Read Aprendiz de Jedi ed. esp. 2 Los discipulos Online
Authors: Jude Watson
Obi-Wan se preguntó por un momento cómo podía Norval conocer a Anakin. Supuso que se habría informado de muchas cosas. Pero antes de poder reflexionar más en el tema, Norval se abalanzó a por el intercomunicador de la nave.
—¡El Jedi tiene el holocrón! —gritó—. Tenéis que sacarme de aquí.
Obi-Wan giró y echó a correr mientras Norval pedía ayuda. El Maestro Jedi no pensaba matar a un enemigo desarmado. No pensaba dejar que su padawan se enfrentara a solas con la nave misteriosa. Y, esta vez, no pensaba marcharse sin el holocrón.
L
as puertas automáticas empezaron a cerrarse a su alrededor. Obi-Wan corría lo más rápido que podía. Se pegó a las paredes y consiguió colarse por la puerta por la que había accedido a aquel pasillo. Lo último que vio fue a Norval riéndose de él, con una mueca burlona en la cara.
—No tienes ni idea de a lo que te enfrentas —gritó.
Obi-Wan volvió a recorrer los pasillos blancos en dirección a su transbordador. El reluciente holocrón proyectaba un escalofriante resplandor rojo en las paredes. Obi-Wan ignoró la flojera de piernas y el malestar que sentía en las tripas. Tenía que ir con Anakin.
Al cabo de unos minutos, Obi-Wan salía en la pequeña cápsula desde el hangar de lanzamiento. Buscó la nave de Anakin mirando a través del transpariacero. No la vio. Tampoco la nave gris. El fuego cruzado de disparos láser se había interrumpido.
Se recostó en el asiento, descorazonado. Estaba seguro de que si su padawan había muerto lo sabría, lo presentiría. ¿Pero dónde estaba?
Obi-Wan programó la cápsula para que viajara cerca de la nave de Norval. Necesitaba la mayor cobertura posible.
El transbordador flotó por el espacio, junto al casco del vehículo de Norval. Pero seguía sin ver nada. Estaba a punió de rendirse y de salir de allí, cuando vio la pequeña nave que habían tomado prestada escondiéndose junto al transporte de Norval. Sintió un profundo alivio. El chico era listo.
En cuanto el transbordador hizo contacto con la nave, Obi-Wan abrió la puerta y entró en la zona de carga. Lo primero era poner a salvo el holocrón. Quería encontrar un lugar seguro que estuviera lo más lejos posible de Lundi.
Colocó cuidadosamente el objeto en una cavidad de carga y se encontró mucho mejor al desprenderse de él. Pero sabía que no estaría tranquilo hasta que el objeto estuviera guardado bajo llave en los archivos Jedi en Coruscant..., y puede que ni siquiera entonces.
Obi-Wan se apresuró a entrar en el puente, ansioso por ver a su padawan. Pero lo que vio a través de la puerta abierta le sorprendió tanto que se detuvo en seco.
La jaula del profesor estaba vacía y la puerta abierta. Anakin estaba sentado en el suelo y acunaba a Lundi en su regazo.
—Ahora lo comprendo —dijo Lundi con un murmullo ronco—. Hay cosas que es mejor dejar en el fondo del mar.
Lundi tomó aire, jadeando, y Obi-Wan se dio cuenta de que se moría. Avanzó un paso y le miró al ojo. Y por fin vio lo que siempre había querido ver: remordimiento y miedo.
—Sólo... sólo espero que no sea demasiado tarde —terminó de decir Lundi. Su frágil cuerpo se estremeció y quedó inerte. Anakin lo puso en el suelo con cuidado. El doctor Murk Lundi había muerto.
Obi-Wan tuvo varios sentimientos cruzados. Confusión, frustración, alivio...
Anakin se volvió para mirarle.
—Sabía que iba a morir —le explicó—. Y pensé que no debía terminar su vida en una jaula. Así que le dejé salir. Pensé que era lo mejor.
Su rostro expresaba un profundo pesar, y Obi-Wan se dio cuenta de que debió de entristecer al chico con su arrebato en Kodai.
—No pasa nada, padawan —dijo Obi-Wan, poniéndole una mano en el hombro. Se dio cuenta de que tenía mucho que aprender como Maestro Jedi. Y a Qui-Gon y a él les había costado años de trabajo construir los fuertes lazos de confianza que les unían. Eran lazos que también surgirían entre Anakin y él con el tiempo. En cuanto a Lundi, ya daba igual. El quermiano y su maldad ya no existían.
Obi-Wan pudo ver el alivio en el rostro de Anakin.
—Siento lo del mensaje —dijo—. No quería ocultártelo, es sólo que...
Obi-Wan asintió.
—Lo sé —dijo—. Mi reacción fue exagerada. La próxima vez lo llevaremos mejor.
—Espero que... —Anakin se vio interrumpido de repente por un resplandor de luz cegadora seguido de un ruido ensordecedor. La nave sufrió una sacudida hacia atrás ante el impacto en el exterior de un resto a la deriva.
—Corta la energía —le gritó Obi-Wan.
Anakin corrió a los mandos y desconectó el interruptor principal. Un segundo después, estaban rodeados de oscuridad. Si tenían suerte, conseguirían alejarse con los restos en llamas sin que la misteriosa nave gris se diera cuenta...
Obi-Wan aguantó la respiración. Convocó a la Fuerza y supo al momento que Norval había muerto. El pobre estudiante estaba equivocado. El habitante de la nave gris, fuera quien fuese, no era su amigo. La explosión estaba destinada a los Jedi, y a sus causantes no les importaba perder un aliado si así impedían que se hicieran con el holocrón.
L
a nave aterrizó en el hangar de Coruscant, y Anakin y Obi-Wan desembarcaron. Habían pasado horas a la deriva, intentando arreglar la hipervelocidad. Ni siquiera el talento de Anakin como mecánico había conseguido evitar que llegaran a casa a trompicones. Y aún quedaba mucho por hacer.
—Intentaré devolver la nave a Kodai —ofreció Anakin.
Obi-Wan asintió. Había sacado el holocrón de la zona de carga y estaba ansioso por llevarlo a su hogar permanente en los archivos. Había aprendido a ignorar las náuseas, pero era incapaz de sentirse cómodo ante tal cantidad de poder oscuro.
—Ven a la Cámara del Consejo cuando termines —dijo Obi-Wan—. Estoy seguro de que el Consejo querrá saber de nosotros lo antes posible.
Anakin asintió.
—¿Y Lundi? —preguntó.
—Haré que saquen el cadáver de la nave y lo lleven al Templo. El Consejo sabrá qué hacer con él.
Obi-Wan contempló a Anakin atravesando el hangar y se apresuró a llegar al Templo. Jocasta Nu le esperaba allí, con la caja del holocrón abierta. Colocaron el objeto dentro, sellaron la tapa y lo bajaron a las catacumbas del archivo.
Cuando el holocrón desapareció de su vista, Obi-Wan suspiró aliviado. Esperaba no tener que volver a ver o a tocar jamás aquel objeto maléfico.
Cuando Obi-Wan llegó a las puertas de la Cámara del Consejo, Anakin ya le esperaba allí. Cuando las puertas se abrieron, el chico sonreía de oreja a oreja.
—Enhorabuena —dijo Depa Billaba cuando entraron—. Un trabajo bien hecho.
—Así es —asintió Saesee Tiin.
La mirada de Anakin relucía de exaltación.
—Ha sido una gran misión —dijo—. La más divertida que he tenido hasta ahora.
Obi-Wan se dio cuenta de que Yoda miraba con preocupación al chico, pero el resto de los miembros del Consejo parecían simplemente encantados y aliviados de que el holocrón estuviera, por fin, sano y salvo en los archivos del Templo.
—La diversión a las misiones grandeza no da —dijo Yoda con seriedad. El sabio Maestro miró a Obi-Wan, que sintió una punzada de culpabilidad. ¿Acaso creía Yoda que había fracasado como Maestro de Anakin? ¿Le preocupaba que no fuera capaz de guiar al chico?
Él también tenía sus propios temores, claro. Qui-Gon había sido un Maestro maravilloso, valiente, fuerte y sabio. Un líder con talento.
¿Pensaría Qui-Gon que estoy fallando a Anakin? ¿Que el chico necesita un Maestro más sabio y más anciano?
Qui-Gon había muerto más de cuatro años antes, pero Obi-Wan sintió de repente su presencia. Se sintió agradecido por ello y se consoló pensándolo. Pero a veces la pérdida le pesaba demasiado.
—Haremos que los restos del profesor Lundi reciban la atención adecuada —dijo Mace Windu.
La mención del nombre de Lundi devolvió al Maestro Jedi al presente.
—Bien hecho, Jedi —dijo Ki-Adi Mundi, sonriendo—. Ya podéis iros.
Los demás Maestros también asintieron.
Mientras Obi-Wan seguía a su padawan al exterior de la Cámara, varias imágenes le recorrieron la mente: el rostro enloquecido y retorcido del doctor Lundi, el tosco dibujo del holocrón Sith, la extraña nave gris y sus misteriosos pasajeros, el propio holocrón, y, por un instante, la ira que había visto en la mirada de Anakin. Eran sólo algunas de las muchas señales que había visto en aquella misión. Señales de cosas que no le sería fácil ignorar...
FIN