Al Mando De Una Corbeta (42 page)

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Authors: Alexander Kent

Tags: #Aventuras, histórico

BOOK: Al Mando De Una Corbeta
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Bolitho asintió.

—Sí. Ha tenido muy mala suerte.

Dirigió su mirada a lo largo de la cubierta de artillería, donde sus hombres trabajaban como demonios para ajustar las brazas y asegurar las drizas, que se encontraban hinchadas por la humedad. Casi ninguno de ellos había apartado la vista de su trabajo cuando el hombre había caído. Quizá más tarde se dolieran de ello, o quizá, como él mismo, daban gracias a Dios porque el
Sparrow
había respondido bien y no había defraudado sus esfuerzos por someterla de ese modo al viento, arriesgándose así a que los mástiles cayeran, o a que quedara averiada y resultara así una presa fácil para los cañones del enemigo.

—Arrumbe al sur, señor Buckle. Ganaremos un poco de espacio antes de virar.

Buckle dirigió su mirada hacia la popa. La fragata se acercaba, ya disuadida de su propósito inicial.

—¡Allá va, Dios la maldiga! —Buckle sonrió a sus timoneles—. Pensaba que nos íbamos a rendir sin luchar, ¿Eh?

Majendie observó el rostro tenso de Bolitho.

—Muchos lo hubieran hecho, capitán. Incluso yo, que soy hombre de tierra, sé que la comparación no nos favorecía.

Bolitho forzó una sonrisa.

—Pero no hemos luchado, amigo mío. —Echó una rápida ojeada a la popa—. Esta vez no.

Eliminó de su mente la imagen del gaviero cayendo. Era de esperar que hubiera muerto al instante. Ver que su barco continuaba navegando sin él hubiera convertido sus últimos momentos de vida en algo peor que la muerte.

—Ahora reúna al señor Graves y a los vigías. Hemos de intercambiar información. —Cogió el brazo de Majendie con tanta fuerza que casi lo arrojó a la escala de la toldilla.

—Quédese ahí. Quizá desee que haga algún dibujo para el almirante. Parece que es la moda en los últimos tiempos.

Cuando al fin se sintió satisfecho de los avances y el rumbo del
Sparrow
, caminó hasta la popa y buscó la tierra con la mirada; sin embargo, ya había desaparecido de la vista, y adivinó que la lluvia cubría la costa y la fragata que había estado tan cerca de atraparles.

Se quitó la camisa y se limpió el cuello y el pecho con ella. Majendie le miró y echó una triste ojeada a su material empapado. Le apenaba saber que aquel hubiera sido el mejor dibujo de todos.

Bolitho leyó con toda atención el informe que había preparado y entonces lo metió en un sobre. Stockdale permanecía en pie junto a la mesa, con una vela y cera preparada para sellarlo, ya que parecía que no había nada más que añadir.

Bolitho se reclinó en la silla y estiró los brazos. Durante dos días enteros se habían abierto camino hacia el sureste, perdiendo la tierra de vista e intentando, al menos, ganar ventaja al viento. Habían avanzado y retrocedido durante horas, mucho tiempo, sin haber recorrido apenas unas millas. Había resultado muy duro para todos, pero ahora que el viento al fin había decidido cambiar, el
Sparrow
había sido al fin capaz de dirigirse hacia tierra firme. Con un poco de suerte podrían anclar en Sandy Hook al siguiente día. Echó una ojeada al cuaderno de bitácora abierto y sonrió. Daba qué pensar el darse cuenta de que en el tiempo que le había llevado alcanzar Newport, luchar contra el tiempo adverso y regresar a Sandy Hook por aquel método frustrante y lento hubiera podido atravesar todo el Atlántico hasta Falmouth, y aún le hubieran sobrado días.

—¿Lo sello ahora, señor? —Stockdale le miraba con impaciencia.

—Eso creo.

Cerró los ojos, memorizando todas las observaciones que había obtenido de Graves y de los vigías. Diferían en pequeños detalles, pero una cosa estaba clara: parecía más que posible que un esfuerzo combinado de los franceses y de los americanos atacara pronto Nueva York. Encontró cierta satisfacción en el hecho de que si el tiempo le había impedido un pronto regreso, estorbaría también al enemigo.

—¡Los de cubierta! ¡Barco en la proa de barlovento!

Bolitho empujó a un lado la vela de Stockdale.

—No, más tarde. —Luego salió a toda prisa de la cámara.

Debido a la necesidad del
Sparrow
de ganar ventaja al viento, se había desviado bastante al suroeste. Ahora, al haber encontrado al fin el viento a su favor, la aguja apuntaba al nor-noroeste, y Sandy Hook distaba apenas noventa millas. La tarde era cálida, pero muy despejada, e incluso desde la cubierta era posible ver la pequeña pirámide de velas que demostraba que un barco seguía un rumbo convergente.

—Varíe el rumbo un punto. Diríjase al noroeste.

Tomó el catalejo de Bethune y lo apoyó sobre las redes.

—¡Un bergantín, señor! —anunció el vigía.

Miró a Tyrrell.

—Lo más posible es que sea de los nuestros.

Era la única vela que habían avistado después de evitar por tan poco el enfrentamiento con la fragata francesa. Siempre resultaba agradable encontrar a un barco aliado, y podría transmitir parte de las noticias a través de él, en caso de que partiera hacia el norte y pudiera acercarse demasiado al escuadrón enemigo de Newport.

—Con el viento soplando con tanta fuerza no les llevaría demasiado tiempo acercarse.

—Intenta pasar por el lado de sotavento.

Bolitho levantó de nuevo el catalejo.

Los bergantines eran barcos de aspecto desaseado, con aparejo redondo en el palo de proa y velas de goleta por todas partes. Parecían mal diseñados, pero se sabía que eran capaces de sacar distancia incluso a una fragata, si las condiciones eran buenas.

—Hágales señales para que se detengan —dijo Bolitho—. Quiero hablar con su capitán.

—De todos modos, es inglesa —dijo Tyrrell—. De eso no cabe duda.

Las banderas ascendieron hasta las vergas del recién llegado y flamearon al viento.

—¡Es el
Five Sisters
, señor! —gritó Bethune. Manoseaba su libro mientras Fowler permanecía un poco aparte, con la boca fruncida en una expresión de desdén—. Aquí dice que la avala el Gobernador de Nueva York.

—Mira qué bien —Tyrrell frunció el ceño—. Hacen ellos las leyes y recluían a unos patanes impresentables, te lo digo yo —suspiró—. Al menos, un aval les salva de ser apresados y de arriesgar sus preciosos cuellos.

El bergantín había cortado la proa del
Sparrow
y se movía despacio en la amura de estribor. Bolitho pudo ver la enseña roja y dorada en su proa, y su aspecto aseado típico de los veleros mantenidos por el gobierno. Se acercaba constantemente y en un momento pasaría a menos de un cable de distancia.

Bolitho vio a Majendie y a Dalkeith junto a las redes. El primero dibujaba frenéticamente y el cirujano miraba por encima de su hombro con evidente interés.

—Está en facha, señor.

El bergantín se aproximaba con el viento, con las velas arriadas y la gran vela de trinquete disminuyendo según los marineros se hacían cargo de ella. Bolitho asintió con aprobación. Lo estaban haciendo bien.

—Atento, señor Tyrrell. Le saludaré cuando pase por el lado de sotavento.

El estruendo y el alboroto de las lonas que flameaban impedían cualquier tipo de conversación, porque cuando el
Sparrow
se puso a favor del viento y su avance se limitó a dejarse arrastrar, todas las velas y los obenques parecían ahogar la voz de Bolitho. Sostuvo con las dos manos el megáfono.

—¿A dónde os dirigís?

A través de las olas llegó la respuesta.

—¡Hacia Montego Bay! ¡Jamaica!

—Están un poco fuera de ruta, diría yo —replicó Tyrrell.

La voz resonó de nuevo.

—Nos persiguió ayer una fragata española. Les dimos el esquinazo durante la noche, pero podéis atacarles por nosotros.

El bergantín avanzaba a favor del viento, y sus vergas se movían sin descanso, y demostraban el ansia del piloto de regresar a su rumbo. Bolitho bajó la trompeta. No tenía sentido detenerle por más tiempo, y las autoridades de Nueva York le estarían fervientemente agradecidas por ello. Resultaba curioso comprender que posiblemente el barco estuviera bajo el control de hombres como Blundell, que no sabía nada del mar y se preocupaban aún menos por él.

—¡Por Dios, mirad la cara del capitán! —oyó murmurar a Dalkeith—. No he visto jamás quemaduras tan crueles en un hombre vivo.

Bolitho dio una palmada.

—¡Denme el catalejo! —se lo arrebató al atónito cirujano y lo dirigió a la popa del otro barco.

Le vio a través del negro cordaje y de las flojas velas. El cuello de su abrigo estaba subido hasta las orejas pese al calor, y mantenía el sombrero calado hasta los ojos. Bolitho se dio cuenta de que el capitán no sólo había perdido media cara sino también un ojo, y que mantenía la cabeza erguida en un ángulo rígido y antinatural mientras mantenía el ojo que le quedaba fijo en la corbeta.

De modo que el bergantín tenía alguna relación con Blundell. Podía imaginarse a los dos murmurando juntos en el estudio, con el rostro destrozado medio oculto en las sombras.

—¿Da su permiso para recuperar el rumbo? —llamó Buckle, preocupado—. Nos estamos acercando demasiado.

—Muy bien.

Bolitho hizo una seña con el brazo al hombre que estaba sobre la cubierta del bergantín, y se volvió para observar de nuevo a Majendie. Se colgaba de las redes, bosquejando y sombreando, borrando y añadiendo detalles incluso cuando el
Five Sisters
ajustó su vela de trinquete y comenzó a deslizarse a favor del viento.

—No está mal, Rupert —sonrió Dalkeith—. Me atrevo a decir que algunos de nuestros compañeros de la armada te asesorarán con los detalles del aparejo, ¿no?

Tyrrell cojeó hacia él y echó un vistazo sobre el hombro delgado. Tomó el bosquejo.

—¡Santo cielo! —exclamó—. Si no estuviera seguro de que…

Bolitho caminó a su lado. La pintura mostraba la popa del bergantín, con oficiales y marineros captados en actitudes muy reales, pese a que los detalles de la maniobra no eran perfectos, tal y como Dalkeith había apuntado.

Sintió frío cuando vio el dibujo que Majendie había realizado del capitán del barco. La distancia y el tamaño habían disimulado las cicatrices, de modo que surgía ante él una figura del pasado. Miró a Tyrrell, que aún observaba su cara.

—¿Se acuerda, señor? —dijo Tyrrell en voz baja—. Usted estaba demasiado ocupado luchando y protegiéndome de su ataque —se volvió para mirar al otro barco—, pero después de que me alojara esa bala en el muslo tuve tiempo para observar a ese cerdo.

Bolitho trató de librarse de la sequedad de su garganta. Con claridad repentina revivió la furia y el odio de la batalla como si hubiera sucedido el día anterior: los marineros del
Sparrow
siendo destrozados y arrastrados de la cubierta del
Bonaventure
, y el capitán del barco corsario, en pie, como un mero observador, instándole a que abandonara la lucha y se rindiera. Dio un golpe.

—¡Haga virar el barco! ¡Todos los hombres a las jarcias, y a los juanetes! —añadió con suavidad dirigiéndose a Majendie—. Gracias a usted, creo que podría resolver hoy un misterio.

En el instante en el que el
Sparrow
demostró sus intenciones, e incluso cuando la vela de juanete de proa se redondeó en su verga, el bergantín aumentó también sus velas y se alejó.

—¿Nos preparamos para entrar en acción, señor?

—No.

Observó cómo el bauprés viraba hasta que apuntaba por el lado de estribor del bergantín como si fuera un puente. En efecto, estaba ya a dos cables, y no mostraba signos de perder su ventaja.

—Debemos movernos con rapidez. Avanzaremos por el costado y nos aferraremos. Dígales al señor Graves que prepare una bala para el cañón de estribor. ¡Rápido!

—Le estamos alcanzando, señor —dijo Buckle, seriamente.

Bolitho asintió. Tyrrell comprendía lo que estaba ocurriendo, pero hasta entonces nadie más había sospechado de sus intenciones. Según todas las evidencias, intentaba dar alcance a un velero del gobierno con el que, hasta unos minutos antes, había intercambiado saludos.

¡Bang! La negra boca del cañón de proa estalló sobre sus topes, y Bolitho vio el disparo que salpicaba en el agua a menos de un bote de distancia del bergantín.

—¡Ahora acorta vela! —Buckle sonaba satisfecho.

—Hágale saber al señor Graves que debe reunir una partida de abordaje.

Bolitho observó muy de cerca cómo el otro barco comenzaba pesadamente una guiñada en una serie de puntos.

—¡Señor Heyward, encárguese de la cubierta de artillería! ¡Señor Bethune, acompañe al segundo teniente!

Los hombres corrieron a la pasarela de babor, con los alfanjes desnudos, y algunos llevaban mosquetes bien altos sobre la cabeza, para evitar que se dispararan contra sus compañeros.

—¡Orce, señor Buckle! —Bolitho tendió la mano y miró hacia las vergas. Las velas se desvanecían rápidamente, y mientras la vela de trinquete ascendía veloz, resonando y alborotando hasta su verga, vio que el bergantín se deslizaba bajo la amura de babor, como si ambos barcos estuvieran unidos por maromas.— ¡Orce!

A lo largo de la pasarela los marineros hacían oscilar sus garfios, mientras otros se adelantaban para defenderles en el primer contacto.

—¡Quietos ahí! —escuchó Bolitho, cuando la distancia disminuía—. ¡Os ordeno que os detengáis! ¡Os haré procesar!

Bolitho sintió que su tensión se relajaba. Si había albergado dudas, estas acababan de desaparecer. No había confusión respecto a aquella voz. Demasiados hombres del
Sparrow
habían muerto aquel día a bordo de
Bonaventure
como para que la olvidara. Elevó el megáfono.

—¡Aferre sus velas y hágalo ahora!

Escuchó el ruido de las cuñas, y adivinó que la tripulación del bergantín era capaz de ver perfectamente que el gran cañón del treinta y dos estaba de nuevo dispuesto.

Lentamente y con gran pericia, los dos veleros viraron apoca velocidad, como si sus progresos apenas pudieran apreciarse sobre el mar picado, y sus marineros manejando las lonas y las vergas en armonía con el cambio del timón. Estaba perfectamente realizado, y con apenas algo más que un estremecimiento, el
Sparrow
se impulsó contra el casco del bergantín y hacia delante hasta que quedó inmóvil y con el bauprés al mismo nivel que el palo de proa de la otra nave. Los garfios volaron desde la pasarela, y Bolitho vio a Graves que dirigía a sus hombres hacia delante, y que Bethune colgaba de los obenques de la proa, con un puñal que parecía muy pequeño para un guardiamarina tan pesado. Tyrrell posó sus manos sobre la batayola.

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