Arcángeles. Doce historias de revolucionarios herejes del siglo XX (35 page)

BOOK: Arcángeles. Doce historias de revolucionarios herejes del siglo XX
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Chen Chiu-ming intentó reclutarme y me ofreció un puesto en su estado mayor; aprendí de su ambigüedad ante las demandas campesinas y no le respondí en ningún sentido, manteniendo así una cierta cercanía con él para presionar por las demandas de la asociación. Viajé en esta extraña situación de nuevo a Haifeng. Los propietarios no se atrevieron a enfrentarme porque parecía que yo tenía la gracia de Chen y esa confusión me protegía. Hablé con la gente y le llevé a muchos el mensaje de que mantuvieran la organización, que ya vendrían tiempos mejores. Comencé a organizar clandestinamente y se creó una oficina con una tapadera cualquiera. En una de las visitas de Chen le organicé una recepción, para presionar y que viera nuestro punto de vista, pero los campesinos en su sabiduría no quisieron participar. No reunimos más de cincuenta personas. Uno de nuestros dirigentes que había salido de la cárcel le preguntó a Chen por qué si los obreros y los estudiantes podían organizarse, los campesinos no podían. No logró una respuesta. La situación era ambigua de nuevo. Intenté reconstruir las asociaciones, la primera fue la de Chiesheng en la costa.

En marzo de 1924, Chen Chiu-ming regresó a Haifeng y fue persuadido por los terratenientes locales de que lo correcto era desbandar a las ligas campesinas por su proximidad política con el gobierno pro comunista de Sun Yat sen en Cantón. Chen me convocó a una reunión en la que se encontraban el juez y algunos terratenientes.

«—El profesor Peng es un buen hombre pero sus acciones son extremistas, como proponer la reducción de la renta y hacer llamados a la violencia —dijo el juez Wang.

»—La cuestión de mi carácter no viene al caso aquí, lo que está en discusión es el cargo de extremismo. Si algo hemos sido es excesivamente moderados. Son los propietarios los que han sido extremistas en un año de desastres. ¿No ha reducido la asociación voluntariamente sus demandas al 30 por ciento? El general no les cree, no cree en sus absurdos cargos de que estamos preparando una rebelión campesina. Él cree que el verdadero extremismo consiste en destruir la asociación y arrojar a sus dirigentes a la cárcel».

Chen asintió con beneplácito a estas palabras. A partir de ese momento avancé acusando a Wang y a su primo que se estaban metiendo en el bolsillo el dinero que enviábamos a los presos. Chen pareció indignado. Los latifundistas reaccionaron y me acusaron de haber estado reuniendo dinero para comprar armas. Wang intentó suavizar todo recordando nuestras relaciones familiares. Le conteste que aunque fuera mi padre o mi madre no le perdonaría los crímenes que había cometido contra el pueblo.

La reunión se disolvió, quedé solo en la sala con uno de los guardaespaldas de Chen. Cuando todos se hubieron ido, el hombre me dijo que solicitaba humildemente afiliarse a una de nuestras uniones campesinas.

Aprovechando la situación organicé entonces un festival de tres días en Haifeng y bajo él, encubierto, un congreso campesino. Chen me mandó un mensaje pidiendo que no hiciéramos representaciones de ópera popular; parecían tenerle más miedo a nuestras alegorías, a nuestras batallas simbólicas de campesinos y dragones, que a la propaganda directa.

La presión creció y el 17 de marzo aparecieron en los muros de la ciudad carteles que decían: «Peng y la asociación favorecen la propiedad común de bienes y mujeres, inventan mentiras para confundir a las masas. El magistrado ya ha ordenado una vez su disolución, si desobedecen de nuevo serán duramente castigados. Que todos los aldeanos estén advertidos».

Tuvimos una reunión y decidimos pasar la organización a la clandestinidad; nuestra hora todavía no había llegado. Mi hermano y el editor del periódico se quedaron a cargo y dejé Haifeng rumbo a Cantón.

V

Cantón no era la misma ciudad y el partido comunista no era el mismo. Éramos los hijos bastardos y sin embargo privilegiados de una alianza entre el nacionalismo progresista de Sun Yat-sen, encarnado en el Kuomintang (KMT), y la Unión Soviética. Como tales, los comunistas integrábamos el ala extrema izquierda del KMT y nos avalaba no sólo nuestra creciente organización entre los obreros de las ciudades del sur de China y Pekín, sino los asesores soviéticos y los pertrechos que llegaban para el ejército nacionalista.

La revolución nacional, al derrotar a los señores de la guerra y el feudalismo que los sustentaba, abriría las puertas de la revolución social. En ese contexto el partido había definido la lucha agraria como subordinada a la lucha militar. El centro político se establecía en la liberación militar de las regiones en el norte y el este para inducir la lucha agraria y no a la inversa; la liberación militar era condición para poder desarrollar el agrarismo dentro de las garantías de una democracia burguesa.

Esto no implicaba que en las zonas bajo control de la provincia de Kwantung, donde dominaba el KMT, no pudiera desarrollarse un amplio movimiento agrario, y como toda propuesta política era susceptible de interpretación por las propias masas y en los márgenes por los activistas del partido.

El partido me comisionó para la organización agraria en las afueras de Cantón. Di conferencias y mítines y subí la afiliación a las ligas campesinas en dos semanas de cuatro mil a siete mil hombres, me enfrenté a los jefes militares de la zona y logre el apoyo del gobierno local del KMT. El partido comunista y el ala izquierda del KMT habían decidido crear un instituto para cuadros campesinos, formador de organizadores y militantes, y lograron el acuerdo del Comité Ejecutivo del KMT. Mis acciones en Haifeng y mi último trabajo me avalaban y fui nombrado director del Instituto del Movimiento Campesino que nació el 30 de junio de 1924. Lo iniciamos con un curso de un mes con treinta y tres alumnos. Los participantes del primer curso eran mayormente activistas conscientes, estudiantes que se habían unido durante el movimiento del 4 de mayo y deseaban ir hacia el pueblo y organizarlo. Muy pocos de ellos eran campesinos, y casi todos miembros del partido comunista o simpatizantes.

Los estudiantes deberían evitar ofender el pensamiento mágico o religioso de los campesinos. Evitar hablar abiertamente de revolución o baños de sangre. Había una gran cantidad de actividad práctica y entrenamiento sobre el terreno. Yo sabía que organizar campesinos no era tarea de un aula. Cada domingo los guiaba al campo a realizar labores de organización. El entrenamiento incluía marchas, viajes a caballo y la organización de grandes mítines.

Hacia fines de julio la escuela no sólo estaba creando cuadros, sino que fortalecía a las ligas agrarias en la provincia. El 28 de julio organizamos un gran mitin campesino en la Universidad de Kwantung donde habló Sun Yat-sen, al que acudieron dos mil hombres. Sun Yat-sen promovía una política blanda en materia agraria y llamaba a la moderación, a poner en el centro la revolución nacional: llegaba incluso a decir que deberíamos ganar para nuestra causa incluso a los terratenientes. Se decía que tenía simpatías por los campesinos, pero que este discurso moderado tenía como objeto balancear la influencia de los comunistas. En resumen pedía que buscáramos una solución pacífica a los problemas de la tierra. Los terratenientes no lo entendían así.

Trabajé con mis estudiantes en una nueva línea que no sólo incluía la habilidad para moverse en las aldeas y la sensibilidad hacia las demandas de los campesinos y organicé que nos diera entrenamiento militar la policía de Cantón. Luego pasamos a formar milicias de autodefensa en las comunas. Se trataba de organizar fuerzas de apoyo para las futuras batallas contra los señores de la guerra, pero también de fortalecer el poder de los campesinos. Fui nombrado comandante de las milicias agrarias.

Hacia finales de agosto se graduó la primera generación de militantes del instituto y entró la segunda. Comencé a colaborar como secretario con la oficina campesina del KMT que trabajaba en lo que había sido una vieja fábrica de cemento en las afueras de Cantón. En septiembre se nos asignaron recursos económicos para propaganda. Nuestras actividades y las del instituto chocaron muchas veces en la región cercana a Cantón con la ausencia de política agraria real del KMT, con sus negociaciones y conciliaciones.

Durante los últimos meses del año viví una verdadera guerra contra los latifundistas locales mientras las asociaciones crecían vertiginosamente, pero cada vez que los poníamos ante el borde del precipicio, el ejército del KMT intervenía y negociaba una solución de conciliación. Las demandas de los campesinos se contenían y los latifundistas absentistas se llenaban la tripa en Hong Kong del hambre popular.

Al iniciarse 1925 el KMT lanzó su tan anunciada ofensiva, la campaña del este. Se trataba de limpiar la región de señores de la guerra y el objetivo de esta primera acción era mi conocido Chen Chiu-ming. Le pedimos al comandante del ejército Chang Kai-shek que no se abasteciera de grano en ruta, que no reclutara cargadores y porteadores forzados y que no usara casas particulares como cuartel. A cambio pusimos a disposición del ejército del KMT a las ligas agrarias y a nuestros organizadores.

Avancé por delante del ejército organizando la insurrección agraria, con cuatro o cinco días de ventaja. Cuando llegó la división de vanguardia del KMT a Haifeng habíamos dado un golpe, y una multitud de treinta mil campesinos recibió a los soldados con música y fiesta; las escuadras campesinas armadas con lanzas y cuchillos habían liberado la región.

En los enfrentamientos en Taipu estuve a punto de morir cuando colocaba una mina en las afueras de la fortaleza. Fue mi discutible estreno como combatiente. Mucho más interesante fue la manera como aprovechamos el avance del ejército nacionalista promoviendo entre los campesinos la reducción de las rentas en un 25 por ciento y la organización de las milicias. Hacia abril de 1925 había en los alrededores de Cantón ciento sesenta organizaciones campesinas con casi doscientos mil miembros.

La muerte de Sun Yat-sen durante la expedición exacerbó aún más las contradicciones entre el ala derecha del KMT y su ala izquierda, en la que nos apoyábamos para sostener la alianza. Una facción de la derecha se rebeló en Cantón, pero fue derrotada.

En mayo de 1925 se celebró el congreso agrario del KMT, impulsado fundamentalmente por fuerzas organizadas por los comunistas; pero bajo los ojos de la alianza con el KMT, a pesar de que éramos los propulsores de la gran lucha agraria, los comunistas seguimos la línea oficial de subordinación del movimiento campesino a la lucha política y a las ciudades. La dirección de nuestro partido no entendía dónde se encontraba el corazón de la Revolución china, por más muestras que los campesinos hubieran dado de su voluntad y entrega. En parte se debía a que el partido había crecido enormemente en las ciudades pero sólo el 5 por ciento de su militancia era campesina. Y esto dominaba su visión, por más que tres meses antes el V Pleno de la Internacional Comunista había declarado por boca de Bujarin que el campesinado se había tornado en una fuerza consistente y fundamental en la Revolución china. Por lo tanto, en el Congreso no se apoyó la reducción del 25 por ciento en las rentas que se había logrado de hecho en Haifeng y el distrito cercano de Lufeng. Sin embargo el movimiento avanzaba y las medidas organizativas lo fortalecían.

En octubre de 1925 se produce la segunda expedición al este. El ejército del KMT liberó Haifeng y llegó hasta Swatow. Con el paso del ejército, la ola de la movilización agraria se desató. Llamé a la reducción de rentas en mil mítines. Mi viejo empleador, Chen Chiu-ming, huyó a Hong Kong, pero no sacábamos partido de la derrota de los latifundistas. El KMT obligaba a moderar las alternativas agrarias. Y en Haifeng decidimos avanzar, llamando primero a una reducción de las rentas en un 49 por ciento y más tarde en un 64 por ciento y golpeando fuertemente a los latifundistas que en el último año habían destruido aldeas, quemado vivos a los campesinos que se habían organizado y asesinado a cuarenta y ocho de nuestros dirigentes. Éramos la más radical de las tres tendencias del movimiento. Mientras nosotros en Kwantung avanzábamos en guerra contra los latifundistas, la izquierda del KMT quería un movimiento lento y pasivo que apoyara el esfuerzo militar, y la línea dominante en el PCCH era conciliar con el KMT y frenaba la extensión de nuestras propuestas a otras regiones para asegurar la alianza nacionalista-comunista.

En mayo de 1926 se produjo el II Congreso de los campesinos de Kwantung. Hablé con las ideas y el corazón. A veces la voz se me escapaba y se volvía un graznido cuando narraba los horrores que los latifundistas, los jueces y las milicias de los señores de la guerra cometían contra las asociaciones campesinas y las aldeas; hable de que hay límites en la historia y en los comportamientos de los hombres y que estos límites en el horror se habían rebasado; no podíamos frenar la justa demanda de los campesinos por la reducción de las rentas, ni siquiera estábamos, a pesar de las voces que cada vez se escuchaban más intensamente, proponiendo un reparto agrario, tan sólo la moderación de los excesos de los latifundistas. Me avergonzaban las felicitaciones que me dirigían por el profundo avance del movimiento en mi tierra natal, en Haifeng, al que por aquella época llamaban el «pequeño Moscú», cuando no éramos capaces de extender su ejemplo. Obtuve la conclusión de que la revuelta agraria avanzaba a pesar de la situación.

En junio de 1926 se produjo la expedición al norte del ejército del KMT. Aunque en principio me quede en Kwantung como jefe de la oficina, terminé dirigiendo una tropa de seiscientos milicianos campesinos que llegó con el ejército hasta Hankow a finales del año.

En el intermedio actué como mediador de los conflictos de Hua. En agosto de 1926 las guardias blancas de los latifundistas hicieron estragos en esa región, cincuenta kilómetros al norte de Cantón: veinticinco aldeas fueron quemadas y sus habitantes asesinados; el Comité Central del partido me envió y logré movilizar a las milicias campesinas y el apoyo del ejército para destruir a las guardias blancas de los latifundistas, un ejército irregular de asesinos y saqueadores. Militarmente pudimos aislarlos, pero la red de conciliaciones que existía impidió que liquidáramos una fuerza que era devota a los latifundistas. Aunque fuimos recibidos en Cantón como triunfantes el 14 de septiembre, un día más tarde se producía un nuevo ataque en Hua que culminó con una masacre y varias villas campesinas ardieron hasta los cimientos, la represión prosiguió y un día más tarde fueron fusilados varios dirigentes; se produjeron secuestros, saqueos e incendios que prosiguieron en los siguientes días en todo el condado.

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