Arcángeles. Doce historias de revolucionarios herejes del siglo XX (30 page)

BOOK: Arcángeles. Doce historias de revolucionarios herejes del siglo XX
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El único testimonio (y que permite dudar de su veracidad) de que Ferry existe como una persona diferente lo proporcionará años más tarde Max en su autobiografía. Todo el mundo piensa que Hölz es el dirigente del atentado. La policía está convencida. Así lo denuncian en los periódicos. La recompensa por la cabeza de Max asciende a cincuenta y cinco mil marcos.

El día 20 comienza la ocupación policíaca de la zona minera de Alemania central.
Bandera Roja
, el diario del VKPD, llama a los trabajadores a tomar las armas. En los dos días anteriores, la central del VKPD ha hecho circular de una manera singularmente confusa la orden insurreccional. El diario socialista
Vorwärts
advierte de que se trata de una provocación comunista y da órdenes de no secundar ni siquiera la huelga convocada por los comunistas del distrito de Mansfeld que lentamente comienza a extenderse. El 21 de marzo, en la zona industrial de Leuna, se realiza un mitin contra la ocupación policíaca en el que participan dieciocho mil de los veinte mil trabajadores de la región.

El 21 de marzo de 1921, en su escondite, Max Hölz toma en sus manos el periódico. Es un hombre de treinta y dos años que lleva los tres últimos de su vida envuelto en la vorágine de la revolución, alimentándose de ella, inventándola cuando se esconde o rehúye, encontrándola cuando salta y se hace clamor de masas armadas. Ha sido un amor profundo, lleno de ramos de rosas en los amaneceres. Un recorrido en bicicleta por una carretera llena de baches, pero sin desvío. ¿Por lo menos hasta los últimos meses? Los últimos meses en que Max ha perdido el pulso de los trabajadores y se ha dedicado al terror en solitario.

El periódico le cuenta que la huelga general ha estallado en Alemania central. Las letras pasan por sus ojos más rápido que de costumbre, no hay tentación, hay reencuentro, «Decidí ir allá y estudiar la situación de primera mano», dirá años más tarde Max Hölz en su parca narración.

Como siempre, el estilo Hölz caracteriza la forma como organiza su «viaje de estudios» a la Alemania central: con cinco camaradas armados con pistolas y granadas y evadiendo la persecución policíaca, inicia el viaje.

El tren se detiene en Kloster-Mansfeld. Hölz se puede mover con cierta libertad en esa ciudad. No se le conoce en Mansfeld por su verdadero nombre, allí es Sturm, el hombre que recorrió la región realizando actos de propaganda en 1919. Bajo ese seudónimo interviene en la noche en un mitin convocado por las organizaciones obreras locales. Según el testimonio de alguno de sus oyentes, Hölz hace un llamado a generalizar la huelga, armarse y combatir a las patrullas policiales.

Al día siguiente, el 22, interviene en otros mítines en Hettstedt, Mansfeld y Eisleben. Ese mismo día se presenta Hugo Eberlein en Halle, el hombre designado por el VKPD para dirigir la insurrección.

Hölz se encuentra en pleno delirio. Mitin tras mitin, asamblea tras asamblea; no importa si las convoca el VKP, el KAPD, los socialistas del USPD o los sindicalistas revolucionarios de la AU, Max interviene presentándose como un perseguido político, y manteniendo su posición: huelga general, organización de la insurrección. Las asambleas van aprobando acuerdos de huelga general contra la intervención policíaca en Sajonia.

Max colabora en el creciente movimiento formando brigadas de choque que recorren la zona Kloster-Mansfeld para organizar la huelga e impedir la entrada de los esquiroles a las fábricas. Han pasado sólo dos días. A las siete de la tarde del 22, Hölz, acompañado de su amigo Richard Loose, parte hacia Eisleben, donde se va a realizar un mitin importante. Forman parte de una brigada de ciclistas. En la carretera se encuentran con la policía armada, los «sipos» que el gobierno ha enviado a Sajonia. Hölz apela a su sangre fría y dirige su bicicleta hacia ellos.

«Terminen con toda esa agitación, basta ya de basura comunista», le dice al oficial que responde absolutamente desconcertado con una sonrisa bobalicona. Max y sus ciclistas cruzan sin problemas el bloqueo de la carretera.

En Eisleben interviene en el mitin, donde se decide continuar la huelga. Ahí conoce a Josef Schneider, dirigente local del VKPD y editor del periódico obrero de la región. Gracias a él, Max se entera del proyecto del partido comunista de provocar un choque armado que conduzca a la insurrección.

Durante esa noche, en toda la región fabril, la policía entra en las casas de los trabajadores y se practican arrestos. Los comités obreros, alertados, dan la alarma. Grupos de trabajadores intentan rescatar a los detenidos. La consigna de Max Hölz prende durante esas horas nocturnas: «¡Armarse! Atacar a las patrullas policiales y mejorar el armamento».

Hay en la región de Mansfeld ciento veinte mil huelguistas.

Al amanecer del día 23 de marzo, Hölz se quita la careta ante los asistentes a un mitin. El rumor ha precedido la identificación: «¡Hölz ya está aquí!». Y Max comienza a darle forma a los grupos de combate en las afueras de Eisleben. Forma una compañía de cincuenta hombres con fusiles y tres ametralladoras. Envía enlaces a Berlín, Hannover, Brunswick y Halle (sin saber que en este lugar se encuentra Eberlein, el hombre del VKPD) pidiendo instrucciones y apoyo.

«Tenía una revolución en las manos. ¿La hacíamos?». Poco dura la duda. Hölz no espera el regreso de los enlaces con la respuesta. «Comencé a organizar a los trabajadores en grupos de combate». No descuida tampoco el financiamiento de la revolución y encarga a «cuatro hombres responsables», los que lo han acompañado desde Berlín, la obtención de fondos. Se producen los primeros asaltos a bancos, establecimientos comerciales y oficinas gubernamentales. Hölz recuerda que una buena revolución necesita buenas expropiaciones.

A pesar de que se ha coordinado con el VKPD, Max no renuncia a su inde pendencia y a una relación abierta con todos los que están por la revolución, y entrega parte de los fondos a la dirección local del KAPD, para periódicos y propaganda.

Hacia las tres de la tarde los obreros chocan contra la policía en Eisleben. El ejército de Max se compone en esos momentos de noventa hombres armados con rifles. Se decide pasar a la ofensiva. Actuarán dos grupos. Uno atacara el seminario y otro el hospital, los dos puntos donde se han establecido los cuarteles de la policía armada. Hölz se pone a la cabeza del segundo grupo. En la ciudad hay cuatrocientos «sipos» para enfrentar a los noventa obreros.

Max actúa como de costumbre, enviando primero un ultimátum tremendista. Sus mensajeros informan al jefe de la policía de que si no abandona el pueblo, éste será incendiado. Para enfatizar la amenaza, Hölz pone en llamas un edificio en las cercanías del hospital. Además, un grupo de trabajadores recorre las calles elegantes de la ciudad destruyendo las cristaleras de las tiendas para obligar a los policías a que abandonen su refugio y salgan a proteger los sacrosantos derechos de la propiedad. La maniobra fracasa ante la pasividad policíaca. Hölz se ve obligado a ordenar que apaguen el edificio en llamas.

El miniejército rojo desiste del ataque y planta sus cuarteles en Helbra. Allí la policía había atacado los locales de los huelguistas y matado a dos de ellos que se encontraban desarmados; uno era un joven de dieciséis años. La llegada de Hölz hace huir a los «sipos».

La región entera está movilizada. Cientos de hechos aislados se producen; los «sipos» están a la defensiva.

Corre el rumor de que Max Hölz ha sido detenido. El origen de la falsa información se encuentra en que uno de los hombres que participaron en las expropiaciones, y a quien Max ha enviado fuera de la zona de combates con el dinero y con su sello personal como identificación, ha sido capturado. La policía piensa que se trata de Max y el detenido no lo desmiente, pensando que así protege al jefe del movimiento.

Por la noche, desde los cuarteles generales del miniejército rojo, se envía a un grupo por dinamita a Leimbach. La situación fuera de la zona de combates es incierta. Tanto el VKPD como el KAPD han llamado a la huelga general nacional con la oposición de socialdemócratas y los restos del USP pero la huelga no ha sido secundada. Apenas hay unos ochenta mil huelguistas en otras partes de Alemania, incluso dentro del VKPD una facción boicotea la convocatoria con el argumento de que se trata de una aventura militar. En la zona de Leuna dos mil hombres se encierran en el complejo industrial, se levantan las barricadas. La orden de insurrección no se aprueba y el movimiento mayoritariamente dirigido por el KAPD permanece a la defensiva. En Hamburgo hay algunos choques originados por problemas laborales locales. En Halle, donde se encuentra Eberlein, se llama a la insurrección sin que haya respuesta entre los trabajadores. En Berlín hay pequeñas manifestaciones organizadas por los dos partidos comunistas. Sólo en Hamburgo, tras el primer día, el movimiento crece y hay algunos mítines masivos y tomas de los astilleros por los trabajadores.

¿Podrán los partidos comunistas extender la insurrección que se está gestando en la Alemania central? Allí, en la zona donde opera Hölz y en otros muchos centros industriales, sólo hacen falta las armas. El gobierno decide mantener al ejército en reserva y tratar de contener el brote insurreccional con los «sipos».

Al amanecer del jueves 24 de marzo, los grupos de Hölz, que han aumentado hasta llegar a cuatrocientos obreros armados con rifles, pistolas, granadas y seis ametralladoras, pasan a la ofensiva. Atacan primero Eisleben, donde los «sipos», con la moral muy baja por los acontecimientos del día anterior, se retiran dejando sus armas a los trabajadores.

Hölz, años más tarde, recordaría la clave de su liderazgo: «Los trabajos difíciles los hice yo».

Por la tarde se combate en Hettstedt. Los grupos de obreros armados van cercando la población, combaten en pequeñas guerrillas muy agresivas que van forzando a los «sipos» a encerrarse en el casco central de la ciudad. La lucha se prolonga hasta que anochece. Los «sipos» lanzan un tren armado contra los rebeldes. Estos no dudan y lo vuelan. El ejército rojo comandado por Hölz inicia a altas horas de la noche una última ofensiva. Se organiza un pequeño grupo de combate para entrar en el centro de Hettstedt. Avanzan sobre el cuartel policíaco volando los edificios que tienen enfrente y cubriéndose en los escombros. Al cuarto edificio volado, en medio del estruendo (porque el miniejército rojo no desprecia el ruido como arma psicológica en su avance), la policía armada se aterra y huye.

Más armas para las milicias rojas se obtienen en la toma del cuartel. Algunos prisioneros informan a Hölz de que vienen refuerzos policíacos de Sangershausen. Son las cuatro de la madrugada. El ejército rojo se retira a Helbra.

«Nadie sabe nunca qué vamos a hacer», comenta Hölz. Ésa es la clave del éxito. Movilidad y respuesta inesperada. Pero no sólo la policía armada desconoce por dónde aparecerán los revolucionarios, también ellos mismos lo desconocen. No hay plan, a no ser que golpear, retirarse, volver a golpear sea un plan. Si lo es, está dando resultados. Con las armas tomadas se ponen en pie de lucha nuevas escuadras de combate. Hölz continúa asaltando bancos y comercios. En una fábrica reparte a los trabajadores el dinero encontrado en la caja fuerte.

Ese día se produce la única comunicación que existió entre Halle y el movimiento. Es un mensaje conjunto del VKPD y el KAPD dirigido a Hölz, en el que le informan que aprueban sus actos y le piden que se mantenga. Será la única relación que el miniejército rojo tenga con los partidos que han desencadenado la insurrección.

El gobierno declara la ley marcial en Berlín. Los dos partidos comunistas llaman a la huelga general. Nuevamente sin eco. De la Alemania Central llegan noticias confusas a las direcciones partidarias. Hay un ejército rojo allí operando. ¿Quién lo dirige? Max Hölz. ¿En nombre de quién? De la revolución alemana. Pero, ¿de qué partido? No, eso no se sabe... En el Ruhr hay una respuesta más amplia, en cambio en Hamburgo se va apagando el movimiento. ¿Quién preparó la insurrección? ¿Cuál insurrección?

El 25 de marzo, al atardecer, el ejército rojo ataca Eisleben nuevamente. Ahora si la ofensiva desmorona las defensas de la policía. Se ocupa el ayuntamiento. Vuelan la casa del almirante Ever. Encuentran en ella armas en abundancia y documentos de las organizaciones paramilitares de derecha. Se lo llevan de rehén. El ejército rojo se retira a Wimmelburg. Ahí se concentran algunos grupos de obreros de otras zonas, incluso algunos enviados por Eberlein desde Halle. Hölz tiene bajo su mando 2.500 obreros armados.

La movilidad, siempre la movilidad. Un par de horas después de haberse concentrado en Wimmelburg, se mueven hacia Tautschental, donde Hölz pretende concentrar su ejército y unirlo al de los trabajadores de Leuna.

Los «sipos» entran en Wiinmelburg a sangre y fuego una vez que los rojos han abandonado la ciudad. Se asesinan obreros indefensos.

Los «sipos» controlan Eisleben, Hettstedt. ¿Sirve esto de algo? No hay guerra de posiciones, toda la región es escenario de combates. No sólo actúa el ejército rojo de Hölz, también brigadas sueltas de huelguistas que se han armado y un pequeño ejército rojo dirigido por un «amigo de Max», Torgler. Si los obreros de Leuna abandonan la concepción defensiva en la que se encuentran, la insurrección puede crecer enormemente. En Halle el VKPD hace esfuerzos enormes para extender el movimiento, pero siguen siendo acciones minoritarias: se vuelcan tranvías, se producen algunas explosiones.

El sábado 26 de marzo, al cuarto día de combates, nadie es capaz de explicar la situación. Los «sipos» han tomado Mansfeld, pero la clave no es dominar terreno sino poner al enemigo a la defensiva. Para la policía, el controlar una ciudad obrera la obliga a destacar en ella fuerzas y mantener vigilados a los trabajadores. Para el miniejército rojo, tomar una zona obrera es un acto de propaganda, una forma de obtener recursos económicos, más fusiles de los policías derrotados con los que armar a los obreros de las fábricas locales, un punto de apoyo.

Ese día se avanza sobre Sangershausen. Tienen pensado comer allí. Media hora después aparece un tren con soldados. Se producen duros combates en la estación, Hölz y sus hombres se ven obligados a contener su ataque por miedo a quedarse sin munición. Los soldados son derrotados y dejan en manos de los rebeldes rifles y una ametralladora. El tren abandona Sangershausen. Esa misma noche el ejército rojo hace lo mismo.

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