Aprendiz de Jedi 3 El pasado oculto (8 page)

BOOK: Aprendiz de Jedi 3 El pasado oculto
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—Así es. En cualquier parte. Salvo en el cuartel general tras el cierre. Duenna cuidará de Obawan. Le protegerá lo mejor que pueda.

Qui-Gon volvió a apartarse. La rabia de la impotencia volvía a desbordarlo. Pero esta vez no iba dirigida contra Guerra, sino contra sí mismo. Debía haber acompañado a Obi-Wan y dejar que los hermanos Derida se las arreglaran solos. Pero temió que no fueran capaces de sacar el aparato anti-registrador del edificio.


Toma una decisión, y después otra
—decía siempre Yoda—.
Rehacer el pasado no puedes
.

Sí, sólo podía seguir adelante. Y el corazón apesadumbrado del Jedi sabía que esa noche no podría rescatar a su discípulo. No podía comprometer el éxito de la misión intentando un rescate condenado a fracasar.

***

Obi-Wan se sentaba en una celda apenas lo bastante grande para contenerle. Tenía las piernas recogidas, con las rodillas bajo la barbilla, y hacía frío. El aire que rozaba su piel era como el miedo gélido que atenazaba su corazón.

Cualquier cosa menos esto
, pensaba.
Puedo soportarlo todo, menos esto. ¡No quiero perder la memoria!

Perdería todo su entrenamiento Jedi, todos sus conocimientos. Cualquier sabiduría que tanto se había esforzado por obtener. ¿Perdería también la Fuerza? Perdería los recuerdos que le decían cómo dominarla.

¿Qué más perdería? Las amistades. Todas las que había hecho en el Templo. Las de la gentil Bant de ojos plateados. La de Garen, con quien había peleado y reído y que era casi tan bueno como él en la clase de manejo del sable láser. La de Reeft, que nunca tenía bastante comida y que solía mirar con tristeza el plato vacío hasta que Obi-Wan le pasaba algo de su comida. Había forjado estrechos lazos con ellos, y los echaba de menos. Si perdía los recuerdos de ellos, morirían para él.

Pensó en su decimotercer cumpleaños. Parecía haber tenido lugar mucho tiempo antes. Nunca había realizado su ejercicio de reflexión. Recordaba el aviso que le había dado su Maestro.
Sí, el tiempo es algo escurridizo, pero siempre conviene buscarlo
.

Obi-Wan no lo había buscado. No había hecho tiempo. Ahora tendría todo el tiempo del mundo, y nada que recordar.

Apretó la frente contra las rodillas, sintiendo que el miedo le abrumaba, le llenaba la mente de tinieblas. Por primera vez en su vida supo lo que era perder toda esperanza.

Y entonces, en medio de todo ese miedo y ese frío, sintió una calidez dentro de su túnica. Buscó en el bolsillo oculto del pecho. Sus dedos se cerraron alrededor de la piedra de río que le regaló su Maestro. ¡Estaba caliente!

La sacó. La oscura piedra brillaba en la oscuridad con un destello casi cristalino. Volvió a cerrar los dedos sobre ella y sintió que vibraba contra las yemas de sus dedos. La piedra debe ser sensible a la Fuerza, pensó.

Eso envió un rayo de luz pura a la oscuridad de su mente.
Nada está perdido allí donde está la Fuerza
, recordó del Templo.
Y la Fuerza está en todas partes
.

Pensó en lo que Guerra le había dicho sobre el borrado de memoria. Los de voluntad fuerte habían podido resistirse a algunos de los efectos del borrado. Quizá eso significaba que la Fuerza podría ayudarle. Pues, ¿qué era la Fuerza sino luz y fortaleza?

Apretó la piedra con energía e hizo que la Fuerza le rodeara como si fuera un escudo. Se la imaginó enroscándose alrededor de cada célula de su cerebro como si levantara una fortaleza. Rechazaría la oscuridad y conservaría sus recuerdos.

Ni siquiera alzó la mirada cuando se abrió la puerta de la celda y entraron los guardias.

Capítulo 14

Al día siguiente el mercado estaba abarrotado pese a haber menos cosas a la venta que nunca. La desesperación que se pintaba en el rostro de los phindianos tenía su reflejo en Qui-Gon. Éste caminaba impaciente de un lado a otro, esperando a que apareciese Duenna.

—Voy ahora mismo al cuartel general —le dijo con aire huraño a los hermanos cuando ya no pudo esperar más—. Encontraré el modo de entrar.

—Espera, Jedi-Gon —suplicó Guerra.— A Duenna le cuesta mucho escaparse, pero siempre lo consigue.

—¡Y por allí viene! —exclamó Paxxi.

Duenna se abrió paso hacia ellos entre la multitud. No llevaba la túnica blindada, sino una capa y una capucha. Llevaba un gran bolso.

—¿Hay noticias de Obi-Wan? —preguntó el Jedi apenas llegó ella a su lado.

La mujer se llevó una mano al corazón para recuperar el aliento.

—El cuartel está en alerta. Mañana llega el príncipe Beju...

—¿Qué pasa con Obi-Wan? —ladró el Caballero.

—Estoy intentando decírtelo. Nunca los había visto actuar tan deprisa. Se... se lo llevaron a una celda.

—¿Dónde?

—Ya no está en ella —repuso ella, posando una mano en el brazo de él.

Qui-Gon notó de pronto que los ojos de la mujer lo miraban con piedad. Sintió que se le partía el corazón.

—¿Qué ha pasado? —preguntó roncamente.

—Lo renovaron —respondió la mujer con voz quebrada—. Anoche. Y este alba lo transportaron fuera del planeta.

***

Paxxi y Guerra miraron desde la esquina al cuarto donde Qui-Gon permanecía sentado, inmóvil, con la mirada fija y las piernas cruzadas. Duenna había tenido que volver al cuartel general, así que habían vuelto directamente a casa de Kaadi. Resultaba peligroso quedarse de día en la calle.

Apenas entraron en la casa, el Caballero Jedi se dirigió a la habitación donde dormían. Allí se sentó en el suelo, sin decir nada. Llevaba una hora así. Los hermanos le habían dejado solo por un tiempo, pero él podía sentir sus ojos impacientes clavados en él.

—No me he rendido. Estoy trazando un plan —dijo sin abrir los ojos.

—Por supuesto, Jedi-Gon —dijo Guerra, con una nota de alivio vibrando en su voz—. Lo sabemos.

—Sí, así es —añadió Paxxi—. Sabemos que los Jedi no se rinden. Aunque debemos admitir que nos preocupamos un poco. Las noticias sobre nuestro amigo Obawan son muy malas.

Qui-Gon abrió los ojos para ver en los ojos de los hermanos Derida la misma desesperación atormentadora que sentía en su propio corazón. Había tenido que luchar para superar la ira que sentía contra sí mismo. Le había llevado tiempo calmar la mente. Una y otra vez había intentado formular algún plan, sólo para sentirse angustiado ante el aprieto en que se encontraba Obi-Wan. Le había afectado hasta lo más hondo. Le resultaba insoportable la mera idea de que pudiera estar ahora sin sus recuerdos, sin su entrenamiento.

Había fallado a su padawan. Debió suponer que el Sindicato actuaría con rapidez. Debió intentar su rescate la noche anterior. Y ahora su discípulo estaba condenado a llevar una vida tan vacía que sentía escalofríos cada vez que se la intentaba imaginar.

¿Y qué pasaba con el entrenamiento Jedi de Obi-Wan? Se habría perdido. ¿Qué sería del muchacho? Aún sería sensible a la Fuerza, pues la Fuerza no dependía de la memoria. Pero ¿cómo podría emplearla sin las lecciones del Templo como guía? Si descubría que poseía ese poder, lo usaría sin establecer alianza alguna. ¿Se convertiría entonces en un guerrero neutral, perdido, que vendiese sus servicios al mejor postor? ¿Emplearía la Fuerza para el Lado Oscuro, como su antiguo aprendiz Xánatos?

No creía que eso pudiera llegar a pasar. No
quería
creerlo. Si había perdido la memoria, seguro que aún conservaba su bondad.

Sí, Qui-Gon estaba lleno de preocupaciones. Pero también tenía el corazón roto. Ya no existía ese muchacho al que había conocido. Ese chico diligente, tan lleno de curiosidad y sed de conocimientos. El buen estudiante. El niño que quería aprender.

Se negaba a creer que todo eso hubiera desaparecido. No. Aún tenía esperanzas de poder invertir el borrado de memoria si conseguía encontrar a Obi-Wan.

—¿En qué estás pensando, Jedi-Gon? —preguntó Guerra con precaución.

—Actuaremos mañana. Debemos descubrirlos ante el pueblo, ¿y qué mejor momento para actuar que cuando intentan impresionar al príncipe Beju? En primer lugar, porque estarán distraídos. Y, en segundo, porque podremos destruir su alianza con el príncipe antes de que ésta empiece.

—Eso es cierto —repuso Paxxi respirando hondo.

—Habrá que abrir los almacenes justo cuando llegue el príncipe —dijo el Caballero Jedi. Se había formado un plan en su mente y lo creía factible— ¿Podrá Kaadi reunir a su gente?

—Sí, así es —dijo Guerra asintiendo.

—Ésa será nuestra distracción. El pueblo correrá a los almacenes. Al Sindicato le entrará el pánico. Habrá caos en las calles e iremos directamente al cuartel general con el aparato anti-registrador. Será entonces cuando les robaremos el tesoro.

—¿A plena luz del día? —preguntó Paxxi—. Eso será peligroso. Y Duenna no podrá ayudarnos entonces.

Qui-Gon clavó la mirada en ellos. Sus ojos azules atravesaron ardientes la habitación.

—¿Estáis conmigo?

Los hermanos se miraron.

—Sí, lo estamos —dijeron al unísono.

Capítulo 15

El zumbido de los motores situados, bajo Obi-Wan latía contra su cráneo. Lo habían arrojado al suelo de una nave, encerrándolo en la bodega de carga. Mantuvo los ojos cerrados. Tenía que mantener la concentración. Se sentía completamente vacío. Agotado. Enfermo.

Pero podía
recordar
.

No habían podido con él. No habían ganado.

Ellos habían entrado en la celda y él ni los había mirado, ni siquiera cuando se rieron de él. Había devuelto la piedra de río al bolsillo de su túnica para que no pudieran verla y se la quitaran. La piedra mantenía un brillo y un calor constante contra su corazón. Había sacado fuerzas de ella. Era la prueba tangible de que la Fuerza estaba con él.

Mientras preparaban el androide borrador de memoria, él había edificado paredes de Fuerza en su interior. Había puesto cada recuerdo, hasta el más borroso, dentro de una vitrina. Y los había aceptado todos, tanto los dolorosos como los alegres.

Era tan joven en su primer día en el Templo, había tenido tanto miedo. Recordaba su primera visión de Yoda, acudiendo a recibirle, con sus ojos de pesados párpados y mirada somnolienta.

—Lejos has venido, lejos para viajar estamos —le había dicho—. Frío y cálido, es. Lo que tú buscas, hallarás. Aquí lo encontrarás. Escucha.

El sonido de las fuentes, del río que corría tras el Templo. Las campanas que el cocinero había colgado de un árbol en los jardines de la cocina. Se fijó en esas cosas, y algo en él se relajó. Por primera vez pensó que allí podría sentirse como en su casa.

Era un buen recuerdo.

Dos varillas de metal se clavaron en sus sienes. Los electro-pulsadores.

La piedra brilló contra su corazón.

Una visita a casa. Su madre. Luz y suavidad. Su padre. Su risa generosa. La de su madre uniéndose a la de él, igual de libre, igual de sonora. Su hermano compartiendo una pieza de fruta con él. La explosión en su boca del dulce sabor del jugo. La suavidad de la hierba bajo sus pies desnudos.

El androide activó el borrado de memoria mientras los guardias observaban la operación. Notó en las sienes una sensación extraña que se movió hacia dentro. No era dolor, no mucho...

Owen. El nombre de su hermano era Owen.

Reeft nunca tenía bastante comida. Los ojos de Bant eran plateados.

La primera vez que empuño el sable láser. Brilló al activarlo. La mayoría de los estudiantes del Templo eran torpes. Él nunca fue torpe. No con ese arma. Siempre se sintió cómodo con el sable láser en la mano.

Ahora sentía dolor. Mucho dolor.

La Fuerza era luz. La imaginó, dorada, fuerte, brillante, formando una barrera en torno a sus recuerdos.

Son míos. No tuyos. Los conservaré.

Los hombres del Sindicato se sorprendieron al verle sonreír.

—Debe alegrarle perder ese recuerdo, supongo —le dijo uno al otro.

No, no lo pierdo. Lo tengo. Me aferró a él...

Una tela basta contra sus manos. Un abrazo a su madre. El final de la visita. Sí, había querido volver al Templo. Era un gran honor. Sabían que no podían quitarle eso. El lo deseaba tanto. Pero, aun así, el adiós era doloroso, muy duro. Una mejilla suave presionaba la suya.

Lo conservaré siempre.

La forma en que caía el crepúsculo en el Templo. Lentamente, por todas las luces y edificios blancos de Coruscant. La luz siempre tardaba en irse. A esa hora solía ir al río con Bant. A Bant le encantaba el río. La muchacha se había criado en un mundo húmedo. Su cuarto siempre estaba lleno de vapor. Nadaba en el río como un pez. Al atardecer, el color del agua era como el de sus ojos.

Dolor. Se sentía mal. Estaba perdiendo la conciencia. Le vencerían si se desmayaba.

Yoda. No perdería a Yoda.
Fortaleza tienes, Obi-Wan. Paciencia también tienes, pero encontrarla debes. En tu interior está. Buscarla debes hasta encontrarla y retenerla entonces. Aprender a usarla debes. Que puede salvarte descubrirás
.

No perdería las lecciones de Yoda. Creó una barrera de Fuerza alrededor de ellas. El dolor volvió a aumentar, provocándole náuseas por todo el cuerpo. No podría aguantar mucho más.

—¿Cómo te llamas? —preguntó el guardia con dureza.

Obi-Wan clavó en el guardia unos ojos enfermos y en blanco.

—¿Cómo te llamas? —repitió el guardia.

Obi-Wan simuló pensarlo, simuló asustarse.

—Está cocido —dijo el guardia con una carcajada.

El androide retrajo los electro-pulsadores. El Jedi se desplomó en el suelo.

—Ahora dormirá —dijo un guardia.

—No creo que sueñe —añadió el otro.

Pero sí que soñó.

***

Lo pusieron en pie. Un guardia del Sindicato se rió en su cara.

—¿Preparado para afrontar tu nueva vida?

Él mantuvo una expresión neutra, deslumbrada.

—Me juego dinero con esto —dijo el guardia—. No durarás en Gala ni tres días.

¡Gala! El muchacho mantuvo la mirada neutra a medida que se sentía inundado por el alivio. ¡Qué golpe de suerte! Al menos en Gala podría encontrar un modo de ayudar a Qui-Gon.

Conocía los planes del príncipe Beju. Igual encontraba en Gala a alguien que quisiera ayudarle, como algún rival político que se presentase a gobernador.

Bajaron ante él la rampa de aterrizaje. Pudo ver un espaciopuerto de piedra gris con varios cazas estelares muy baqueteados. Varios puestos de control impedían que la gente entrase en él. Recordó lo que le había dicho su Maestro. La casa real había esquilmado al planeta. Había facciones rivales luchando por el control. El pueblo estaba a punto de levantarse en armas.

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