Aprendiz de Jedi ed. esp. 2 Los discipulos (2 page)

BOOK: Aprendiz de Jedi ed. esp. 2 Los discipulos
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A Obi-Wan no le gustaba el tipo de enseñanza que estaba presenciando. Pero cuanto más escuchaba al doctor Lundi, más quería saber. Y, de pronto, se dio cuenta de que él también estaba ansioso por oír su siguiente palabra.

—Nadie, aparte de los Sith, ha visto nunca un holocrón. Hay rumores. Sí. También hay dibujos, leyendas y mitos, pero la mayoría de los historiadores cree que los Sith guardaban sus conocimientos tan celosamente, que prefirieron destruir los holocrones a dejar que cayeran en manos de alguien que no mereciera la pena. Después de todo, estamos hablando de seres que mataban a sus Maestros cuando aprendían de ellos todo lo que necesitaban. —Lundi se detuvo y miró a sus alumnos con una sonrisa astuta—. ¿Debería ponerme nervioso al pensar en su graduación? —Y siguió hablando.

—Hay estudiosos que mantienen que los Sith no empleaban holocrones, que no habrían sido tan tontos de almacenar tanto poder en un cristal que cabía en la palma de la mano. —El profesor se detuvo, mirando una de sus palmas estiradas—. Un poder mayor del que ha conocido esta galaxia en mucho, mucho tiempo.

"Pero si he aprendido algo en los muchos años que llevo estudiando historia es que todos los mitos tienen algo de verdad. Uno debe llegar al fondo del mito para descubrirla, pero está allí, lejos de la superficie, esperando a ser revelada.

Obi-Wan no estaba seguro del tiempo que llevaba mirando fijamente cuando se obligó a sí mismo a cerrar los ojos y volver a concentrarse en la tarea que tenía entre manos. Murk Lundi hacía que los Sith fueran más reales que los cuentos nocturnos de fantasmas, pero ésa no era la razón por la que él se encontraba allí. No podía perder la concentración.

Pero al sucumbir a sus palabras, aunque sólo fuera durante poco tiempo, Obi-Wan entendió la admiración que los alumnos sentían por Murk Lundi. Su inteligencia y su carisma aumentaban el interés que tenían de por sí sus clases. El poder que tenía sobre los estudiantes era impresionante y, lo que era más, peligroso. Los alumnos parecían dispuestos a creer cualquier cosa que les dijera el profesor sin cuestionarlo, y su forma de hablar del Lado Oscuro lo hacía parecer atractivo. ¿No les estaría induciendo a ir demasiado lejos?

Obi-Wan volvió a fijarse en los estudiantes. El de la cabaña de Korriban tenía que ser uno de ellos, o alguien como ellos.

Un pequeño grupo de la primera fila atrajo la atención de Obi-Wan. Eran cuatro alumnos sentados en el centro de la fila, y se echaban hacia delante cada vez que el profesor hablaba.

El primero, un humanoide de pelo oscuro, asentía cada vez que el profesor Lundi terminaba una frase. A su lado había un chico pelirrojo tan absorto, que tenía las manos sobre el escritorio como si hubiera estado a punto de cruzar los brazos, pero se hubiera quedado congelado al empezar a hablar el profesor. El tercero estaba transcribiendo todo en un datapad, pese a que una pequeña cámara flotante grababa toda la clase. Y, por último, una chica que se aferraba protectora a un abrigo y un maletín que, según supuso Obi-Wan, pertenecían al doctor Lundi.

De repente, una luz amarilla se iluminó sobre la mesa del chico moreno de la primera fila. Obi-Wan se dio cuenta de que la señal indicaba que el alumno quería formular una pregunta.

El doctor Lundi se detuvo en plena frase. Giró la cabeza sobre su largo cuello, y Obi-Wan pudo percibir un gesto de enfado en el ojo descubierto del quermiano. Pero el enfado desapareció al ver quién osaba interrumpirle. Obviamente, el chico era uno de sus favoritos. El doctor Lundi incluso le llamó por su nombre.

—¿Sí, Norval? —preguntó.

Norval se puso en pie.

—Por favor, disculpe la interrupción, profesor. Sólo quiero saber si es cierto que los Sith eran más poderosos que los Jedi.

El doctor Lundi se rió en voz baja, como si la pregunta de Norval fuera infantil.

—Claro que sí —dijo—. El poder y la venganza son motivos mucho más fuertes que la paz. Los Sith hubieran controlado toda la galaxia de no haber cometido un error...

El doctor Lundi se vio interrumpido por un timbre que indicó el final de la clase.

Los alumnos se quedaron sentados en silencio, con la esperanza de que el profesor terminara de formular el argumento, pero el doctor Lundi ya recogía el abrigo y el maletín de manos de la chica de la primera fila.

—La semana que viene no habrá clase —anunció el profesor. Los alumnos emitieron un lamento. Lundi sonrió al ver la reacción—. Voy a tomarme unas pequeñas vacaciones.

Se encendieron un montón de luces amarillas por toda la sala.

—Quizá cuando regrese pueda compartir con ustedes una información muy interesante. —El doctor Lundi sonrió misteriosamente—. Hasta entonces, mi asistente Dedra será la que responda a las preguntas de después de clase.

La chica que había estado sujetando las cosas del profesor se colocó frente a la clase, y Obi-Wan tuvo la impresión de que ella se sentía abrumada. Mientras tanto, el doctor Lundi salía de la sala seguido por Norval y el chico pelirrojo, a quien Norval llamó Omal. Obi-Wan se dio cuenta de que el pelirrojo tenía una mirada de ojos brillantes e inteligentes. Estaba muy animado y charlaba contento con Norval sobre la clase.

Obi-Wan y Qui-Gon se miraron antes de abrirse paso hacia la puerta para salir del aula. Parecía que también tendrían que tomarse unas vacaciones.

3

A
Qui-Gon le hubiera gustado quedarse para charlar con los alumnos de la clase del doctor Lundi, pero el anuncio sorpresa del profesor lo cambió todo. El doctor Lundi iba a alguna parte y se traía algo entre manos, y lo más importante era averiguar adonde se dirigía y qué era.

El quermiano se movía muy rápidamente para alguien de su edad, pero los Jedi consiguieron seguirle el ritmo. Qui-Gon siguió a Lundi a una terminal y le vio meterse en una nave de tamaño mediano. Los Jedi no sabían adonde iba, pero no tuvieron más remedio que subir a bordo.

Una vez dentro se dieron cuenta de que era un vuelo privado fletado de manera expresa. La cabina principal estaba llena de asientos en su mayoría ocupados. Tanto los asientos como los pasajeros parecían algo venidos a menos.

—¿Vais a Lisal? —gruñó una voz desde un oscuro rincón cerca de la entrada.

—Sí —respondió rápidamente Qui-Gon. El destino de la nave le sonaba de algo.

—¿Billetes? —preguntó la voz.

—Dos, por favor —respondió Qui-Gon.

—Ya es demasiado tarde para adquirirlos —dijo el capitán con aplomo, saliendo de entre las sombras y evidenciando ante los Jedi su mal aliento y sus dientes rotos—. Si no los habéis comprado ya, tendréis que pagar el doble.

—Creo que preferimos pagar el precio normal —respondió Qui-Gon mirando fijamente al piloto a los ojos.

—Bien, entonces que sean dos a precio normal —dijo el capitán. Se metió la mano en el bolsillo de la túnica y sacó dos mugrientas fichas—. Vais a tener que sentaros al fondo.

Obi-Wan dio unos cuantos créditos al capitán mientras Qui-Gon buscaba a Murk Lundi entre la multitud. No se sentaba con los demás pasajeros, pero, habiendo tantas miradas fijas en él, el Jedi no se atrevió a seguir buscándole. Al menos no en ese momento.

Obi-Wan y Qui-Gon se abrieron paso hasta la última fila y se sentaron. Al sentarse, Qui-Gon se dio cuenta de que el asiento de delante estaba demasiado cerca, obligándole a adoptar una cómica postura de rodillas flexionadas. No había sitio para que el enorme Jedi se acomodara. Varios de los extraños pasajeros que tenía delante se giraron para mirarlos con odio.

Éste no es el típico grupo de viaje organizado
, pensó Qui-Gon. Los pasajeros parecían más malhumorados que los típicos viajeros de placer de Coruscant. Jocasta Nu les había advertido de que cualquiera podría ser miembro de las sectas Sith, y que eso dificultaría poder reconocerlos en plena multitud. De repente, Qui-Gon se preguntó si no se habrían metido en medio de la secta. ¿Por qué le sonaba tanto Lisal?

El capitán, no sin esfuerzo, cerró las puertas de la nave. Tras pulsar y aporrear varios botones, arrancó el panel de control y se puso a empalmar los cables chisporroteantes del interior.

—Espero que el motor esté en mejores condiciones —comentó Obi-Wan, lo que consiguió que les miraran todavía más.

Qui-Gon deseó haber tenido un poco más de tiempo para reflexionar sobre el cariz que estaba cobrando la misión y en qué se estaban metiendo su aprendiz y él. Todo ocurría demasiado deprisa. Aquella mañana habían ido a vigilar a un influyente profesor, y, de repente, estaban abandonando el planeta.

En el fondo de su ser, Qui-Gon tenía la extraña sensación de que aquel viaje no era lo que parecía. De repente, tuvo una corazonada. Podía ser una trampa.

Se puso en pie. Quizás aún estaban a tiempo de salir de allí, pero antes de poder decidir lo que iba a hacer, las maldiciones del capitán se convirtieron en gritos de ira. Alguien gritaba el nombre del doctor Lundi e intentaba colarse por la rendija de la puerta.

Qui-Gon tardó un segundo en reconocer al chico que quería subir a bordo. Era Norval, el alumno moreno de la primera fila.

El capitán hizo lo que pudo por expulsar al intruso por la puerta medio cerrada. Varios pasajeros se apelotonaron para contemplar la escena. No se sabía si querían ayudar a Norval a entrar o al capitán a echarlo. De pronto, las puertas se abrieron tras una lluvia de chispas del panel de control, y Norval y otros pasajeros fueron a parar al suelo.

—¡Vas a pagar el triple! —exclamó el capitán, señalando a Norval y rociándolo de saliva junto a otros pasajeros.

—No va a quedarse —dijo una voz tranquila y conocida desde detrás del capitán. Era el profesor. Con aquel caos, Qui-Gon no lo había visto aparecer.

—Por favor, lléveme con usted —suplicó Norval. Cogió la túnica del doctor Lundi por los bordes—. Me necesita —susurró—. Nadie conoce sus textos mejor que yo. Los he estudiado palabra por palabra. Tiene que enseñarme a utilizar el...

—¡Seguridad! —gritó Lundi de repente—. Seguridad, llévense a este chico de inmediato.

Dos enormes guardias del hangar aparecieron en la plataforma e izaron a Norval por los aires.

—¡Es usted demasiado viejo para utilizarlo solo! —continuó gritando Norval mientras lo sacaban de la nave y lo arrastraban por la rampa—. ¡Me necesita!

Murk Lundi no se movió. Cuando las súplicas de Norval se perdieron en la lejanía y el capitán consiguió cerrar las puertas, él siguió contemplando la escotilla de duracero.

Qui-Gon vio entonces la oportunidad de abandonar su asiento. Se abrió paso entre los distraídos pasajeros, tirando de Obi-Wan tras de sí. No iban a abandonar la nave. La misión era más importante de lo que había creído.

Todo indicaba que existía un holocrón Sith, y que Murk Lundi iba en su busca.

4

O
bi-Wan intentó abrir la puerta aunque sabía que era inútil; ninguna de las puertas del pasillo había cedido. Así que le sorprendió encontrar una que se deslizaba fácilmente hacia la pared. El olor a cerrado que emanaba de la sala confirmó que, a pesar de que la puerta no estaba cerrada, nadie la había abierto en mucho tiempo. Aquella sala de atmósfera rancia sería perfecta.

Tras indicárselo a su Maestro, Obi-Wan entró para echar un vistazo. Parecía una lavandería abandonada. Había pilas de uniformes amontonados en el suelo y agua estancada en dos grandes recipientes.

Qui-Gon arrugó la nariz al entrar.

—Buen trabajo, Obi-Wan —dijo con serenidad mientras cerraba la puerta-—. Nadie nos buscará aquí.

Cogió el intercomunicador del cinturón y llamó al Templo.

—Razón tienes al seguirle —dijo Yoda tras escuchar el informe de Qui-Gon—. El holocrón encontrar debemos.

Y Lundi es la única pista que tenemos
, pensó Obi-Wan.

Bant y Kit Fisto no pudieron proporcionarles ninguna pista sobre dónde podía estar el holocrón. Lo mejor era seguir a Lundi para arrebatárselo cuando lo encontrase.

Qui-Gon cortó la transmisión. Obi-Wan se dio cuenta de que él opinaba lo mismo. A menos que supieran adonde iban, sería casi imposible encontrar el holocrón antes que Lundi.

—Necesitamos más información —murmuró Qui-Gon, reactivando el intercomunicador. Un momento después, la voz de Jocasta Nu resonó en la pequeña estancia.

—Se han oído rumores sobre la existencia de holocrones Sith en varios lugares de la galaxia. Lisal, Korriban, Kodai, Doli. Casi todos han sido investigados por equipos Jedi, pero nunca se ha encontrado nada.

—Gracias, Jocasta. Como siempre, nos has sido de mucha ayuda.

—Estoy aquí para suministrar información. No dudéis en poneros en contacto conmigo si necesitáis saber algo más —respondió ella.

—Por supuesto —Qui-Gon cortó la señal y se giró hacia su padawan—. Lundi debe de estar buscando el holocrón de Lisal —dijo.

Eso es demasiado fácil
, pensó Obi-Wan.

—Necesitamos saber más. Voy a buscar a Lundi —dijo el padawan. Se quitó la túnica que se había puesto para no llamar la atención entre los estudiantes.

—Paciencia, Obi-Wan —dijo Qui-Gon para calmarle—. Cada cosa a su debido tiempo.

Obi-Wan sabía que el Maestro tenía razón, pero se sentía frustrado. Fue pateando la pila de uniformes que tenía a los pies hasta encontrar uno que parecía más o menos de su talla. Tras probárselo por encima, se lo puso. Le iba bastante bien.

—Esta noche no descubriremos nada —dijo Qui-Gon—. Tenemos que dar tiempo a Lundi para que se confíe y baje la guardia. Lisal está a dos días de aquí. Tenemos tiempo. —Se arrellanó en una de las pilas de ropa y se dispuso a dormir.

Obi-Wan suspiró e hizo lo mismo. Qui-Gon tenía razón, pensó. Pero, para él, esperar era la peor parte de las misiones. Le ponía muy nervioso. Y cuando estaba nervioso no conciliaba fácilmente el sueño.

***

Obi-Wan se despertó bruscamente. Algo no iba bien. Se recostó e invocó a la Fuerza para intentar encontrar la fuente del peligro que sentía. Cuando se aseguró de que en la lavandería no había nadie más aparte de su Maestro y él, soltó la empuñadura de su sable láser.

A su lado, Qui-Gon respiraba rítmicamente, dormido o en meditación profunda. Lo que había perturbado a Obi-Wan parecía no haber afectado a su Maestro.

Obi-Wan se tumbó y cerró los ojos para intentar recapturar una imagen de lo que le había asustado. ¿Había sido un sueño? ¿Una presencia? ¿O sólo un presentimiento?

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