Aprendiz de Jedi ed. esp. 2 Los discipulos (10 page)

BOOK: Aprendiz de Jedi ed. esp. 2 Los discipulos
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Anakin asintió.

Por un momento, Obi-Wan no supo qué decir. Era una información importante, algo que un aprendiz no debía ocultar a su Maestro.

—¿Y por qué no me lo has dicho antes? —le preguntó subiendo el tono.

—Pensé que... que no era importante —farfulló Anakin—. Conocíamos la existencia de esos mensajes, y tú querías volver cuanto antes a la nave.

Obi-Wan miró a su padawan. A él jamás se le habría ocurrido ocultar algo así a Qui-Gon. Eran un equipo, era vital que compartieran toda la información de que disponían. Confiar el uno en el otro. Completamente.

De repente se dio cuenta de que igual Anakin no confiaba completamente en él. ¿Qué otra razón podía tener para no contarle algo así?

Mientras observaba a su padawan, un pensamiento horrible le pasó por la cabeza: él tampoco se fiaba del todo de Anakin.

—Debiste contármelo de inmediato —le dijo Obi-Wan con firmeza—. Espero que actúes así la próxima vez.

Anakin se miró los pies.

—Sí, Maestro —dijo.

Sin añadir palabra, Obi-Wan se adelantó y siguió caminando.

Guardaron silencio mientras volvían a la nave, en la que el doctor Lundi dormía en su jaula, llenando el espacio con sus ronquidos. Se despertó de repente, cuando entraron los Jedi.

—¿Es que este prisionero no va a poder dormir? —gruñó, limpiándose la baba de la barbilla con una mano y frotándose el ojo con otra.

—No cuando ha accedido a proporcionar información relevante —respondió Obi-Wan con frialdad—. Necesito que respondas a unas cuantas preguntas sobre tu último viaje al fondo del mar kodaiano. Es hora de que nos cuentes lo que sabes.

El profesor miró a Obi-Wan con odio durante unos segundos. Era cierto que había accedido a responder a varias preguntas a cambio de poder volver a ver el holocrón.

—Adelante —dijo al fin.

—Hace diez años viniste a Kodai a por el holocrón —dijo Obi-Wan—. Y uno de tus alumnos favoritos vino tras de ti.

—Norval —dijo Lundi asintiendo—. Sí, era mi alumno más aventajado. Tenía una impresionante sed de conocimientos.

—De conocimientos oscuros —comentó Obi-Wan, mirando fijamente a Lundi.

El profesor se encogió de hombros.

—Lo que ese chico quisiera hacer con ese conocimiento no era mi responsabilidad. Yo sólo era el profesor. Yo compartía mi información.

Aquella respuesta enfermó a Obi-Wan. Era obvio que Lundi intentaba restar importancia a la poderosa posición que tenía como profesor. ¿Acaso no era consciente de la influencia que tenía en la gente? ¿No sabía que era responsable de la destrucción de al menos una joven vida?

—Pero Norval era fuerte, más fuerte incluso de lo que yo pensaba —prosiguió Lundi—. Llegó antes que yo al holocrón. Se hizo con el objeto, que seguía dentro de su cofre. Luchamos por él, y al final el holocrón cayó en el cráter del geiser.

Obi-Wan cerró los ojos al sentir que la decepción crecía en su interior. Aunque sabía que era muy posible que el holocrón hubiera caído aún más en las profundidades del escalonado suelo marino, esperaba que no fuera así. Porque eso significaba que el holocrón estaba muy abajo. Y, para colmo, dentro de un geiser activo que era increíblemente peligroso, incluso con la marea baja.

Cabía la posibilidad de que el holocrón estuviera tan lejos que nadie pudiera hacerse con él. Pero ¿y si no era así?

Obi-Wan no se sentía seguro sobre ningún aspecto de la misión. Pero no tenía más remedio que seguir adelante para que nadie se le adelantara.

20

A
nakin escudriñó la oscuridad mientras el gravitrineo cargado recorría el suelo marino que había quedado al descubierto. La marea ya estaba baja y no tardarían en viajar sobre el agua.

—Por ahí —dijo Obi-Wan, señalando hacia la izquierda. Eran las primeras palabras que le dirigía desde que discutieron. Anakin se sintió mal por no haber contado antes a su Maestro lo del holograma, pero no sabía por qué le daba tanta importancia. Al final se lo había contado, ¿o no?

Anakin giró el vehículo. A su lado, el doctor Lundi miraba desde el otro lado de los barrotes. Tenía los ojos abiertos de par en par y no podía quedarse quieto. Estaba inquieto como un niño.

No puede esperar a ver el holocrón
, pensó Anakin. El viejo objeto tenía que cumplir muchas expectativas. Al aumentar la velocidad del gravitrineo, el joven Jedi deseó para sus adentros que fuera lo que prometía.

El gravitrineo pasó sobre el agua, directo al cráter. Anakin creyó ver cómo emergía algo del mar. Parecía una plataforma de buceo.

—Ahí enfrente —dijo Obi-Wan.

Anakin pudo percibir la decepción en la voz de su Maestro. Aterrizó el gravitrineo junto a una plataforma llena de equipo y apagó el motor.

Obi-Wan contempló el traje submarino y el tanque de aire.

—Alguien ha estado aquí antes que nosotros —dijo—. Sólo espero que no hayan encontrado el holocrón.

Anakin escaneó la superficie marina. Podía sentir una poderosa energía oscura a su alrededor, pero no estaba seguro de si era porque el holocrón seguía allí abajo o porque llevaba años allí.

—El holocrón ya no está —cacareó Lundi. Agitó los brazos, varios de los cuales golpearon el techo y los lados de la jaula de viaje—. Él ha regresado. Lo tiene Norval.

Obi-Wan se puso el respirador e indicó a Anakin que hiciera lo mismo. A pesar de lo que había dicho Lundi, no podían irse sin asegurarse de que el holocrón ya no estaba en el fondo marino. Se sumergieron en el agua tras comprobar que la jaula de Lundi estaba bien sujeta al gravitrineo.

Obi-Wan iba primero, y descendió apoyándose en la pared del cráter hacia el saliente rocoso inferior. Era un largo camino y Anakin sintió un punto de excitación a medida que iban bajando. Aquello sí que era una misión.

Cuando llegaron al saliente no tardaron en encontrar el geiser, del que manaba una gran masa de agua caliente cada pocos minutos. Eso no les dejaba mucho tiempo para investigar lo que había debajo.

Anakin bajó por el cráter tras su Maestro, dando patadas lo más fuerte posible. No había nada ante él salvo la negrura impenetrable del fondo marino. Apenas podía ver las piernas de su Maestro moviéndose de arriba abajo a unos pocos metros de distancia. Por fin, Obi-Wan encendió una barra luminosa.

Y siguieron bajando más, y más, y más. A Anakin se le taponaron los oídos varias veces por la presión, y la temperatura del agua empezó a aumentar.

Tras lo que parecieron ser varios minutos, Anakin divisó un siniestro resplandor rojo que emanaba del suelo marino, varios metros debajo de él. Casi se quedó sin respiración al detenerse. El agua parecía latir en aquel lugar, llena de energía, y tenía que concentrarse mucho para mantenerse en el mismo sitio. A su Maestro le pasaba lo mismo.

Obi-Wan le indicó que tuviera cuidado y que nadara con cautela hacia la cueva reluciente. Anakin vio las piernas de su Maestro dando patadas, hasta que se detuvieron. Obi-Wan metió la barra luminosa en la pequeña cueva: estaba vacía. Un segundo después, Obi-Wan se giró y señaló hacia arriba, indicando a Anakin que regresaran a la superficie.

Anakin se preguntó cuánto tiempo habían permanecido allí abajo. ¿Cinco minutos? ¿Seis? No les quedaba mucho tiempo antes de que el geiser volviera a entrar en erupción.

Se giró lo más rápido que pudo y emprendió el camino hacia la superficie. Pero nadar hacia arriba no era tan fácil. Era casi como si algo lo arrastrase hacia el fondo, reteniéndole en el geiser. Se concentró en dar las patadas con fuerza y siguió ascendiendo lentamente.

Ya le dolían las piernas cuando sintió que una corriente de agua caliente le pasaba rozando. Avanzó rápidamente hacia arriba, dando una serie de furiosas patadas. No quería estar por allí cuando el geiser entrara en erupción.

Por fin, las paredes de la grieta desaparecieron y el Jedi se encontró en la superficie. Se apartó rápidamente del chorro justo cuando la columna gigante empezaba a manar.

No perdió tiempo en regresar al gravitrineo. Ahora que sabían que el holocrón no estaba allí, debían regresar a la civilización lo antes posible.

Anakin se quitó el respirador y encendió el gravitrineo. Los motores se activaron cuando Obi-Wan salió del agua.

—Ya no estaba —declaró Lundi mirando las manos vacías de los Jedi—. Qué listo. El chico es listo... más de lo que yo pensaba. Tendría que haberlo sospechado. Sí, sospechado. Estuvo a punto de hacerse con él la última vez, sí, pero Omal se cruzó en su camino. Buena suerte para mí. Mala suerte para él. Omal me dio la oportunidad de atacar, de quedarme el holocrón para mí. Pero Norval era un oponente formidable. Eso hay que reconocerlo...

La voz de Lundi se fue debilitando mientras el profesor se perdía en aquel recuerdo de diez años antes.

—¿Adonde llevaría Norval el holocrón? —preguntó Obi-Wan.

El profesor Lundi cruzó varios pares de brazos sobre el pecho.

—Un trato, un trato —dijo, desafiante—. Teníamos un trato. Yo os contaba secretos y vosotros me dejabais ver el holocrón. Pero no lo he visto, ¿o sí? El juego ha terminado y vosotros habéis perdido. El chico tiene el holocrón. El chico. ¡Ja!

La ira empezó a bullir en Anakin. Esperó a que su Maestro dijera algo que pusiera en su sitio al viejo chalado, pero Obi-Wan se quedó callado mientras contemplaba al profesor.

Con una sonrisa siniestra, Lundi miró alternativamente a ambos Jedi.

—Pero dudo que el chico sepa lo que debe hacer con él —añadió casi sin aliento—. Al menos no es un cobarde como vosotros y vuestros amiguitos con túnica.

Se
acabó.
Anakin apagó el gravitrineo y se lanzó sobre el profesor. Pudo oler el rancio aliento del quermiano cuando se acercó a su cara.

—No tiene gracia, gusano —dijo furioso—. Puede que tu alumno no sepa qué hacer con el holocrón, pero los Sith sí.

La sonrisa desapareció del rostro del profesor Lundi, que se quedó mirando a Anakin. Dejó caer todos sus flacuchos brazos.

—Sospecho que conoce la historia, profesor —gritó Anakin, obligando al largo cuello del quermiano a retroceder cada vez más—. Y sabrá que si los Sith se hacen con el poder, los Jedi no serán los únicos en morir.

21

O
bi-Wan miró a Anakin y al doctor Lundi de hito en hito. Sabía que la reacción de Anakin no estaba bien. No era propia de un Jedi y permitía que la ira se apoderara de él demasiado fácilmente. Todavía podía ver la chispa de furia en la mirada de su padawan. Como Maestro suyo, tenía el deber de reprenderlo por su comportamiento, aconsejarlo sobre el peligro de los sentimientos negativos.

Pero aquel arrebato pareció tener efecto en Lundi. Por primera vez desde que abandonaron Coruscant, el profesor parecía intimidado. El joven Jedi había conseguido apocar al profesor. Y Obi-Wan se sentía agradecido por ello.

Contempló a su padawan, que regresó a los mandos y encendió el gravitrineo.

Qué diferentes somos
, pensó.
Nuestra relación no tiene nada que ver con la que yo tenía con Qui-Gon.

Pero, claro, con Anakin, Obi-Wan no era el padawan. Era el Maestro, y su misión consistía en guiar, en enseñar. A menudo se preguntaba si estaba preparado para semejante responsabilidad. Había pasado todo tan deprisa... Era un padawan y, un instante después, se vio convertido en el Maestro de Anakin. No podía evitar sentir que ese papel debería haberlo realizado Qui-Gon.

Anakin tenía tendencia a saltarse las normas, igual que Qui-Gon. A menudo optaba por seguir sus instintos en lugar de hacer caso al Código Jedi. Pero sus decisiones, aunque impulsivas en ocasiones, casi siempre daban buenos resultados. Casi siempre llevaban las misiones un paso más allá, y a menudo dejaban a Obi-Wan desconcertado.

No es momento de reprimendas
, pensó Obi-Wan mientras volvían a toda prisa a la orilla. Tenían que llegar al hangar antes de que Norval consiguiera un transporte y abandonara el planeta.

El gravitrineo entró en el hangar al cabo de unos minutos, pero la nave de alquiler de los Jedi y el piloto no estaban por ninguna parte.

—Se ha largado —dijo Obi-Wan, mirando el hangar con expresión sombría.

—Qué cobarde —dijo Anakin asqueado—. No tendría que haberle arreglado la nave. Cuando le vuelva a ver...

—Ahora no hay tiempo para pensar en eso —le interrumpió Obi-Wan—. Vamos a averiguar quién ha salido del planeta en las últimas horas e intentemos encontrarlo.

Tras asegurar la jaula del todavía silencioso Lundi a la pared del hangar, Obi-Wan y Anakin se separaron para inspeccionar el lugar. Obi-Wan había visto a Norval diez años antes y se lo describió a su padawan. Pero aparte de ser un hombre moreno de tamaño medio, no sabían nada más.

El hangar no estaba especialmente activo, y ninguno de los pilotos con los que habló Obi-Wan había visto a Norval, o al menos eso dijeron los que le dirigieron la palabra. Decepcionado, Obi-Wan decidió comprobar los registros del hangar.

Sólo una nave había abandonado el lugar en las últimas horas. Se dirigía al Sector de Ploo, pero no se especificaba el planeta.

—¿Has averiguado algo? —preguntó Anakin mientras se acercaba a su Maestro—. Nadie quiere hablar conmigo.

—Sólo esto —dijo Obi-Wan, enseñándole los registros. Parecía que el holocrón se le había vuelto a escapar. Intentar encontrar una nave misteriosa en un sector enorme era bastante difícil, y era lo único a lo que podían aferrarse.

—¿Y por qué iba a ir al Sector Ploo? —preguntó Anakin.

A unos metros de distancia, Lundi golpeó su estrecha cabeza contra los barrotes de la jaula.

—Norval era un buen alumno. Brillante. Lo único que superaba sus ansias de conocimiento y poder era su codicia —el doctor Lundi se puso lo más recto que pudo dentro de la jaula—. Ciertos sujetos anónimos me ofrecieron fortunas por entregar el holocrón cuando lo encontrara. Uno de ellos quería que nos encontráramos junto a mi planeta natal, Ploo II.

Los Jedi se miraron. Debían creerle. Lundi tenía varios motivos para impedirles progresar. Probablemente le parecía bien que Norval tuviera el holocrón y que lo emplease para sus propios fines malvados. Le enorgullecía. Después de todo, Norval era su alumno preferido.

Pero Obi-Wan sintió por primera vez que podía adentrarse en los pensamientos de Lundi. Como si se hubiera derribado un muro y supiera a ciencia cierta que el profesor decía la verdad. El quermiano quería ir a por el holocrón él mismo. Quería volver a verlo, estar cerca de su poder.

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