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Authors: James Luceno

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Agentes del caos II: Eclipse Jedi (16 page)

BOOK: Agentes del caos II: Eclipse Jedi
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—Quizá la votación dependa de un solo voto —Brand sostuvo la mirada inquisitiva de la mujer—. De ser así, las Fuerzas de Defensa quieren asegurarse de que su plan se aprobará.

—Pero, comodoro —dijo Shesh sonriendo—, si los yuuzhan vong son dirigidos hacia Corellia, ¿no serán vistos con desaprobación quienes hayan votado a favor de Bothawui?

—Quizá, pero cualquier voto emitido en interés de un bien mayor será visto como un voto meditado.

Shesh calló un largo momento.

—Hace un segundo, usted dijo que todo el plan se basa en la presunción de que se puede incitar a los yuuzhan vong para que ataquen Corellia. Tal como yo lo entiendo, espera lograrlo dejando a Corellia básicamente indefensa, con la esperanza de que el enemigo se dé cuenta y tome nota de ese hecho. Pero ¿no sería más provechoso filtrar lo que está haciendo realmente? Dada su capacidad tecnológica, la estación
Centralia
sería un blanco irresistible por sí misma.

Brand se frotó el lóbulo de la oreja.

—Esto no es algo que se pueda anunciar por la HoloRed, senadora. Shesh soltó una breve risita.

—Hay mejores maneras de llegar hasta los yuuzhan vong que la HoloRed. —Dejó que lo pensase un momento—. Por ejemplo: los hutt. Si tuvieran aunque sólo fuera un indicio de su plan, seguro que informarían a los yuuzhan vong movidos por el interés egoísta de preservar su propio futuro.

—Pero la Nueva República ha roto sus relaciones diplomáticas con los hutt. Comunicarnos con ellos a estas alturas…

—El cónsul general hutt todavía se encuentra en Coruscant. Yo podría hacerle una visita y dejar que se me escapasen unas cuantas cosas. Brand la miró fijamente.

—¿Usted haría eso?

—Podría hacerlo, pero, a cambio, en el supuesto de que alguna vez salga a la luz el verdadero propósito de mi visita al cónsul, querría que se supiera que las Fuerzas de Defensa solicitaron mi intercesión.

—Me está pidiendo que niegue su participación voluntaria —dijo Brand.

—De forma irrefutable, comodoro.

Tardó un momento, pero terminó aceptando.

—Creo que puede arreglarse. Podríamos decir que sólo queríamos sondear la opinión de los hutt.

—Me parece bien.

—Debería ser militar, senadora. Sería una estupenda oficial táctica.

—¿Militar? —Shesh resopló burlona—. No quiero faltarle al respeto, comodoro, pero, ¿por qué iba a querer ser quien dispara el arma, cuando puedo ser quien decide a quién apunta esa arma?

Capítulo 10

El enorme transporte
Amo Estelar,
del tamaño de un destructor estelar clase Victoria, flotaba inerte sobre Ryloth, el mundo natal de los twi’lekos. Lo rodeaban multitud de distintas naves —gabarras, cañoneras y transbordadores—, algunas de casco tan liso como las criaturas marinas, y otras tan apelmazadas y desgarbadas como el propio transporte. Un yate de lujo ubrikkiano flotaba anclado a la sombra de la enorme nave. También bajo su sombra, otra nave con forma de media luna que había sido lanzada desde la zona más mezquina de Ryloth, con su inhabitable crepúsculo, se dirigía al hangar de atraque rectangular del
Amo Estelar.

En un compartimento delantero del transporte, dos rodianos supervisaban en una pantalla el acercamiento de la media luna. Cuando la pequeña nave desapareció de su vista, cambiaron a un plano interior del hangar de atraque.

—¿Ésa es su nave? —preguntaron los twi’lekos situados tras ellos cuando la nave entró en el campo magnético de contención del hangar y aterrizó. Como casi todos los demás a bordo del
Amo Estelar,
el trío llevaba trajes espaciales hinchados y con enormes bolsillos.

—Su nave… —se mofó uno de los rodianos—. Tiene docenas de naves. Esperemos a ver quién desembarca.

En la rampa extensible de abordaje de la nave aparecieron tres varones y una hembra humanos. Caminando con una elástica economía de movimientos, los dos primeros podrían haber sido hermanos, aunque el rostro del más alto mostraba unas cicatrices horrorosas y el del otro era delgado y anguloso. La mujer, esbelta y de cabello oscuro, también se movía despacio, pero su paso desprendía cautela y sus ojos un destello vigilante. El último hombre tenía un aire de segura indiferencia. En alguien que hubiera heredado un título, la barbilla erguida y las finas manos podrían tomarse como muestra de arrogancia, pero él llevaba esos refinamientos como sólo puede hacerlo quien se lo ha ganado a pulso. En contraste con las botas espaciales, que le llegaban hasta la espinilla, y las afectadas capas largas de sus compañeros, él se vestía de seda y cuero.

—Es él —dijo el otro rodiano, señalando en la pantalla al último hombre con la punta de un largo dedo rematado por ventosas—. Ése es Karrde.

El twi’leko se colocó los extremos de los tentáculos tatuados sobre sus hombros y se inclinó entre los dos rodianos para verlo mejor…

—¿Estás seguro?

—Si no lo es, es su hermano gemelo o un clon —respondió el que lo había identificado, torciendo el corto hocico.

—Avisaré al jefe —anunció el twi’leko.

Atravesó presuroso la escotilla del compartimento y entró en una enorme estancia llena de actividad. Amontonadas por toda la sala hasta el techo podían verse cajas metálicas recién traídas de Ryloth, desde el espaciopuerto de Kala’uun. Carretillas binarias bípedas dirigidas por capataces twi’lekos enmascarados ordenaban las cajas para facilitar más cargas y descargas, mientras androides de aspecto utilitario las etiquetaban con los datos de sus puertos de escala, aplicándoles códigos legibles mediante láser. Oscuras partículas danzaban y se arremolinaban en el aire reciclado pese a la potente absorción de unos sobrecalentados aspiradores de aire.

Con una mano tapándose la boca, el twi’leko se abrió camino entre el laberinto de cajas apiladas y llegó finalmente a un laboratorio aislado de la estancia por altas ventanas de permeoplástico. Dentro, dos humanos con gastadas gafas protectoras, respiradores y trajes de aislamiento evaluaban la calidad de un fino polvo negro extraído de una caja abierta que llevaba el logotipo corporativo de Exotismos Galácticos, y que se suponía llena de hongos comestibles. El más rechoncho se quitó la máscara y las gafas protectoras para revelar unos ojos saltones en un rostro, por otra parte, anodino.

—Acaba de llegar —informó el twi’leko—. Hangar 6738. Lo acompañan dos hombres y una mujer. Ahora están en control y descontaminación.

—¿Seguro que es él?

—Seguro, pero, por si acaso, nos aseguraremos pasándole un escáner de identificación.

El hombre se quitó los guantes que le llegaban hasta el codo, se desembarazó del traje de aislamiento y se situó frente a una consola.

—Mantenga la cámara y el escáner abiertos para que pueda verlo y oírlo todo.

—¿Informará a Borga?

El hombre lo pensó un instante.

—Ya veremos.

El twi’leko deshizo el camino hasta el compartimento. Al llegar echó un vistazo a la pantalla por encima del hombro del rodiano, cuando Karrde y sus compañeros llegaban literalmente a la puerta.

—Identificación positiva de Karrde —dijo el rodiano tras estudiar las lecturas del escáner—. No tenemos información registrada de los otros hombres, pero ninguno lleva pistolas láser. El escáner indica que la mujer es Shada D’ukal, una conocida socia de Karrde. —El rodiano miró al twi’leko—. Letal. Incluso sin armas.

El segundo rodiano sacó una pistola láser de la funda de la cadera, comprobó la carga y la conectó.

—Innecesario —le aseguró el twi’leko—. Serían estúpidos si intentasen algo.

Los redondos ojos negros del rodiano se clavaron en él.

Me paga por estar preparado.

El twi’leko asintió con la cabeza, sonriente, mostrando los afilados dientes.

—Tiene razón.

—Mirad —interrumpió el compañero del rodiano—. Está a punto de llegar.

El twi’leko desvió su mirada hacia la pantalla a tiempo de ver cómo Karrde saludaba hacia el escáner óptico oculto en el mamparo situado sobre la escotilla.

—Sigo sin entender por qué le interesa tanto a Karrde tratar con nosotros —comentó el rodiano armado—. Suele traficar con información, no con especia.

—Esto no tiene nada que ver con la especia. —El twi’leko acarició su abultada frente y se acercó a la escotilla—. Pero esperemos, escuchémoslo y después veremos lo que hacemos.

Apuntó al sensor de la escotilla con un control remoto, y la compuerta se deslizó al interior del mamparo. Karrde y los otros entraron. Sus dos compañeros masculinos se situaron tras él, y Shada D’ukal se apostó en una esquina desde la que podía vigilar todo el compartimento.

—Bienvenido, Talon Karrde —saludó el twi’leko en Básico—. Soy Rol’Waran.

—Es un placer. —No se molestó en presentar a los demás.

—Su silla —ladró Rol’Waran a uno de los rodianos, que se puso inmediatamente en pie y dio un paso lateral. Esperó a que Karrde se pusiera cómodo—. Me dicen que está interesado en conseguir nuestro producto.

—Ocho bloques.

Los ojos habitualmente estrechos de Rol’Waran se ensancharon.

—Una cantidad importante. Sin embargo, dado que conozco tanto su pasado como sus recientes actividades, ¿le importaría explicarme por qué está repentinamente interesado en nuestro producto?

Karrde se rió inocentemente.

—Si le preocupa que se trate de una trampa o algo similar…

—De ninguna manera —aseguró rápidamente Rol’Waran—. Al fin y al cabo, sólo somos jugadores secundarios en el gran juego. Pero me dieron a entender que usted había abandonado las actividades ilegales por otras de naturaleza… diplomática.

Karrde cruzó las piernas, dejando que uno de sus tobillos descansase en la rodilla.

—Mi posición como enlace entre Bastión y Coruscant ha quedado obsoleta por culpa de la invasión yuuzhan vong.

—Es decir, se ha quedado sin empleo —dijo el más bajo de los dos hombres que se encontraban detrás de él.

—Sí —admitió Rol’Waran, acariciándose pensativo el lekku izquierdo—. Los yuuzhan vong también nos han obligado a hacer muchos cambios.

—No lo parece, según los rumores —comentó el mismo hombre.

—¿Y qué dicen esos rumores? —preguntó Rol’Waran.

—Que la especia sigue siendo una apuesta segura.

Karrde aclaró su garganta.

—Quiere decir que ese producto siempre ha sido un artículo muy apreciado. Y ahora, con más bocas que alimentar…

—Son tiempos difíciles y la gente necesita un poco de evasión —cortó el compañero de Karrde—. ¿Por qué no dejar que entierren la cabeza en la arena si eso es lo que quieren?

Rol’Waran clavó sus rosados ojos en Karrde.

—Así que le interesa entrar en el negocio.

—Suponiendo que puedan entregar el cargamento.

—Por supuesto, siempre que pague el precio —la sonrisa del twi’leko se tornó tensa—. ¿Y dónde tiene pensado hacer la entrega?

—Empezare por Tynna.

El silencio se adueñó del compartimento, mientras Rol’Waran y los rodianos intercambiaban disimuladas miradas.

—En estos momentos, Tynna es un planeta sumamente problemático —dijo por fin Rol’Waran—. Podría enviar el cargamento a Rodia, quizás incluso a Kalarba. Pero, a partir de ahí, será cosa suya.

—¿Qué me dice de Kothlis o Bothawui? —preguntó Karrde.

—Actualmente, no —respondió Rol’Waran.

Karrde resopló fastidiado.

—Si puede enviarlo a Rodia, ¿no puede conseguir que llegue por lo menos a Corellia? Ése es el verdadero destino.

—Me temo que de nuevo tenemos un problema —balbuceó el twi’leko.

—¿Qué problema? —preguntó secamente el acompañante de Karrde con la cicatriz en la cara—. Nos dijeron que podía mover la especia impunemente gracias a las nuevas condiciones.

—¿Las nuevas condiciones? —repitió Rol’Waran entrecerrando los ojos.

Estaba a punto de seguir hablando cuando la compuerta se abrió para revelar a un técnico de laboratorio. Los compañeros de Karrde reaccionaron instantáneamente, pero Karrde fue todavía más rápido y, sonriendo abiertamente, se interpuso entre el intruso y ellos.

—¡Crev Bombaasa! —exclamó con genuina sorpresa—. Estás muy lejos de casa.

—Tú también, Talon —Bombaasa miró en dirección a Shada—. Y la, siempre encantadora Shada D’ukal. En cuanto a mí, hasta la vida en el sistema Pembrico puede resultar aburrida.

Con un gesto explícito, Bombaasa despidió a Rol’Waran y a los rodianos. Luego se sentó en una silla frente a la consola y desconectó los sistemas de seguridad del cuarto.

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