Arcángeles. Doce historias de revolucionarios herejes del siglo XX (20 page)

BOOK: Arcángeles. Doce historias de revolucionarios herejes del siglo XX
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Algo así como la versión del cronista policial de «El Demócrata»

¿Y quién era el hombre de cara cuadrada, rostro amenazante, enfundado en un traje negro mal cortado, sin duda mal cortado, excesivamente anchas las solapas, y los bajos del pantalón, los dobladillos desiguales; deforme el torso a causa de las dos pistolas en los bolsillos que sus dedos acariciaban?; y bien, ¿quién era el hombre que descendió del Packard cubriendo sus ojos del sol con unos lentes oscuros?

¿Quién el que lo seguía a unos pasos de distancia, más bien alto que bajo, ojos de mirar frío, rubio el cabello, un tanto deslavado, como de un obrero que ha sufrido en la vida, cuando el coche se detuvo en la esquina de Uruguay e Isabel la Católica?

¿Quiénes los hombres armados que avanzaban unos metros atrás? ¿Por qué entraban a las 3.45 de la tarde aquel 23 de abril de 1925 en las oficinas de la fábrica textil (prestigiosa por sus bellas telas y finos hilados) La Carolina?

Los Errantes

A finales de 1924, el propietario de una hacienda cañera situada entre Cruce y Palmira en la provincia de Santa Clara, en Cuba, amaneció apuñalado. Sobre su cuerpo, una nota decía: «La justicia de Los Errantes».

El propietario había roto el día anterior una huelga de cortadores de caña, ordenando a la guardia rural que apaleara a los organizadores. Entre los trabajadores de Santa Clara, como un relámpago corrió el rumor: una banda de anarquistas españoles que se hacían llamar «Los Errantes» había llegado a Cuba para matar a los propietarios que maltrataran a los trabajadores. Justicia pura.

Mientras la policía iniciaba la búsqueda de los autores del ajusticiamiento, un capataz conocido por su despotismo contra los cañeros apareció muerto en el distrito de Holguín, a muchos kilómetros del punto inicial con una nueva nota de Los Errantes.

Algo así como la versión del cronista policial de «El Demócrata»

No podía ser otra cosa que una banda profesional de asaltantes perfectamente organizados el grupo de hombres que ayer 23 de abril, siendo las 3.45 de la tarde en la céntrica calle de Isabel la Católica, número cincuenta, en el casco urbano de Ciudad de México, ha sido protagonista de una de las más escandalosas acciones que se recuerde en la capital en estos dos últimos años.

Horas más tarde del acontecimiento, este reportero, en medio de una molesta nube de agentes de los cuerpos policiales, que hacen más ruido que cascan nueces y que con su presencia zumbona se limitan a embrollar las pruebas y estorbar a los informadores, se personó en el terreno de los hechos y pudo realizar una reconstrucción de los sucesos.

El despacho es amplio, mide más de veinte metros de ancho por cinco de largo. Las puertas se abren a las tres de la tarde. A esa hora precisamente se hace la reconcentración del dinero de los numerosos cobradores que llegan con sus talegas; por ese motivo, la oficina cuenta con cuatro cajas fuertes de regulares dimensiones.

Siendo las tres con cuarenta y cinco minutos, se encontraban en el interior del despacho de la prestigiada empresa textil el cajero Ángel García Moreno y los empleados Felipe Quintana, Manuel Abascal y Antonio Saro. Quintana se hallaba entregando una cantidad que fluctuaba entre los dos mil y tres mil pesos, producto de las cobranzas de la empresa. Al fondo de la oficina se encontraba el gerente Manuel Garay. A la hora indicada hicieron su entrada en las oficinas seis individuos armados. Los encabezaba el mencionado hombre vestido de negro con inconfundible aspecto de extranjero, que tenía en las manos dos pistolas automáticas. Tras él, un segundo individuo de cara afilada, rubio, que encañonó a Abascal.

El joven Quintana, cobrador de la empresa, amedrentado ante la súbita aparición de los malhechores, trató de huir y se le hizo un disparo al aire. Aprovechando esta circunstancia, el cajero, Ángel García Moreno, intentó evadirse por la puerta posterior y fue descubierto y alcanzado por un disparo del hombre de negro. La herida mortal no impidió que se arrastrara hasta la puerta que da al patio posterior; ahí culminó su esfuerzo quedando difunto y culminando una vida de pocas pasiones, que no merecía haber perdido.

Los seis asaltantes, que lucían fieramente sendas pistolas en las manos, desvalijaron la caja grande que se encontraba abierta y salieron con rapidez de la oficina sin tratar de abrir las otras tres. Lo cual demostraba que conocían las rutinas de la empresa, porque aparecieron en el momento de la cobranza pero que no sabían de la disposición de las cajas fuertes; o sea, como quien dice, un trabajo que luce interno y externo al mismo tiempo.

Se calcula el monto de lo robado en una cantidad entre cuatro mil y cinco mil pesos.

Los testigos insisten en señalar como los dirigentes del grupo a los dos individuos que hicieron disparos, ambos indudablemente españoles. Preguntados los testigos por qué esta seguridad en la nacionalidad de los extranjeros, se debatieron en un mar de contradicciones sin poder salir a flote. Demos por hecho que lo son porque eran de ceja grande.

Los Errantes

Al finalizar el año 1924, la pareja de anarquistas españoles conocidos como Los Errantes había logrado evadir el cerco policíaco y llegar hasta La Habana, donde secuestraron a punta de pistola una pequeña lancha que los llevó hasta un pesquero en alta mar; allí, utilizando el mismo método, convencieron a los pescadores para que los transportaran hasta las costas mexicanas de la península de Yucatán, donde desembarcaron. Detenidos por agentes aduanales mexicanos que los creían contrabandistas, lograron evitar la aprehensión sobornándolos con poco dinero, y sus captores los encaminaron a Progreso, vía Mérida. En aquel puerto tomaron un vapor a Veracruz.

En el puerto jarocho los esperaba un anarquista español llamado Jesús Miño. Los tres hombres viajaron nuevamente, esta vez a la capital de la república, donde los estaba esperando el viejo anarcosindicalista Rafael Quintero, quien los ocultó en el local de su imprenta en el número trece de la plaza de Miravalle.

Los Errantes se llamaban Buenaventura Durruti y Francisco Ascaso.

Algo así como la versión del cronista policial de «El Demócrata»

Cuando ayer, o sea un día después de los sucesos que hemos recogido en anteriores ediciones, arribamos a las oficinas de La Carolina, una multitud de curiosos se agolpaba ante la puerta. Todo el patio y parte de la casa donde estaba instalada la cámara mortuoria se hallaban materialmente recubiertos de coronas fúnebres. Altas personalidades de la colonia española habían acudido al lugar.

El gerente de la empresa, señor Manuel Garay nos dijo que había sido una demostración que mucho lo complacía, pues todos los presidentes de los centros españoles y de las casas comerciales de importancia de todas las nacionalidades se habían apresurado a manifestar su pena por tan deplorable incidente.

Entre los empleados recogimos esta curiosa confidencia: ayer, 23 de abril, hacía precisamente diez años justos que había fallecido la esposa del hoy velado Ángel García Moreno, siendo más notable la coincidencia si se puede aún, puesto que la señora murió a las cuatro de la tarde, aproximadamente la misma hora en que el cajero caía víctima de las balas de los facinerosos.

El señor coronel inspector de policía, en entrevista que celebramos ayer, refiriéndose al asunto de La Carolina nos dijo que había dado órdenes de que se trabajara activamente y sin descanso; que tiene ya muchas pruebas presunciales sobre quiénes pueden ser los bandidos, pero que se desea recoger pruebas de comprobación.

Hablando con uno de los encargados del caso pudimos confirmar nuestra impresión de que las fuerzas del orden se encontraban en blanco, no sabiendo por dónde iniciar las investigaciones. Esperamos equivocarnos esta vez, pero mucho me temo que mostrarán nuevamente su habitual ineficiencia.

Los Errantes

América, para el metalúrgico leonés de veintinueve años Buenaventura Durruti, era un peldaño más en una escalera de búsquedas y desencuentros con la revolución social. Tras el fracaso del levantamiento anarcosindicalista contra la Dictadura de Primo de Rivera en septiembre de 1924, junto con el camarero aragonés Francisco Ascaso, había decidido cruzar el Atlántico para recabar fondos que se destinarían a la revolución.

Los dos españoles eran hombres de violencia, afincada en sus vidas durante la etapa de enfrentamientos armados que cubrió de sangre, de 1918 a 1923, el territorio español y especialmente Cataluña: choques contra la policía, tiroteos con las bandas patronales, bombazos en empresas que cerraban sus puertas, choques contra esquiroles, tiros contra las bandas armadas del Sindicato «Libre» apoyado por Martínez Anido, el sangriento gobernador de Barcelona; atentados personales contra patrones, jerarquías de la Iglesia, altas autoridades civiles y militares, asaltos bancarios... Una larga lista de acciones violentas que se combinaban con la lucha sindical.

Ésta era su trayectoria, que se había multiplicado en el paso por Cuba.

Algo así como la versión del cronista policial de «El Demócrata»

Tres días después de los trágicos sucesos de La Carolina, confirmando las peores previsiones de este reportero, tan sólo un testimonio importante ha podido ser incorporado al expediente del caso.

El jovencito Manuel Cortés, testigo de la fuga, hábilmente interrogado por un agente de la reservada, informó con precisión que el automóvil que usaron los asaltantes (uno de ellos al menos) era un Packard azul placas 19652.

Como dato curioso, habría que añadir que el fruto del robo apenas alcanzó la cantidad de cuatro mil pesos, pues los asaltantes se llevaron talegos de morralla, creyendo que se trataba de monedas de plata y dejaron en la parte de arriba de la caja cerca de treinta mil pesos en centenarios, pues no los vieron en su apresuramiento.

Los retratos de delincuentes conocidos fueron mostrados a los empleados de La Carolina y al nuevo testigo de la huida, pero en principio no reconocieron a nadie.

Por otro lado parece ser, según impresiones recogidas en medios policíacos, que la detención de Antonio Francia, conocido apache, puede estar vinculada al caso y aportar una luz definitiva.

Francia, miembro de una banda de ladrones de cajas fuertes, es acusado del asesinato del chófer Ignacio Maya, efectuado el mismo día del asalto en las calles de Dos de Abril y Santa Veracruz. El presunto autor del crimen fue detenido casualmente por los agentes 795 y 796 cuando huía del automóvil donde yacía muerto Ignacio Maya con dos balazos en el cuerpo. Francia tenía las ropas manchadas de sangre. La suposición de su intervención en el asalto de La Carolina surge de la cercanía del lugar de los hechos y las autoridades suponen que se trató de una posterior disputa por el botín.

Los Errantes

Días después de su llegada a México, Durruti y Ascaso, acompañados por Quintero, fueron a los locales de la Confederación General del Trabajo, la central anarcosindicalista mexicana. Se discutían ese día las penurias económicas por las que estaba pasando
Nuestra Palabra
, órgano de la confederación. Los dos españoles, sin cruzar palabra con los asistentes, hicieron una donación de cuarenta pesos.

El ambiente sindical mexicano debió resultarles sorprendente a los anarcosindicalistas españoles. La línea de acción directa y violencia individual había sido derrotada en el seno de la CGT en 1920 y la central había optado por la acción de masas, en la que se encontraba profundamente involucrada en 1925: luchas en el sector textil, en campos petroleros, organización de un congreso agrario.

Los Errantes, tratando de ser útiles, propusieron a través de las páginas de
Nuestra Palabra
la realización de un congreso regional anarquista y se hicieron cargo de la edición de
Rusia Trágica
, un pequeño periódico mensual que denunciaba la persecución de los anarquistas en la Unión Soviética a manos de los bolcheviques.

Ambas acciones encontraron débil eco en el ambiente sindical.

A fines de marzo, dos nuevos militantes anarquistas españoles llegaron a México para incorporarse al grupo: Alejandro Ascaso y Gregorio Jover, miembros del grupo Los Solidarios y compañeros de andanzas sindicales y tiroteos de Durruti y Francisco Ascaso en Barcelona.

Una vez reunidos, a iniciativa de Quintero, se trasladaron a vivir a Ticomán, en una granja propiedad de Román Delgado, miembro de la Juventud Comunista Anárquica. Ahí se integró el grupo que asaltaría las oficinas de La Carolina con los cuatro españoles: Román Delgado, el peruano Alejandro Montoya (nacido Víctor Recoba), dirigente destacado de la CGT, y un séptimo personaje, mexicano y miembro de la confederación, cuyo nombre no se ha registrado.

Algo así como la versión del cronista policial de «El Demócrata»

Obtenida a partir de filtraciones en los medios policíacos, este informador puede establecer, sin lugar a dudas, la lista de los delincuentes buscados por el asalto a La Carolina ocurrido hace una semana. Se tiene la casi absoluta certidumbre de que intervinieron en el atraco los siguientes maleantes: Manuel López San Tirso, de nacionalidad española; Mario Fernández Frank, de nacionalidad española; y un cubano, hijo de españoles, conocido en los bajos fondos por el apodo
el Kewpie
; parece indiscutible además por el modus operandi la presencia en el asalto de los dos miembros de la banda de los «texanos». Este informador quisiera hacer una aportación a las pesquisas policiales y añadir a la lista que la policía está investigando los nombres de Ceferino Vázquez y de los integrantes de la banda de Pollán. Por último, un anónimo llegado a nuestra redacción señala como posible chófer del Packard en que se efectuó el asalto al francés Pedro Laney.

Luis Lenormand (alias Antonio Francia), detenido por el asesinato de un chófer y acusado de haber participado en el robo, ha tenido que ser liberado de sospechas por la policía, puesto que no fue reconocido por los empleados de La Carolina; permanecerá encarcelado por el asesinato del chófer Ignacio Maya.

La investigación ha quedado a cargo de Luis Mazcorro, jefe de las Comisiones de Seguridad, y bajo su mando no menos de ciento sesenta agentes se encuentran laborando, o simulando que laboran, lo cual es práctica habitual entre nuestras fuerzas del orden. Mucho trabajo han de tener con tan larga lista de sospechosos.

Los Errantes

Es muy probable que la decisión de asaltar La Carolina haya surgido de Montoya, quien como dirigente sindical había vivido los sucios manejos de la patronal a lo largo de todo el año, en complicidad con la CROM, para destruir el sindicato anarcosindicalista que se había levantado en la empresa textil.

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