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Authors: James Luceno

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Agentes del caos II: Eclipse Jedi (12 page)

BOOK: Agentes del caos II: Eclipse Jedi
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El androide de protocolo pareció captar sus preocupaciones y se dirigió a ella hablando en Básico.

—Como todos se ven obligados a compartir el mismo espacio, sin diferencias ni distinciones, han resurgido prejuicios reprimidos y hostilidades ocultas que han producido ciertos contenciosos sobre el territorio o el sustento, e incluso ciertas refriegas que se han extendido a todo lo largo del campo. Pero, claro, esos incidentes fueron rápidamente sofocados por el personal bien entrenado de Salliche Ag, que empleó la fuerza física sólo cuando fue estrictamente necesario.

Tal y como había pasado a bordo del transporte, los ryn se encontraron con miradas de sospecha y repugnancia. Los padres guardaban los artículos familiares de valor, y las madres abrazaban protectoras a sus hijos. Unos hacían gestos religiosos de auto-protección, y otros gritaban a voz en grito el desagrado que sentían por que se permitiera la entrada de los ryn en el campamento.

Melisma miró fijamente hacia delante. Estaba acostumbrada a recibir aquel trato y comprendía que la pasión de los ryn por los viajes y el secretismo era parcialmente responsable de las historias que se contaban de ellos. Condenados al ostracismo por numerosas sociedades, con el tiempo los ryn se habían vuelto más viajeros, reservados y autosuficientes y al ser marginados, habían tenido la oportunidad de convertirse en perspicaces observadores de las conductas de otras especies y en adivinadores de lo que muchos seres tenían en su mente, sobre todo los humanos. Y con ello aumentó su afición por las canciones, el baile y las comidas especiadas, así como su talento para las falsificaciones y decir la buenaventura, puesto que carecían de verdadero talento psíquico. El juego que se conocía como sabacc tenía sus raíces en un mazo de cartas que los ryn habían inventado como medio de disfrazar sus doctrinas místicas.

—Nos acercamos al centro de distribución —anunció el androide.

—Me pregunto qué es ese olor —dijo Melisma a Gaph, que la reprendió por ser tan abiertamente crítica, aunque cambió su tono cuando le echaron un buen vistazo a la situación.

Cientos de seres formaban una sinuosa cola ante unos improvisados establos para recibir un chorro incoloro de comida sintética de aspecto semejante a la masa de un pastel, repartido por unos androides que lo sacaban de enormes recipientes flexibles. Otras colas serpenteaban entre remendados cascos de antiguos barcos, llenos hasta el borde de un agua cubierta de espuma.

—Por una suma miserable —comentó el androide—, algunos miembros del bien entrenado personal de Salliche Ag les proporcionarán gustosamente alimentos capaces de contentar a los paladares más refinados. También pueden conseguirse alojamientos de categoría superior por una cuota razonable, tal y como demuestra la Colina Noob.

Melisma siguió el dedo metálico del androide hasta un terreno elevado rodeado por una cerca electrificada. Podía verse allí a una veintena de ithorianos aislados del resto del campo, ocupados en sus negocios e instalados en pabellones abiertos, sin paredes y con techo de paja. A un lado, unas profundas zanjas de desagüe los separaban de un conjunto de gamorreanos que vivían en bungalows hechos de ladrillos cocidos al sol. Al otro lado, más allá de un muro de arbustos espinosos, una ruidosa multitud de wookiees habían construido una cabaña de troncos de árboles.

Cuanto más se adentraban en el campo, peor era todo. El barro, que al principio apenas era una ligera capa, les llegaba al tobillo durante largos trechos, y los refugios, un ghetto de cobertizos sin techo y chabolas de listones de madera se arracimaban en la base de una colina a la que apenas llegaba la luz del sol y donde la lluvia caía directamente sobre la zona de distribución de comida. En lugar de tiendas prefabricadas y chozas de plástico eran estructuras más apropiadas para ganado que para seres inteligentes. Aquí, una tribu de vors de huesos huecos habían aprovechado las aspas de maniobra de una nave estelar para construirse una especie de emparrado elevado; y allí, una nidada de batracios rybets había construido una espaciosa madriguera con los contenedores vacíos de una nave de carga y las barquillas de un Ala-Y como pilones de apoyo.

Casi todos vivían en medio de una espantosa suciedad.

Un nuevo hedor dijo a Melisma que se acercaban a las letrinas comunales.

—Quizá sólo ocurra cuando no hay viento —comentó Gaph.

—Entonces, quizá deberíamos pedir al supervisor climático que programe un huracán —ironizó Melisma tras la mano con la que se tapaba nariz y boca.

Tal como les habían prometido, una vez pasadas las letrinas, un cartel anunciaba la Sección 465, a la que alguien había agregado las palabras: «Ciudad Ryn».

Más de la mitad de sus treinta y dos congéneres se acercaron a saludar al quinteto de Gaph y Melisma, mientras avanzaban por un patio que algunos hubieran calificado de extraordinariamente higiénico, pero que era normal para los ryn, que sentían una obsesión casi ritual por el orden y la limpieza.

El líder del grupo, un macho alto llamado R’vanna, les dio la bienvenida con unos cuencos de sabrosa comida ryn y un montón de preguntas sobre las circunstancias que los habían llevado hasta Ruan. Gaph las explicó desde el mismo principio: cómo habían huido del Sector Corporativo cuando su caravana de naves fue atacada por una patrulla yuuzhan vong, cómo, al dispersarse por los saltos hiperespaciales de emergencia, muchos habían terminado en la
Rueda del Jubileo
de Ord Manten, donde sufrieron otro ataque yuuzhan vong. Convertidos en refugiados, algunos encontraron transporte a Bilbringi, otros a Rhinnal, y otros a Gyndine.

R’vanna les contó a su vez su historia, que tenía mucho en común con el relato de Gaph, aunque empezaba en la Hegemonía de Tion.

Una de las mujeres llevó a Melisma y a sus primos hasta un dormitorio. Dejando al niño al cuidado de sus primos, Melisma se reunió con Gaph y R’vanna cuando éste trazaba un vívido retrato de la vida en el Campo 17.

—El agua no suele ser un problema porque nuestros supervisores ruanos programan un fuerte aguacero siempre que es necesario, pero la escasez de comida ha empezado a ser normal y las enfermedades campan a sus anchas. Podrían ser erradicadas fácilmente, claro, y Ruan sería capaz de suministrarnos toda la comida que necesitamos sólo con aprovechar lo que los androides obreros dejan que se pudra en los campos cultivados, pero a Salliche Ag le beneficia que los refugiados del campo vivan en unas condiciones tan miserables como le sea posible.

—¿En qué le beneficia? —preguntó Melisma—. ¿Y por qué la princesa Leia elogia a la compañía por su generosidad incondicional si somos una carga para todo el mundo?

—Salliche desea tener cuantos más refugiados, mejor, niña, pero no en estos campamentos… sino en los campos de cultivo.

—¿Para trabajar en ellos?

—Más o menos —R’vanna hizo una pausa para meter un taco de t’bac carbonizado en la cazoleta de una pipa tallada a mano—. La Nueva República se preocupa realmente por distribuirnos a todos en mundos habitados, pero, a causa de la guerra y todo eso, las posibilidades son más bien escasas…, aunque eso no te lo contarán en las clases de familiarización.

—¿Familiarización? —se extrañó Melisma—. ¿Para qué?

Intentan prepararnos para lo que será nuestra nueva vida entre los pueblos civilizados del Núcleo. Pronto lo comprobaréis vosotros mismos. Pero, como ya he dicho, las posibilidades son escasas. Alguno de los que viven en la Colina Noob pueden permitirse el lujo de comprar pasajes en las compañías de transporte privadas, pero no todos tenemos tanta suerte. En todo caso, nadie quiere permanecer aquí más tiempo del necesario, así que muchos han aceptado la oferta de Salliche Ag para intentar salir así de Ruan.

—Trabajando en los cultivos —dijo Gaph.

R’vanna asintió con la cabeza.

—Pero muy pocos consiguen ganar lo suficiente como para comprar el pasaje. La mayoría de los que llegaron primero al campo se han visto obligados a firmar unos contratos que los convierten prácticamente en siervos, ya sea aquí, en Ruan o en otros mundos administrados por Salliche, y existen rumores de que quienes se niegan a aceptar la benevolencia de Salliche terminan desapareciendo.

—Pero eso no tiene sentido —dijo Melisma—. Los seres inteligentes no pueden reemplazar a los androides. Los inteligentes necesitan algo más que un baño de aceite de vez en cuando y una actualización periódica. Por no mencionar que la producción se vería reducida de forma drástica.

R’vanna sonrió pacientemente.

—Eso mismo le dije a un representante de Salliche que vino a Ciudad Ryn la semana pasada. ¿Y sabes lo que me contestó? Que contratar inteligentes no sólo alivia el problema de los refugiados, sino que permite a la compañía anunciar sus productos con el eslogan: «cosechados manualmente».

Gaph lo pensó un momento.

—Así que, de momento, nuestras opciones son trabajar para Salliche Ag o seguir atrapados aquí.

Melisma miró a su alrededor, al patio y a los dormitorios y cocinas perfectamente construidos.

—¿Cómo os las habéis arreglado tan bien? Mientras atravesábamos el campamento temí que nos atacarían y acabaríamos muertos. Estoy segura que, si pudieran, nos harían responsables de la invasión de los yuuzhan vong.

—La vida siempre ha sido así para los ryn —sonrió R’vanna con tristeza—. Pero no todo el mundo nos teme o desconfía de nosotros. Gracias a esos pocos sobrevivimos con cierta comodidad.

—¿De su caridad?

—Muérdete la lengua, niña —dijo Gaph teatralmente—. Los ryn no aceptamos caridad de nadie. Todo lo que tenemos nos lo hemos ganado con nuestro trabajo.

—¿Qué clase de trabajo podemos hacer aquí? —preguntó Melisma a R’vanna

—Aquel en el que somos los mejores: dar opciones a quienes nos las solicitan, haciéndoles ver los errores que han cometido y proporcionándoles pistas que les permitan superar las complejidades de la vida diaria.

—Diciendo la buenaventura —añadió Melisma con un ligero desdén—. Leyendo las cartas del sabacc.

Gaph sonrió ampliamente.

—Y cantando, bailando y aceptando los regalos que nos ofrecen todos los que recibieron buenos consejos… La vida podría ser peor, niña. La vida podría ser mucho peor.

—¿No dijiste que había llegado ayuda? —preguntó la ryn de pelaje rojizo llamada Sapha a Wurth Skidder, a bordo de la nave esclavista
Guardería.

—Quizá dije algo parecido, sí —admitió el Jedi—. El calor del momento y todo eso.

Roa miró a Skidder con interés antes de dirigirse a Sapha.

—¿Cuándo dijo eso?

—En Gyndine —respondió ella—, cuando se apresuró a dejarse capturar por la criatura de múltiples pies que nos estaba reuniendo como si fuéramos un rebaño de animales. Dijo: «Ánimo, ha llegado ayuda.»

—¿Se apresuró? —Roa miró una vez más a Skidder.

—Me dio esa impresión desde donde yo estaba —aseguró Sapha encogiéndose de hombros.

Los tres estaban hombro con hombro, en pie, sumergidos hasta la cintura en el viscoso nutriente color canela en el que se marinaban a los jóvenes yammosk, como cerebros depositados en la bandeja de la autopsia. Apenas se habían acostumbrado ya al olor empalagoso del lugar, semejante al de flores de ajo bañadas en perfume nlora, y casi todos los cautivos habían superado las náuseas, aunque un macho sullustano se había desmayado unos momentos antes y había tenido que ser sacado de la sala.

Uno de los tentáculos más gráciles de la criatura flotó delante de Skidder y sus camaradas, y tuvieron que acariciarlo y masajearlo, como hacían los bimm con ciertas crías de nerf para obtener filetes de extraordinaria ternura. Fasgo, el compañero de Roa, y dos ryn más hacían lo mismo al otro lado del tentáculo. Por toda la cubeta redonda se repetía la acción en grupos de seis seres por tentáculo, a excepción de los más cortos y gruesos para los que bastaban dos o tres cautivos.

—Se apresuró —repitió Roa, más para sí mismo que para los demás. Volvió a dirigir una mirada interrogante a Skidder—. Sapha lo hace parecer como si quisieras ser capturado, Keyn.

—¿Para terminar aquí arriba? —contrarrestó Skidder—. Un tipo tendría que estar loco o desesperado para hacer eso.

Junto a los ojos de Roa aparecieron arrugas de sonrisa.

—En mis tiempos he conocido gente que era ambas cosas al mismo tiempo. No puedo apostarme nada, pero algo me dice que tú encajas en esa descripción.

Dos conductos pulsantes, huecos, se proyectaban desde la cabeza bulbosa del yammosk hasta desaparecer en el abovedado y membranoso techo de la cámara. Skidder supuso que al menos uno de ellos suministraba a la criatura la mezcla de gases respiratorios que necesitaba, aunque Chine-kal les había asegurado que mientras maduraban para convertirse en Coordinadores Bélicos los yammosk eran capaces de respirar oxígeno.

En aquel momento, el comandante de la nave-racimo terminaba de dar una vuelta completa por la pasarela enrejada que recorría el borde de la cubeta de coral yorik. Una compañía de guardias con armas ligeras vigilaba junto al lugar.

Pese a la repulsión que parece provocar en algunos de vosotros, el yammosk es una criatura sumamente sensible —estaba diciendo—. Uno de los efectos de su poderoso deseo de unirse a otros seres es una empatía de primer orden que más tarde culminará en una especie de telepatía. Como parte de su temprano entrenamiento, el yammosk está condicionado para considerar a ciertos dovin basal como sus hijos, sus crías…, los mismos dovin basal que impulsan nuestras naves estelares y los cazas unipersonales que el ejército de la Nueva República llama coralitas. Cuando entramos en contacto con las fuerzas armadas de vuestros mundos, el yammosk considera que sus hijos están siendo amenazados e intenta coordinar sus actividades para minimizar las pérdidas.

Chine-kal se detuvo cerca del lugar donde se encontraban Skidder y los demás y gesticuló hacia el techo.

—Las arterias del yammosk, las que tienen un color azul más oscuro y penetran en él por encima de sus ojos, están enlazadas con el impulsor de esta nave porque el yammosk aún se está familiarizando con el dovin basal. Cuanto más amables seáis con él, cuanto mejor se sienta gracias a vosotros, mejor será su enlace con el dovin basal y mejor se comportará la nave.

El comandante dio media vuelta sobre sí mismo para pararse frente a una de las membranosas paredes. En una burbuja transparente, visible para todos los cautivos, pulsaba un organismo con forma de corazón.

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