Aprendiz de Jedi 3 El pasado oculto

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La nave de Obi-Wan Kenobi y de su Maestro Qui-Gon Jinn es secuestrada en el planeta Phindar. Rodeados por androides asesinos, deben luchar para salvar la vida. Pronto se verán envueltos en el bando de Guerra, amigo de Obi-Wan, ladrón rebelde que conspira contra el Sindicato, organización maligna que controla a los habitantes de ese mundo, borrándoles la memoria. Obi-Wan y Qui-Gon deberán tener cuidado, o sus recuerdos y su propia personalidad serán eliminados para siempre. "Toma una decisión, y después otra", decía siempre Yoda a Obi-Wan. "Rehacer el pasado no puedes".

Jude Watson

El Pasado Oculto

Aprendiz de Jedi 3

ePUB v1.0

LittleAngel
31.10.11

Título Original:
Jedi Apprentice: The Hidden Past

Año de publicación: 2001

Editorial: Alberto Santos Editor

Traducción: Lorenzo F. Díaz

ISBN: 84-95070-03-0

Capítulo 1

El mercado de la ciudad de Bandor estaba abarrotado cuando pasó Obi-Wan Kenobi. Le habría gustado detenerse a comprar algo de fruta muja, pero Qui-Gon Jinn no aflojaba el paso. Este se desplazaba por las abarrotadas calles moviéndose con la fluidez de un río, creando un sendero a su paso, sin esfuerzo, sin que pareciera apartarse o esquivar a los demás. El muchacho se sentía como si fuera un torpe tractor de arena desplazándose junto a un elegante caza estelar.

Se esforzó por no aminorar el paso, ya que salía en su primera misión oficial con un Caballero Jedi que se había mostrado reticente a aceptarlo como aprendiz. El Maestro seguía dubitativo pese a las batallas y conflictos vividos juntos, y sólo lo había aceptado tras su última aventura, donde se enfrentaron a la muerte en las profundidades de los túneles mineros de Bandor.

El joven seguía sin estar seguro de la opinión que tendría de él. Era un hombre callado que sólo compartía sus pensamientos cuando era necesario. Obi-Wan no sabía nada sobre la misión a la que se encaminaban, debía tener paciencia y esperar a que él le contara los detalles.

Mientras no llegase ese momento, sólo había una pregunta crucial quemándole los labios, una que no se había atrevido a formular:

¿Sabría Qui-Gon que ése era el día de su cumpleaños?

Cumplía trece años. Ese cumpleaños es una fecha importante para un aprendiz de Jedi. En ella se convertía oficialmente en un padawan. La tradición dictaba que dicho cumpleaños no diera lugar a celebraciones, sino que debía observarse en silencio, reflexionando y meditando. La tradición también dictaba que el aprendiz recibiese un regalo significativo de manos de su Maestro.

Qui-Gon no había dicho nada cuando se levantaron. Tampoco mientras comían, o se preparaban para el viaje, o caminaban hacia la plataforma de despegue. Apenas había pronunciado tres palabras en lo que llevaban de día. ¿Se le habría olvidado? ¿Lo sabía acaso? El joven ansiaba recordárselo, pero su relación era demasiado reciente y no quería que le considerara avaricioso o ególatra o, lo que era peor, un incordio.

Seguro que Yoda se lo habría dicho. El muchacho sabía que los dos Maestros Jedi estaban en permanente contacto. Aunque era posible que la misión a la que se encaminaban fuera tan importante que también a Yoda se le hubiera olvidado esa fecha.

Esquivaron al último vendedor, atajaron por una callejuela y finalmente llegaron a la plataforma de aterrizaje. La gobernadora de Bandomeer había arreglado un transporte en agradecimiento por su labor. Les había encontrado una pequeña nave mercante dispuesta a llevarlos al planeta Gala. Obi-Wan sabía que en cuanto subieran a la nave, su conversación se centraría en la misión a realizar. ¿Debía decirle ya a Qui-Gon que era su cumpleaños?

Ante ellos había un piloto alto y larguirucho cargando cajas en su nave. El muchacho reconoció los largos y flexibles brazos del phindiano y aceleró el paso para llegar hasta él, pero el Caballero Jedi posó una mano en su hombro.

—Cierra los ojos, Obi-Wan —le ordenó.

Este gimió en su interior.
¡Ahora no!
, suplicó. Sabía que su Maestro le iba a pedir que realizase un clásico ejercicio Jedi:

Prestar atención al momento otorga conocimiento. En el Templo siempre se le había dado bien este ejercicio, pero llevaba toda la mañana distraído y apenas podía recordar nada que no fuera su propio cumpleaños.

—¿Qué ves? —preguntó su Maestro.

El joven cerró los ojos y reunió sus pensamientos dispersos como plumas en medio de una tormenta. Sacó observaciones del aire, recordando cosas que habían captado sus ojos pero no su mente.

—Es una pequeña nave de transporte con un profundo arañazo en el flanco derecho y varias abolladuras bajo la cabina. El piloto phindiano lleva gorra, anteojos y tiene las uñas sucias. Hay doce cajas a punto de ser cargadas, una bolsa de viaje, un botiquín...

—Ahora el hangar.

—Es de piedra vieja y de él sobresalen tres plataformas de amarre. La piedra tiene grietas verticales, hay una hiedra intentando crecer a la izquierda, a tres metros del techo, con una flor púrpura cuatro metros más abajo...

—Seis metros —le corrigió con severidad—. Abre los ojos, Obi-Wan.

Éste abrió los ojos para descubrir la penetrante mirada azul de Qui-Gon clavada en él estudiándolo y, como siempre, produciéndole la misma sensación que si estuviera arrastrando el sable láser por el suelo o llevase manchada la túnica.

—¿Estás distraído por algo, Obi-Wan?

—Es mi primera misión oficial, Maestro. Quiero portarme bien.

—Harás lo que debas hacer —respondió el Jedi en tono neutral, esperando a que el joven continuara hablando, sin dejar de mirarle. Un aprendiz tenía prohibido mentir a su Maestro, ocultarle la verdad o incluso disimularla.

El muchacho deseó no estar removiendo los pies y que sus ojos sostuvieran la mirada de Qui-Gon.

—Puede que esté distraído por algo más personal, Maestro.

Un brillo de diversión iluminó de pronto los ojos del Caballero Jedi.

—Ah. ¿Un cumpleaños, quizá?

El joven asintió, no pudiendo ocultar una sonrisa.

—Entonces debes esperar tu regalo.

¡Parecía que al final sí que se le había olvidado! Pero un momento después, su mano grande y fuerte buscó en su túnica para reaparecer con algo escondido en la palma de su mano.

Obi-Wan miraba impaciente. Los Maestros solían pensar sus regalos durante semanas o meses, viajando a veces hasta lejanos lugares para conseguir un cristal curativo o una manta, o una capa de las hilanderas del planeta Pasmin, que tejían ropas muy cálidas de una tela tan fina que casi carece de peso.

Él le puso en la mano una piedra lisa y redonda.

—La encontré hace años, cuando no era mucho mayor que tú.

El joven miró la piedra con educación. ¿Contendría algún tipo de poder?

—La encontré en el Río de la Luz, en mi planeta natal —continuó Qui-Gon.

¿Y qué?
, se preguntó Obi-Wan, pero el Caballero Jedi guardó silencio. Empezó a pensar que el regalo que le había hecho era lo que parecía ser: una piedra.

Su Maestro no era una persona corriente, y el aprendiz lo sabía, así que volvió a examinar el regalo. Cerró los dedos alrededor de la piedra. Estaba lisa y pulida y le gustaba su tacto. Cuando la luz del sol la tocó pudo ver vetas de color rojo oscuro en su brillante negrura. Era preciosa, pensó.

Miró al Caballero Jedi a los ojos.

—Gracias, Maestro. Lo atesoraré.

—¿Has completado ya tu ritual de cumpleaños como padawan? Sólo recordando el pasado se puede aprender del presente.

Cuando un padawan cumplía los trece años, debía dedicar un tiempo de reposo a reflexionar, a meditar sobre pasados recuerdos, tanto buenos como malos.

—No he tenido tiempo, Maestro —admitió.

La misión que habían llevado a cabo en Bandomeer había estado llena de peligros y, entre otras cosas, lo habían secuestrado y abandonado en una plataforma minera. Qui-Gon sabía que no había tenido tiempo de hacerlo. ¿Por qué se lo preguntaba ahora?

—Sí, el tiempo es algo escurridizo —repuso, inexpresivo—. Pero siempre conviene buscarlo. Vamos, el piloto nos espera.

Obi-Wan le siguió arrastrando los pies, combatiendo cierto sentimiento de desesperación. ¿Conseguiría agradar alguna vez a su nuevo Maestro? Justo cuando creía estar creando una base de mutua confianza, descubría que volvía a estar como al principio. Empezaba a ver que lo único que le había dado Qui-Gon hasta ese momento era una piedra.

Capítulo 2

Dos minutos —les dijo el piloto cuando se acercaron—. Debo terminar de cargar.

—Yo soy Qui-Gon Jinn y éste es Obi-Wan Kenobi.

—Sí, qué sorpresa; los Jedi son fáciles de identificar —farfulló el piloto cogiendo una caja.

—Y tú eres...

—Piloto. Soy lo que hago.

Tenía los ojos amarillos con listas rojas de un phindiano, además de unas manos que colgaban junto a sus tobillos.

—Eres un phindiano —dijo Obi-Wan—. Tengo un amigo... un conocido que es phindiano. Se llama Guerra.

Guerra era un compañero esclavo en la plataforma minera donde habían tenido cautivo al aprendiz de Jedi, y que casi había perdido la vida por ayudarle.

—¿Y por eso debo conocerlo? —repuso Piloto con aspereza—. ¿Es que se supone que debo conocer a todos los phindianos de la galaxia?

—No, claro que no —dijo el joven, confuso.

La rudeza del piloto le sorprendió. Era casi como si le hubiese ofendido de algún modo. 

—Entonces deja que termine de cargar, mientras subís a bordo —repuso Piloto con brusquedad.

—Vamos, Obi-Wan —indicó Qui-Gon.

El discípulo siguió al Maestro hasta la cabina, donde ocuparon sus asientos.

—Para nuestra primera misión juntos, Yoda ha elegido algo que cree será simple rutina —dijo el Caballero Jedi—. Por supuesto, Yoda también dijo "si con la rutina cuentas, frustradas tus esperanzas se verán".

—Es preferible no esperar nada y dejar que el momento te sorprenda —comentó el aprendiz con una sonrisa. Era algo que le habían enseñado en el Templo.

Qui-Gon asintió.

—El planeta Gala lleva muchos años gobernado por la dinastía de Beju-Tallah. Consiguió unir a un mundo dividido por profundos odios tribales. Gala tiene tres tribus: el pueblo de las ciudades, el de las colinas y el del mar. Los gobernantes tallan se volvieron corruptos con los años. Saquearon las riquezas del planeta y ahora el pueblo está al borde de la revuelta. La anciana reina se ha dado cuenta de ello y ha aceptado convocar elecciones en vez de cederle el trono a su hijo, el príncipe Beju. El pueblo deberá elegir entre tres candidatos, y el príncipe es uno de ellos. Ha pasado gran parte de su vida recluido, ya que la reina temía por su seguridad. Pero fue educado para ser gobernante y está impaciente por acceder al trono.

—Las elecciones parecen una buena solución para ese planeta.

—Sí, siempre es buena idea adaptarse al cambio. Pero siempre hay quien se resiste a ello. Como el príncipe Beju. Se nos ha comunicado que no le gusta nada tener que someterse a la votación del pueblo. Considera el gobierno de Gala suyo por derecho de nacimiento. Nosotros vamos a ese mundo como guardianes de la paz, para asegurarnos que las elecciones se desarrollen sin problemas.

—¿Hay algún indicio de que el príncipe planee algo?

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