Read Agentes del caos II: Eclipse Jedi Online

Authors: James Luceno

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Agentes del caos II: Eclipse Jedi (43 page)

BOOK: Agentes del caos II: Eclipse Jedi
9.65Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Era una especie de rayo repulsor —dijo por fin un técnico incrédulo—. Y llegó a través del hiperespacio.


Centralia
—dijo Leia, aún impresionada.

Brand y algunos otros se giraron hacia ella.

—Alguien ha disparado la estación
Centraba.

Han abrazó a Roa cuando éste entró a través de la esclusa de aire del brazo del
Halcón.

—Fasgo ha muerto —anunció Roa cuando Han lo soltó.

Han agitó la cabeza pesaroso.

—Pudo llegar a ser un buen amigo.

—Como dije en la
Rueda del Jubileo,
la fortuna te sonríe y después te da la espalda…, hasta que vuelve a sonreírte una vez más.

—¿Sabes? No tienes tan mal aspecto —dijo Han estudiando a su amigo y forzando una sonrisa.

—Y lo que esté mal, haré que me lo arreglen. ¿Ha sobrevivido mi nave?

—Te espera en Bilbringi.

Roa suspiró y se giró para ayudar a que una hembra ryn saliera de la esclusa de aire.

—Han, me gustaría presentarte a…

—¿Hay alguna posibilidad de que tenga un compañero de clan llamado Droma? —le interrumpió Han.

La hembra pareció sorprendida.

—Yo tengo un hermano que se llama Droma.

La sonrisa de Han se ensanchó.

—Pues se reunirá con él muy pronto.

—Creo que me he perdido muchas cosas —exclamó Roa rascándose la cabeza.

—Ni te lo imaginas.

La nave-racimo empezaba a desintegrarse. Han tuvo miedo de que una separación prematura de la temblorosa nave le obligase a trabajar más duramente para subir a bordo a todos los prisioneros rescatados. Cuando rescató al último, la bodega delantera, los dormitorios, los pasillos, incluso los compartimentos ocultos para el contrabando estaban atestados. A Han sólo le cabía esperar que los purificadores de aire del
Halcón
resistieran lo suficiente para mantenerlos a todos con vida mientras realizaban un salto a Mrlsst o a cualquier otro planeta del sector Tapani. Cuando por fin llegasen a un destino, todos estarían hambrientos y casi deshidratados, por muy bien que funcionase el sistema de apoyo vital.

Cerraron la compuerta, y Han, Roa y dos de los ryn se dirigieron a la cabina de pilotaje. Han se acomodó en el asiento del piloto y maniobró al
Halcón
para alejarse de las naves yuuzhan vong. A través del ventanal delantero pudo ver cómo los supervivientes de La Docena de Kyp salían a través del agujero que ellos mismos habían creado en el módulo desinflado.

Mientras Han se alejaba del módulo esférico, Roa ayudó a conectar los láseres cuádruples. Estaban seguros de tener que enfrentarse a los buques de guerra enemigos que se habían separado del grueso de su armada para ayudar al transporte del yammosk. En cambio, vio algo que le hizo lanzar un grito de alegría.

—¡Los Dragones de Combate hapanos! —aulló mirando a Roa—. Por fin llegamos a alguna parte.

Estaba a punto de añadir que Leia debía de ser la responsable de conseguir la ayuda de los hapanos, cuando lo deslumbró un fulgor intenso, blanco. El
Halcón
se apagó, viéndose arrastrado en una espiral infinita que lo escupió a dos mil kilómetros de donde estaba antes.

Los yuuzhan vong han convertido el sol de Fondor en una nova, se dijo Han. Habían aniquilado todo el sistema.

Cuando su visión se aclaró y los gemidos y los gruñidos de sus zarandeados pasajeros se apagaron, Han vio que las tres cuartas partes de la flota hapana y la mitad de la flota yuuzhan vong habían desaparecido.

En su buque insignia, Nas Choka recuperó el suficiente autocontrol como para no transmitir la incredulidad que sentía por dentro al mirar a Malik Carr y Nom Anor. Contra el telón de fondo de una luna arrasada, el campo del villip mostraba los esqueletos y los cascos ennegrecidos de un número incalculable de naves yuuzhan vong y republicanas.

—Han matado a la mayoría de sus refuerzos para eliminar la mitad de nuestra flota —dijo el Comandante Supremo—. ¿Es normal un salvajismo así?

Nom Anor agitó la cabeza, tanto para aclarársela como contestando.

—Un error. Tiene que haber sido un error. Su respeto por la vida siempre ha sido su mayor debilidad.

—Entonces, quizá hemos conseguido sacar su lado más primitivo —sentenció Malik Carr con voz aturdida.

Llegó un mensajero. El villip que portaba en sus temblorosas manos tenía los rasgos de Chine-kal.

—El yammosk ha sido asesinado y la nave se muere —informó Chinekal a través de su comunicador—. Los hutt nos traicionaron e informaron a los Jedi de nuestros planes. El que capturamos en Gyndine morirá con nosotros, pero dos de sus compañeros y Randa Besadii Diori, los asesinos del yammosk, han escapado. Nosotros…

El villip quedó silencioso de repente, antes de revertir a su forma sin rasgos. Chine-kal había muerto.

Asqueado, Nas Choka dio media vuelta.

—Que vuelvan todos los coralitas operativos —ordenó a su subalterno—. Y ordenad al resto que causen tanta destrucción como les sea posible. Que todos los comandantes de naves de guerra se preparen para partir. Hemos cumplido con nuestro objetivo. Ahora tenemos que saldar una cuenta con los hutt.

Capítulo 28

Viqi Shesh se sentó con elegancia en la silla de respaldo recto colocada en el centro del estrado, ajustando la caída de su larga falda mientras el senador gotalo Ta’lam Ranth, cabeza del Consejo de Justicia del Senado, estudiaba la pantalla del lector de datos que llevaba en la muñeca izquierda. El trío de abogados de la senadora ocupaba una mesa tras ella, pero no estaba incluido en el holograma de Shesh, del doble de su tamaño real, que atraía la atención de la multitud congregada en el anfiteatro. En consideración a Ranth, los androides grabadores, normalmente presentes en cualquier sesión a puerta cerrada de las investigaciones senatoriales, estaban en un cuarto aparte para asegurarse de que su emisión energética no sobrecargara los agudos sentidos del gotalo.

—Senadora Shesh —resumió el chato Ranth de suave pelaje—, se ha probado que el Consejo Asesor fue informado por el comodoro Brand del eventual despliegue de la flotilla del
Yald, y
que el mismo comodoro Brand, hablando en nombre del Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa, señaló que Corellia sería el objetivo de un ataque yuuzhan vong.

—Es cierto —admitió Shesh con voz serena.

—Entonces, senadora, ¿por qué se desplegó nuestra flota en Bothawui? Shesh colocó las manos en su regazo y alzó ligeramente la barbilla.

—Porque el comodoro Brand no consiguió convencernos de la conveniencia de desplegar la flota en Corellia, así que el Consejo sometió ese asunto a votación.

—El jefe de Estado Fey’lya asegura lo mismo en su declaración por escrito —rubricó Ranth en el tono monocorde característico de su especie—, pero ahora sabemos que el Estado Mayor nunca tuvo intención de presionar en favor de Corellia.

—Tal como lo entiendo, el plan del almirante Sovv era atraer al enemigo hasta el sector corelliano dejando Corellia prácticamente sin defensa —explicó Shesh—. Desplegar allí la flota hubiera comprometido la estrategia del almirante.

El par de cuernos sensoriales de Ranth se retorció.

—En otras palabras, la entrevista con el comodoro Brand, que teóricamente era informativa, no fue más que una forma de manipularlos.

Los abogados humanos de Shesh, vestidos elegantemente con trajes a medida, objetaron.

—A la senadora Shesh se le ha pedido que informe del contenido de la entrevista, no que juzgue los métodos o las tácticas de las Fuerzas de Defensa de la Nueva República.

Los cinco miembros del tribunal, pertenecientes a distintas especies, dialogaron entre ellos y admitieron la protesta. La desilusión de Ranth fue patente, pero siguió adelante.

—Senadora Shesh, ¿fue suyo el voto que decantó la posición del Consejo?

—Mi voto deshizo el empate, si es eso lo que quiere decir.

—¿Qué la convenció de que el objetivo sería Bothawui?

—Sería más exacto decir que no creí que atacaran Corellia.

—¿Por qué no?

—No creí que los yuuzhan vong estuvieran preparados para lanzar un ataque contra el Núcleo.

—¿Se mencionó Fondor como posible objetivo?

—No.

—Si se hubiera mencionado, ¿qué hubiera votado?

El mismo abogado volvió a protestar, pero Ranth movió rápidamente su peluda mano.

—Retiro la pregunta —se acercó al estrado—. ¿Tuvo ocasión de hablar con el Estado Mayor antes de la reunión informativa sobre Corellia? Shesh asintió de nuevo.

—Sí. Varios días antes de la reunión me encontré con el comodoro Brand. Me pidió que hablara con el cónsul general Golga antes de que partiera hacia Nal Hutta.

—¿Y habló con. Golga?

—Poco después.

—¿Cuál fue la naturaleza de su conversación con el cónsul general hutt?

—Discutimos sobre la paz que los hutt habían pactado con los yuuzhan vong y sobre la posibilidad de que aportasen información a la Nueva República.

—¿Aceptó el cónsul general Golga en aquel momento la posibilidad de que los hutt nos aportasen esa información?

—No de forma clara, pero sí.

—¿Y usted aceptó su palabra, aunque los hutt se habían aliado oficialmente con el enemigo?

—Protesto, señoría —ladró otro de los abogados de Shesh—. Se ha demostrado que los hutt nos pasaron indirectamente esa información, renovando los embarques de especia a Bothawui cuando todavía podía considerarse un objetivo potencial.

Ranth se giró hacia el tribunal.

—Y, de esa forma, los hutt reforzaron la idea de que Corellia era el objetivo potencial.

El mon calamari que presidía el tribunal se dirigió a Viqi Shesh.

—Senadora, ¿desea contestar la pregunta del senador Ranth? Shesh sonrió suavemente.

—Sólo puedo deducir que los hutt pretendían mantener abiertas todas sus opciones. También creo que los yuuzhan vong eran conscientes de la posibilidad de que los hutt nos filtrasen información y que aprovecharon esa posibilidad para orquestar los acontecimientos. El hecho que Nal Hutta se esté preparando en estos momentos para una invasión sugiere que Borga fue más víctima que conspirador.

El mon calamari asintió y fijó uno de sus ojos en Ranth.

—Los hutt no son el motivo de esta investigación, senador. ¿Puede demostrarnos la conveniencia de proseguir en esta línea?

Ranth inclinó la cabeza, mirando al tribunal por debajo de sus cejas.

—Intento establecer la cadena de acontecimientos que condujeron al ataque sorpresa contra Fondor.

—Proceda —admitió el mon calamari.

Ranth se volvió hacia Shesh.

—Senadora, antes de ser partícipe de las suposiciones del Estado Mayor sobre Corellia, ya conocían la escasez de especia en ciertos sistemas planetarios. El jefe de Estado Fey’lya asegura que el Consejo Asesor era consciente de que esa información provenía de Talon Karrde y los Caballeros Jedi.

—Estábamos informados, sí.

—¿Se le ocurre alguna razón por la que Talon Karrde, antiguo enlace con el Remanente Imperial, o los Caballeros Jedi pudieran querer engañar a las Fuerzas de Defensa?

El abogado más próximo a Shesh se puso en pie como una exhalación.

—Protesto, señoría. Está especulando.

—No importa, contestaré —cortó Shesh—. No creo que Talon Karrde o los Jedi intentasen engañarnos.

El gotalo la estudió.

—¿Está sugiriendo que ellos también fueron manipulados por el enemigo?

—Lo que estoy sugiriendo, senador, es que los Jedi no son infalibles, y que nosotros no deberíamos verlos como nuestros salvadores. Por lo que todos sabemos, los yuuzhan vong han traído a nuestra galaxia un poder superior incluso al de la Fuerza.

En una plataforma flotante cercana a la sala donde el Consejo de Justicia se hallaba reunido, Astarta, el guardaespaldas personal de Isolder, abrió la compuerta de los aposentos personales del príncipe en el transbordador que llevaría a los hapanos al Dragón de Combate
Canción de Guerra,
situado en órbita geoestacionaria sobre Coruscant. Astarta dirigió a Leia su mirada más mordaz antes de dejarlos solos.

Isolder estaba de pie, frente a la ventana del camarote y dándole la espalda a la compuerta. Tras la batalla de Fondor, los acontecimientos habían conspirado durante casi dos semanas para impedir que se vieran, y el
Canción de Guerra
partía para Hapes ese mismo día.

BOOK: Agentes del caos II: Eclipse Jedi
9.65Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Nemesis by Catherine Coulter
Beautiful Ghosts by Eliot Pattison
The Spindlers by Lauren Oliver
Tin Lily by Joann Swanson
The Royal Succession by Maurice Druon
Five Run Away Together by Enid Blyton
Cover-up by John Feinstein
Listen To Me Honey by Risner, Fay