Read Arcángeles. Doce historias de revolucionarios herejes del siglo XX Online
Authors: Paco Ignacio Taibo II
10.
De nuevo en el despacho de Joffe. Sigue escribiendo la carta de despedida. Parece ignorarnos. Al terminar de escribir firma y se pone de pie; tiene que apoyarse en la silla. Camina hacia la ventana. Aparece un micrófono ofrecido por una mano anónima. Toma la carta que ha terminado de escribir y la lee a la cámara, como pidiendo perdón por su torpeza. Nosotros nos sentimos incómodos por haber violado la intimidad, quizá también los espectadores; él, al parecer, está más allá de todo esto.
«Hacia el 20 de setiembre, la Comisión Médica del Comité Central me sometió a un reconocimiento de especialistas, los cuales me informaron categóricamente de que mi estado de salud era mucho peor de lo que yo me imaginaba y que no debía permanecer un día más en Moscú sin hacer nada, ni continuar una hora más sin tratamiento, sino que debería marcharme inmediatamente al extranjero e ingresar en un sanatorio adecuado.
»Durante el espacio de dos meses, la Comisión Médica del Comité Central no hizo ninguna gestión conducente a mi viaje al extranjero o para mi tratamiento aquí. Al contrario, la farmacia del Kremlin, que siempre me había facilitado los medicamentos por prescripción facultativa, recibió la orden de no hacerlo.
»Parece que esto acaeció cuando el grupo gobernante empezó a ensayar con los camaradas de la oposición su política de “herir a la oposición en el vientre”.
»Desde hace nueve días tengo que guardar cama definitivamente a causa de la agudización y el agravamiento de todas mis dolencias crónicas y en particular de la más terrible, mi inveterada polineuritis, que ha vuelto a agudizarse, obligándome a sufrir dolores insoportables e impidiéndome incluso andar. Durante estos nueve días he permanecido sin ningún tratamiento y la cuestión de mi viaje al extranjero no ha sido decidida.
»Por la tarde, el médico del Comité Central, camarada Potemkín, le ha notificado a mi esposa que la Comisión Médica del CC había decidido no enviarme al extranjero. El motivo era que los especialistas insistían en un prolongado tratamiento y que el CC sólo concedería para mi curación mil dólares como máximo.
»Por esa razón digo que ha llegado el momento en que es necesario poner término a esta vida. Bien sé que la opinión predominante del partido es contraria al suicidio; pero creo que nadie que comprenda mi situación puede censurarme por ello. Si me encontrara en buen estado de salud, tendría fuerzas; pero en el estado en que me encuentro no puedo tolerar una situación en que el partido presta su mudo consentimiento a la exclusión de usted de sus filas. En este sentido, mi muerte es una protesta contra los que han conducido al partido a tal situación que no puede reaccionar de ningún modo contra el oprobio».
Deja de leer. Arroja la carta sobre la mesa. Camina de nuevo a la ventana. Vuelve al escritorio. Suena el teléfono.
11
. Es el otro Joffe, aquel vestido de negro que nos cuenta su biografía, en un tono monorrítmico, casi sin darle importancia a las historias que va engranando:
«En 1907, dejé Suiza para regresar a Rusia, pero en 1908 me vi obligado a retornar al extranjero. Me instale en Viena, donde, con Trotski, comencé la publicación de
Pravda
. Comisionado por la redacción de este periódico, recorrí todas las organizaciones del partido en Rusia. Repetí esta operación en 1911 y 1912.
»Durante mi estadía en Odessa, en 1912, fui detenido al mismo tiempo que toda la organización local del partido.
»No habiendo pruebas para condenarme, después de diez meses de prisión fui deportado al extremo norte de la gobernación de Tobolsk, en Siberia.
»Fui detenido de nuevo en 1913 en Siberia y procesado por el asunto de la unión de marinos del mar Negro. Ante el tribunal reconocí mi afiliación al partido y se me condenó a la privación de mis derechos civiles y a la deportación de por vida a Siberia […] Fui incorporado a un batallón disciplinario y sometido a un régimen de trabajos forzados. En 1916 se me juzgó por segunda vez y fui condenado de nuevo a la deportación en una colonia de Siberia. Ahí continué colaborando con diferentes órganos ilegales. Cuando llegaron a mí los rumores de la revolución, dejé las minas y, tras una breve estancia en Kansk para organizar allí las actividades revolucionarias, salí para Petrogrado».
12.
En el interior del cementerio, el ataúd es transportado de mano en mano, vuela, se eleva, desciende, se ladea, parece repentinamente estar dotado de vida, llega hasta la fosa abierta. El funcionario del CC al que hemos visto antes negociando la entrada de la manifestación intenta tomar la palabra subido en una pequeña loma. Abucheos, gritos de «¡Que se calle!».
Sobre el féretro alguien ha arrojado una bandera roja. Rakovski desplaza al burócrata a un lado y toma la palabra:
Esta bandera
la seguiremos
como tú
hasta el final
lo juramos
sobre la tumba.
Su voz domina la multitud.
Ha pronunciado las palabras de dos en dos, con pausas, sin prisa, con un dramatismo que de alguna manera elude el drama. La nieve que sus frases han agitado en la rama de un árbol cae lentamente sobre su cabeza.
13.
Joffe, en su despacho, dice al teléfono:
«Liev Davídovich, quisiera que pasaras a verme...».
Escucha la respuesta, cuelga. Tiene la mirada turbia. Camina hasta la cama, se recuesta. Está amaneciendo.
14.
Retomamos a la visión previa de Joffe contando su vida; a mitad de la narración una mano anónima entrará en cuadro y le pasará un vaso de agua, no sabrá qué hacer con él, beberá finalmente produciendo una pausa. Dirá al principio:
«Con Trotski y otros camaradas publiqué el periódico
Vperiod
. Luego representé sucesivamente a los bolcheviques en la Duma municipal de Petrogrado, en el Comité Ejecutivo Central de los soviets de Rusia […] En el VI Congreso del partido (julio de 1917) fui elegido miembro del CC del POSDR (b) [Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (bolchevique)]. En el momento de la Revolución de Octubre era presidente del comité militar revolucionario...
»Fui enviado a Brest-Litovsk, como presidente de la delegación rusa de paz. Pero tras el ultimátum alemán me negué a firmar el tratado, declarando que no se trataba de un convenio de paz, sino de una paz impuesta...
»Fui comisario de Relaciones Exteriores y de Seguridad Social, siendo luego enviado como embajador a Berlín...
»Tomé parte activa en los preparativos de la revolución alemana y, tres días antes de la insurrección del 3 de noviembre de 1918, se me expulsó de Alemania con toda la embajada».
15.
Es de día en el pequeño despacho de Joffe. Continúa tendido en la estrecha cama, con el cuerpo estirado, las manos a los costados, tocándose las costuras del pantalón del pijama. Su mujer, María, habla con él. La reacción de Joffe sólo podrá medirse por los dientes que se clavan en su labio inferior. Sobre el escritorio reposa la carta que escribió durante la noche. María dice:
«Me respondieron que una estancia breve en el extranjero sería completamente inútil. Me dijeron que la Comisión Médica había decidido trasladarte de inmediato al hospital del Kremlin, aunque reconocen que no tienen los recursos y que no servirá de nada».
16.
Tomamos el último fragmento de su narración biográfica. Enumerará fríamente los países y las ciudades, como quien repasa una lección geográfica. Nosotros subrayaremos eso recortando el final de algunas de sus frases, haciendo síntesis, elipsis.
«Fui enviado a Lituania para contribuir a organizar el trabajo del partido...
»Al poco tiempo me enviaron a Ucrania...
»Fui enviado a Turquestán como presidente de la comisión...
»Fui enviado a Génova como miembro del Presidium de la delegación Soviética.
»Me enviaron al Extremo Oriente como embajador extraordinario en China.
»En 1924 caí gravemente enfermo. Una vez restablecido, fui a Londres. »A continuación me nombraron representante plenipotenciario en Viena...».
17.
Cementerio. Trotski ocupa el lugar de Rádek. Su voz recorre la multitud; tiene una cualidad eléctrica. En el fondo se siente culpable porque a su vez culpa a Joffe de cobardía, de abandono, y esto lo enfurece:
«Joffe nos dejó no porque no deseara luchar, sino porque ya carecía de la fuerza física necesaria para la lucha. Temió convertirse en una carga para quienes están enfrascados en el combate. Su vida, no su suicidio, debe servir de modelo a quienes quedan tras él. La lucha continúa. ¡Que todos permanezcan en su puesto! ¡Que nadie lo abandone!».
18.
Joffe se levanta de la cama. Camina hasta el escritorio. Se sienta y escribe al final de la carta una posdata. Cierra el sobre. Rotula en el exterior:
Liev Davídovich Trotski
. Lo deposita sobre la mesa. Saca del cajón del escritorio un revólver. Lo lleva en la mano. Es el pequeño Browning que hemos visto antes. Se acerca al lecho y se acuesta en la misma posición en la que se encontraba. El revólver descansa a su lado, asido firmemente por una mano crispada.
19.
La multitud se desplaza hacia Trotski y cierra filas en torno a él. Algunos aplauden. Grupos de jóvenes hacen una valla para permitir su salida del cementerio. Antes de empezar a caminar, Trotski duda y retoma para quedarse mirando la tumba abierta de Joffe.
20.
Joffe se lleva el revólver a la sien, alza ligeramente la cabeza de la almohada en una posición forzada, dispara. La sangre brota de la herida, la cabeza cae y reposa en la almohada. Sobre su rostro, mientras la sangre va manchando de rojo las sábanas, aparece una fecha en superposición:
16 de noviembre de 1927
.
21.
La casa de Beloborodov está inusualmente iluminada. Trotski vive allí y se encuentra reunido en la cocina con un grupo de seis jóvenes obreros. Discuten animadamente. En el pasillo un par de hombres fuman mientras esperan. Natalia Sedova pasa con un niño cogido de la mano. Alguien dice:
«Liev Davídovich, le llaman por teléfono».
Trotski se levanta, avanza por el pasillo hacia el sitio donde se encuentra el teléfono, cortando el humo de cigarrillos que invade la casa. Coge el auricular. Escucha y escuchamos una voz que dice:
«Adolf Abrámovich se ha pegado un tiro. Encima de la mesa ha dejado una carta para usted».
Trotski se queda inmóvil con el teléfono colgando de la mano, ligeramente caída. No se permite el gesto de rabia que quisiera.
22.
Es de noche. Al fondo, el despacho de Joffe. Hay muchas personas en la casa, diez o doce al menos, entre las que destacan Rakovski y la mujer de Joffe, María. En la puerta que da al pasillo se encuentra Trotski, una de sus botas apoyada sobre el arco de la puerta. Una mano anónima le alcanza un micrófono. Narra, se distrae, mira a veces a los obreros que pasan ante él y entran al despacho y salen tras haber contemplado el cadáver. La cámara, con la narración de Trotski siempre presente, también se mueve, a veces para contemplar el continuo movimiento de los militantes de la oposición que entran al despacho, a veces se ve el camastro sobre el que descansa el muerto, Trotski dice:
«Nos trasladamos a toda velocidad a la casa de Joffe. Llamamos al timbre, golpeamos la puerta y al cabo, después de pedirnos el nombre, nos abrieron, pero no sin que pasase un rato. Sobre las almohadas cubiertas de sangre se recortaba el rostro sereno de Adolf Abrámovich, iluminado por una gran bondad interior. “B”, vocal de la GPU [Directorio Político Estatal o
Cheká
, policía secreta], revolvía en su mesa de trabajo. No había manera de encontrar carta alguna. Sabiendo que me había dirigido un mensaje, pedí que me lo entregasen inmediatamente. “B” gruñó diciendo que allí no había ningún mensaje ni nada parecido. Su talante y tono de voz no dejaban lugar a dudas: mentía. Pasados algunos minutos comenzaron a concentrarse en la casa del muerto los amigos que acudían de todas partes de la ciudad. Los agentes oficiales del Comisariado de Relaciones Exteriores y de las instituciones del partido se sentían solos en medio de aquella muchedumbre de militantes de la oposición. A lo largo de toda la noche desfilaron por aquí millares de personas. La noticia de que había sido robada la carta se extendió por toda la ciudad. Los periodistas extranjeros han transmitido la noticia. Hace algunos minutos le han entregado a Rakovski una copia fotográfica de la carta de Joffe».
Entrega el micrófono, gira, desaparece. La cámara avanza hacia el cuarto donde se está velando el cadáver. El ataúd se encuentra en el centro del cuarto. Serge está fumando en la ventana, mira a la cámara y habla, mientras la cámara prosigue el movimiento hasta ver en el interior del ataúd el rostro del muerto. Vemos y oímos lo que Serge nos cuenta:
«Duerme. Con las manos juntas, la frente despejada, la barba entrecana está bien peinada. Sus párpados son azulosos, los labios ensombrecidos. Ese pequeño agujero en la sien ha sido cubierto por un tapón de guata».
Desde que se comprobó que la propiedad privada es un robo, no hay más ladrones aquí que los propietarios.
Rodolfo González Pacheco (de un artículo publicado en
La Antorcha
, mayo de 1921, en defensa de los anarquistas expropiadores)