Read Arcángeles. Doce historias de revolucionarios herejes del siglo XX Online
Authors: Paco Ignacio Taibo II
El gobierno socialdemócrata declara en Berlín: «No se negocia con obreros armados».
Otros grupos obreros enviados por el VKPD combaten y toman Tautschental dirigidos por los comunistas Lembke y Bowitzki. Se encuentran desconectados de la organización, no saben dónde está el ejército de Hölz. El domingo 27 el ejército de Hölz se encuentra descansando en Schraplau. Ahí, con toda formalidad, se paga a las tropas obreras un pequeño salario.
Al final del domingo, después del primer día sin combates en una semana, se decide ponerse en movimiento. El ejército rojo se encuentra desde el primer día motorizado. Camiones con banderas rojas y ametralladoras.
En la noche se avanza hacia Ammendorf. Se trata de concentrar al grueso de las partidas de obreros en armas que existen en la región y de que se les incorporen ahí los obreros de Leuna. Con esto se podría levantar un ejército rojo de más de quince mil trabajadores. El complemento será la obtención de la artillería que se encuentra en Halle. Esos cañones podrían ser rescatados mediante un ataque sorpresa. Ambas operaciones se deciden antes de la marcha nocturna. El día 28 será la jornada clave de la insurrección en la Alemania central.
En la mañana del 28 se espera ansiosamente a los hombres de Leuna que traerá Lembke. Sobre todo las municiones que deben llegar, y que escasean entre los obreros. Se decide iniciar la operación sobre Halle, no perder el factor sorpresa.
Dos mil soldados rojos avanzan en un inmenso abanico sobre la ciudad de Halle en un frente de más de tres kilómetros. Un par de kilómetros antes de llegar a las afueras de la ciudad se producen los primeros choques con los «sipos», Hölz ordena que se rehúya el combate a la espera de las municiones y los refuerzos. Los «sipos» van cercando a los trabajadores. Cuando al fin aparece Lembke con las municiones no hay tiempo de repartirlas. Hölz se dirige a la vanguardia para dar el aviso. Comienza el combate. Su presencia impide que se produzca una desbandada. Cuando regresa a la posición donde está la dirección del pequeño ejército, casi cae en manos de los «sipos». Unos mineros lo ocultan medio desmayado en una bocamina de carbón. Cuando al fin sale, ya repuesto, busca a sus hombres cerca de Groebers. No los encuentra. Se da de narices en cambio con el grupo de combate de Gerhard Tiemann, un comunista de Werdau que dirige obreros de Bitterfeld y Holzweisig. Acaban de derrotar en Groebers a los «sipos». Anochece el día 28.
A lo largo del martes, Hölz trata de recuperar contacto con el ejército rojo acaudillando la partida de Tiemann. Se encuentra al financiero de la revolución Josef Schneider y distribuyen grandes cantidades de dinero entre los obreros de los pueblos por los que pasan. Se dice que el ejército de Hölz se encuentra en Mansfeld. Hacia allá se dirigen. Sin que Hölz lo sepa, ese mismo día la policía asalta el complejo industrial de Leuna donde los obreros habían permanecido a la defensiva con las fábricas ocupadas. Hay cuarenta trabajadores muertos. En Berlín también se producen otros acontecimientos trascendentes para el movimiento: el Comité Central del VKPD discute si debe continuar el llamado a la huelga general o impulsar la rebelión. Se decide darle dos o tres días más a la acción y luego, si no hay cambios, tratar de levantar el movimiento ordenadamente. ¿Cuál movimiento? Las fuerzas movilizadas están fuera de su control.
El grupo de Hölz continúa vagando por los pueblos industriales. Es un gran espectáculo: banderas rojas, camiones con obreros armados de fusiles. Un vehículo blindado al frente con ametralladoras en el que viajan Hölz y su financiero. Asaltos a las fábricas, a las pequeñas estaciones de policía. La dinamita abre las cajas fuertes de las empresas; asaltos a oficinas de correos, bancos, comercios, casas de grandes burgueses, confiscación y reparto de víveres. Eso es sin lugar a dudas el fin del mundo, la revolución. Robin Hood ha llegado. El grupo de Hölz crece. El día 30 combate en Wittin contra la milicia, los derrota. Reparte entre los trabajadores treinta mil marcos. Al día siguiente atacan y toman Besenstedt. Se reparten alimentos y ropa confiscados de la mansión de un terrateniente.
Se llega así al viernes primero de abril. Esa mañana el VKPD llama a levantar la huelga general. Hay siete mil detenidos en la Alemania central y todavía más de tres mil trabajadores en armas fragmentados en pequeños grupos. La labor de los «sipos», reforzados por unidades militares que han llegado del sur de Alemania, es impedir que los pequeños grupos vuelvan a reunirse y levanten de nuevo un ejército.
El plan de Hölz, que dirige un grupo de unos cien hombres, era llegar hasta el distrito de Mansfeld y, si no había noticias de los partidos comunistas, desbandarse tratando de ocultar las armas. Schneider se había fugado en la noche anterior con los fondos producto de las expropiaciones. No ha podido obtener noticias de dónde se encuentra la fuerza más importante del ejército rojo. ¿Sigue en pie? ¿Ha sido derrotada?
A mediodía la escuadra armada sale de Eiesenstedt. A cinco kilómetros de ellos hay un gran cordón policíaco. Los revolucionarios montan sus ametralladoras. Faltan municiones. Comienza el tiroteo. «Ni uno de nosotros pensó en salir vivo de esa batalla». Veinte hombres del grupo de Hölz caen muertos en el enfrentamiento. Algunos logran cruzar a nado el río Saale; Hölz y Tiemann entre ellos. Todo el campo está lleno de patrullas de la policía. Ocultan sus armas y tratan de romper el cerco. En Koernern son detenidos por milicias blancas. Hölz dice llamarse Reinhold König. En medio del caos, Max queda detenido con cientos de trabajadores más.
Nuevamente la revolución se ha escapado de sus manos. Hölz piensa en los escasos días de gloria, mientras la policía apalea a sus compañeros en las celdas vecinas. Otra vez fracasó la revolución. «Será la próxima», se dice Max.
«¿Dónde está Max Hölz?», preguntan los policías a los trabajadores mientras los torturan. Nadie lo delata a pesar de las palizas. Cientos de hombres saben que él es Max Hölz y ese secreto compartido no se filtra a los policías. Nuevamente el pez en el agua, aunque sea agua encarcelada. El propio Max responde a la pregunta sobre el paradero de Max Hölz. Dice simplemente: «No lo sé». Exige que lo juzguen, él no ha combatido. Tiemann es apaleado por los policías, Max interviene para impedirlo y recibe varios culatazos. El 3 de abril Max es liberado. No hay cargos contra el tal König. En la confusión, abandona la cárcel, huye de la región y llega a Berlín. El precio por su cabeza es en esos días de 185.000 marcos.
Max no cree en la suerte. Todos los que lo conocen creen en la magia. Comienza a correr el rumor en la Alemania central de que Max Hölz se le ha ido de entre las manos a la policía. Sin embargo, las cosas no son fáciles para él. Pasa su primera noche en Berlín caminando por las calles, no encuentra a nadie que quiera ocultarlo, tiene que dormir al aire libre.
El hombre que siempre ha tenido amigos, ahora no los encuentra. Sus redes están quemadas. Tras el atentado contra la estatua en Berlín de hace dos semanas (¿sólo dos semanas?), el espacio militante ha desaparecido bajo los pies de Hölz. Sus relaciones con el KAPD y el VKPD son las de un extranjero que los encuentra en el camino, no puede utilizar su aparato.
En la segunda noche, milagrosamente enlaza con una pareja de camaradas que aceptan ocultarlo. La policía de toda Alemania lo busca. No saben aún que lo tuvieron detenido y lo libraron por error. Hölz comienza a meditar en cuáles serán sus próximas acciones.
El VKPD hace su primer balance del movimiento derrotado: «La dirección militar no ha actuado en concordancia con la dirección política». Max Hölz no puede reprimir las carcajadas ¿Cuál dirección política? ¿De qué están hablando?
Comienza a rehacer sus redes informativas. Le cuentan que durante el movimiento, en Leipzig se hicieron expropiaciones utilizando su nombre, incluso se entregaron recibos firmados por Max Hölz. Max sabe quiénes fueron. Localiza en Berlín al grupo y les exige que entreguen el dinero al KAPD para labores de propaganda y para la defensa y apoyo a los presos. Se cita con un tal Henke, que ha estado vinculado a estas acciones, en la Rankeplatz de Berlín. Henke no aparece, en cambio sí lo hace la policía.
«¡Alza las manos!», le grita un policía mostrándole el revólver. Max protagoniza su último acto de resistencia. No levanta las manos, tampoco huye. No alzó las manos en su día en Koerners o Sangershausen, no, no lo va a hacer ahora.
«Mi arresto no fue una sorpresa. Lo esperaba cada día».
Durante las siguientes cuarenta y ocho horas la policía lo tortura. La suerte se ha terminado. Max Hölz la ha estirado tanto como ha podido. Ya no da más de sí. La prensa celebra la caída del dirigente revolucionario.
Hasta el día de la audiencia se niega a hacer declaraciones públicas. Lo presentan ante un tribunal especial. Él es uno más de los cinco mil obreros que han sido juzgados en Berlín y en la Alemania central. Se le acusa de robo, alta traición, secuestro, incendio, asesinato de un terrateniente, destrucción de un ferrocarril. Todos los testigos que pretenden declarar a favor de Hölz son enviados junto con él al banquillo de los acusados. El KAPD le consigue un abogado y organiza su defensa. El VKPD en cambio, abandona a Hölz en el tribunal; el presidente del partido comunista mayoritario declara que Max no es miembro del partido, y que su organización repudia la violencia individual, que es inaceptable.
La fiscalía utiliza esta declaración para acusar a Hölz de gangsterismo.
Max se defiende: «La violencia es un recurso social, no es un fin en sí misma». Acepta todos los cargos menos el haber asesinado al terrateniente Hess, capitán de guardias blancas. Afirma que él ordenó que no lo fusilaran. Que él ni siquiera fue testigo de los hechos.
El tribunal lo condena a cadena perpetua. Hölz tiene su última posibilidad de hablar en público, la aprovecha para gritarle a los jueces: «Vendrá el día de la libertad y la venganza. Entonces nosotros seremos los jueces. ¡La justicia es una puta y ustedes son sus chulos!»
Max Hölz sale del edificio del tribunal empujado por las culatas de los fusiles de los «sipos».
Poco después del juicio, una vez salvadas las responsabilidades del VKPD, la Internacional Comunista, en su III Congreso (junio de 1921), emite una declaración pública sobre Max Hölz. No se avalan sus actos en la insurrección de marzo, pero se trata de capitalizar propagandísticamente su figura:
«La IC es adversa al terror y a los actos de sabotaje individual que no ayudan directamente a los objetivos de combate de la guerra civil y condena la guerra de francotiradores llevada a cabo al margen de la dirección política del proletariado revolucionario. Pero la IC considera a Max Hölz como uno de los más valientes rebeldes que se alzan contra la sociedad capitalista […] El congreso dirige por tanto sus saludos fraternales a Max Hölz, lo recomienda a la protección del proletariado alemán y expresa su esperanza de verlo luchar en las filas del partido comunista por la causa de la liberación de los obreros, el día en que los proletarios alemanes derriben las puertas de su prisión».
Notable documento. Max es acusado de haber actuado en forma muy similar a la del VKPD dirigido durante marzo en Alemania Central por Hugo Eberlein.
Pero no ha de ser esta declaración la que preocupa a Max Hölz en la prisión mientras comienza a sufrir un encierro para la eternidad. Los primeros meses, sigue siendo el proletario rabioso de siempre, con la violencia a flor de piel. Un día se indigna ante una respuesta cínica que le da el director del penal de Sonneburg donde se encuentra encarcelado y le escupe después de abofetearlo. La agresión le cuesta cuatro semanas de confinamiento en solitario. Y no será ésa la única vez en que escupa a un guardián de prisiones.
Para millares de trabajadores, Max es la figura, el hombre que representa sus mejores sueños, el gran vengador de todas las injusticias. A la prisión de Sonneburg comienzan a llegar visitas desde todos los lugares de Alemania, llegan cartas y paquetes en tales cantidades que la administración postal local está desbordada.
El partido comunista se hace cargo de su defensa y organiza un comité de intelectuales en el que participan Thomas Mann y Ernst Toller, que infructuosamente tratan de que se revise el proceso.
Poco consuelo es para Max. La prisión lo enerva, lo destruye. La inacción lo consume. Se va debilitando, ablandando. Tras los primeros cinco años de cárcel comienza a escribir cartas al gobierno solicitando la amnistía, chantajea al KAPD recordándole que una parte de los fondos expropiados fue a dar a las arcas del partido y les pide que se muevan para sacarlo de la cárcel. Max necesita el aire libre, ¿Para qué sirve un revolucionario sin revolución? En la cárcel él no es Max Hölz, es otro hombre débil e inútil, una sombra que camina un recorrido sin fin consumiendo el suelo de la celda.
Así se suceden siete penosos años. A diferencia de otros revolucionarios radicales, el paso por la prisión no le ha servido para cultivarse políticamente. En la cárcel apenas si lee y se limita a ejercitarse físicamente y a dar largos paseos. Tiene todo el tiempo del mundo para recordar los agitados meses de combates que transcurrieron de noviembre de 1918 a marzo de 1921. Siete interminables años recordando.
Al fin, el 14 de julio de 1928, el gobierno alemán concede una amnistía a los presos políticos. Max Hölz vuelve a la calle. Le faltan tres meses para cumplir los treinta y nueve años.
Su liberación se vuelve una gran fiesta. El KPD (las siglas partidarias que vuelve a adoptar el movimiento comunista en Alemania y donde se han reagrupado la mayoría de los militantes que siguen las directrices de Moscú) pasea a su héroe, se suceden los mítines, los festivales, los agasajos.
Max se encuentra en la calle, pero no en la calle conspirativa de antes, no en la preparación de las nuevas acciones. Es más bien el gran elefante de un circo propagandístico.
«Durante un año el KPD lo utilizó como cartel publicitario, paseándolo en giras de conferencias donde relataba su vida […] Dejó de constituir una sensación cuando su fuerza de atracción comenzó a declinar, a la misma velocidad que aumentaba su espíritu de independencia», recordará más tarde una militante del aparato del KPD.
Los tiempos son otros. El KPD ha crecido enormemente, se ha convertido en un gran aparato, una gran fuerza electoral. El partido tiene una organización de choque, el Frente Rojo, que combate regularmente a los grupos nacionalistas, en particular a los nazis, en un país que comienza a ser azotado por una brutal crisis económica.