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Authors: Margaret Weis

Tags: #Fantástico

Ámbar y Hierro (12 page)

BOOK: Ámbar y Hierro
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-Es un honor conoceros a los dos.

Rhys hizo otra reverencia a la dama hechicera y al guerrero ungido. Después se irguió, bastón en mano, y los miró. Atta, bien entrenada, permaneció sentada a su lado sin meter ruido ni moverse. Rhys se vio a sí mismo reflejado en los ojos de los dos: un monje alto y muy delgado, vestido con una túnica raída de un deplorable color verde; sus únicas posesiones de valor: una perra negra y blanca y un sencillo bastón de madera; su único compañero: un kender que se chupaba los dedos quemados, compungido. Beleño había cometido el error de intentar examinar la espada sagrada de Dominique.

Rhys entendía muy bien que esas dos personas importantes albergaran dudas sobre él, si bien eran demasiado educadas para demostrarlo.

La señora Jenna rompió el silencio, que empezaba a ser incómodo.

-Es todo un misterio esto que nos planteas, hermano Rhys Alarife. El alguacil nos ha contado algo sobre esos «Predilectos de Chemosh». Es un informe que me parece fascinante, sobre todo la idea de que no se los puede destruir. -La hechicera esbozó una sonrisa de superioridad-. Al menos a manos de un monje y de un místico kender.

—No tengo nada contra los místicos —agregó Dominique en un tono serio y estricto—. Ni contra los kenders. Es sólo que tus poderes para vértelas con los muertos vivientes están comprensiblemente limitados.

—Lo que pasa es que está enfadado porque toqué su estúpida espada -gruñó Beleño, que asestó al paladín una mirada torva-. Es culpa de Atta, por no tenerme vigilado. Los miraba a ellos. Y me parece que no le gusta ninguno de los dos, sobre todo la hechicera.

Rhys se percató de que la perra evitaba a la señora Jenna. No gruñía, como habría hecho con uno de los Predilectos, pero se apretaba contra su pierna y no dejaba de observar a la hechicera con desconfianza.

Se suponía que la mujer no tendría que haber oído el comentario, pero resultó que sí ya que se encogió de hombros y dijo:

-Tiene razón, no soy de su agrado. Me temo que les caigo mal a los perros.

—Lo siento, señora... -empezó Rhys,

-¡Oh, no te disculpes! -Jenna sonrió-. A la mayoría de los perros les resulta difícil estar cerca de hechiceros. Creo que tiene que ver con los ingredientes de conjuros que llevamos encima: guano de murciélago, ojos de tritón, colas secas de lagartijas... A los perros no les gusta el olor. Por otro lado, a los gatos no parece importarles. Razón por la que los magos suelen tener felinos como familiares, supongo.

Gerard carraspeó.

—Todo eso es muy interesante, pero los dos habéis viajado desde muy lejos y hay asuntos que tenemos que discutir...

-Muy cierto, alguacil -lo interrumpió en tono enérgico la señora Jenna-. Volvamos al tema que nos interesa. Sobre perros podremos charlar después. Tengo cuarto reservado en la posada y allí podremos hablar con más comodidad y en privado. Hermano Alarife, si me ofreces el brazo para ayudarme a caminar con mis débiles piernas, te lo agradeceré.

La hechicera deslizó la mano enjoyada en el doblez del brazo de Rhys a pesar de que sus pasos eran tan firmes como los de Atta. No obstante, saltaba a la vista que era una mujer acostumbrada a que se la obedeciera, por lo que el monje hizo lo que le pedía.

La señora Jenna tiró de Rhys hacia sí y luego echó una ojeada hacia atrás y vio a Atta que caminaba junto a Beleño.

—Gerard no ha dejado de entonar alabanzas sobre esa maravillosa perra tuya, hermano. Tengo entendido que está entrenada para conducir tanto un rebaño de ovejas como a unos kenders.

-Sobre todo rebaños de ovejas, señora -contestó Rhys, sonriente.

—¿Se la entrenó para ello desde que era cachorra?

—Podría decirse que es algo innato en ella -repuso el monje—. Sus padres eran perros pastores experimentados.

—La razón por la que te lo pregunto no es simple curiosidad. ¡Poseo una tienda de productos mágicos en Palanthas y tengo un gran problema con los kenders! ¡No te lo imaginas! Empleo un guardia, pero el gasto es considerable y esas espabiladas bestezuelas siempre son más listas que él. Estaba pensando que quizá un perro resultara mucho más fiable y, desde luego, un perro comería menos que ese bruto al que tengo contratado. ¿Sería posible eso?

Jenna parecía seria respecto a su necesidad y realmente interesada en lo que Rhys tuviese que decir. El monje supuso que esa mujer era muy capaz de embrujar a los pájaros para que salieran de los vallenwoods si se lo proponía, y no sólo merced al uso de su magia. También era extremadamente peligrosa. Como jefa del Cónclave de Hechiceros, Jenna dominaba la magia divina de Ansalon -magia que había desaparecido durante años con la ausencia de los dioses en este mundo— y el monje veía ese poder en los ojos de la mujer, un parpadeo de fuego latente que ardía a gran profundidad bajo la superficie plácida y lisa, un fuego que hablaba de mortíferas batallas disputadas y victorias obtenidas pero sólo a un alto precio.

Rhys respondió cortésmente que sin duda a un perro se lo podría entrenar para realizar ese trabajo, si bien -a diferencia de lo hecho con Gerard-no se ofreció a ocuparse él del entrenamiento. Una vez que el tema de conversación se hubo agotado y mientras subían por la escalera que conducía a los pisos altos de la posada, Jenna ofreció sus disculpas.

—Realmente no era mi intención insultarte cuando mencioné que al kender y a ti os faltaba poder para ocuparos de esos Predilectos, hermano, pero me temo que te ofendí.

-Tal vez un poco -reconoció.

—Lo noté. —Jenna le dio unas palmaditas en el brazo-. Mi falta de tacto es deplorable, según me han dicho a menudo. O quizá, como le ocurre a tu perra, tampoco te gusta el hedor de la magia. —Lo miró de reojo.

Rhys no sabía qué decir. Estaba desconcertado por la forma en que la mujer parecía taladrarlo hasta el fondo del alma para ver qué había en su interior.

—En cualquier caso -continuó ella antes de que el monje hubiese sacado a relucir una excusa—, espero que me perdones. Ésta es mi habitación. ¡Cuidado, hermano! -avisó bruscamente Jenna a la par que levantaba la mano en un gesto de advertencia-. No toques el picaporte. Será mejor que te eches hacia atrás.

Rhys retrocedió y faltó poco para que tropezara con Gerard y el paladín, que subían la escalera a su espalda, los dos tan enfrascados en una conversación sobre el tristemente célebre forajido barón Samuval, que se había apoderado de la mitad de Abanasinia, que ninguno prestaba mucha atención de por dónde caminaban. Beleño subía detrás y rezongaba algo sobre haberse perdido la cena.

Todos esperaron a que Jenna pronunciara unas palabras en el extraño lenguaje de la magia que Rhys, encerrado en el monasterio gran parte de su vida, no había oído nunca. Le recordó patas de arañas y campanillas de plata. Beleño tarareaba una canción y miraba en derredor con aire aburrido. La puerta emitió un breve fulgor de color azul pálido y después se abrió.

-Supongo que piensa que con eso nos ha impresionado -dijo Beleño a Atta en un aparte—. Yo podría hacerlo... si quisiera.

A juzgar por su actitud, se habría dicho que la perra compartía la opinión del kender.

-Siempre utilizo magia para cerrar mi puerta -explicó Jenna mientras los invitaba a entrar en el cuarto, que era el mejor que tenía la posada—. No porque tenga cosas valiosas que proteger, sino simplemente porque siempre acabo extraviando las llaves. Hablaba en serio cuando dije que quería uno de esos perros -añadió cuando Rhys pasaba ante ella-. No lo dije para hacerme la agradable.

Jenna se ganó a Beleño al pasar una bandeja con dulces de uno a otro y ofrecerles cerveza o un vino claro y frío. Una vez que se hubieron acomodado, con el kender inmovilizado en una esquina por Atta, todos se volvieron hacia Rhys.

-Gerard nos ha contado parte de tu historia, hermano -dijo el paladín-, pero nos gustaría oírla de tus propios labios.

Rhys relató lo ocurrido de mala gana. Imaginaba que no le creerían y lo entendía perfectamente. De estar en su lugar le habría parecido una historia difícil de tragarse. Decidió que no perdería tiempo en discutir con ellos ni intentaría convencerlos de que lo que decía era verdad. Si se mofaban, se pondría en camino. Tenía que encontrar a Lleu; tal y como estaban las cosas, ya había perdido mucho tiempo.

Ni Jenna ni Dominique dijeron nada mientras Rhys habló. No lo interrumpieron. Los dos lo miraban con seria atención. En el punto en el que

Rhys describió brevemente el asesinato de los monjes, Dominique musitó unas pocas palabras y el monje comprendió que el paladín alzaba una plegaria por las almas de los seguidores de Majere. Dominique frunció el entrecejo cuando oyó a Rhys decir que había vuelto la espalda a Majere y había cambiado su lealtad a Zeboim, pero el paladín no le dirigió una sola palabra de reproche.

A sabiendas, el monje invitó a Beleño a ofrecer su propia versión de los hechos. Rhys había llegado a valorar el coraje y la decisión del kender y quería dejar claro que eran amigos y compañeros. El relato de Beleño fue largo y divagador; saltaba de una idea a otra, de forma que a veces resultaba incoherente. Jenna y Dominique escucharon pacientemente, si bien en ocasiones la hechicera se vio obligada a taparse la boca con la mano para contener la risa.

Cuando Rhys y Beleño no tuvieron nada más que decir, la mujer y el paladín siguieron callados un momento. Ambos se mostraban muy serios. Gerard tampoco habló, a la espeta de que lo hicieran ellos.

El kender rebulló en la silla hasta conseguir que Rhys lo mirara y entonces meneó la cabeza en un gesto significativo, en dirección a la puerta, mientras articulaba en silencio las palabras: «¡Salgamos de aquí!».

El monje sacudió la cabeza y Beleño soltó un sonoro suspiro, tras lo cual se puso a dar patadas en el travesaño de la silla con los talones.

-Bien, hermano, menuda historia -dijo Jenna al cabo de un momento.

Rhys inclinó la cabeza pero no hizo comentario alguno.

Beleño carraspeó para aclararse la garganta.

-Vaya, me huele a chuletas de cerdo. ¿Alguien más las huele?

—Creemos haber localizado a uno de esos Predilectos. —Gerard se sentó echado hacia adelante-. Mi propuesta es que preparemos una trampa para ese chico...

—Para eso -lo corrigió Dominique—. Esos Predilectos son envolturas de carne vacías, nada más. El alma ha conseguido escapar, o eso espero fervientemente y rezo para que así sea.

—Vale, para eso —aceptó torvamente Gerard al recordar que «eso» había sido un amigo—. Tenderemos una trampa y hemos de intentar pillar desprevenido a Cam e interrogar al chico... a eso.

-Podemos intentar interrogar al Predilecto, pero no creo que descubramos nada que merezca la pena -opinó Jenna, escéptica- Como dice el paladín, el alma ha partido. Lo que queda sólo es un esclavo autómata de Chemosh. Si se lo deja vivir cometerá más crímenes atroces en nombre del señor de los muertos vivientes. Creo que debemos destruirlo.

—Estoy de acuerdo —manifestó firmemente Dominique—. Aunque, por lo que nos ha contado el hermano Rhys, destruirlo tal vez no sea fácil.

Rhys miró a uno y a otro con una expresión estupefacta que caldeó una sensación de alivio arrollador. Le creían. Había tenido que combatir esa batalla terrible con la única ayuda de dos amigos: una perra y un kender. Ahora tenía aliados, unos aliados formidables. Ahora podría compartir al menos parte de aquella carga insoportablemente pesada.

Cuando Gerard le pidió su opinión, Rhys fue incapaz de contestar de inmediato, aunque finalmente habló con voz enronquecida.

-Me temo que estoy de acuerdo con ellos, alguacil. Sé que conoces a Cam, pero el paladín de Kiri-Jolith tiene razón. Ese ser ya no es el joven que conocías, sino un monstruo sin alma ni discernimiento que volverá a matar si no se lo detiene.

-¡Eso es muy fácil de decir para vosotros tres, pero yo no puedo ir por ahí matando ciudadanos de Solace! -exclamó el alguacil, encolerizado-. ¡Los vecinos se levantarán en armas si dejo que una hechicera reduzca a cenizas al pobre Cam o que un paladín lo atraviese con una espada sagrada! Maldita sea, tengo que poder hablar con él, necesito pruebas de que es uno de los Predilectos. Había imaginado que los dos necesitaríais pruebas también. Quiero decir, todos confiamos en el hermano Rhys, pero...

La señora Jenna alzó una mano.

-Lo entiendo, alguacil —dijo suavemente—. Si necesitas que capturemos viva a esa cosa, haremos todo lo posible por capturarla.

Intercambió una mirada con Dominique como si le dijera que debían complacer al pobre hombre.

-¿Qué plan tienes para tenderle esa trampa, alguacil? -se interesó después.

-Pensaba en interceptarlo de camino a casa desde el trabajo y llevarlo a mi oficina, donde podríamos mantener una charla.

—Eso es muy peligroso, alguacil -protestó Dominique—. No sólo para ti, sino para transeúntes inocentes.

Gerard suspiró y se pasó la mano por el pelo amarillo, con lo que sólo consiguió que se le pusiera de punta y le diera el aspecto de una mazorca tras soplar un ventarrón.

-Bien, pues ¿-qué sugieres tú? -inquirió, hosco.

-Tengo una idea -intervino Rhys-. El Predilecto acordó reunirse con esa chica en un sitio que aquí llaman el Mirador de Flint. Es un lugar situado fuera de Solace, justo a un lado de la calzada que conduce a la ciudad. Es el punto más alto en kilómetros a la redonda, con una buena vista de la ciudad. Podríamos esperar al Predilecto allí. Poca gente va por la calzada de noche; es un sitio aislado y a una distancia segura de la población.

La señora Jenna asintió con un cabeceo.

—Un buen plan —convino Dominique.

-Quiero dejar clara una cosa -dijo Gerard mientras los miraba a todos-. Me daréis ocasión de hablar a solas con Cam. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —aceptó la hechicera, con demasiada facilidad en opinión del monje-. En lo que a mí respecta, estoy interesada en oír lo que una de esas criaturas tiene que decir.

Gerard gruñó. Aunque hacer que esos dos viajaran a Solace había sido idea suya, saltaba a la vista que no le gustaba cómo iban las cosas. Acordaron una hora para reunirse, y después la señora Jenna se levantó e indicó educadamente que era hora de que se fueran.

-Tengo que estudiar unos hechizos -dijo y añadió con una mirada de disculpa a Gerard-: Por si acaso.

-Y yo he de hacer mis rezos vespertinos en el templo -dijo Dominique.

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