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Authors: James Luceno

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Agentes del caos II: Eclipse Jedi (9 page)

BOOK: Agentes del caos II: Eclipse Jedi
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—Me enteré de lo que ocurrió en Gyndine… y a partir de ahí no fue demasiado difícil. Sigues siendo muy conocida, te guste o no.

—Tú también, Han. Y según los rumores, los yuuzhan vong podrían estar ahora buscándoos tanto al
Halcón
como a ti.

Las cejas y la boca de Han formaron una "O".

—No soy un completo estúpido, ¿sabes? Por eso me he dejado crecer la barba y he repintado al
Halcón.

—¿Repintado? —los ojos de Leia se abrieron como platos.

—En realidad, lo he anodizado. Ahora es una encantadora sombra de negro mate. Parece el sueño de un empresario de pompas fúnebres.

—¿En qué sistema planeas colarte furtivamente esta vez? —¿Furtivamente?

—Ya me has oído.

—Oh, ya lo capto. Quieres decir que en vez de ir saltando alegremente por ahí, debería dedicar mi tiempo a salvar planetas.

—No estoy interesada en salvar planetas, Han —bufó Leia—. Estoy interesada en salvar vidas.

—¿Qué te crees que intento hacer yo? Estoy buscando a Roa y a los parientes de Droma, Leia. Esto no tiene nada que ver con Ord Mantell, Gyndine o cualquier otro planeta. Además, un hombre sólo puede cumplir sus promesas de una en una… y le hice una a Droma.

—Lo siento, Han, entiendo lo que haces —se disculpó Leia soltando aire lentamente—. Al menos todavía tenemos algo en común.

Han apartó su mirada un instante.

—Hablando del tema, ¿fuiste tú la que ordenó que los refugiados de Ord Mantell fueran trasladados a Gyndine?

—Lamentablemente, sí.

—Estás complicando mi búsqueda, cariño —le reprendió con una sonrisa.

—¿Ah, sí? —la frustración volvió a apoderarse de Leia—. ¿Y quién creó tal confusión en Vortex, que el gobernador local decidió no cumplir su promesa de aceptar refugiados vinieran de donde vinieran?

—Sólo intentaba… —la imagen de Han osciló de repente a un lado, como si el
Halcón
se hubiera inclinado—. ¡Eh, Droma, cuidado con lo que haces ahí arriba! —Volvió a mirar a la cámara, señalando con su pulgar en dirección a la cabina de control de la nave—. Ese tipo dice que es piloto, pero nadie lo diría por la forma en que trata a la nave.

Leia se mordió el labio inferior, inquieta.

—¿Cómo os lleváis vosotros dos?

—Si no le debiera la vida, lo echaría por la borda.

—Estoy segura —dijo Leia con tranquilidad.

—A propósito, quizá quieras informar a la Armada que han visto una flotilla de yuuzhan vong cerca de Osarian. Un par de pseudodestructores y…

—Han —le interrumpió—, la hermana de Droma está en Gyndine.

—¿Qué? —Han se irguió de repente en su asiento—. ¿Cómo lo sabes?

—Porque algunos de sus compañeros de clan estaban en el grupo que evacuamos de Gyndine. No tuvimos tiempo de embarcarlos a todos, y su hermana fue una de los ryn, seis por lo menos, que nos vimos obligados a dejar atrás. No lo supe hasta que los transferimos a todos a los transportes.

—¿Por qué no me lo has dicho antes? —protestó Han.

—Porque ni tú ni yo podemos hacer nada al respecto. Los yuuzhan vong han ocupado Gyndine.

—Hay maneras de solventar eso —masculló Han distraídamente.

—Eres exasperantemente predecible —dijo Leia apretando los labios.

—Y tú te preocupas demasiado.

—Alguien tiene que hacerlo.

—Leia, ¿te quedarás allí algún tiempo? En Ralltiir, quiero decir. Ella negó con la cabeza.

—Si mi opinión cuenta, iremos a Ruan. Después viajaré hasta Hapes.

—¿Hapes? —repitió Han, incrédulo—. ¿Y tú me acusas de correr riesgos? ¿Por qué Hapes precisamente?

—Si tengo suerte conseguiré la ayuda del Consorcio. La flota de la Nueva República está demasiado desperdigada para defender las Colonias, y el Núcleo está desprotegido. Y ahora que Bilbringi, Corellia y quizás Bothawui corren peligro, necesitamos toda la ayuda que podamos conseguir. Y eso, Han, me recuerda que el almirante Sovv ha pedido a Anakin que vaya a Corellia para ayudar a poner en funcionamiento la estación
Centralia.

—Ya era hora que la Nueva República empezara a pensar en la defensa de Corellia —resopló Han.

—Entonces ¿estás de acuerdo con ese plan y con la intervención de nuestro hijo… aunque ninguno de los dos podamos estar allí con él?

—¿Cuántos años tenías cuándo aceptaste llevar los planos técnicos de la
Estrella de la Muerte?
¿Cuál de nosotros cuida de Jaina cuando vuela con el Escuadrón Pícaro?

Pero…

—Además, Anakin es un Jedi.

—Supongo que tienes razón —aceptó Leia, aunque parecía claramente escéptica.

Han sonrió ambiguamente.

—Da recuerdos de mi parte al príncipe Isolder.

—¿Por qué no me acompañas a Hapes y se los das en persona?

—¿Cómo? ¿Y estropearte la diversión? —rió Han ante la idea.

—¿Qué se supone que significa eso?

Él abrió la boca para contestar, pero se lo pensó mejor y empezó de nuevo:

—¿Qué esperanzas tienen los que no pudiste evacuar de Gyndine? Leia cerró los ojos y agitó su cabeza.

—No estoy segura ni de que hayan sobrevivido.

—Soy Chine-kal, comandante de la nave en la que os encontráis —anunció el yuuzhan vong en perfecto Básico, mientras serpenteaba lentamente entre los seres inmovilizados y esposados capturados en Gyndine.

Era delgado y muy alto, llevaba un turbante en el que anidaba una criatura alada de redondos ojos negros que brillaban a apenas unos centímetros encima de los del propio Chine-kal. Su capa de mando también parecía tener mente propia y flotaba por encima de la flexible cubierta. Los dibujos que adornaban sus antebrazos tenían motivos decididamente animales, aunque de una clase de animales desconocida para cualquiera de los cautivos, y los dedos de sus largas manos eran garras curvadas.

—Esta nave, que en vuestro idioma responde al nombre de
Guardería,
será vuestro mundo en el previsible futuro. El propósito de su diseño esférico lo comprenderéis a su debido tiempo. Pero, aunque no comprendáis sus misterios, quiero que la consideréis como vuestro hogar, y a mi tripulación y a mí mismo como vuestros padres y maestros. Todos vosotros habéis sido seleccionados entre los derrotados de Ord Mantell y Gyndine para que prestéis un servicio singular.

Chine-kal se detuvo frente a Wurth Skidder, quizá por casualidad, aunque el Jedi prefirió pensar que parte de su verdadera naturaleza, un toque de Fuerza, se filtraba a través del escudo mental que había levantado para proteger su identidad. Detrás del comandante, vistiendo una túnica gastada, caminaba el Sacerdote que supervisó la selección de prisioneros en Gyndine y la inmolación de miles de androides.

Skidder y los centenares de prisioneros desnudos reunidos en el orgánico recinto cavernoso de la nave fueron literalmente pegados en los lugares elegidos para cada uno mediante pegotes de gelatina blorash, e inmovilizados con pinzas de criaturas vivientes. Skidder tenía a su derecha un anciano, obviamente capturado en una campaña anterior, que parecía más joven gracias a los tratamientos cosméticos; a su izquierda, dos de la media docena de ryn que también habían sido seleccionados para aquel «servicio singular» a bordo de esa nave yuuzhan vong que desde el espacio parecía un racimo de uvas. Por todas partes se veían otros cautivos veteranos: unos macilentos, otros fortalecidos por las pruebas que habían superado, fueran las que fuesen.

—Seguro que habéis oído rumores de lo ocurrido en los mundos que conocéis como Dantooine, Ithor y Obroa-Skai —prosiguió Chine-kal, avanzando de nuevo—. Y seguro que habéis oído rumores sobre cómo tratan los yuuzhan vong a sus prisioneros. Puedo aseguraros que todo lo que habéis oído son sólo mentiras y exageraciones.

»Sólo intentamos enseñaron una verdad que os ha sido tristemente vetada desde que os alzasteis del barro primigenio. Al resistiros a ella no nos dejáis más opción que inculcárosla a la fuerza; si la hubierais aceptado, habríamos sido mucho más caritativos de lo que vuestra Nueva República lo será nunca con nosotros.

»Debido a los pactos políticos y a otro tipo de alianzas, los distintos mundos no suelen tener la opción de aceptar o rechazar nuestra oferta de iluminación; la voz de unos pocos decide el destino de muchos. Pero, en esta nave, todos y cada uno de vosotros sois individuos, y todos y cada uno de vosotros tendrá la oportunidad de decidir por sí mismo si nos rechaza o nos acepta. Vuestro destino está en vuestras propias manos.

Flanqueado por guardias armados hasta los dientes y siempre seguido por el Sacerdote, Chine-kal se detuvo junto a la enorme estatua de una criatura que sólo podía haber surgido de algún bestiario yuuzhan vong. Su cuerpo parecía modelado a partir de un cerebro humano, pero mostraba dos grandes ojos y lo que asemejaba una boca o unas fauces arrugadas. Brazos o tentáculos se extendían desde su base, algunos achaparrados, otros gráciles.

—No quiero que penséis en vosotros mismos como cautivos o esclavos, sino como colaboradores de una gran empresa —continuó el comandante—. Servidme bien, poned vuestro corazón en la tarea y seréis recompensados con vuestras vidas. Si fracasáis a causa de vuestra debilidad, quizá pueda, perdonaros, pero si intentáis sabotearnos, el castigo será rápido y despiadado. En cualquier caso, yo siempre seré recompensado por los dioses, aunque me vea obligado a buscar otros colaboradores.

Skidder miró al hombre que se encontraba a su lado.

—¿Cuánto hace que estás a bordo? —preguntó susurrando.

—He perdido la cuenta del tiempo —respondió el prisionero en voz igualmente baja—. Un par de meses estándar, creo —con un leve movimiento de mandíbula señaló al hombre enflaquecido de su derecha—. Mi amigo y yo fuimos capturados en la
Rueda del Jubileo
de Ord Mantell. Nos absorbió una especie de gusano espacial. Primero nos llevaron a bordo de una nave de esclavos, y por un tiempo creímos que iban a sacrificarnos arrojándonos a una estrella. Después nos trasladaron aquí. —El hombre miró a Skidder a los ojos—. ¿Y tú?

—Me capturaron en Gyndine.

—¿Soldado?

—Fuerzas terrestres indígenas.

El hombre se giró ligeramente en dirección a Skidder.

—Pero no eres nativo de Gyndine. Yo diría que eres del Núcleo.

—¿En qué te basas?

—Para empezar, por el peinado. Y por cómo te mueves. ¿Especialista en infiltración? ¿Agente de Inteligencia?

—No.

—Ésos no son los pies de un soldado de infantería —insistió, estudiándolo de arriba abajo.

—No he dicho que lo sea. Manejaba un explorador TE-TT.

El hombre asintió con la cabeza.

—De acuerdo, tú mismo.

—¿Cómo te llamas? —preguntó Skidder.

—Roa. Mi amigo se llama Fasgo. ¿Y tú?

—Keyn. ¿Tienes idea de adónde nos dirigimos, Roa?

—No.

—¿Y lo de ese «servicio singular»?

—Pronto lo sabrás, Keyn —resopló Roa suavemente.

Chine-kal estaba hablando de nuevo:

—Ha llegado el momento de que veáis el objeto de nuestros esfuerzos. Por ahora, pensad en él como en una tarea inconclusa que ayudaréis a completar entre todos.

Tras él había un mamparo membranoso, al otro lado del cual —Skidder estaba seguro— se encontraba el núcleo de la nave. Cuando Chine-kal se dio media vuelta, la membrana se abrió como el telón de un escenario.

Aunque Skidder nunca había visto uno en persona, supo al momento que estaba contemplando el modelo viviente de la estatua que adornaba la sala: un Coordinador Bélico inmaduro…, la grotesca criatura biogenética que los yuuzhan vong llamaban yammosk.

Capítulo 6

Una fría llovizna oscurecía las florecientes copas de los árboles más altos de Yavin 4. Las empinadas escaleras de los antiguos templos que la Alianza Rebelde utilizó tantos años antes, y que ahora eran terrenos de entrenamiento para los Caballeros Jedi, se alzaban hasta la niebla para desaparecer en ella. Los chucklucks y chitterwebs, normalmente estridentes a esas horas de la mañana, se encaramaban sobre las ramas bajas de los árboles massassi, esperando a que el cielo se despejase. Los lagartos cornudos y los roedores stintaril permanecían inmóviles como estatuas. No podía verse ni al gigante gaseoso que era el sol Yavin, aunque ya impregnase a la niebla de un profundo color anaranjado.

Luke Skywalker se empapaba en esa quietud en medio de una senda que ascendía serpenteante hasta el Gran Templo. La Fuerza, habitualmente lúcida, parecía cubierta por la niebla y apenas le transmitía poco más que un susurro.

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