Read Aprendiz de Jedi ed. esp. 2 Los discipulos Online
Authors: Jude Watson
—¿Has visto a un visitante con el cuello largo y muchos brazos y muchas manos? —pregunto Qui-Gon, acercándose al chico.
El chaval asintió y señaló al hostal.
—Está dentro, pero no ha salido todavía. Si queréis información, id a la cantina y preguntad por Reis. Él os dirá lo que queráis saber.
Obi-Wan sonrió al chico, agradecido por la información.
—Gracias —le dijo.
No fue difícil encontrar a Reis. Estaba sentado en un rincón desnudo y mugriento, tomándose una drale, y era el único humanoide del lugar. Tenía el pelo gris pegado a la cabeza y hacía tiempo que no se afeitaba. Pero sus ojos oscuros miraron fijamente a los Jedi cuando se acercaron a él.
—¿Te importa que nos sentemos? —preguntó Qui-Gon.
Reis siguió inspeccionando a los Jedi uno a uno, y se detuvo al llegar a los sables láser que llevaban en los cinturones.
—Claro que no —dijo—. Yo siempre tengo tiempo para hablar con los Jedi. Supongo que querréis saberlo todo sobre el holocrón, ¿no?
Obi-Wan se estremeció al oír mencionar la palabra "holocrón". Por fin alguien la mencionaba antes que ellos. Quizás había llegado el momento de obtener las respuestas que necesitaban tan desesperadamente.
Los Jedi se sentaron rápidamente, y Reis sonrió.
—Ya sabía yo que eso os llamaría la atención —dijo. Dio un largo trago a su drale—. Está ahí, de eso no hay duda —dijo, dejando el vaso en la mesa—. Lleva ahí miles de años. El problema es que nadie parece ser capaz de llegar hasta él. Todos lo quieren, pero nadie puede alcanzarlo. Lo intentan, pero todos acaban muertos o locos.
—Pero ¿sigue habiendo intentos de recuperarlo? —preguntó Qui-Gon.
—Claro que sí. La gente no puede ignorar un poder de esa magnitud —respondió Reis haciendo un gesto de desprecio con una de sus manos regordetas. Se acercó a los Jedi, y Obi-Wan comprobó que el aliento le apestaba a drale—. He oído que alguien en alguna parte ha ofrecido una suma impresionante por el holocrón. Nadie sabe quién. Pero eso hace que la búsqueda del holocrón sea una idea de lo más intere...
Obi-Wan dejó de escuchar cuando una figura conocida entró en el bar. Parecía Omal, el alumno de Lundi de Coruscant. El joven Jedi escudriñó al recién llegado, pero la cantina estaba oscura y no estaba seguro de si era él. Obi-Wan se dio cuenta con un punto de culpabilidad que su talento como observador no había despuntado durante la clase de Lundi. Tenía las cosas un poco borrosas.
—Disculpadme —dijo Obi-Wan, levantándose de la silla y haciendo caso omiso a la expresión inquisitiva de Qui-Gon. Si se trataba de Omal, quería hablar con él.
Obi-Wan atravesó rápidamente la cantina, pero no lo suficiente. Fuera quien fuera la persona de la barra, lo vio venir y, tras mirar alarmada por encima del hombro, desapareció por la puerta, perdiéndose en las calles.
O
bi-Wan dio otra vuelta en su catre. No podía dormir. No estaba seguro de que las lunas sincronizadas fueran la causa de su inquietud, o de si era la funesta sensación que tenía desde que Murk Lundi había entrado en su vida. En cualquier caso, no podía dormir.
Decidió no intentarlo más y salió del hostal para dar un paseo hasta la playa. Igual el rítmico rumor de las olas le calmaba. Necesitaba descansar antes de que le tocara vigilar la puerta de Lundi. Qui-Gon estaba a punto de terminar su turno.
Los pasos de Obi-Wan resonaban en la noche. Era como si se los tragara la oscuridad. Tras ponerse las gafas de visión nocturna, caminó y caminó, esperando ver y oír el agua en cualquier momento.
Estoy seguro de que el mar estaba mucho más cerca de la calle principal
, pensó. De repente se sintió confuso, como si estuviera en un planeta totalmente distinto. ¿Acaso no estaba Kodai cubierto por un enorme océano?
Obi-Wan se detuvo y miró adelante, concentrándose. Al principio no vio el agua. Luego le pareció percibir un brillo líquido, pero estaba muy lejos. De pronto se dio cuenta de que el agua había bajado cientos de kilómetros en una tarde.
Miró en la otra dirección y vio a lo lejos un gran grupo de kodaianos, en la playa. Llevaban antorchas y estaban reunidos alrededor de lo que parecía una antigua estructura derruida. Cavaban frenéticamente en el suelo. Era obvio que buscaban partes de la ciudad perdidas en las inundaciones de hacía cientos de años.
Obi-Wan les observó desde la distancia, y de repente se sintió profundamente triste. Debía de ser horrible perder una gran parte de tu historia en una inundación. Y torturarse cada diez años por la posibilidad de encontrar las piezas rotas.
Obi-Wan volvió a mirar hacia el agua, o a la ausencia de ella. En la oscuridad no podía estar seguro de que los reflejos que veía fueran realmente del mar.
En la mente de Obi-Wan resonó una imagen y una voz: la de Lundi saliendo del almacén de Nolar: "Tengo que calcular bien el momento", había dicho.
De repente, Obi-Wan se dio cuenta de que Lundi había estado esperando a que la marea bajara para conseguir el holocrón. Dentro de una hora, el mar kodaiano tendría la marea más baja de los últimos diez años.
Obi-Wan corrió por la oscuridad de vuelta a la casa de huéspedes. En la parte exterior del edificio vio a alguien que se alejaba a toda prisa. ¿Omal? Por desgracia, estaba demasiado oscuro, y no tuvo tiempo de ir tras él. Tenía que buscar a Qui-Gon. Al ver que no contestaba al intercomunicador, regresó hacia el hotel.
—¡Maestro! —gritó el padawan, pero se detuvo en seco. Qui-Gon no estaba en su puesto de guardia y la puerta del catedrático estaba abierta de par en par. No había nadie en el interior.
De repente, Qui-Gon apareció a su espalda, evaluando la situación.
—Me ausenté apenas un momento —dijo jadeando—. Me llamó Jocasta Nu y me alejé un poco. No puede andar muy lejos.
Una vez más, Obi-Wan sintió crecer la frustración en su interior. ¿Cómo iban a localizar a Lundi y al holocrón?
—Vamos a tener que fiarnos de nuestro instinto —dijo Qui-Gon, como si hubiera leído la mente de su padawan—. La Fuerza nos guiará si la escuchamos con atención.
Obi-Wan sabía que su Maestro tenía razón, y de todas formas no tenían otra elección. Le guió en silencio hasta el agua. La playa, que parecía infinita, estaba llena de kodaianos pertrechados con sus herramientas de excavación. Obi-Wan se detuvo un instante para cerrar los ojos y concentrarse, y percibió una zona desierta hacia el Norte, en la arena.
Caminaron varios kilómetros, moviéndose con toda la rapidez posible. Por todas partes veían kodaianos recuperando artefactos sepultados en la infame inundación. Algunos sostenían con expresión radiante sobre las cabezas sus recién descubiertos tesoros, mientras otros se arrodillaban con lágrimas en los ojos. Despertaron compasión en Obi-Wan.
A lo lejos había una zona extrañamente desierta de arena pantanosa. Los kodaianos se afanaban a un lado y a otro de la zona ligeramente elevada, que estaba totalmente vacía.
—Es casi como si hubiera una barrera invisible apartándoles del lugar —comentó Obi-Wan.
—Quizá la haya —respondió Qui-Gon, mirando a su alrededor.
Los Jedi se apresuraron. Varios kodaianos dejaron de cavar y se pusieron a observarles. Ya no desviaban la mirada. Algunos incluso les gritaban advertencias. Los Jedi hicieron caso omiso. Mientras Obi-Wan avanzaba, empezó a sentir que lo rodeaba algo oscuro y poderoso. El horror y el alivio chocaron en su interior. Era obvio que se acercaban al lugar adecuado. El holocrón Sith no estaba lejos.
Dejó que el miedo fluyera a través de él como agua pasando por un colador, y siguió avanzando. Era tal su determinación por encontrar a Lundi y al holocrón que no vio la zanja que tenía delante.
—¡Obi-Wan, detente! —gritó Qui-Gon desde atrás.
Obi-Wan se paró en seco pocos centímetros antes de un gran abismo negro. Escudriñó el interior, pero sólo vio oscuridad. Sintió una ola de energía maligna manando hacia él.
El
holocrón.
Sin decir palabra, los Jedi sacaron sus lanzacables y fijaron firmemente los extremos al suelo marino, junto a la zanja. Un millar de pensamientos pasaron por la cabeza de Obi-Wan. Quería contárselos todos a su Maestro, pero eso era imposible.
Se miraron apenas un momento y saltaron simultáneamente hacia la oscuridad. Bajaron por la pared y pronto desapareció la cima de su vista.
La pared de la grieta estaba húmeda y resbaladiza. Obi-Wan respiró hondo mientras seguía bajando. Una parte de él quería saber lo que iban a encontrar abajo, pero la otra no quería saberlo.
De repente, percibió un movimiento en su cable. Un segundo más tarde, su ancla salió volando y Obi-Wan se encontró cayendo en picado hacia la oscuridad.
Q
ui-Gon vio una figura en lo alto de la zanja, que se asomó un momento para desaparecer luego. Acto seguido, el cable de Obi-Wan se aflojó y su padawan empezó a caer a una velocidad alarmante.
Qui-Gon se sujetó a la pared inmediatamente e intentó recurrir a la Fuerza para detener la caída, pero la energía oscura de la gigantesca abertura operaba en su contra. Se sintió extrañamente exhausto y sin capacidad de concentración.
Rápidamente, Qui-Gon se zafó de su debilidad y se concentró aún más. Instó a su aprendiz a que hiciera lo mismo.
El ruido del ancla del cable de Obi-Wan chocando contra la pared de la grieta fue música para los oídos de Qui-Gon. Tras unos segundos que parecieron interminables, el ancla se enganchó a un saliente, y Obi-Wan dejó de caer con una fuerte sacudida. Se quedó colgando en el aire bajo Qui-Gon.
—¿Estás bien, Obi-Wan? —gritó Qui-Gon. Su voz resonó en las paredes de la grieta.
—Estoy bien —respondió el aprendiz—. Y veo el fondo.
Qui-Gon probó su cable. Seguía fijo. Continuó bajando lo más rápido posible la distancia que le separaba del fondo. Cuando llegó al suelo, Obi-Wan ya había recogido su cable e inspeccionaba la zona con una barra luminosa. El suelo era rocoso y estaba cubierto de una vegetación resbaladiza. Debían tener cuidado.
—No veo nada —dijo Obi-Wan.
Su voz sonaba extrañamente hueca, y Qui-Gon no estuvo seguro de si se debía a la grieta, a la caída o a estar tan cerca del holocrón. La concentración de sabiduría oscura podía anular las energías de una persona. Y la verdad era que se sentía un tanto débil. Pero la extraña sensación de vacío también indicaba que estaban en el camino correcto. Se sentía al mismo tiempo repelido y atraído.
Qui-Gon encendió una segunda barra luminosa, y los Jedi inspeccionaron la zona hasta encontrar una serie de huellas. Con la vegetación húmeda recubriendo todo el suelo de la grieta, era imposible saber si pertenecían a más de una persona.
Cuando se alejaron del punto por el que habían descendido, Qui-Gon empezó a oír un ruido sordo. Parecía como si se fraguase una tormenta. ¿O era el mar, que volvía a subir? Ya había pasado la hora de la marea baja y lo más probable era que el agua estuviera volviendo a su nivel.
Un rayo dividió el firmamento. En el destello, Qui-Gon creyó ver una figura avanzando con dificultad hacia ellos. Pero antes de poder estar seguro, una columna de agua empezó a colarse por una gran grieta de la roca sobre la que se habían parado. Alcanzó varios metros de altitud, impidiéndoles ver, y estuvo a punto de derribarlos. Cuando el agua empezó a caer sobre ellos y se les metió en las botas, Qui-Gon se sorprendió al notarla caliente.
El Maestro Jedi fue consciente, con una repentina sensación de pánico, de que estaban en el fondo de una grieta, en una caverna, pero que era muy probable que hubiera varias más debajo de él. El fondo marino era como un laberinto. No se encontraban para nada sobre terreno sólido.
El agua siguió manando por el agujero con fuerza impresionante. Ya era evidente que la marea estaba cambiando. Cuando el geiser se detuvo, el agua salada caliente ya les llegaba a los tobillos. Varios metros delante de ellos, en la otra orilla de la grieta, Qui-Gon vio una silueta maltrecha que yacía en el suelo.
Corrió hacia la figura sin pensar. ¿No se trataría de Murk Lundi?
Así era. El quermiano estaba inconsciente en el suelo, con la cara parcialmente hundida en el agua. El aparato que usaba para taparse el ojo había desaparecido, dejando al descubierto una cuenca vacía.
Qui-Gon ya casi le había alcanzado cuando éste se estremeció.
—¡No puedes detenerme! —gritó, alzando la cabeza.
Uno de sus largos brazos rebuscó algo entre sus ropas y extrajo tembloroso una pistola láser. Empezó a disparar de forma imprudente, agarrando el arma con poca firmeza.
Qui-Gon lo esquivó con rapidez y escapó del proyectil pese a estar tan cerca. Obi-Wan conectó su sable láser detrás de él. La hoja azul hendió el aire, rechazó el disparo y desarmó a Lundi. La pistola cayó al suelo de la caverna y desapareció por la abertura del geiser.
—¡No! —gritó Lundi. Luchó por ponerse en pie, pero volvió a caer al agua.
—¿Dónde está el holocrón? —le conminó Obi-Wan, ayudándole a levantarse.
—¡En mi mano! ¡En mi mano! ¡Lo tuve en la mano! —profirió el catedrático, golpeando a Obi-Wan con sus largos dedos.
—¿Y dónde está ahora? —preguntó Obi-Wan entre dientes, sujetando todas las enclenques muñecas del profesor que podía.
—Déjame. Tengo que ir a buscarlo. ¡No es para vosotros! —escupió a Obi-Wan, y se intentó zafar, pero ya no tenía fuerzas para liberarse—. ¡Tiene que ser mío!
La mente de Qui-Gon funcionaba a toda velocidad. Podía sentir cerca el holocrón. Muy cerca. Intentó concentrarse, encontrar su ubicación, pero el Lado Oscuro jugaba con su mente. Estaba muy cerca, pero no al alcance de su visión mental. Había muchas cosas que no entendía. Si Lundi había tenido el holocrón en la mano, ¿dónde estaba ahora? ¿Acaso lo tenía otra persona? ¿Acaso Lundi no había sido capaz de asimilar su poder?
Las preguntas seguían formándose en su mente cuando la roca sobre la que se hallaban sus pies empezó a moverse. Por un momento, el Maestro Jedi consideró la posibilidad de sumergirse en las aguas turbulentas para encontrar respuestas. Miró a su aprendiz y recuperó la cordura al instante. Si los Jedi no podían recuperar el holocrón, era poco probable que pudiera hacerlo otro.
—Yo cargaré con él —dijo de pronto Qui-Gon a su padawan. No quería malgastar fuerzas explicándose.
Antes de que Qui-Gon alzara en brazos a Lundi, una segunda columna de agua brotó por la abertura. Obi-Wan la vio venir y ayudó a su Maestro a mantenerse firme y a echarse al quermiano al hombro. Pero el agua ya les llegaba casi a la rodilla.