies y culturas nativas, topografía planetaria, estadísticas de población y, en algunos casos, capacidades defensivas.

—Lamento tener que someteros a la tecnología inerte, eminencia —se disculpó el estratega del comandante Tla—, pero tenemos que descubrir la forma de separar los datos de las conchas metálicas que los contienen. Y hasta que nuestros villip puedan absorber la información capturada, sólo podemos usar las propias máquinas del enemigo. Todas han sido limpiadas y purificadas, pero me temo que no hay forma de ocultar la vacuidad de su espíritu.

Aunque asqueado por los dispositivos que le habían enviado, Harrar dio la absolución al estratega.

—Aborrecer algo por desconocerlo equivale a temerlo. Una mayor comprensión de la naturaleza de las máquinas sólo servirá para reafirmar mi resolución de ver a todas exterminadas —repuso, agitando la mano abreviada—. Procede.

El estratega, Raff, inclinó la cabeza tatuada en señal de respeto, y alzó una mano huesuda y enguantada hacia el holograma animado.

—Como podéis ver, eminencia, he aquí nada menos que el retrato de la, galaxia. A grandes pinceladas, por supuesto; pero, aun así, contiene suficientes detalles como para ayudarnos en nuestro avance hacia el Núcleo.

Su dedo huesudo hizo contacto con la pantalla táctil, y en el cono de luz apareció una representación del sistema estelar de Obroa-Skai y de los sistemas vecinos.

Las manos del estratega no eran lo único que sufría delgadez extrema. Muñecas flacuchas asomaban de las voluminosas mangas de su túnica, y un, cuello larguirucho emergía de la vestimenta ancha y espaciosa como un bastón. Raff estaba dedicado al servicio de Yun-Yammka, el dios de la guerra, y su boca eran unas fauces manchadas de negro, que lucían un diente desproporcionado que algunas veces interrumpía la claridad de su habla. Pero lo que contaban eran sus poderes de reflexión y análisis. Su frecuente relación con los Coordinadores Bélicos y los dovin basal lo mantenían al tanto de casi todos los aspectos de la guerra, desde los detalles sobre las naves individuales de la Nueva República hasta las estadísticas de bajas en combate. En reflejo de sus habilidades, llevaba el cráneo calvo y distendido, adornado con marcas que sugerían los remolinos y torbellinos de actividad del magistral cerebro que contenía.

—Por desgracia, la mayor parte de los datos liberados son de naturaleza histórica y de escaso valor. Obroa-Skai se dedicaba principalmente a preservar documentos culturales en los idiomas y formatos de acceso originales.

El estratega señaló una plataforma gravitatoria llena de textos en dura-láminas, tarjetas de datos y otros dispositivos de almacenamiento; todos ellos llenos de sangre, esperando a ser purificados por el fuego sagrado.

—Por eso necesitamos una cantidad tan grande de traductores y decodificadores. Aun así, nuestro asalto al mundo de las bibliotecas estaba justificado. Una vez traducidos al habla de los villip, estos documentos aportarán muchísima información sobre la psicología de muchas de estas especies, y ese conocimiento será crucial para mantener el control sobre los territorios conquistados.

Un asistente descalzo y ataviado con una larga túnica subió por las bastas escaleras de coral yorik de la plataforma de mando para colocar platos con comida y una jarra con un líquido ámbar en la mesa baja que separaba al Sacerdote del estratega. Un tatuaje morado oscuro dibujaba una barba en la barbilla puntiaguda, y las bolsas debajo de sus ojos casi cerrados estaban completamente tatuadas. La frente, casi cóncava a partir de las protuberantes cejas, también estaba cubierta de signos y dibujos.

Una figura solitaria esperaba paciente en las sombras de la base de la plataforma. Harrar hizo que el asistente preparara libaciones para él mismo, para el estratega y para la figura que esperaba. Dio un trago a su bebida mientras pensaba en el elogio que había hecho el estratega de los restos de la batalla.

Generaciones de viaje por el espacio intergaláctico habían hecho mella en muchas de las naves yuuzhan vong, tanto en las naves de guerra como en las mundonaves. Hubo un tiempo en el que el interior de estas naves gozaba de la calidez de suntuosas cortinas y alfombras, y la monotonía de los puentes de mando se veía equilibrada por la riqueza de los mosaicos; pero ahora prevalecía una frialdad austera. Los techos abovedados de los espacios comunes seguían soportados por columnas ornamentales, pero sus superficies estaban arañadas, apagadas y carentes de alegría. Las formaciones bioluminosas que proporcionaban oxígeno y luz ya no eran lo que eran, y a menudo parpadeaban como velas a punto de apagarse. Incluso los espacios, que eran como grutas y estaban reservados para la élite, tenían un aspecto deplorable.

—¿Y qué dicen los documentos incautados de los Jedi? —preguntó Harrar tras una pausa.

—Curiosamente poco, eminencia. Parece como si los datos sobre los Jedi hubieran sido excluidos a propósito de la biblioteca, o eliminados de forma sistemática.

Harrar dejó su bebida.

—La distinción es significativa. ¿Qué interpretación te parece más plausible?

—La segunda. Las bibliotecas están repletas de documentos sobre toda clase de filosofías, ¿por qué excluir entonces los estudios sobre los Jedi?

—Puede que los propios Jedi vetaran esa documentación —sugirió Harrar—. Quizá sean más partidarios del secreto de lo que nosotros creemos.

—Eso explicaría la falta de iconografía relacionada con ellos, junto al hecho de que la Fuerza no parece ser la manifestación de un ser superior.

—Y, aun así, tienes motivos para creer que los archivos fueron eliminados.

—Aunque se hubiera prohibido por ley, eminencia, seguiría habiendo historias orales o escritas, si no por un Jedi, por alguien ajeno a la Orden, incluso alguien opuesto a ella. Una crónica de las hazañas Jedi, algo así.

—Una Orden, has dicho.

El estratega Raff miró a la figura oculta que tenían a sus pies y asintió.

—Al parecer, al principio los Jedi eran una Orden dedicada a estudios filosóficos y teológicos. No se sabe si fueron los primeros en descubrir la fuente de energía que ellos denominan Fuerza, o si simplemente fueron los primeros en descubrir formas de acceder a ella. En cualquier caso, parecen haber evolucionado gradualmente desde meditadores de abadía a sirvientes del bien público, y durante miles de generaciones han servido como guardianes de la justicia en toda la galaxia.

Harrar estiró sus seis dedos y se rozó los labios tatuados.

—Eso debió de requerir un ejército.

—Así es, eminencia.

—Pero no se ha enviado ningún ejército de Jedi contra nuestros guerreros. Los informes bélicos indican encuentros con sólo unos pocos —el Sacerdote sonrió levemente al darse cuenta—. Puede que alguien no se limitara a purgar las bibliotecas de Obroa-Skai, sino a la propia Orden Jedi.

—Eso creo.

—Pero ¿quién?

El estratega se encogió de hombros.

—¿Defensores del llamado Lado Oscuro? ¿Aquellos a los que los Jedi llaman Sith?

Harrar se recostó en los cojines que le acogían.

—Entonces quizá tengamos aliados en la galaxia.

—Si queda algún Sith, quizá.

Unos pasos decididos cortaron la respuesta de Harrar. Procedían de una hembra joven, muy bella, cuyas vestimentas largas y brillantes acentuaban su ya de por sí esbelta figura. Un turbante ocultaba casi todo su pelo negro azabache, y unos insectos iridiscentes brillaban en los bordes de su túnica.

Largas zancadas la llevaron, desafiante, hasta la base de la plataforma de mando, donde cruzó los brazos bajo los pechos e inclinó cabeza y hombros con profundo respeto.

—Bienvenida, Elan —dijo Harrar amablemente.

Elan alzó su cabeza, menos protuberante que la del Sacerdote y menos asimétrica que la del estratega. Al final de sus pómulos, su cara acababa en una barbilla puntiaguda. Sus ojos, de un gélido azul, nadaban en un mar de lavanda y torbellinos castaños, y su nariz era ancha y casi carente de puente.

—¿Qué desea, eminencia?

—De momento quédate con nosotros —Harrar dio unas palmaditas al cojín que tenía a su lado, como invitación y con un ligero toque de condescendencia—. Llegas a tiempo de presenciar el sacrificio.

Elan miró por encima del hombro.

La acompañaba una diminuta criatura de estrafalaria apariencia y gestos peculiares. De colores moteados debido a un tocado de plumas, el torso sin vello tenía dos extremidades delgadas rematadas en delicadas manos de cuatro dedos. Unas orejas puntiagudas y dos antenas retorcidas surgían de una cabeza alargada y algo desproporcionada, cuya nuca acababa en un mechón bien arreglado. En el rostro, ligeramente cóncavo, destacaban unas cuencas de ojos bien pronunciadas, una boca ancha y un fino bigotillo. Un par de ancas y unos pies anchos propulsaban a la criatura en ágiles saltos.

Harrar se dio cuenta de las reticencias de Elan.

—Tu familiar también es bienvenido entre nosotros.

Elan miró al extraño que estaba junto a ella y le cogió la mano derecha.

—Ven, Vergere.

Subió las escaleras y se sentó, dejando sitio a Vergere, que se instaló como si estuviera incubando un huevo. Entonces ella miró al Sacerdote.

—¿Por qué me ha convocado, eminencia?

Harrar fingió estar decepcionado e hizo un gesto al asistente más cercano.

—Déjanos observar el sacrificio.

El asistente realizó una inclinación y dio una orden a un par de villip de recepción inteligentemente ocultos, que instantáneamente emitieron un campo óptico. Una vista general del espacio local apareció en el aire y llenó toda la porción delantera del compartimiento, eclipsando paneles y otros dispositivos. Era como si esa porción de la nave poligonal se hubiera vuelto translúcida y el universo hubiera entrado en la sala.

La estrella primaria de Obroa-Skai era un caldero ardiente en el centro del campo proyectado por los villip. Un maltrecho transporte Gallofree capturado durante la batalla se acercaba hacia ella, y sus escudos de defensa comenzaban a enrojecerse por el calor. Dentro de la nave en forma de vaina, unos dos mil cautivos y androides, limpiados mediante ultrasonidos, purificados por el incienso y apilados como leños para la hoguera, vivían lo poco que les quedaba de vida.

Harrar, sus invitados y los asistentes permanecieron en silencio mientras el enrojecimiento provocado por la estrella hacía que el morro del transporte comenzara a expandirse hacia la popa, tiñendo de carmín las aleaciones y las superestructuras que ya se deformaban el calor. Las antenas parabólicas, los sensores y los generadores de escudos se derretían como la cera. La carcasa exterior se arrugó y empezó a separarse de la estructura. El casco se ampolló, se combó y finalmente cedió. La nave se convirtió en una antorcha, una llama resplandeciente, y luego desapareció.

Harrar alzó las manos a la altura de los hombros, con las palmas hacia afuera.

—En honor del Creador, Yun-Yuuzhan, entregamos estas vidas que no merecían vivir, en humilde gratitud por los actos que realizó por nosotros. Que encontremos apoyo para el reto que se nos plantea de llevar la luz a este reino en tinieblas, y liberarlo de su ignorancia y maldad. Nos abrimos a ti…

—Que encuentres sustento en nuestras ofrendas —murmuró el resto de los presentes.

—Alzamos nuestros corazones…

—Que prosperes.

—Nos entregamos libremente…

—A través de ti venceremos.

El villip de transmisión que había estado siguiendo a la nave se incineró, atrapado en la estela del fuego nuclear. Mientras el campo visual se desestabilizaba y desaparecía, los asistentes de Harrar regresaron gradualmente a sus actividades.

—Me ocuparé de que las imágenes sean analizadas en busca de señales—prometió el estratega.

Harrar asintió.

—Procura también que los resultados lleguen al comandante Tla. Quizá no le conceda mucha importancia a estas cosas, pero cuando los presagios se ignoran, y se fracasa, nos encontramos ante los actos de un converso. El estratega se inclinó.

—Así se hará.

De repente, el cojín de Harrar se alzó por encima de la plataforma de mando y flotó sobre las escaleras.

—Ahora hablaremos del tema que nos ocupa —anunció.

La mirada de Elan reveló su ávido interés, y la hembra apretó la mano de Vergere.

—Hasta ahora nuestra campaña ha sido bendecida con victorias sencillas —comenzó el Sacerdote—. Los planetas se derrumban y sus habitantes caen a nuestros pies. Pero, aunque no dudo que algún día gobernaremos a esta especie, temo que encontremos muchas dificultades para alterar su forma de pensar. Vamos a necesitar para ello algo más que un armamento superior.

Miró a Elan.

—Nuestro mayor impedimento es un grupo que se denomina Jedi. Los Jedi piensan que son algo así como una fuerza policial moral. Pocos en número, pero muy influyentes.

Elan miró un momento a Vergere y le apretó un poco más la mano.

—¿A qué clase de dioses adoran esos Jedi? —preguntó ella.

—Al parecer, a ninguno. En lugar de eso extraen su fortaleza espiritual de un depósito inagotable de energía conocido como la Fuerza.

—¿Y contáis con alguna estrategia para invertir o anular esa Fuerza?

No, de momento. Pero quizá podamos hacer algo con respecto a los Jedi. Harrar señaló al extraño que esperaba al pie de las escaleras.

—Elan, éste es uno de nuestros agentes de campo, el Ejecutor Nom Anor. No sólo fue vital a la hora de garantizar nuestra presencia en el Borde Exterior, sino que ha conseguido reclutar agentes entre las poblaciones nativas y llevar a cabo muchos actos de sabotaje y subversión. Está restando tiempo a sus actividades habituales para supervisar un proyecto planificado entre los dos.

Elan miró con admiración a Nom Anor, mientras éste subía las escaleras hasta quedar frente a ella. De complexión atlética y altura media, no tenía una apariencia espectacular, ni siquiera con las marcas faciales y los huesos rotos de la cara, testigos de mucho más que los sacrificios habituales. En algún momento había perdido o había ofrecido voluntariamente un ojo. Aunque la cuenca era sólo un hueco negro, Elan se dio cuenta de que el hueso había sido reconfigurado para albergar un plaeryin bol: la criatura escupidora de veneno que se parecía a un globo ocular.

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