Aprendiz de Jedi 3 El pasado oculto (7 page)

BOOK: Aprendiz de Jedi 3 El pasado oculto
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No parecía haber mucha seguridad. Los miembros del Sindicato entraban y salían de los edificios sin mostrar pase alguno. Sólo tendrían que simular que iban a entregar un cargamento. O al menos eso esperaban.

Paxxi y Guerra se habían pasado todo el día preparando unos suministros que parecieran auténticos. Aunque sus contenedores tenían carteles de "Bacta" y "Botiquín", en realidad estaban llenos de circuitos viejos. Pero al menos tendrían algo que llevar al espaciopuerto.

—En cuanto entremos nos dividiremos en dos grupos —dijo Qui-Gon—. Guerra irá con Obi-Wan, Paxxi conmigo. Empezaremos cada uno por un extremo y nos encontraremos en el centro, si podemos. Si localizáis vuestras mercancías y encontráis el aparato anti-registrador, salid de aquí. Y dentro de veinte minutos dejaremos el edificio, lo hayamos encontrado o no. No podemos correr ningún riesgo.

—¿Y si no lo encontramos? —preguntó Paxxi.

—Volveremos a intentarlo. No podemos arriesgarnos a que nos descubran. Cuanto antes salgamos de aquí, mejor —repuso, antes de volverse hacia su discípulo—. No olvides mantener las manos dentro de los bolsillos para que nadie se dé cuenta de la longitud de tus brazos. Debemos parecer phindianos.

El joven Kenobi asintió, y los cuatro caminaron con viveza por el patio.

—Entrega de bacta —ladró Qui-Gon al guardia de la puerta cuando llegaron a la puerta del almacén. El guardia les dejó pasar.

Entraron a un enorme espacio de altos techos. Hilera tras hilera, las transparentes unidades de almacenaje corrían de un extremo al otro del edificio. Cada unidad estaba llena de cajas y contenedores. Miembros del Sindicato con plateadas túnicas cargaban suministros en deslizadores antes de dirigirse al gran muelle de carga situado en la parte de atrás.

Los hermanos Derida se pararon de golpe, con la sorpresa pintada en el rostro. Obi-Wan supo por qué. Aquí había hilera tras hilera de todo aquello por lo que los phindianos hacían cola desesperadamente. Suministros médicos. Comida. Piezas de repuesto para hacer operativos a deslizadores, androides y máquinas. Todo almacenado por el Sindicato. Los hermanos lo sabían de antemano, pero verlo finalmente con sus propios ojos era recibir un golpe muy fuerte.

—Poneos en marcha —dijo Qui-Gon con un tono amable preñado de urgencia.

Obi-Wan, con las manos en los bolsillos, se dirigió con Guerra a un extremo del almacén. Caminaron rápidamente de una hilera a otra. Las veces que se cruzaban con otros miembros del Sindicato se limitaban a saludar con la cabeza y a seguir andando.

—¡Esto es muy fácil, Obawan! —susurró su compañero—. ¡Me alegro de que robáramos estas túnicas!

El comunicador de la túnica de Guerra se puso a funcionar de pronto.

—Guardia K23M9, informe —dijo una voz—. ¿Cuál es su paradero?

—Será un control de rutina —murmuró el joven Kenobi.

—Haciendo una entrega en el almacén —repuso el phindiano activando el comunicador.

—Paradero no previsto. Explíquese —chirrió el comunicador tras una pausa.

Guerra miró a Obi-Wan con pánico.

—Dile que se equivoca —le susurró éste.

—¡Qué va! Cumplo órdenes —dijo con rapidez, apagando el comunicador.

Se concentraron en la siguiente hilera. El aprendiz de Jedi vigilaba mientras su compañero examinaba los estantes.

—¡Lo encontré, Obawan! ¡Allí, en la balda de arriba! Reconozco mi caja de células energéticas. Debe estar aquí.

Se subió al primer estante y cogió la caja con sus largos brazos, bajándola luego.

—Aquí está, en el fondo —dijo con una ancha sonrisa tras mirar dentro.

Obi-Wan puso en su sitio la caja marcada "Bacta".

—Muy bien, vamonos.

Caminaron por el pasillo, intentando aparentar que no iban con prisa. De un altavoz cercano brotó de pronto un anuncio.

—Guardia K23M9, preséntese ante seguridad. Guardia K23M9, preséntese ante seguridad.

—¡Ése soy yo! ¿Qué podemos hacer, Obawan? —inquirió Guerra, lleno de pánico.

El joven pensó con cuidado. Tenían que sacar del edificio el aparato anti-registrador.

—Dame tu túnica —ordenó.

El phindiano titubeó.

—Pero eso te pondrá en peligro, Obawan. Eso ya lo hice en Bandomeer, y no volveré a hacerlo. 

 —La Fuerza me protegerá —le dijo Obi-Wan, aunque lo dudaba—. Debes buscar a Qui-Gon y sacar ese aparato de aquí.

—¿Puedes usar tu Fuerza para escapar?

—Sí. Date prisa.

El joven se quitó su propia túnica, y su compañero hizo lo mismo con gesto reticente. Intercambiaron las túnicas y Guerra se puso la de Obi-Wan, llevando bajo el brazo la caja que contenía el anti-registrador.

—Vamos —le dijo el joven Jedi cuando por la esquina apareció un deslizador con hombres del Sindicato.

Guerra dio media vuelta y se alejó andando, pasando junto a los guardias que se dirigían hacia el muchacho. No le dedicaron ni una mirada. El joven Kenobi se volvió para ver que había cuatro guardias más dirigiéndose hacia él desde el otro lado. Sabía que no debía ofrecer resistencia. Si podía escapar a esos guardias, seguridad cerraría el edificio y Guerra no conseguiría salir. Sólo podía hacer una cosa: rendirse.

Su amigo phindiano desapareció por una esquina y los guardias aceleraron hasta llegar a él. Pararon el vehículo en el aire, apuntándole con sus pistolas láser al cuello, única parte del cuerpo que llevaba desprotegida.

—Guardia K23M9, estás fuera de tu cuadrante —dijo uno de ellos—. Ya conoces el castigo. Debemos escoltarte al cuartel general. Resístete y morirás.

El joven Jedi asintió y subió al deslizador. El guardia que tenía detrás continuó apuntándole al cuello con el láser. Se dirigieron al cuartel del Sindicato.

Capítulo 12

Obi-Wan observaba esperando una oportunidad de escapar, pero eso era imposible. Una parte de su entrenamiento en el Templo se había centrado en la paciencia, pero ésa había sido su peor asignatura.

El cuartel estaba plagado de guardias. Lo primero que le hicieron fue quitarle la túnica acorazada y el visor.

—No es un phindiano —dijo sorprendido uno de los guardias. El aprendiz de Jedi no dijo nada.

El otro guardia le cogió el sable láser. Intentó activarlo, pero no pudo hacerlo.

—¿Qué es esto? ¿Un arma primitiva?

Obi-Wan continuó callado.

Los dos guardias se miraron nerviosos.

—Será mejor llevarlo con Weutta.

Weutta resultó ser el jefe de seguridad. Escanearon el iris del muchacho para compararlo con el del auténtico guardia K23M9. En la pantalla aparecieron las palabras "No hay equivalencia". No apareció nada más.

—No tenemos ningún registro tuyo, rebelde —dijo el jefe de seguridad, acercando su rostro al del prisionero—. ¿Quiénes son tus contactos? ¿Por qué has venido a Phindar? ¿Qué le ha pasado al guardia K23M9?

Obi-Wan siguió sin decir nada. Weutta le dio un suave golpe con una pica de fuerza. Ese toque bastó para hacerle caer de rodillas. La cabeza le daba vueltas y tenía el costado ardiendo por la descarga eléctrica.

—Se lo llevaré a Baftu. Se ha declarado el estado de máxima seguridad. Quiere ver personalmente a todos los rebeldes —dijo Weutta, procediendo a empujar bruscamente al debilitado muchacho por lo que le parecieron kilómetros de pasillos.

Finalmente llegaron hasta unas enormes puertas laboriosamente talladas. Un guardia les hizo pasar a una sala grande y completamente vacía con pesados tapices tapando las ventanas. En el otro extremo había otras dos enormes puertas.

Weutta caminó hacia ellas y se detuvo. Obligó a su prisionero a arrodillarse y le empujó la cabeza hacia abajo.

—Espera aquí, gusano —gruñó—. Y no alces la mirada.

Mientras mantenía la cabeza baja, el joven Kenobi movió los ojos para ver cómo el gordo phindiano se ajustaba el visor, se alisaba la túnica y se aclaraba la garganta antes de apretar un botón situado a un lado de la puerta. Era obvio que Baftu ponía nervioso hasta al jefe de seguridad.

La puerta se abrió un instante después para descubrir a un molesto Baftu en el umbral de su despacho.

—¿Por qué me molestas? —ladró, desdeñoso.

—He traído un rebelde... —balbuceó Weutta.

—¿Por qué se me molesta con esas cosas? —rugió.

—Porque usted me lo ordenó —respondió con voz que casi era un gemido.

—Me desagradas. Deja al rebelde y vete.

—Pero...

—Disculpa, cabeza de babosa, ¿cómo es que sigues ante mí? —dijo Baftu con tono asesino—. ¿O es que tengo que empalarte en un electropunzón para que te sacudas hasta la muerte?

—No —susurró el jefe de seguridad, y corrió hasta las puertas del otro lado, cruzándolas y desapareciendo por ellas.

—¡Baftu! —Era Terra, aunque el aprendiz de Jedi no podía verla—. ¡Aún no he acabado!

Baftu se volvió, dejando la puerta ligeramente entreabierta, y sin mirar ni una vez en dirección a Obi-Wan. Éste se arrastró hacia adelante, forzando el oído. Llamó a la Fuerza para que le aguzara los sentidos y así poder oír la conversación entre la pareja. Hablaban en furiosos susurros.

—¡Yo estuve desde el principio en contra de la alianza con el príncipe Beju! —dijo Terra—. ¿Qué sabemos nosotros de él? Todavía tenemos que conocerlo o verlo en persona. Todos nuestros tratos con él se han realizado mediante intermediarios. No me fío de alguien a quien no he visto.

—Vendrá mañana y entonces podrás verlo. Dejemos ya esta conversación.

—¿Y por qué piensas ahora en expansiones? —continuó la mujer, ignorándolo—. Deberíamos consolidar nuestro poder en Phindar. Los actos rebeldes van en aumento. El pueblo tiene hambre. Los centros médicos necesitan más suministros. ¡Has creado una escasez demasiado grande, Baftu! El pueblo está al borde de la revuelta.

—¿Y qué importa que sea así? Está hambriento y enfermo. En caso de que pudiera conseguir armas, estaría demasiado débil para mantener mucho tiempo el alzamiento.

—¡Esto no es cosa de broma, Baftu!

—Ah, te estás ablandando, hermosa Terra. ¿Por qué no te ocupas tú del estado de las cosas en Phindar, ya que tanto te importa? Apacigua esta semana al pueblo con algo de comida extra. No es mala idea, estando Beju en camino. Eso los distraerá. Pero no les des bacta... Se la he prometido casi toda a Beju.

—No confío en ese príncipe...

—Eso ya lo has dicho. Una y otra vez. Yo me ocuparé de recibirlo. Tú ocúpate de Phindar. Y ahora déjame, tengo cosas que hacer.

—¿Qué hacemos con el rebelde?

—Ocúpate tú de él. Ahora Phindar es tu responsabilidad, ¿recuerdas?

Obi-Wan escuchó el taconeo de unos pasos, seguidos del abrir y cerrar de una puerta en la habitación contigua. Retrocedió rápidamente sobre manos y rodillas antes de apretar el rostro contra las manos.

Una bota le golpeaba el hombro un instante después. Por la mullida alfombra, no había oído a Terra acercarse.

—Alza la cabeza, rebelde.

Levantó la mirada, extrañándose de ver los amistosos ojos de Guerra y Paxxi en un rostro tan cruel.

—Así que no eres phindiano. ¿Quién eres? —preguntó impaciente la mujer.

—Un amigo —respondió el joven Kenobi.

—Mío no —bufó ella—. Has suplantado a un guardia. Ya sabes cuál es el castigo a eso. Aunque igual no lo conoces. Puede que tus
amigos
phindianos no te lo contaran. Serás renovado y transportado a otro planeta.

Obi-Wan no movió ni un músculo, pero en su interior lanzó un grito de horror ¡Renovado! No había imaginado eso. Estaba preparado para soportar todo tipo de torturas. ¡No para que le borraran la memoria! Era algo demasiado doloroso para concebirlo.

Terra lanzó un suspiro. Parecía cansada, y el aprendiz de Jedi vio por un momento un atisbo de la niña que había sido una vez. Ella apartó la mirada.

—No te preocupes, rebelde. No es tan malo como dicen.

Obi-Wan se arriesgó a hacer una pregunta, quizá movido por ver en sus rasgos una sombra de los de sus amigos.

—¿Echas de menos a tu familia?

Ella se envaró por un momento. Él esperó un golpe, se preparó para él. Pero, en vez de eso, la phindiana se volvió para mirarle con una mirada cortante tan triste como llena de espacios vacíos.

—¿Cómo se puede echar de menos lo que no se recuerda?

Capítulo 13

La voz de Qui-Gon era tan cortante como el filo de un vibrocuchillo. —¡Lo has abandonado!

—¡Qué va, Jedi-Gon! ¡Él insistió! —exclamó Guerra—. Y todo pasó muy deprisa. ¡No supe qué hacer!

—¡Pudiste quedarte con él! —replicó bruscamente.

—Pero Obawan me dijo que me llevara el anti-registrador. Dijo que eso era lo más importante —lloró el phindiano desesperado.

Qui-Gon profirió un suspiro de exasperación. Obi-Wan tenía razón. Su misión era conseguir ese aparato. Eso debía ser lo importante.

Le dio la espalda a Guerra e intentó recuperar la compostura. Estaban ocultos en las sombras, fuera del enorme almacén. Quería atacar a Guerra, atacar al primer guardia del Sindicato que viera, atacar el cuartel general. La ira le inundaba, cruda, pulsante, irracional. Le sorprendió lo fuerte que era. Guerra ya había traicionado a su padawan en aquella plataforma minera. ¿Lo habría vuelto a hacer?

—No supe qué hacer, Jedi-Gon. Obawan insistió. Dame tu túnica, me dijo. Dijo que la Fuerza le ayudaría. Ahora me doy cuenta de que sólo quería que le obedeciera. De saber yo que se lo habrían llevado, bien me habría puesto en su lugar.

El Caballero Jedi se volvió para mirar a los apesadumbrados ojos de Guerra. Sus instintos le dijeron que confiara en el phindiano. Y todo lo que decía sobre Obi-Wan parecía auténtico. Su aprendiz se había sacrificado para que pudieran sacar el aparato anti-registrador del edificio. Él habría hecho lo mismo.

Paxxi habló en voz queda.

—Tenemos una señal para llamar a Duenna en caso de emergencia. Podemos activarla y mañana se reunirá con nosotros en el mercado. Nos dirá cómo está Obawan y lo que planean para él. Entonces podremos planear su rescate.

—Mañana sería demasiado tarde. Tiene que ser esta noche. Ahora mismo. No dejaré a Obi-Wan tanto tiempo encerrado.

Paxxi y Guerra intercambiaron miradas.

—Sentimos decirte que no, Jedi-Gon —dijo el segundo—. El cuartel general se cierra por las noches. Nadie puede entrar o salir de él. Ni siquiera Terra y Baftu.

—¿Qué pasa con el aparato anti-registrador? Dijiste que podría hacerte entrar en cualquier parte.

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