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Authors: James Luceno

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Agentes del caos II: Eclipse Jedi (36 page)

BOOK: Agentes del caos II: Eclipse Jedi
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—La estación
Centralia
es el corazón del sistema defensivo de Corellia —siguió Brand—. Es una lente repulsora y gravitatoria capaz de crear un campo de contención que abarca de Corell a la frontera de los sistemas exteriores. En este momento, la estación está en estado de alerta y preparada para crear el campo en cuanto le demos la orden.

—Comodoro… —interrumpió Leia.

Brand se giró hacia ella e hizo un asentimiento de cabeza.

—Sí, embajadora, sus hijos ya están en
Centralia.
Me disculpo si esto representa una sorpresa para usted, pero toda la información sobre
Centralia
había sido clasificada como secreta.

Leia apartó los ojos de Brand para ocultar su desasosiego. También se negó a admitir la mirada inquisitiva de Isolder.

—Cuando la flota yuuzhan vong emerja del hiperespacio en el sistema corelliano, el campo de contención la rodeará e impedirá que viaje a mayor velocidad que la luz. Cuando lo hayamos logrado, muchas de las naves de guerra ancladas aquí, en Kuat y en Bothawui —las cuales han sido equipadas con mantenedores inerciales de hiperonda fabricados en los astilleros de Fondor— serán lanzadas, penetrarán en el campo de contención por su extremo más lejano y, mediante una serie de microsaltos, caerán sobre el enemigo.

Brand se giró hacia un holoproyector auxiliar sobre el que se desplegó un esquema del MIHO.

—Para aquellos de ustedes que no estén familiarizados con el mantenedor inercial de hiperonda, este dispositivo se basa en un sensor gravitatorio que alerta a una nave de la proximidad de un campo de contención y permite una desconexión rápida del motor hiperespacial. Simultáneamente, el mantenedor posibilita la creación de una burbuja hiperespacial estática que, pese a ser incapaz de proporcionar impulso, mantiene a la nave en el hiperespacio, donde es capaz de aprovechar la velocidad adquirida.

El comodoro se volvió hacia su público.

—Nuestras naves lo pasarán mal intentando mantener la formación, pero serán capaces de coger por sorpresa a la flota enemiga.

Paseó la mirada por los sorprendidos hapanos.

—Príncipe Isolder, dado que sus naves no están equipadas con MIHO, serán responsables de que los yuuzhan vong no intenten escapar a través de los sistemas exteriores. La razón para asignarle esa tarea es doble. Sus Dragones de Combate llevan minas de pulsos que pueden ampliar eficazmente los límites del campo de contención de
Centralia.
Lo apoyaremos poniendo a su disposición cuatro cruceros Immobilizer 418A. Y lo que aún es más importante, los ordenadores que controlan el armamento de sus naves los dotan de una precisión extraordinaria contra blancos simples, que es precisamente lo que se necesita para eliminar a los dovin basal que protegen los buques yuuzhan vong.

—Normalmente preferimos los combates rápidos y despiadados —dijo Isolder—, pero si es necesario un ataque de alta precisión lo tendrá, comodoro.

Leia intentó controlar una mueca de dolor, pero sabía que no podía seguir soportando lo que se decía en la reunión. Cada gesto y cada decisión la llenaban de temor, así como el ávido entusiasmo de Isolder y su confianza en sí mismo.

Se distanció del alboroto circundante para buscar a Anakin y Jacen mediante la Fuerza, después a Jaina, Luke, Mara y algún otro Jedi. Cada uno le devolvió una sutil resonancia que al menos calmó temporalmente su preocupación. Pero cuando Leia intentó llegar hasta Han, al que a veces podía sentir a pesar de su rechazo a la Fuerza, lo único que consiguió fueron imágenes de un torrente furioso y de la zambullida en una oscuridad infinita.

Capítulo 24

Han luchó para no ahogarse. Rompió la agitada superficie del torrente lleno de barro con los pulmones reclamando oxígeno a gritos, vomitando agua como una gárgola de Coruscant y agitando los brazos para no volver a ser absorbido por la corriente. El nivel de agua en el canal de desagüe crecía rápidamente. Era probable que el diluvio lo hiciera crecer hasta quedar a menos de un metro de la cima de los muros que encajonaban la corriente, pero no antes de que el agua lo arrastrara hasta el río que, supuestamente, fluía hasta más allá del Campo 17.

La lluvia continuaba cayendo del vientre de granito que era el cielo, aguijoneando el rostro de Han y dificultándole la visibilidad. Sosteniéndose a duras penas con una mano, llevó la otra hasta la boca para hacer pantalla y llamó a Droma a gritos, pero no recibió ninguna respuesta. Un fuerte chapoteo llamó su atención y descubrió que el destrozado deslizador se dirigía hacia él arrastrado por la corriente.

La estrechez del canal jugaba tanto a su favor como en su contra. Al no poder estar seguro de si el deslizador acabaría alcanzándolo y arrollándolo, Han intentó frenéticamente dirigirse hacia la lisa pared oriental y aferrarse a ella. Una vez allí, logró detener su carrera el tiempo suficiente para que el deslizador llegara a su altura. Aprovechando que la proa estaba medio sumergida, Han se impulsó con las piernas contra el muro y se aferró a la puerta del conductor, pasó una pierna por encima y se dejó caer en la cabina, que parecía llena de gachas debido a la mezcla de grano y lluvia. Con el cuerpo pegajoso por ese engrudo, se arrastró hasta el asiento del conductor y pulsó repetidamente el interruptor que conectaba los repulsores del vehículo, pero la colisión debió de destrozar el sistema de ignición. Apoyándose con ambas manos en el marco que antes sujetara el parabrisas retráctil, estudió el torrente que rugía a su alrededor. Por fin pudo ver la cola de Droma surgiendo del agua como el asta de una bandera.

Antes de que Han pudiera gritar, el deslizador se elevó por encima de una compuerta del canal y empezó a caer a través de una serie de cataratas, pues el paisaje estaba escalonado en forma de terrazas. Droma desapareció bajo los rápidos, volvió a reaparecer y desapareció una vez más. Por fin oyó la llamada de Han por encima del fragor de la lluvia y de los truenos, y alzó un brazo por encima de la corriente en una muda y aterrorizada llamada de auxilio.

Guardando un precario equilibrio contra el cabeceo del vehículo, Han estiró ambas manos y logró sujetar a Droma cuando el deslizador pasaba por su lado. El peso del ryn casi arranca a Han de la cabina, pero Droma lo ayudó aferrándose con la cola al reposacabezas del asiento trasero e impulsándose al interior.

—Puedes dejarme en el próximo cruce —balbuceó, derrumbándose en el asiento y jadeando.

—¿Cuánto crees que falta para llegar al río? —gritó Han.

—Poco —dijo Droma, incorporándose hasta quedar sentado—, pero me doy por contento de haber podido…

Un retumbar persistente ahogó el resto de la frase. Han miró hacia el cielo, se puso la mano en la frente a modo de parasol e intentó ver más allá de la proa del deslizador.

La lluvia y los altos tallos de grano que crecían a ambos lados del canal hacían difícil vislumbrar nada, pero los campos parecían terminar bruscamente un poco más adelante.

—¿Qué es ese ruido? —preguntó Droma de repente.

—Dijiste que, según el mapa, este canal desembocaba directamente en el río, ¿verdad?

Droma asintió, pero no parecía muy seguro.

—¿Era un mapa topográfico? —siguió Han—. Vamos, piénsalo bien. Droma se retorció el bigote, concentrándose.

—Creo que sí.

—¿Y no tenía un montón de líneas paralelas muy juntas allí donde se unían el canal y el río?

Los ojos de Droma se abrieron como platos.

—¡Entonces, sujétate! —gritó Han mientras el deslizador se inclinaba hacia delante.

La cascada no tenía más de quince metros de altura, pero la fuerza de la corriente era tal que cuando el deslizador rebasó el punto donde el agua empezaba a caer se vio propulsado casi horizontalmente por los aires. Durante el más breve de los momentos, con el vehículo descendiendo en un ángulo de 45 grados, creyeron volver a caer al río de cara, pero la popa del deslizador giró hacia delante inexorablemente y un latido después el vehículo estaba del revés, boca abajo, vertiendo todo su contenido, pasajeros y grano, en otro diluvio impregnado de barro.

Han puso el cuerpo rígido mientras caía y rompió la superficie del agua con los pies, dejando que la inercia lo hundiera sin resistirse. Oyó encima de él cómo el deslizador impactaba boca abajo contra la superficie. Ascendió, temiendo encontrarse con el deslizador en su camino, pero al emerger se dio cuenta que éste se encontraba ligeramente delante de él, separándolo de Droma.

Han levantó la mano y señaló la ribera sur, que no sólo estaba más cerca, sino que también parecía mucho menos empinada.

—¿Podrás conseguirlo?

—¡No soy un gran nadador! —contestó Droma con una nota de desesperación en su voz.

Han nadó hasta llegar a su lado y pasó el brazo izquierdo por la cintura de Droma.

—Simplemente mueve las piernas como un loco y déjame la dirección a mí.

—Simplemente asegúrate de esquivar esas piedras.

Han se giró para ver cómo eran arrastrados velozmente hacia los rápidos, más peligrosos todavía a causa de los peñascos que sobresalían entre la superficie. Soltó a Droma y rodó sobre sí mismo para mirar al cielo e intentar mantener la cabeza por encima del agua. Atrapado por la corriente, no pudo hacer nada salvo rendirse y esperar lo mejor.

La primera caída los hizo deslizarse por la superficie de un peñasco suavizada por la constante erosión del agua y caer en una pequeña balsa de la que fueron rápidamente arrastrados hacia otra cascada. Esquivando por poco un remolino cubierto de espuma, trazaron un sinuoso recorrido entre altas piedras y volvieron a caer varios metros, hasta una especie de estanque revuelto. A la izquierda de Han, el deslizador chocó contra una roca, dio un salto mortal sobre sí mismo por los aires y terminó empalado en otro peñasco puntiagudo. Droma esquivó ese mismo peñasco por poco y cayó como una piedra al siguiente remanso.

Las cataratas quedaron atrás tan súbitamente como aparecieron, pero la corriente seguía siendo lo bastante fuerte como para impedir que los nadadores alcanzasen la orilla. Dejando que la corriente lo arrastrase, Han estiró el cuello para intentar ver lo que tenían delante. El agua seguía cubierta de espuma blanca, pero no parecía que hubiera más rápidos. En cambio, una línea de turbulencias atravesaba el río, como si algo situado por debajo de la superficie interrumpiera el libre flujo del agua. Pestañeando para expulsar el agua de sus ojos, Han vio a través de la cortina de lluvia que se dirigían hacia una red que iba de orilla a orilla.

La red era elástica y cedió y se estiró cuando chocaron con ella, pero la fuerza de la corriente los mantuvo clavados a ella. Han se aferró a la red para coger impulso y acercarse a la orilla más cercana, cuando un nuevo sonido río arriba le hizo mirar hacia atrás, por encima del hombro. Volando hacia ellos, y a un metro de altura gracias a sus repulsores, vio lo que, de no mediar el par de brazos articulados que terminaban en una especie de pinzas acolchadas, podría ser un contenedor volante de basura. Las luces del morro del contenedor parpadeaban y emitían tonos musicales, como si estuviera excitado por haber localizado aquello que había sido enviado a recuperar.

En el mismo morro podía verse el logotipo corporativo de Salliche Ag.

El contenedor, de unos tres metros de altura, frenó y quedó flotando directamente encima de la red. Han y Droma se retorcieron para evitar los brazos extendidos de la cosa, pero las pinzas se cerraron en torno a sus cinturas y los arrancaron de la malla sin mucho esfuerzo. Los brazos giraron hacia el centro una vez sacaron a sus presas fuera del agua. Unas compuertas situadas en el dorso de la máquina sisearon al abrirse, revelando una oscura cámara interior que parecía ansiosa por recibirlos.

Las pinzas se abrieron y ellos cayeron en un suelo acolchado. Las compuertas se cerraron antes de que ninguno de los dos pudiera trepar hasta ellas, y el contenedor de basura se alejó del río en dirección sur. Bajo la luz ambarina de unos indicadores, Han tanteó las paredes con las manos, deteniéndose al palpar un conjunto de boquillas con pulverizadores. Maldijo al reconocer qué los había capturado.

—¡Es un explorador-recolector!

—¿Un explorador qué? —preguntó Droma, nervioso a pesar de su ignorancia.

—Un recolector de especímenes biológicos. ¡Se supone que los congela para un posterior estudio!

Empezaron a dar saltos, golpeando inútilmente con las manos la parte interna de las compuertas. Agotado por el esfuerzo, Droma se sentó en el suelo, respirando entrecortadamente y esperando a que Han se rindiera.

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