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Authors: James Luceno

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Agentes del caos I: La prueba del héroe (6 page)

BOOK: Agentes del caos I: La prueba del héroe
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—Vestido con un enmascarador ooglith, podría pasar perfectamente por un humano —susurró ella a Vergere.

—Es muy ambicioso, señora —susurró Vergere a modo de respuesta—. Cuidado.

Nom Anor saludó a Harrar con una inclinación, aunque no fue todo lo respetuosa posible.

—Antes de empezar la invasión, y para atestiguar aquello a lo que nos enfrentábamos —dijo Nom Anor—, sembré varios planetas con una variedad de esporas que contenían cepas de enfermedades de mi propia creación. Un tipo de esporas, de la variedad coomb, creció sin problemas y causó la enfermedad y la muerte de unas cien personas, a excepción de una: una hembra Jedi. No ha desarrollado la enfermedad y tampoco ha contagiado a otros Jedi.

Nom Anor contempló a Elan.

—Sabemos que la humana sigue gravemente enferma, pero ha conseguido sobrevivir, supongo que gracias a la Fuerza. No obstante, su resistencia puede llegar a ser una bendición hasta cierto punto, porque estoy seguro de que podemos utilizarla para acercarnos a los Jedi.

—¿Te refieres a infiltrarnos? —dijo Elan.

—Asesinarlos —respondió Harrar desde su cojín—. O al menos, a todos cuantos sea posible.

Nom Anor asintió.

—Semejante evento sería muy desmoralizador para un número incontable de seres. Si los Jedi también pueden caer, ¿qué esperanza quedaría para el resto? La confianza en los Jedi y en la Fuerza sufriría un golpe irremediable. Los planetas empezarían a rendirse sin luchar. Se podría informar al sumo señor Shimrra de que nuestra misión ha sido ejecutada antes de tiempo, y de que esperamos su llegada.

Elan miró a Harrar y a Nom Anor, y volvió a mirar a Harrar.

—¿Y cuál es mi papel en todo esto?

El Sacerdote flotó hacia delante, hasta que estuvo flotando frente a ella.

—Un papel para el que está perfectamente preparada una Sacerdotisa del engaño.

Capítulo 4

Han estaba parado en el borde, con las puntas de sus botas de caña alta asomando sobre el filo del puente natural. Las voces de sus amigos estaban lo suficientemente lejos como para no distinguirlas. La niebla que llevaba toda la mañana colgada de los árboles gigantes caía ahora como gruesas gotas de lluvia. Le mareaba el aroma a la vez fétido y perfumado que era el aliento del peligroso e impenetrable mundo inferior. Cerca, una pareja de aves kroyie se elevaba alrededor de un oblicuo rayo de sol.

Han soltó deliberadamente un trozo de corteza de wroshyr que manoseaba desde hacía un rato y lo vio caer y desaparecer. Esa sección del puente carecía de algo parecido a una barandilla, y nada se interponía entre el abismo y él.

—Más te vale tener cuidado con ese escalón, hombre mosca —dijo Leia detrás de él.

Han se sobresaltó, pero no se giró.

—Lo gracioso es que el suelo siempre está mucho más cerca de lo que uno piensa.

Los pasos de Leia se acercaron.

—Aunque eso fuera cierto, deberías pensar en comprarte un par de botas propulsoras.

Él dedicó a su mujer una sonrisa maliciosa por encima del hombro. La humedad de Kashyyyk había rizado la larga melena de Leia, y la brisa jugaba con su falda de vuelo y su blusa sin mangas.

—No te preocupes, cariño. Ya estoy ahí abajo.

Leia se acercó a su lado y miró con miedo hacia el suelo.

—Y yo que pensaba que la vista desde nuestra casa era inquietante —cogió suavemente a Han del brazo y le apartó del borde—. Me estás poniendo nerviosa.

—Bueno, es un comienzo —él se obligó a sonreír—. Estoy bien. Leia frunció el ceño.

—¿De verdad lo estás, Han? He oído lo que ha pasado con Malla y Waroo. Él negó con la cabeza, retomando su agitación.

—Tengo que acabar con esta historia de las deudas de vida de una vez por todas.

—Dales tiempo. Lo comprenderán. ¿Recuerdas cuando yo no podía ni ir al tocador sin que Khabarakh o alguno de los otros insistieran en acompañarme?

—Sí, y todavía tienes a los guardaespaldas noghri. No es que quiera quitarle mérito a lo que han hecho por ti.

—Ya séalo que te refieres.

Han negó con la cabeza.

—No, no sabes a lo que me refiero. Probablemente yo podría ordenar a los noghri que se alejaran de ti, pero los wookiees son diferentes. Si crees que Lowbacca o Waroo van a dejar pasar esto, te equivocas.

Leia se cruzó de brazos y sonrió.

—Vale. Pues en cuanto regresemos a Coruscant haré que Cal Omas o algún otro haga una propuesta de ley que limite los términos de la deuda de vida de los wookiees.

—¿Y arriesgarte a sufrir la ira del Canciller Triebakk? Olvídalo. Yo resolveré esto a mi manera.

La mirada de Han frenó un poco a Leia, pero volvió a sonreír.

—No quería parecer arrogante, Han. Entiendo cómo te sientes. El día de hoy no podía ser fácil para ti.

Él miró a otro lado.

—Ojalá yo mismo entendiera mis propios sentimientos. Pensé que la ceremonia me ayudaría a que lo pasado se quedara en el pasado, pero sólo ha empeorado las cosas. Quizá si hubiera recuperado el cadáver de Chewie y se hubiera podido celebrar algo semejante a un funeral… —dejó que las palabras quedaran suspendidas, y luego negó con la cabeza—. ¿De qué estoy hablando? Esto es mucho más que la ausencia de un ritual.

Leia dejó que continuara.

—Sé que no puedo cambiar lo que ocurrió en Sernpidal, pero me culpo por habernos metido en aquel embrollo.

—Intentabais salvar vidas, Han.

—Pues tampoco hicimos mucho bien a nadie.

—¿Le has contado a Anakin que comprendes que no pudiera salvar a Chewie? —le preguntó Leia, cautelosa.

La amargura distorsionó el rostro de Han.

—Ése fue mi mayor error… Poner al chico en el asiento del piloto.

—Han…

—No digo que fuera culpa de Anakin, pero sé que yo no habría tomado las mismas decisiones que él —soltó una especie de risa amarga—. Y ahora estaríamos todos muertos: Chewie, Anakin, yo… Y ahora viene esa locura de continuar la deuda de vida —Han se alejó unos pasos y se giró para mirar a Leia—. De ninguna manera voy a ser responsable de la muerte de otro miembro de mi familia de honor, Leia.

—Tú no fuiste responsable.

—Sí lo fui —replicó él—. Quién sabe la clase de vida que habría podido tener Chewie si yo no le hubiera arrastrado por toda la galaxia traficando con especias, raíz de chak o cualquier cosa que pasar de contrabando.

Leia frunció el ceño.

—¿Y eso qué significa, Han? ¿Que no debiste rescatarle de la esclavitud?

Por lo que sabemos, Chewie habría acabado muriendo en un campo de trabajo imperial o en algún accidente de construcción. No puedes pensar de ese modo. Y no intentes decirme que Chewie no disfrutó con vuestras correrías por la galaxia… Eso no tenía nada que ver con la deuda de vida. Ya has oído lo que ha dicho Ralrra: vivir aventuras fue el principal motivo por el que Chewie salió de Kashyyyk. Tú y él erais tal para cual.

Han apretó los labios.

—Supongo que sí. Pero, aun así… —negó despacio con la cabeza. Leia puso los dedos bajo la barbilla de Han y le hizo girar la cabeza. Mirándolo a los ojos, sonrió.

—¿Sabes lo que más recuerdo? La vez que Chewie me ató a su pecho para llevarme por la parte subterránea de Rwookrrorro. Como si yo fuera un bebé.

Han sonrió.

—Puedes considerarte afortunada. En una ocasión yo tuve que viajar en un cabestrillo quular desde Tarkazza.

Leia se tapó la mano con la boca, pero no pudo evitar reírse.

—¿Con el padre de Katara… el de la veta de pelo dorado en la espalda?

—Con ese mismo —Han rió con ella, aunque sólo durante un breve instante. Entonces se giró y contempló las copas de los árboles—. Parezco superarlo por un momento, pero no tardo en acordarme otra vez de él. ¿Cuánto tiempo hará falta, Leia, para que deje de dolerme?

Ella suspiró.

—No sé cómo responder a eso sin parecer banal. La vida es un cambio constante, Han. Mira este sitio. Las linternas Juma están sustituyendo a las linternas de fosfopulgas, los vehículos retropropulsados están sustituyendo a los banthas… Las cosas tienen una extraña forma de cambiar de dirección cuando uno menos se lo espera. Los enemigos se convierten en amigos, los adversarios en aliados. Los propios noghri, que intentaron matarme, son ahora mis protectores. Gilad Pellaeon, que en su momento llegó a este planeta con la intención de esclavizar wookiees, luchó con nosotros en Ithor contra los yuuzhan vong. ¿Quién habría imaginado algo así? —Leia alargó las manos para masajear los hombros de Han—. Y al final, el dolor se desvanece.

Los músculos de Han se contrajeron al contacto de las manos de ella.

—Ése es el problema. Que el dolor se desvanece.

Él se sentó, dejando que los pies le colgaran por el borde del puente. Leia se puso en cuclillas a su lado y le rodeó con los brazos. Permanecieron un momento inmóviles.

—Lo estoy perdiendo, Leia —dijo él, abatido—. Ya sé que está muerto, pero siempre pude sentirlo a mi lado, justo fuera de mi campo de visión. Como si pudiera pillarlo al girarme rápidamente. También podía oírlo, alto y claro, riendo o echándome la bronca por algo. Te lo juro, he tenido conversaciones con él que eran tan reales como ésta. Pero algo ha cambiado. Tengo que pensar y concentrarme mucho para verlo, o escucharlo.

—La vida sigue, Han —dijo Leia con suavidad.

Él rió con ironía.

—¿Que la vida sigue? No lo creo. No mientras no consiga que su muerte sirva para algo.

—Salvó a Anakin —le recordó Leia.

—No me refiero a eso. Quiero que los yuuzhan vong paguen lo que hicieron en Sernpidal… Y todo lo que han hecho después.

Leia se quedó de piedra.

—Puedo entender eso viniendo de Anakin, Han, porque él es joven y aún no sabe nada. Pero, por favor, no me hagas oír eso de ti.

Él se zafó de su abrazo.

—¿Y qué te hace pensar que sé mejor que Anakin lo que es la vida? Ella dejó caer los brazos y se puso en pie.

—Eso es algo que ni había considerado, Han.

—Pues quizá deberías hacerlo —respondió él sin darse la vuelta.

En el mismo sitio donde momentos antes se veían las imágenes del sacrificio, ahora se apelotonaban veinte cautivos dentro de un campo inhibidor generado por dos pequeños dovin basal rojos como la sangre. En el centro del grupo, compuesto por varias especies, estaba el sacerdote gotal h’kig, al que Harrar había prometido una muerte inminente. El contorno hemisférico del campo resplandecía como ondas del calor creciente.

Harrar, Nom Anor, Raff, Elan y su mascota se hallaban en la plataforma de mando. Un joven guerrero yuuzhan vong que llevaba una túnica granate entró en la sala, presentó sus respetos a su público de élite y se acercó al campo.

—Un asesino —dijo Elan a Vergere con un murmullo de sorpresa.

—Sólo es un aprendiz —corrigió Harrar—. Dicen que no promete demasiado… Aunque la tarea que va a ejecutar le hará escalar muchos puestos.

La superficie inmaterial del campo de inhibición onduló mientras el guerrero entraba por el único hueco del perímetro. Los guardias allí situados alzaron los anfibastones, previendo una carga desesperada, pero, por miedo o curiosidad, ninguno de los prisioneros se movió en contra del intruso. Una vez dentro, el guerrero se limitó a girarse hacia el Sacerdote.

—No pierdas detalle —dijo Harrar a Elan.

Un sutil gesto de la mano derecha de Harrar fue la señal para que el asesino empezara su tarea. El joven giró sobre sí mismo y vació los pulmones en una exhalación sibilante y prolongada.

El efecto en los prisioneros fue casi inmediato. Pasaron del estupor a darse cuenta de lo que estaba pasando, y agarrarse la garganta agónicamente, como si el aire respirable hubiera sido extraído del campo de inhibición. Los rostros suaves empezaron a adquirir un tono azulado. Otros perdieron completamente el color o se ennegrecieron, como carbonizados por un incendio. Miembros y apéndices se sacudían en espasmos, y mechones de pelo caían por doquier. De repente, la sangre manchó la piel y empezó a brotar y manar de capilares reventados. Algunos de los prisioneros se desplomaron al suelo y vomitaron sangre. Los más resistentes siguieron tambaleándose, chocando unos contra otros, hasta que cayeron al suelo, boqueando.

El asesino fue el único que quedó en pie, pero no por mucho tiempo. Sabía que contener el aliento no era suficiente, así que corrió para ponerse a salvo; pero los dovin basal que mantenían el campo le cortaron el acceso. Recorrió todo el perímetro, desesperado, con la esperanza de descubrir algún hueco, algo que hubiera pasado desapercibido y que le permitiera escapar. Entonces tomó conciencia de su situación y, volviéndose hacia Harrar, se enderezó cuan alto era, cerró los puños con fuerza, se golpeó los hombros con ellos y respiró profundamente. La sangre comenzó a manar de su nariz y de sus ojos. Sus rasgos se contrajeron por el tormento, convirtiéndose en una máscara macabra, pero no emitió sonido alguno. Su cuerpo temblaba de la cabeza a los pies. Y entonces cayó al suelo.

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