Aprendiz de Jedi 3 El pasado oculto (2 page)

BOOK: Aprendiz de Jedi 3 El pasado oculto
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—Yoda dice que no. Pero también dijo que desconfiásemos —añadió con un suspiro—. Fue una conversación típica con Yoda. Así que deberemos prepararnos para cualquier cosa.

Piloto subió a la cabina y se sentó en su sitio. Se inclinó sobre la computadora de navegación para trazar el rumbo.

—Os dejaré en Gala y continuaré con mi camino. Y ahora estaos quietos y no habléis mucho.

Maestro y discípulo intercambiaron una mirada de diversión. ¿Estaban siendo transportados por el piloto más grosero de la galaxia?

La nave despegó e instantes después Bandomeer era un planeta más, un mundo grisáceo en el profundo espacio azul. Obi-Wan miró por la videopantalla para ver cómo se alejaba, mientras los amigos que había hecho allí continuaban con su propia vida.

—Me pregunto qué estará haciendo Si Treemba —comentó en voz queda.

—Meter las narices donde no debe, seguramente —fue la respuesta del Caballero Jedi, pero el joven sabía que sentía tanto afecto por Si Treemba como él. Su amigo arcona había sido valiente y leal.

—A Clat'Ha y a él aún les queda mucho trabajo en Bandomeer —añadió Qui-Gon, mencionando a la otra amiga que dejaban atrás—. Al planeta le queda mucho para poder recuperar el control de sus recursos naturales.

—También echo de menos a Guerra —dijo el joven con un suspiro—. Fue un amigo leal.

—¿Leal? Te traicionó ante los guardias. Casi mueres por su culpa.

—Pero al final me salvó. Es cierto que los guardias me arrojaron de la torre minera, pero fue Guerra quien procuró que hubiera una red que detuviera mi caída.

—Tuviste suerte, Obi-Wan. La Fuerza te ayudó a aterrizar sano y salvo. No, no puedo estar de acuerdo contigo en lo que a ese amigo se refiere. Cuando alguien te dice que no es de confianza, siempre suele ser una buena idea hacerle caso. No digo que ese personaje sea una mala persona, pero sí que se debe tener cuidado con él.

De pronto, la nave se escoró e inclinó de forma alarmante.

—Oops, lo siento, ha sido un pliegue espacial muy extraño —dijo Piloto—. Tanta charla detrás de mí me distrae. Vamos a saltar al hiperespacio.

La nave entró en el hiperespacio. Bandomeer desapareció en un torrente de estrellas. El muchacho sintió un escalofrío de excitación. Se encaminaba hacia su primera misión oficial.

***

Estaban a medio camino de Gala cuando una luz de aviso del panel de control empezó a parpadear y a emitir un insistente pitido.

—No os preocupéis —dijo Piloto—. Sólo es una pequeña fuga de combustible.

—¿Una fuga de combustible? —preguntó Qui-Gon.

El sonido intermitente se convirtió en una fuerte sirena.

—Oops, lo siento —dijo el phindiano, desconectando el indicador—. Debo salir del hiperespacio y aterrizar en el planeta más próximo —repuso, mientras introducía nuevos datos en el ordenador de navegación—. No es problema —prosiguió, silbando entre dientes.

La nave tembló al volver al espacio normal. El comunicador cobró vida al instante.

—Identifíquense —exigió una voz sonora.

—Ah —murmuró Piloto—. Este mundo no es amistoso.

—¿Qué planeta es? —preguntó Qui-Gon.

—Está cerrado a naves del exterior.

—¡Identifíquense o serán destruidos! —atronó la voz.

—¡Pues busca otro planeta! —sugirió cortante el Caballero Jedi, empezando a perder la paciencia.

—Emergencia —dijo el phindiano, inclinándose sobre la unidad de comunicaciones. Tenemos una emergencia a bordo. ¡Y es Jedi! ¡Es una emergencia Jedi! Pido permiso para aterrizar...

—¡Permiso no concedido! ¡Repito: permiso no concedido!

Qui-Gon miró por la videopantalla.

—¿Dónde estamos, Piloto? Debemos estar cerca de Gala. Esto debería ser un sistema habitado. ¡Habrá algún sitio donde aterrizar!

—¡Qué va! —gritó Piloto mientras maniobraba la nave y daba un giro a la derecha.

¿Qué va? Obi-Wan escuchó la expresión con un sobresalto. ¡Su amigo Guerra la había utilizado muchas veces!

—¿Por qué no? —preguntó el Caballero Jedi.

De pronto, aparecieron dos cazas estelares que se separaron para situarse cada uno en un flanco. Empezaron a disparar los cañones láser.

—¡Porque nos están atacando! —gritó Piloto.

Capítulo 3

Piloto realizó una acción evasiva cuando los cazas se lanzaron aullantes contra ellos. Obi-Wan se vio arrojado contra la consola.

—¡Creo que puedo perderlos! —gritó Piloto cuando la nave tembló por el fuego de los láseres.

—¡Para! —rugió Qui-Gon. Se lanzó hacia adelante y apartó a Piloto de los mandos—. ¿Eres idiota? ¡Este transporte no puede esquivar a dos cazas!

—¡Soy un buen piloto! ¿No puedes usar esa Fuerza vuestra?

El Caballero Jedi clavó en él una mirada cortante y negó con la cabeza.

—No podemos hacer milagros —repuso con firmeza—. Los cazas nos escoltarán hasta aterrizar. Si no los sigues, nos harán pedazos en pleno espacio.

Piloto volvió a hacerse cargo de los controles de mala gana. Los cazas giraron para situarse a los flancos y conducirles hasta la superficie del planeta. Cuando avistaron la plataforma de aterrizaje, los cazas esperaron hasta asegurarse de que la nave de transporte aterrizaba, alejándose a continuación.

Piloto aterrizó lentamente su nave. El Maestro Jedi miró por las videopantallas para tener una visión completa de la plataforma de aterrizaje.

—La nave está rodeada por androides asesinos —informó.

—Eso no suena bien —repuso Piloto con nerviosismo—. Tengo un par de pistolas láser y una granada de protones...

—No —le interrumpió Qui-Gon—. No lucharemos. Están aquí para vigilarnos hasta que llegue alguien. No nos atacarán.

—Yo no estaría tan seguro —comentó el phindiano, mirándolos de reojo.

—Yo estoy preparado, Maestro —dijo Obi-Wan.

—Vamos, entonces —fue todo lo que dijo el Caballero mientras accionaba el interruptor que bajaba la rampa de salida.

Salió a ella seguido por su discípulo, mientras Piloto se demoraba en la escotilla.

Los androides asesinos se volvieron para mirarlos, pero no dispararon sus láseres incorporados.

—Como veis, han venido sólo a escoltarnos —comentó el Jedi—. No hagáis movimientos bruscos.

Obi-Wan bajó por la rampa, con los ojos clavados en los androides. Eran máquinas de matar, diseñadas y programadas para luchar sin problemas de conciencia y sin miedo a las consecuencias. ¿En qué clase de mundo habían aterrizado?

Cuando llegaron al final de la rampa, Qui-Gon alzó las manos con lentitud.

—Somos Jedi... —empezó a decir, pero sus palabras fueron interrumpidas por el fuego de las pistolas láser.

¡Los androides asesinos les atacaban!

Obi-Wan oyó el revoloteo de la capa de su Maestro cuando éste saltó y dio una voltereta en el aire, aterrizando sobre una pila cercana de viejas cajas metálicas. El joven también se movió, sin pensar, saltando sobre las cabezas de la primera fila de androides, con el sable láser ya en la mano. Lo activó y vio extenderse el reconfortante brillo azul.

Pudo oír los
chasquidos
y
zumbidos
de las juntas de los androides cuando éstos giraron para poder apuntar mejor. El aprendiz de Jedi tenía la ventaja de su rapidez y su mayor maniobrabilidad. Además, había descubierto que sus propias percepciones acentuadas por la Fuerza le permitían predecir en qué dirección se movería un androide.

Qui-Gon bajó de un salto de la pila de cajas, cortando a tres androides de un solo tajo. Sus cabezas metálicas rebotaron en el suelo y rodaron. Sus cuerpos se retorcieron y agitaron antes de derrumbarse.

Obi-Wan cortó en dos al primer androide de su derecha, aprovechando su propio impulso para encogerse y rodar hasta las piernas del segundo. Éste se tambaleó al intentar corregir la puntería, mientras el muchacho le cercenaba las flacas piernas con el sable láser. Apenas el androide tocó el suelo, el aspirante a Jedi atacó el panel de control de su pecho, dejándolo inoperativo.

Pero no se quedó quieto, moviéndose ya por el siguiente y por el otro. Sentía a su Maestro a su espalda y supo que éste empujaba a los androides hacia el derruido muro exterior de la plataforma de aterrizaje. Obi-Wan continuó luchando, cortando, moviéndose constantemente, y situándose en el flanco exterior de los androides, para así poder empujarlos hacia el mismo lugar que Qui-Gon.

Para cuando los Jedi consiguieron finalmente arrinconarlos contra la pared, sólo quedaban cuatro en pie. Trabajando en equipo, Maestro y discípulo evitaron el constante fuego láser y, con un movimiento repentino, apelotonaron a los androides, cortándoles las junturas de las piernas. Los cuatro se derrumbaron en confuso montón y el Caballero Jedi atacó nuevamente, asegurándose así que estaban definitivamente fuera de combate.

Se volvió para mirar a su alumno. Sus ojos azules brillaban.

—Al final resulta que no eran escoltas. Me equivoqué. A veces pasa.

Obi-Wan se enjugó el sudor con la manga de la túnica. Devolvió el sable láser a su cinto.

—Lo recordaré —dijo con una sonrisa.

Qui-Gon se volvió, examinando el hangar con ceño fruncido.

—¿Dónde está ese maldito Piloto?

El phindiano había desaparecido.

Qui-Gon caminó de vuelta hasta la rampa y subió a la nave. La consola de control estaba inutilizada, alcanzada por un láser.

—Debieron ordenar a un androide que lo hiciera mientras los demás peleaban —comentó frunciendo el ceño—. Las comunicaciones en este mundo deben estar bloqueadas. Es evidente que no quieren interferencias de nadie.

—¿Qué hacemos ahora, Maestro?

—Tenemos que hablar con Piloto.

—Pero, ¿cómo vamos a encontrarlo?

—No te preocupes. Él nos encontrará a nosotros —repuso endureciendo el gesto.

Capítulo 4

Abandonaron la plataforma de aterrizaje y tomaron por una calle estrecha y serpenteante que les condujo al centro de la ciudad. El Maestro Jedi ordenó a su discípulo que se pusiera la capucha para ocultar el rostro.

—Debemos estar en Phindar. Sólo nos hemos cruzado con phindianos, y sé que debimos desviarnos cerca de Gala. Debemos estar en Laressa, la capital. No creo que haya muchos alienígenas en este mundo y hay que procurar no llamar la atención. Oculta tus brazos con la capa.

Obi-Wan le obedeció.

—Pero, Maestro, ¿por qué dices que será Piloto quien nos encuentre? ¿Cómo lo sabes?

—No fue accidental que aterrizáramos aquí.

Al muchacho le había parecido un completo accidente, pero sabía que no debía decirlo. En vez de eso, se concentró en lo que le rodeaba. Ya no estaba distraído. Había olvidado que era su cumpleaños, había olvidado todo lo que no fuera fijarse en la manera en que Qui-Gon se desplazaba por las calles. Había ido cambiando su actitud a medida que se acercaban al centro de la ciudad y las calles se iban llenando de gente. El porte del Caballero Jedi llamaba normalmente la atención; era un hombre alto, de poderosa constitución y que se movía con gracia.

Pero en este planeta se movía de otro modo. Había perdido aquello que lo distinguía de los demás y procuraba mezclarse con la multitud. Obi-Wan observó y aprendió, y equiparó su paso al de los que le rodeaban, miró a donde ellos miraban, apartaba los ojos para fijarlos en el camino, y mantuvo el mismo ritmo que los transeúntes. Se dio cuenta de que su Maestro hacía lo mismo, y que se estaba fijando en todo lo que le rodeaba, aunque no tuviera su habitual mirada feroz y escrutadora.

Phindar era un mundo extraño. La gente vestía con sencillez, y el joven se dio cuenta de que llevaban ropas varias veces remendadas. Los carteles de las tiendas anunciaban "Hoy no hay nada" o "Cerrado hasta nuevo reparto". Los phindianos miraban a los carteles, suspiraban y proseguían su camino, llevando las cestas de la compra vacías. Ante las tiendas cerradas había muchas colas, como si los phindianos esperasen una pronta apertura.

Había androides asesinos por todas partes, sus juntas chasqueaban, sus cabezas rotaban. Por las calles sin pavimentar y llenas de barro circulaban brillantes deslizadores plateados sin prestar atención a las normas de tráfico o a los transeúntes que intentaban cruzarlas.

Entre la gente parecía dominar un sentimiento común y el aprendiz Jedi intentó identificarlo con la Fuerza. ¿Cuál era ese sentimiento?

—Miedo —comentó Qui-Gon en voz queda—. Está por todas partes.

Tres phindianos vestidos con plateadas túnicas metálicas aparecieron de pronto en la acera. Caminaban hombro con hombro, con el rostro tapado por oscuros visores que se tragaban la luz del sol. Los demás phindianos se apartaron a toda prisa de la acera para pisar la embarrada calzada. Sorprendido, Obi-Wan dio un traspié. La gente se había movido con mucha rapidez, sin pensar, pisando el barro en una reacción nacida del hábito. Los phindianos vestidos de plata no titubearon, tomando posesión de la acera como si tuvieran ese derecho.

El Caballero Jedi tiró de la capa de su alumno y los dos dejaron enseguida la acera pavimentada para pisar la embarrada calzada. Los hombres cubiertos de plata pasaron desfilando junto a ellos.

Apenas pasaron, los demás phindianos volvieron a la acera pavimentada sin que mediase palabra alguna. Una vez más reanudaron el proceso de mirar en las tiendas y de apartarse de ellas en cuanto comprobaban que no había nada a la venta.

—¿Has notado algo raro en alguno de ellos? —murmuró Qui-Gon—. Mírales a la cara.

El joven Kenobi miró a los viandantes a la cara. Vio resignación y desesperación, pero no tardó en darse cuenta de que en algunos de esos rostros veía... nada. Había un extraño vacío en sus ojos.

—Hay algo que va mal aquí —comentó su Maestro en voz baja—. Es algo más que miedo.

De pronto, un gran deslizador dorado apareció por una esquina. Los phindianos de la calle corrieron a ponerse a salvo, mientras los que estaban en la acera se pegaban contra los edificios.

Obi-Wan sintió que el Lado Oscuro de la Fuerza envolvía al deslizador dorado. Qui-Gon le tocó suavemente en el hombro, incitándole a apartarse silenciosa y rápidamente. Se metieron en un callejón desde donde vieron pasar a la nave.

A los controles iba un conductor enteramente vestido de plata. En el asiento de atrás iban dos figuras. Vestían largas túnicas doradas. La mujer phindiana tenía hermosos ojos anaranjados con vetas del color de su túnica. El hombre que iba con ella era más alto que la mayoría de sus congéneres, y tenía los brazos largos y fuertes del pueblo de Phindar. Tampoco llevaba un visor espejado y sus pequeños y broncíneos ojos exploraban la calle con arrogancia.

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