Aprendiz de Jedi ed. esp. 2 Los discipulos (4 page)

BOOK: Aprendiz de Jedi ed. esp. 2 Los discipulos
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—No permitas que la misión te perturbe, padawan —dijo Qui-Gon con calma—. Sé que es difícil. Nos enfrentamos a una poderosa fuerza maligna. Pero enfadarse sólo significa dar un paso peligrosamente en falso hacia el Lado Oscuro.

Obi-Wan se miró los pies, como si estuviera avergonzado por haberse enfadado.

—La ira y el miedo son caminos fáciles hacia el Lado Oscuro —prosiguió Qui-Gon, como si Obi-Wan le hubiera contado lo avergonzado que estaba—. No es difícil dejar que los sentimientos negativos te dominen. Sé lo difícil que es dejar que fluyan por tu interior y que desaparezcan sin reaccionar ante ellos. Pero es precisamente eso lo que tienes que hacer.

Obi-Wan asintió, y Qui-Gon se dio cuenta de que el chico había comprendido lo que le decía. Pero también supo que era mucho más difícil sentirlo de corazón.

Sin decir palabra, Qui-Gon se giró y abandonó el callejón sin salida, en dirección a la calle principal.

—Vamos a repasar lo que sabemos —dijo mientras seguía avanzando. Lo cierto era que no estaba tan seguro como parecía de lo que debían hacer, pero quería dar a su padawan la impresión de que estaban en el camino correcto.

—Sabemos que el doctor Lundi tiene un gran número de seguidores entre sus estudiantes... y entre los que no son sus estudiantes. Hay sectas Sith por toda la galaxia y es muy probable que estén en contacto entre sí. Eso explicaría que haya tanta gente ansiosa por detenernos. Sabemos que Lundi busca un holocrón Sith, y para ello necesita un equipo minero difícil de conseguir. O al menos que le gustaría disponer de ese equipo para buscar el objeto. También sabemos que hay un problema de tiempo, y que Lundi no está seguro de poder conseguir él solo el holocrón.

—Eso sólo es el desvarío de un estudiante con demasiada imaginación —indicó Obi-Wan—. De alguien desesperado por que le incluyeran en el viaje.

Qui-Gon bajó ligeramente el ritmo.

—Cierto —asintió—, pero en otras ocasiones hemos recibido información muy precisa de fuentes todavía más disparatadas.

Obi-Wan no respondió y Qui-Gon decidió no insistir sobre el tema. El chico necesitaba tiempo para procesar sus sentimientos.

Los Jedi decidieron regresar al hangar. Si se daban prisa quizá consiguieran colarse en la recién alquilada nave del doctor Lundi antes de que despegara.

Llegaron al mercado y Qui-Gon sacó el intercomunicador del cinturón. Era hora de llamar al Consejo Jedi. Aquella misión estaba empezando a ser cualquier cosa menos normal, y quería mantener a Yoda informado de sus progresos.

Pero le sorprendió la información que Yoda tenía para él.

—Información sobre otra gran colección de objetos Sith tenemos —dijo Yoda con seriedad. Su voz sonaba firme, pero Qui-Gon se dio cuenta de que el sabio Maestro Jedi estaba alarmado—. Un informador anónimo nos la dio.

Qui-Gon escuchó con atención todo lo que le decía Yoda, deteniéndose varias veces a lo largo de la calle. Obi-Wan se paró a su lado, expresando curiosidad y preocupación con la mirada. Cuando la transmisión terminó, Qui-Gon suspiró pesadamente. Empezaba a tener un mal presentimiento sobre todo aquello.

—Han descubierto más artefactos Sith —empezó a decir Qui-Gon.

—Imaginé que sería algo así —dijo Obi-Wan, asintiendo con seriedad—. ¿Qué han encontrado?

—Un almacén lleno de armas y dispositivos a medio construir, además de copias de los textos y las enseñanzas del doctor Lundi —respondió Qui-Gon—. En la pared estaba pintado el dibujo emblema del holocrón Sith.

Obi-Wan guardó silencio por un momento, mientras seguían avanzando hacia el hangar.

—¿Dónde está ese almacén? —preguntó al fin.

—En Umgul, en el Borde Medio —respondió Qui-Gon. Apretó ligeramente el paso. Tenían que regresar al hangar cuanto antes.

Obi-Wan mantuvo el ritmo de su Maestro.

—Nada que ver con el primer montón de objetos —dijo pensativo.

—Exactamente —asintió Qui-Gon. Hacía poco que oían hablar de los discípulos de la secta Sith, pero se dio cuenta de que se estaban convirtiendo en una realidad fría y terrible.

Qui-Gon pasó por delante de un alienígena que vendía dispositivos electrónicos y de una hembra humanoide que empujaba un carrito de fruta.

¿Estudiarán
a
los
Sith?
, se preguntó.

De repente, un pequeño grupo de gente se puso ante Qui-Gon, que por un momento perdió el rastro de su aprendiz. Normalmente no se habría preocupado, pues era imposible tener constantemente vigilado a su padawan. Pero, por alguna razón, en ese momento se inquietó.

Antes de que pudiera abrirse paso entre la multitud, se oyó un disparo de pistola láser.

7

O
bi-Wan activó el sable láser en menos de un segundo, pero era difícil adivinar de dónde procedían los disparos rodeado por todas partes de hordas de vociferantes ciudadanos. Se concentró y se quedó completamente inmóvil durante un nanosegundo. Luego saltó, haciendo caso omiso del dolor lacerante que sentía en el hombro, y consiguió rechazar tres proyectiles. Entonces, el tiroteo terminó.

Resonaron gritos de pánico a su alrededor antes de que finalizaran los disparos. En el caos posterior, fue imposible determinar de dónde habían procedido. Desactivó el sable láser entre gritos y miradas asustadas. Por suerte, no parecía haber heridos.

De pronto, Qui-Gon volvió a estar a su lado. Su Maestro no necesitaba decir nada para que Obi-Wan supiera que no tenía sentido intentar la persecución del atacante. Lo que tenían que hacer en ese momento era encontrar la ruta de escape más directa.

Qui-Gon se internó entre el gentío hacia un área aislada fuera del mercado. Estaban recuperando el aliento cuando se reanudó la lluvia de disparos, que pasaron rozando la cabeza de Obi-Wan, casi dándole en la oreja. El chico se agachó y volvió a ponerse en pie con rapidez. Sin duda había llegado el momento de regresar al hangar.

Mientras corrían por las calles, Obi-Wan se preguntó si la vida en Nolar siempre era así de peligrosa, y si aquel tiroteo estaba dirigido contra los Jedi. Y, en ese caso, ¿quién estaría detrás de aquello? ¿Los matones del callejón? ¿Cuántos discípulos podía tener una secta Sith? ¿Quién les informaba?

Otro disparo láser pasó por su lado, a apenas un metro de distancia. Estaban consiguiendo escapar.

Obi-Wan corría tras su Maestro, que parecía estar tomando un rodeo, quizás intentando despistar de una vez por todas a sus perseguidores. Doblaron esquinas, recorrieron intrincadas callejuelas y dejaron atrás a sus atacantes.

Por fin llegaron al hangar. Obi-Wan entró corriendo en él y se detuvo en seco al ver que la nave alquilada por Lundi ya no estaba allí. El piloto yacía en el suelo.

Los Jedi se acercaron a él. Su gran cabeza pelirroja yacía en el suelo, doblada en un extraño ángulo. Tenía un bulto con mal aspecto en la nuca, y uno de sus largos brazos reposaba sobre los ojos cerrados.

Qui-Gon se agachó a su lado y le tomó el pulso.

—Débil y lento, pero tiene pulso —informó mientras se apoyaba sobre los talones.

—¿Crees que le han drogado? —preguntó Obi-Wan, mirando el cadáver. Los pies didáctilos del piloto estaban doblados de forma extraña.

—Eso parece —respondió Qui-Gon—. Y también creo que le han golpeado en la cabeza —se levantó, suspirando profundamente—. Quizá pasen horas hasta que podamos hablar con él.

Obi-Wan contuvo su exasperación. Otro callejón sin salida. Estaban en una misión importante, pero no tenían ni idea de adonde iban o de lo que tenían que hacer. Y, para colmo, no podían salir de un planeta que compartían con alguien que quería detenerlos, a ser posible para siempre.

Obi-Wan se sentó de espaldas al piloto, a esperar, sin dejar de intentar contener su frustración.

***

Dos horas después, el piloto gruñó y se incorporó aturdido. Miró a su alrededor, intentando entender qué hacían allí dos Jedi y por qué su nave no estaba donde había estado horas antes. Hubo un momento de tenso silencio antes de que empezase a proferir gritos de rabia. Quiso ponerse en pie de un salto, pero volvió a sentarse. Se acarició la magullada nuca, encontró el bulto y se quejó un poco más.

—Procura mantener la calma —dijo Qui-Gon en tono tranquilizador. El piloto soltó una maldición, pero no volvió a intentar levantarse.

—¿Te han robado la nave? —preguntó el Jedi, tras lo cual se levantó y cruzó el hangar a grandes zancadas.

—Bueno, no creo haberla extraviado en otro sitio —respondió el piloto, malhumorado. Su voz sonaba extraña, ya que procedía simultáneamente de sus dos bocas. Miró a Qui-Gon con desconfianza—. ¿Quiénes sois?

—Soy Qui-Gon Jinn, y éste es mi aprendiz, Obi-Wan Kenobi —respondió Qui-Gon—. Creemos que la persona que nos sigue podría ser la misma que ha robado tu nave. ¿Podrías contarnos lo que ha sucedido?

El capitán se frotó suavemente el bulto que le había salido en la nuca.

—Estaba trabajando en la nave... realizando algunos ajustes en el motor de hipervelocidad. Entonces apareció alguien por detrás y me golpeó en la nuca —el piloto puso cara de dolor mientras seguía acariciándose la herida.

—¿Viste a tu atacante? —preguntó Obi-Wan.

El piloto negó con la cabeza.

—No vi a nadie. Ni oí nada, la verdad. Sería un ladrón, o un ratero. Hay muchos por aquí.

—¿Crees que pudo ser el que alquiló tu nave hace unas horas? ¿El quermiano?

—¿Cómo sabéis lo del quermiano? —preguntó el capitán. Pero antes de que el Jedi pudiera responder, el hombre hizo un gesto con la mano, dando a entender que daba igual—. No importa, pero no entiendo por qué atacaría al piloto que iba a llevarlo adonde quería ir.

—Quizá lo que quería era conducir él mismo la nave —musitó Qui-Gon.

—O ahorrarse el dinero del billete —añadió Obi-Wan.

El piloto suspiró.

—Hay muchos ladrones en Nolar. Este tipo de cosas pasan constantemente —miró a su alrededor, al hangar vacío. Su mirada se tiño de ira—. Pero a mí no.

Obi-Wan sabía cómo se sentía el piloto. A él aquella misión le frustraba casi desde el principio.

Pero lo que Qui-Gon y él necesitaban en ese momento era información. Tenía que conservar la tranquilidad y la concentración.

—¿Podrías decirnos adonde ibas a llevar al quermiano? —preguntó.

—Claro —dijo el piloto. Obi-Wan se dio cuenta de que el hombre parecía más que dispuesto a ayudar a los Jedi. Quizá pensaba que así podría recuperar su nave—. Acababa de terminar de meter la información en el ordenador de navegación. Lo recuerdo porque no es un planeta al que me hayan pedido ir muchas veces. De hecho, nunca he estado allí.

—¿Y cómo se llama ese planeta? —preguntó Qui-Gon.

—Kodai —dijo el piloto—. Debíamos ir a Kodai.

8

Q
ui-Gon dio las gracias al piloto y se puso en pie. No tenía forma de saber si la nave se había dirigido de verdad a Kodai o no. El doctor Lundi era lo bastante listo como para dejarles pistas falsas o incluso tenderles una trampa, pero no tenían nada más. Cuanto antes consiguieran llegar a Kodai para investigar, mejor.

—¿Necesitas ayuda para ir alguna parte? —preguntó Qui-Gon al piloto.

El piloto se levantó. Estaba bastante despejado pese a haber pasado apenas unos minutos desde que recuperó la consciencia.

—No, estoy bien —respondió—, pero si encontráis mi nave ya sabéis dónde estoy.

—Claro —dijo Qui-Gon—. Haremos lo que podamos.

Obi-Wan y Qui-Gon salieron rápidamente del pequeño hangar y bajaron por la calle hacia una gran avenida. Estaba llena de naves de todos los tamaños y de pilotos de toda la galaxia, negociando o arreglando sus vehículos. Parecía bastante fácil contratar sus servicios.

Qui-Gon se acercó a un piloto y le preguntó si les podía llevar a Kodai.

—¿A Kodai? —repitió el piloto—. Os equivocáis de hombre.

—Yo os llevaré, pero no tomaré tierra. Al menos, no hasta la semana que viene —dijo otro.

Qui-Gon preguntó a otros seis pilotos antes de encontrar a uno que estaba dispuesto a realizar la travesía, una humanoide que no quiso decir su apellido.

—Llamadme Elda —dijo ella antes de acceder a dejarles en Kodai, pero marchándose nada más tocar tierra. No pudieron convencerla para que los esperase allí y los trajera de vuelta.

No podían permitirse ser quisquillosos y aceptaron. Embarcaron de inmediato. Mientras la piloto preparaba la nave, se pusieron cómodos para el viaje.

—No es fácil encontrar gente que quiera ir a Kodai —dijo Elda mientras introducía los puntos de destino en el ordenador de navegación.

Qui-Gon alzó una ceja.

—Ya me había dado cuenta —dijo—. ¿A qué se debe?

La piloto se volvió para mirar por encima del hombro a Qui-Gon, ofreciéndole una expresión de "Si no lo sabes, no voy a ser yo quien te lo cuente".

Qui-Gon no insistió.
Dejémoslo así
, pensó.
Ya obtendré la información del Templo.

Salió de la cabina hacia la zona de carga y encendió el intercomunicador. Había oído hablar de Kodai y creía que se encontraba en los territorios del Borde Exterior. Si no se equivocaba, la superficie del planeta estaba cubierta en su mayor parte por un vasto océano.

Su intercomunicador emitió un sonido, y un momento después la voz de Jocasta Nu, documentalista del Templo, resonó plácidamente en la zona de carga de la nave.

—Me alegra hablar contigo, Qui-Gon —dijo—. ¿Qué tal va la misión?

—Ahora mismo no sabría decirte —respondió Qui-Gon con sinceridad—. Quería que me buscaras información sobre el planeta Kodai.

—Kodai, en el Borde Exterior —dijo. Hubo un breve silencio mientras Jocasta buscaba en el ordenador del Templo los datos que le había pedido—. Creo recordar algo de un océano gigantesco.

Qui-Gon pudo oír a Jocasta pulsando botones y teclas en el ordenador. Ella siguió hablando.

—Sí, Kodai está recubierto por un enorme mar..., un mar que creció hace cientos de años para tragarse la mayor parte de los habitantes del planeta, que vivían en la superficie —le informó—. Actualmente, apenas queda algo de superficie, y una sola ciudad. Cuenta con una población escasa, unos miles de kodaianos que se pasan casi todo el tiempo intentando conservar su forma de vida en tierra, aunque la mayoría de ellos cree que el mar volverá a enfurecerse y acabará con todos —Jocasta se quedó callada un momento. Qui-Gon supuso que estaba leyendo más datos.

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