Aprendiz de Jedi 3 El pasado oculto (9 page)

BOOK: Aprendiz de Jedi 3 El pasado oculto
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—¡Que te diviertas! —cloqueó el hombre del Sindicato, y lo empujó rampa abajo.

Una sonda androide zumbó detrás del joven Jedi cuando éste cruzó con precaución el hangar del espacio-puerto. Cuando llegó al punto de control, los guardias le hicieron pasar. No había duda de que el Sindicato los había sobornado para que pudiera pasar sin problemas. La diversión empezaría en cuanto llegase a las calles de Gala. Estaban apostando por cuánto tiempo conseguiría sobrevivir.

Obi-Wan se internó en las abarrotadas calles de Galu, capital de Gala, sabiendo que el pequeño probot le seguía constantemente, filmándolo sin cesar. Le costaba saber lo que debía hacer. ¿Cómo reaccionaría ante una ciudad así si no tenía ningún recuerdo?

Hubo un tiempo en que la ciudad de Galu debió ser grande e impresionante, pero los enormes edificios de piedra se estaban desmoronando ya. En las fachadas podían verse, los agujeros y depresiones allí donde se habían arrancado los adornos. Donde antes hubo árboles a lo largo de las calles, ahora sólo había retorcidos tocones.

Los galacianos eran humanoides cuya piel pálida tenía un tono azulado. La luz solar era escasa en el planeta, y la piel clara y luminosa de sus habitantes hacía que se les llamase muy a menudo "gente de la luna". El joven Kenobi veía evidencias de pobreza por todas partes. Si el ambiente en Phindar había sido de miedo, en Gala el que captaba era de rabia.

Procuró mantener una expresión confusa en el rostro. Miró en los escaparates, intentando aparentar que nunca había visto las mercancías que se exhibían en ellos. Evitó mirar a los ojos de la gente y vagó por las calles sin un destino aparente. Pero, durante todo el tiempo, se fue acercando más y más al resplandeciente edificio que se veía en la distancia, y que él supuso era el gran palacio de Gala. Gemas azules y verdes incrustadas en las torres captaban la débil luz del sol haciendo que el palacio pareciera brillar.

De pronto, un galaciano gigantesco le bloqueó el paso.

—Tú —dijo, posando una carnosa mano en el hombro del muchacho—. ¿Sabes lo que me dije esta mañana al despertarme?

El probot zumbó alrededor de Obi-Wan, mientras éste resistía la tentación de actuar como un Jedi. No miraría al hombre a los ojos con valor claro y sereno. No le hablaría firme pero respetuosamente en un intento de calmar la situación. Debía reaccionar con miedo y confusión.

Y esperar que no le mataran.

Dejó que la aprensión asomara en su rostro.

—¿El qué? —respondió.

El hombrón le apretó dolorosamente el hombro.

—Qué le cortaría la garganta al primer hombre de las colinas que viera.

—Yo-yo no soy de las colinas —repuso el muchacho, dándose cuenta al instante de que, al no tener memoria, no
podía saber
si era o no de las colinas. Simuló que estaba confuso.

—Pues lo pareces —dijo el galaciano, cogiendo el vibrocuchillo que pendía de su cinturón.

El joven Kenobi oyó cómo lo sacaba de la vaina con un sonido sibilante. Parecía tener una hoja muy larga.

Sus manos buscaron instintivamente el sable láser. Naturalmente, no lo tenía, ya que se lo había confiscado el Sindicato. Y, de todos modos, de usarlo alertaría a la cámara del probot.

—La gente siempre dice que lo parezco —dijo con rapidez—. Todo el tiempo. Y no lo entiendo.

—¿No lo entiendes? —comentó el hombre frunciendo el ceño.

—Sí, yo quizá sea feo, pero no
tan
feo.

No tenía ni idea de lo que era una persona de las colinas. Ni del aspecto que tenía. Pero sabía que la única forma de salir con bien del aprieto sin pelear era haciéndose amigo de su contrincante.

El hombretón le miró fijamente, antes de echar la cabeza atrás y proferir una carcajada. Apartó la mano del hombro de Obi-Wan.

El joven retrocedió un paso, sonriendo al tiempo que el hombre reía. Se apartó un poco de él. El hombre, riéndose todavía, devolvió el vibrocuchillo a su cinturón y se alejó caminando.

De cara al probot, el aprendiz de Jedi mantuvo en el rostro una mirada de miedo y confusión. Se daba cuenta de que debía deshacerse del androide. Si sólo podía depender de su inteligencia para sobrevivir, estaría muerto antes de que anocheciera.

La idea le hizo sonreír, pero enmascaró el gesto tosiendo y llevándose la mano a la boca. Se metió por una calle lateral, y mientras caminaba usó la técnica Jedi de mirar sin parecer que miraba. Iba acumulando información, esperando el momento oportuno.

Delante de él había un carro cargado de hortalizas, aparcado ante la cocina de un caté. Un cocinero había salido a discutir con el conductor. Una motojet doblaba la esquina en ese momento. Podía ser su oportunidad.

Aceleró el paso. Cuando estaba cerca del carro, tropezó, sin que su rostro perdiera la expresión de desconcierto. La caída le puso directamente al paso de la moto. Pudo ver perfectamente la expresión de sorpresa del conductor antes de que diera un giro brusco para no arrollar a Obi-Wan. Al hacerlo rozó el carro, volcándolo. El conductor del carro empezó a gritar al de la moto, que pisó a fondo y siguió su camino.

El conductor del carro le persiguió, cogiendo hortalizas y arrojándoselas al piloto del deslizador. Una de ellas alcanzó al probot, haciéndole girar en el aire con un pitido de alarma. El aprendiz de Jedi rodó rápidamente tras el carro, echó a correr y se metió en la cocina del café. Pasó como una exhalación ante un sorprendido pinche que removía un caldero con sopa y entró en el café. Se dirigió a la puerta y corrió hasta la calle para esconderse en la tienda de al lado.

Un momento después veía al probot saliendo por la puerta del café. Flotó en la calle, girando lentamente, examinando a los viandantes con la cámara, mientras su perseguido permanecía oculto en la tienda. Poco a poco, el probot empezó a recorrer la calle, girando con cuidado en todas direcciones, así que el joven Kenobi aprovechó para desaparecer dentro de la tienda, pasar junto a su sorprendido propietario y salir de ella por una salida trasera.

El palacio de Gala no estaba lejos. Se paró un momento ante las adornadas puertas enjoyadas, preguntándose lo que debía hacer. No podía entrar y anunciarse a sí mismo. Supuso que los ministros y candidatos al puesto de gobernador acudirían en algún momento a palacio para celebrar alguna reunión sobre las próximas elecciones. ¿Debería limitarse a parar a la primera persona de aspecto importante que llegase y contarle por qué estaba allí?

Deseó que Qui-Gon estuviera con él. El Caballero Jedi habría sabido qué hacer. Él tenía la mente demasiado llena de dudas y posibilidades. Allí, en la calle, ante el palacio, se sentía en desventaja, temiendo siempre que el probot reaparecería en cualquier momento.

Mientras pensaba en la manera en que debía proceder, caminó hasta la sombra que proporcionaba un saledizo del edificio. Allí se dio cuenta de que una nave de pasajeros bajaba desde el cielo, pareciendo dirigirse hacia él. Se tensó hasta que se dio cuenta de que estaba junto al hangar de un pequeño espaciopuerto.

Avanzó un poco, todavía a la sombra del saledizo, para ver cómo aterrizaba la nave. Bajaron la rampa y por ella salió un piloto. Alguien avanzó para saludarle. Era un joven que llevaba una capa larga y un turbante.

—Hace ya tres minutos que espero —soltó el chico en cuanto se acercó el piloto.

—Disculpas, mi príncipe. La comprobación del equipo nos llevó más tiempo de lo habitual, pero ya estamos listos para despegar.

Obi-Wan se tensó; debía ser el príncipe Beju.

—No me aburras con obviedades. ¿Han cargado ya mis suministros?

—Sí, mi príncipe. ¿Está la guardia real lista para subir a bordo?

—No me aburras con preguntas, ¡limítate a obedecerme! Espero que podamos despegar en dos minutos. Pienso descansar durante el vuelo, así que no me molestéis.

El príncipe Beju se echó la capa por encima de un hombro y echó a andar. Era evidente que el príncipe debía dirigirse a Phindar para su reunión con el Sindicato. ¿Debía impedir que fuera a ella?

No
, pensó Obi-Wan. Si intervenía sólo conseguiría volver a prisión, pero a una de Gala. Lo mejor sería colarse a bordo y ver si conseguía regresar a Phindar.

Observó cómo el príncipe Beju desaparecía por la rampa. Le sorprendió descubrir que Beju no era mucho mayor que él. También tenía su misma altura, y su misma constitución...

Una idea brilló en la mente del aprendiz de Jedi como la luz de un sable láser extendido. ¿No sería demasiado arriesgado? ¿Debía intentarlo? Sólo tenía unos segundos para decidirse. Entró en la nave con cuidado. No se veía al príncipe por ninguna parte. Se dio cuenta de que la nave era un pequeño crucero modificado para su uso personal. Tenía toda clase de lujos. El príncipe Beju debía estar en su camarote, tras la puerta dorada situada a la derecha.

Obi-Wan entró en la cabina de control. Se sentó un momento para familiarizarse con los mandos. Ya había pilotado coches nube y deslizadores aéreos y, en una ocasión, una enorme nave de transporte. No debería serle muy difícil pilotar ésta.

Volvió al camarote y abrió la puerta de una cabina. Contenía suministros de todo tipo, pero encontró lo que buscaba en el otro... una hilera de turbantes similares al que llevaba el príncipe. Se puso uno en la cabeza, envolviéndose a continuación los hombros en una capa de color púrpura de lujosa tela.

Regresó a la cabina de control y se sentó a los mandos. Vio que el piloto se dirigía a la nave acompañado de tres guardias reales, así que subió enseguida la rampa de salida y conectó los motores iónicos. El piloto alzó la mirada, sorprendido.

El padawan vio cómo el desconcierto se pintaba en su rostro. Había contado con que el turbante y la capa confundirían a piloto y a guardias. Supondrían que el príncipe Beju pilotaba la nave. Puede que no por mucho tiempo, pero, con suerte, bastaría para permitirle despegar.

El intercomunicador cobró vida.

—¡Ya han pasado dos minutos! —ladró el príncipe Beju—. ¿Por qué no hemos despegado ya?

—De inmediato, mi príncipe —replicó cortante Obi-Wan.

Inició los preparativos del despegue. Los motores iónicos revivieron. El piloto y los guardias se acercaron más, intentando ver mejor. Uno de los guardias movió la mano en dirección a su láser.

—Ahora —murmuró el aprendiz de Jedi, y la nave salió disparada del hangar.

Las coordenadas de Phindar ya habían sido introducidas en el ordenador de navegación, y el muchacho pilotó la nave con seguridad fuera de la atmósfera de Gala. Esperó a estar en pleno espacio antes de quitarse momentáneamente turbante y capa.

En un mamparo de la cabina había un armarito con armas. Eligió una pistola láser y se dirigió al camarote del príncipe.

Éste estaba reclinado en un sofá.

—¡Dije que no quería que me molestaran! —exclamó sin levantar la mirada.

Obi-Wan se acercó un poco más y puso el láser bajo la barbilla del príncipe.

—Lo siento mucho.

El príncipe se incorporó para mirar a su agresor.

—¡Guardias! —gritó.

—Decidieron quedarse en Gala.

—¡Fuera de mi nave! ¡Haré que te maten! ¿Quién eres tú? ¿Cómo te atreves?

—No me aburras con preguntas —dijo Obi-Wan, poniendo al príncipe en pie—. Limítate a obedecerme.

Capítulo 16

Qui-Gon, Guerra y Paxxi encontraron un escondite tras una pila de equipos reparadores situada en el hangar del Sindicato. Duenna les había informado de la hora prevista de llegada del príncipe. En la plataforma de aterrizaje esperaba Baftu, acompañado por una tropa de guardias y androides asesinos.

Los hermanos Derida y el Jedi vestían las túnicas blindadas del Sindicato que habían robado dos días antes. Y si bien las túnicas les otorgaban cierta protección, siempre era mejor no ser vistos.

Kaadi había aceptado el plan con entusiasmo. También creía que la visita del príncipe sería el momento ideal para realizar el ataque. Había contactado con todos sus colegas rebeldes y éstos sólo esperaban una señal suya que les indicara la apertura de los almacenes. Había designado a los encargados de buscar armas y distribuirlas, así como a quienes se ocuparían de hacer lo mismo con la comida y los suministros. Y además procuraría que todos los phindianos vieran que se estaba cargando el bacta en la nave del príncipe.

Qui-Gon no podía imaginar cómo sería la furia de un pueblo que se había visto privado durante tanto tiempo de todo lo que necesitaba para subsistir. Seguro que la capital explotaría en mil pedazos. Eso proporcionaría distracción suficiente como para robar el tesoro de Baftu. Esto causaría la caída del Sindicato y haría que la paz volviera por fin a Phindar.

¿Por qué se sentía entonces tan incómodo?, se preguntó. Quizá fuera porque el plan parecía demasiado simple, y estaba lleno de incógnitas. ¿Y si el príncipe iba primero al Cuartel General? ¿Y si Baftu planeaba traicionarlo y quedarse con el bacta? ¿Y si no funcionaba el aparato anti-registrador de Paxxi? Ya lo habían probado con un cierre de seguridad de Kaadi, pero ¿y si el cierre del almacén era de otro tipo? Habría sido peligroso probarlo primero ahí, pero igual debieron intentarlo.

Igual dejaba que la preocupación por Obi-Wan interfiriera en su juicio. Estaba impaciente por hundir al Sindicato y ponerse a buscar a su padawan cuanto antes, pero ¿estaba siendo imprudente?

—Te preocupas mucho, Jedi-Gon —susurró Guerra—. No deberías. Todo saldrá bien. Paxxi y yo siempre hemos tenido suerte.

Qui-Gon no había visto nada que pudiera sustentar esa afirmación, pero el phindiano sólo intentaba ser una ayuda, así que asintió en gesto de gracias.

—Sí, así es, lo garantizamos —añadió Paxxi con un susurro—. El Sindicato se debilitará, y puede que se hunda, y el príncipe Beju se irá sin bacta y sin alianza. ¡Y ya está!

—¡Ya llega la nave! —siseó Guerra.

La nave del príncipe apareció en las alturas, blanca y esbelta. Descendió hasta realizar un aterrizaje perfecto. La rampa se bajó lentamente. Qui-Gon se puso en tensión. Iba a empezar todo.

El príncipe bajó lentamente por la rampa, solo. Al principio, el Caballero Jedi se sorprendió; había supuesto que el príncipe llegaría con una guardia real.

Entonces sintió algo familiar en él. Pero, ¿a qué se debía? Tardó largos segundos en darse cuenta de que era Obi-Wan disfrazado.

La alegría inundó su corazón. ¡Su padawan estaba vivo!

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