Read Arcángeles. Doce historias de revolucionarios herejes del siglo XX Online
Authors: Paco Ignacio Taibo II
Con otros cinco prófugos, Hölz cruza la frontera esa noche. En Egen es detenido por la policía checa. Su fama ha traspasado las fronteras, los policías no se acercan hasta que él no deposite en mitad de la calle un par de granadas. La revolución del contragolpe ha terminado para él.
Max pasa los siguientes cuatro meses de su vida en la prisión de Korthaus en compañía de otros veinticuatro revolucionarios alemanes. Su comentario sobre esa estancia es parco: «La comida no era mala, pero era insuficiente».
A los cuatro meses, harto de la forzosa inacción, comienza una huelga de hambre exigiendo a las autoridades checoslovacas que le concedan la libertad y asilo político. Simultáneamente se comunica con sus amigos en Alemania para conseguir fondos para la defensa de los detenidos. Al culminar la intentona revolucionaria, Hölz y su grupo habían dejado ocultos en Sajonia 750.000 marcos, producto de las expropiaciones. Con una parte de ese fondo «enterrado», Hölz planea organizar una fuerte campaña publicitaria y contratar abogados. No tiene problemas para que el dinero llegue a Checoslovaquia, pero el abogado que organiza la campaña los estafa y roba parte del dinero sin hacerse cargo de la defensa. Max tiene una tormentosa entrevista con el turbio personaje, lo amenaza de muerte y lo despide. La huelga continúa. Sólo hay un consuelo en esos días de encierro: las canciones checas que escucha desde la ventana enrejada «son las más bellas del mundo».
La presión de la huelga de hambre da resultado. Tras catorce días las autoridades le piden que la levante. En agosto de 1920 Max Hölz y sus compañeros están libres.
Max sale a la calle y se encuentra con la realidad del exiliado. Está en Checoslovaquia, no en Alemania, no en Sajonia. Es un exiliado político, fuera de su tierra y sus recursos, lejos de sus amigos. La realidad le confirma su situación. El tren que lo lleva a Praga es apedreado por nacionalistas checos. Por primera vez en dos años, Hölz está desarmado. Al llegar a la capital tiene que ingresar en un hospital privado para reponerse de la huelga de hambre; dos agentes secretos de la policía checa se turnan para vigilarlo las veinticuatro horas. Además de soportarlos tiene que pagarles sus gastos. Hölz se indigna. El dinero sagrado de las expropiaciones no puede servir para pagar policías, aunque sean checos. Los nacionalistas inician una campaña de propaganda para que el gobierno acepte la petición de extradición que las autoridades alemanas han extendido contra él, Hölz no duda, pide permiso al gobierno checo y en octubre de 1920 cruza la frontera y se interna en Austria.
Paralelamente, en Alemania se han producido algunos cambios que sin duda tendrán que afectar los próximos movimientos del revolucionario emigrado. En abril de 1920 un nuevo partido comunista a la izquierda del KPD ha surgido, el Partido Comunista Obrero Alemán (KAPD), en el que se reúnen algunos de los amigos de Hölz expulsados del KPD (Gorter, Otto Rühle). El nuevo grupo se proclama «un partido de masas, no un partido de jefes». Pero éste no es el único cambio. En los mismos días en que Max Hölz arriba a Viena, la mayoría de los socialistas independientes (USPD) deciden incorporarse a la Internacional Comunista en el congreso de Halle. Poco después, el 5 de diciembre, el KPD y la mayoría del USPD se fusionan para formar el nuevo Partido Comunista Unificado (VKPD). Un partido que reúne cuatrocientos mil afiliados.
Estos cambios en la organización de la izquierda alemana, de los que sin duda ha debido tener noticias, no ocupan los pensamientos de Max, quien se debate entre la paz forzada de Viena y la violencia de sus recuerdos.
Recibe una invitación para viajar a la Unión Soviética, pero la tentación de conocer en vivo la primera revolución socialista del mundo coincide con el arribo de noticias sobre el inicio del juicio en Dresde y Plauen contra los camaradas con los que combatió hace unos pocos meses en el levantamiento contra el
putsch
de Kapp. El tiempo de duda es breve. En diciembre de 1920 decide cruzar ilegalmente la frontera alemana. Consigue un pasaporte falso a nombre de Alexander Matiasek. Una nueva personalidad («otra más», se dice el señor Hölz que ha sido en los últimos años el señor Werner, el señor Sturm, el señor Lermontov). Pero Hölz no se disuelve tras sus máscaras. Son accidentales, pasajeras (o al menos eso nos parecen a nosotros ahora): bigote afeitado, corte de pelo y lentes sin aumento.
«Debo confesar que estaba un poco nervioso cuando la policía fronteriza me inspeccionaba». No más que eso. Max Hölz está de nuevo en Alemania.
Max llega a Hof antes de la Navidad de 1920. Sorprende a sus amigos. ¿Qué redes va a utilizar ahora? ¿Sus amigos están en el VKPD o en el radical KAPD? Qué importa, son los «amigos de Hölz», sus redes, absolutamente personales, absolutamente fraternales. ¿A quién le importa en qué partido estás cuando se trata de hacer la revolución?
Pero sus contactos lo miran de una manera extraña. Hölz siente que hay suspicacia. En Viena se vestía bien (¿mejor?, ¿un poco mejor?, ¿usaba abrigo?, ¿llevaba chaleco?, ¿una corbata sin manchas de grasa?), le gustaba la ópera (¿es eso serio y proletario?). Hölz se siente y se confiesa contaminado por la vida de clase media que llevó en la capital de Austria durante un par de meses (¿vida de inactividad?). Se encuentra enfadado consigo mismo por su cambio de apariencia; el disfraz hace que no se sienta el mismo (¿qué es eso de usar lentes que ni siquiera sirven?). Así se explica de sobra la mirada de extrañeza que a veces sus amigos le dirigen (¿existe tal o Hölz se la inventa?). «Tenía que volver a ser como ellos», se dice en aquella Navidad de 1920.
«Ser como ellos» es, según la filosofía de la vida de Max Hölz, compartir la explotación en la misma mina, en la misma fábrica o taller; eso, o ser perseguido. La condición de prófugo, la condición de ilegal es para Marx la esencia proletaria. Vuelve a ponerse en movimiento, la policía secreta alemana detecta la presencia del buscado Max Hölz (¿cómo la detecta?, ¿es un especie de niebla roja y difusa que se escurre bajo las puertas?, ¿rumores?, ¿noticias de un fantasma?). Con la policía en los talones viaja a Hannover para ver a su esposa Clara. Logra escapar de un cerco policíaco. Se oculta en Brunswick y establece una base de operaciones.
A fines de diciembre se traslada a Berlín. Quiere discutir con sus amigos (Max tiene «amigos» por todos lados) un gran plan para liberar a los detenidos de Plauen, Hof y Dresde. Tiene varias reuniones con la dirección nacional del KAPD, no encuentra entre los dirigentes de la izquierda comunista buena recepción; las discusiones no llegan a final feliz. Parece como si hablaran dos lenguajes.
Hölz decide construir su propia organización y apela para ello a militantes del KAPD, del VKPD, anarquistas y hombres sin partido. Los que puede encontrar, los que quieren acción y no palabras. Parece ser que este tipo de militantes abunda, porque en unas semanas organiza a cincuenta hombres en tres grupos (Berlín, Brunswick y Sajonia). Con los fondos secretos de las viejas expropiaciones compra armas y bicicletas (comprar un automóvil hubiera sido poco proletario). Para que los fondos no se mermen en exceso, porque además se utilizan regularmente para enviar ayuda económica a las familias de los detenidos, se organizan nuevas expropiaciones. Robos en bancos y oficinas de correo. Parte del dinero se entrega a la dirección del KAPD. Hölz mismo planea intervenir en el asalto a una oficina de correos en Berlín que no se realizará por «problemas técnicos».
En esos días, Max protagoniza una de las más extrañas aventuras de su accidentada vida, que aún hoy no ha podido ser aclarada. En su autobiografía narra que entró en contacto con un personaje singular conocido como «Ferry», un hombre que tiene como objeto en la vida volar la Columna de la Victoria en Berlín, el símbolo del triunfo militar prusiano en la guerra contra Francia, una columna situada en el Tiergarten que es conocida popularmente como «Else de oro». Para Ferry, «Else» es el Símbolo del militarismo alemán, y como tal tiene que volar en mil pedazos. Hölz cuenta que Ferry (también conocido con el seudónimo de Hering) le ofrece armas y bombas a cambio de la dinamita necesaria. Se produce el intercambio. La historia no terminará ahí. La dinamita la ha obtenido el grupo de Hölz de una serie de asaltos a depósitos en la zona minera del Ruhr y en otros puntos de la Alemania central; el grupo quería utilizarla para la liberación de los presos y para volar varios juzgados. La primera gran explosión habría de ocurrir en Falkenstein (¡Vaya regreso a la tierra nativa! ¡Vaya fiesta de fuego en el hogar original!), pero el plan ha ido variando sin que Max se dé cuenta. Al principio se trataba de liberar a los presos, ahora: «La explosión y los detonantes que planeábamos distribuir eran para atraer a los trabajadores y la atención de la burguesía al hecho de que los comunistas estábamos aún vivos, aunque fuéramos perseguidos por la policía. Queríamos también que supieran que no habíamos olvidado a nuestros camaradas que estaban en la prisión».
Es curioso, Hölz habla de que se quería hacer sentir que «los comunistas estaban vivos», pero en esos momentos el partido comunista oficial (VKPD) tenía en Alemania medio millón de miembros, gozaba de una notable presencia en el Parlamento y en gobiernos regionales, tenía una potente prensa y se encontraba inmerso en un debate sobre la viabilidad de una insurrección obrera. Del viraje a la derecha en 1920, aparentemente fortalecido por el ingreso en sus filas de la izquierda socialista, pendularmente el VKPD se ha movido hacia la extrema izquierda con el impulso de la Internacional Comunista. Los que frenaron la respuesta violenta de los obreros al
putsch
de Kapp, hoy quieren desarrollar su propio golpe de estado.
¿De qué comunistas habla Hölz? El partido comunista disidente, el KAPD, aunque sus fuerzas son mucho menores (puesto que sólo cuenta con cuarenta mil miembros), están colocadas estratégicamente en los sectores más combativos del movimiento obrero, y también se encuentra en una posición insurreccionalista.
¿Entonces? ¿A qué comunistas se referirá más tarde Hölz en sus
Memorias
cuando justifica su plan de acción? ¿A él mismo y sus amigos? A los únicos tipos que se toman en serio eso de hacer la revolución. En febrero de 1921 la dirección del VKPD, con la presencia de un delegado de la Internacional, el húngaro Béla Kun, discute un plan insurreccional para después de la Pascua. ¿Lo sabe Hölz? No, no puede saberlo el expulsado Max, no tiene acceso ni remotamente a esos niveles de decisión. No puede saber, por tanto, que curiosamente la Internacional Comunista ha elegido como foco para detonar la revolución la zona de correrías del propio Max: Alemania central y en particular Sajonia.
No paran ahí las coincidencias. La dirección del VKPD ha desarrollado su «propio plan dinamitero» para comenzar a «calentar los ánimos». Un plan muy similar al que Hölz tiene en mente, aunque el hombre que estará a cargo de la operación por el partido comunista será Hugo Eberlein, conocido como Hugo
el de la mecha
por los militantes de base del VKPD; un singular dirigente que no rehúye los riesgos de la acción directa. Max, sin duda, se encuentra ajeno a los planes del partido. ¿Conocerá el VKPD los planes de Max?
El 6 de marzo de 1921, ignorante de que el VKPD pretende usurparles su proyecto y por tanto actuando por libre, Hölz y sus muchachos llegan a Falkenstein. Sin dudarlo demasiado atacan la estación de policía.
«Loose tenía que arrojar una granada de mano tan pronto como yo hubiera puesto la bomba en el interior de la estación; en caso de que la mecha no funcionara, la granada la haría explotar. Mientras ponía la mano en el picaporte de la puerta de la estación de policía, encendí la mecha con el cigarrillo. En cuatro segundos la bomba explotaría. El camarada Loose le había quitado el seguro a la granada. Entonces me di cuenta horrorizado de que la puerta estaba cerrada. Estábamos perdidos.
»Sostenía la bomba encendida en la mano mientras que Loose sostenía su granada. Las arrojamos instantáneamente hacia la esquina. La granada explotó».
La explosión deja a Max casi ciego, Richard Loose, uno de los eternos camaradas de Hölz, lo coge del brazo y lo saca del maremágnum que se ha armado en torno a él. Suenan las ráfagas de ametralladora, los hombres del grupo de Hölz lanzan granadas como quien reparte dulces por toda la ciudad. Max, conducido por su lazarillo, decide dejar un recuerdo de despedida y ordena que con seis granadas sea volada la casa del comandante de las milicias burguesas. Huyen en bicicleta. Espectáculo alucinado el de Max Hölz pedaleando como un hombre poseído por el demonio; el rostro ensangrentado, medio ciego; a sus espaldas la ciudad ardiendo, mientras la bicicleta vuela por la carretera. Hölz se recupera de las heridas en Berlín. Su grupo ataca los juzgados de Friburgo, Dresde y Leipzig con éxito. «Estaba satisfecho con la confusión que había causado; no con el resultado». Max ha creado una banda terrorista que tiene en jaque a la policía alemana, pero su proyecto revolucionario no avanza, los presos siguen tan presos como siempre, el movimiento obrero se ha vuelto espectador de los actos de su grupo, no participante.
Mientras tanto, el proyecto insurreccional del VKPD toma forma. El pretexto para iniciarlo será la movilización policial que el gobierno ha decretado en la zona minera de Sajonia. Fuerzas paramilitares de la policía de seguridad, conocida en los medios obreros como «sipos», se internarán en la región con la consigna de desarmar a los obreros de las guardias rojas e impedir los robos de dinamita. «Las fuerzas policiales tratarán con igual firmeza a los criminales y a los que intenten evitar que las fuerzas lleven a cabo su deber», declara el ministro del Interior.
En estos momentos de tensión un atentado fallido va a capturar la atención de la prensa mundial y a calentar más el ambiente: el 13 de marzo, una carga de dinamita colocada en la Columna de la Victoria en Berlín no explota a causa de una mecha defectuosa. La carga, que por su abundancia hubiera pulverizado el monumento, es retirada por la policía, «Else» se salva de milagro. Se suceden oleadas de arrestos. Muchos detenidos son trabajadores del KAPD. Entre los detenidos, varios confiesan su intervención en el atentado fallido. Al ser interrogados reconocen al dirigente de la acción (Ferry, alias Hering) en una foto que les muestran de Max Hölz. ¿Hölz y Ferry son el mismo hombre? ¿Ha existido realmente el tal Ferry? ¿Para qué quería Hölz volar el monumento de la guerra franco-prusiana?