Read Arcángeles. Doce historias de revolucionarios herejes del siglo XX Online
Authors: Paco Ignacio Taibo II
Existe una ficha policíaca de junio de ese año en la que bajo el número 20234 aparece un jovencito muy orejón, del que se dice mide 1,76, de cejas muy pobladas, mirada apacible, ni siquiera retadora, sólo tranquila. Ésa es la maldición de los retratos de fines de los años cincuenta, que parece que la revolución sea un proyecto de jóvenes orejones. La moda, los cortes de pelo que no respetan patillas y que se elevan haciendo arco en la sien uniforman a los rebeldes, con esos rostros cándidos, persistentemente adolescentes. Pronto barbas y melenas serranas cambiarán la apariencia.
Una brevísima trayectoria de estudiante y de revolucionario se trunca. Bajo persecución de la policía, Raúl Díaz Argüelles se ve obligado a partir al exilio, en los mismos días en que el
Granma
, haciendo el camino inverso, desembarca en las costas de Oriente con ochenta y dos jóvenes dirigidos por un joven abogado llamado Fidel Castro y entre los que se encuentran un aprendiz de sastre llamado Camilo Cienfuegos y un joven médico argentino llamado Ernesto Guevara, y se inicia la etapa guerrillera de la revolución.
En aquellos meses, para todos estos jóvenes revolucionarios profesionales, el exilio en Estados Unidos es un breve momento de paso, en el que se malcomen hamburguesas de segunda, se duerme en el suelo en casas sobrepobladas de amigos y conocidos ocasionales, se medita en los parques en compañía de borrachos sin nombre, mientras se realizan labores para la organización, levantando colectas, comprando armas, entrenando militarmente, reclutando nuevos militantes en las colonias cubanas de Nueva York, Tampa o Miami, se duerme poco y se sueña mucho.
Las crónicas de años posteriores sitúan a Díaz Argüelles en Cuba a mediados del 57. Ya se han producido los combates del Uvero en la sierra Maestra y la guerrilla de Fidel se consolida, el Directorio ha fracasado en el asalto a palacio donde se pretendía ejecutar a Batista y ha perdido, en los combates y la represión posterior, a muchos de sus mejores cuadros (entre ellos a Echeverría y Fructuoso). El peso sobre la espalda crece para este muchacho que todavía no ha cumplido veintiún años. Se dice que él es el autor del atentado que se produce en el Canal Cuatro de televisión en el mes de julio, cuando un joven penetra pistola en mano en los estudios y dispara contra el locutor batistiano Luis Martínez.
Otras narraciones cuentan la increíble hazaña del aterrizaje en la vía Monumental de un avión cargado de armas procedente de Miami. Una historia que corre por La Habana movida por la mejor cadena informativa en época de censura, el rumor popular, y que dice que el joven Díaz Argüelles ha traído desde el extranjero un cargamento de fusiles y que al tener que aterrizar de emergencia, qué bárbaro, lo hizo en la carretera, qué salvaje, y al verse rodeado por la policía, se vio obligado a incendiar el avión para que no cayera en manos de la dictadura, pero que antes las armas habían sido repartidas entre los militantes del Directorio.
Tras el escándalo del aterrizaje, la policía enloquecida detiene a muchas personas. Díaz Argüelles no está entre los capturados. Nadie podrá contarme cómo se fugó; pero sé que primero se esconde en el poblado de Jamaica, y luego pasa un mes en la capital tratando de contactar infructuosamente con los restos de la organización. Al fin, desesperado, se da por vencido y embarca clandestinamente en el
Veramar
, un carguero, que lo conduce nuevamente a Estados Unidos.
En enero de 1958 el Directorio culmina un proceso de reorganización desde el exilio; el Movimiento 26 de Julio, a su vez, inicia la organización de su segundo frente guerrillero en la provincia de Oriente, la dictadura ha perdido la iniciativa militar. Raúl se encuentra en Miami colaborando en la preparación de una nueva expedición, esta vez por mar, en la que viajarán un grupo de combatientes claves del DR (buena parte de su dirección nacional) y una importante cantidad de armas. El destino de los expedicionarios y su carga es doble: abrir un nuevo frente guerrillero en la sierra del Escambray, en el centro de la isla, y fortalecer la organización clandestina en La Habana. En la última noche de enero del 58, dieciséis militantes del Directorio se arracimaron en el yate
Scapade
junto con una considerable cantidad de fusiles. Los acompañaban un marino que ejercía de capitán y una muchacha que tendría que aparecer en la cubierta para simular un viaje de placer.
Con el timón averiado a las pocas horas de travesía, una parte de los expedicionarios enfermos y teniendo que dormir a la intemperie, el viaje se inició con malos augurios. Los combatientes del DR se encontraban angustiados por los registros que la policía norteamericana había hecho en los últimos días y en los que habían caído detenidos algunos compañeros y pensaban que los gringos podían haber advertido a la dictadura. En esas deplorables condiciones, los expedicionarios del
Scapade
llegaron a la isla Andros, una posesión inglesa en el Caribe, donde trataron de conseguir combustible. Tras haber sufrido una inspección de funcionarios británicos que no descubrió las armas, partieron lo antes posible y pasaron días a la deriva hasta encontrar su supuesto punto de cita en el Cayo Racoon, donde aparentemente no los estaban esperando. Agotados, sin comida y sin agua, pasaron un par de días hasta que mágicamente apareció en el cayo el enlace del DR, Gustavo Machín, un hombre cuyo destino habría de quedar emparentado desde entonces con el de Raúl Díaz Argüelles.
Machín llevó a los expedicionarios en la goleta
San Rafael
hasta el cayo de Ballenato Grande, donde nuevamente transbordaron, esta vez a un yate que portaba el premonitorio nombre de
Ya lo ven
, que los llevó a la costa cubana para desembarcar en Nuevitas, donde los militantes del DR se separaron. Un grupo cruzó la isla y subió hacia el Escambray; el otro, en el que viajaba Raúl Díaz Argüelles con Alberto Mora y Julio García Oliveras, se dirigió con las armas restantes hacia La Habana. Era el 8 de febrero de 1958.
¿A qué velocidad puede envejecer un joven de veintiún años mientras sus amigos mueren a su lado? ¿Cómo se desarrolla la imaginación bajo la constante presencia del miedo? ¿Cuál es la frontera entre el valor y la locura? ¿Cómo se impide que la continua presencia de la muerte no se vuelva una invitación a acompañarla definitivamente? ¿Cómo puede estar uno enamorado de una ciudad que es al mismo tiempo tu cobijo y tu apoyo, tu hermana y compañera; pero que también es la trampa que se cierra en torno a tu cuello?
Durante esos meses del inicio de 1958 en que Raúl actúa en La Habana, se produce la derrota de la huelga general de abril y la gran contraofensiva batistiana contra la sierra Maestra, que habrá de acabar en una debacle para el ejército de la dictadura. Raúl participa activamente en los combates callejeros de la huelga de abril; sorprendido en la calle Santa Catalina en uno de los días del movimiento huelguístico por fuerzas de la policía y el SIM, protagoniza un espectacular escape en un coche.
El costo de la lucha urbana en aquellos meses es muy alto para los cuadros del Movimiento 26 de julio y el Directorio Revolucionario, decenas de muertos y detenidos. Los que sobreviven sienten que les están pisando la sombra. El 23 de junio de 1958 Eduardo García Lavanderos, uno de los dirigentes del Directorio y jefe de las acciones en la capital, es descubierto en La Habana y cae muerto en una tintorería mientras combate contra agentes del Servicio de Inteligencia Militar. Raúl Díaz Argüelles es nombrado en su sustitución jefe de acción del DR en la capital.
Un jefe de acción es un hombre que decide cómo y dónde se golpea al enemigo, alguien que pone el ejemplo en el combate callejero, que ordena que se dispare al policía o se pongan las bombas, se incendien los automóviles o se sabotee la instalación eléctrica; es un hombre que cree que lo que está haciendo justifica plenamente las viudas y los huérfanos que la lucha va creando, que es válido mandar al combate, y por lo tanto a veces a la muerte, la cárcel o la tortura, a jóvenes como él en nombre de la sagrada causa que profesa. Bajo esas tres palabras, jefe de acción, se oculta no sólo la obligación de apelar a los más recónditos recursos de arrojo escondidos en el fondo de su alma, sino también la necesidad de asimilar la tremenda responsabilidad de enviar a otros a morir. En aquellos días, en La Habana, se duerme poco; los sueños a veces se vuelven pesadillas.
Y es precisamente durante esos meses que se construye una amistad profunda entre Díaz Argüelles y Machín Hoed, quienes conviven estrechamente en las difíciles condiciones de la clandestinidad. El 13 de junio del 58, mientras se encuentra reunida la dirección del Directorio en las calles 19 y 24 del barrio de El Vedado, los jóvenes son informados de que el senador batistiano Santiago Rey, ex ministro del Interior de la dictadura, visitará pocas horas después un consultorio médico situado en L y 25. Sin pensarlo demasiado, Gustavo y Raúl abandonan la reunión y se van a la cacería, lo encuentran y abren fuego. Rey es alcanzado por las balas, pero tan sólo queda herido.
Un pequeño éxito, pero los cuadros del Directorio en La Habana han sido atrapados en la vorágine del combate desesperanzado. Con la organización mermada por la represión, con buena parte de su base social desarticulada, se niegan a replegarse. Hay un mucho de locura entre los cuadros del DR tras la derrota del asalto a palacio, una buena dosis de pensamiento suicida, de imposibilidad de detenerse, porque sobre sus espaldas pesa la memoria de los amigos muertos.
Entre acción y acción suicida, interminables horas de encierro en casas prestadas, dependiendo de la fidelidad y la resistencia a la tortura de los contactos periféricos, los aliados casuales, los amigos. Ahí se viven todos los riesgos. No se tiene la guerra abierta que goza el guerrillero de la sierra, no se cuenta con los grandes espacios urbanos del dirigente de masas, ni la protección de los movimientos sociales. Hace falta una muy especial fibra humana para resistir la tensión, Raúl, con sus veintidós años, parece tenerla. Cuando los recursos ideológicos se acaban apela a «un sentido del humor muy negro». A través de la broma cuida de la moral de todo el grupo.
Siguen días de persecuciones, de casas a las que ya no se puede ir a dormir, porque sus habitantes han sido capturados y torturados, de solidaridad popular que salva en el último instante al combatiente en fuga, de noches sin descanso, de reuniones suspendidas abruptamente, de citas que a veces una de las partes no puede cumplir. De atentados fallidos por falta de infraestructura o preparación, como el que Gustavo y Raúl intentan contra el senador Amadeo López Castro.
En estas condiciones, ambos militantes son llamados por la dirección del DR-13 para que suban al Escambray. Por un lado están muy quemados, y las condiciones de la acción clandestina en La Habana son muy peligrosas para ambos; por otro el DR está reconstruyéndose en la sierra y tratando de superar el fraccionalismo de uno de sus sectores que se ha subordinado a grupos politiqueros del exilio.
El 10 de julio Raúl Díaz Argüelles asiste a una cita en las calles 21 y B en el barrio de El Vedado. Va a entrevistarse con Pedro Martínez Brito y Tato Rodríguez. La policía tiene vigilada la zona. Para escaparse del cerco, Raúl Díaz Argüelles tiene que lanzarse desde un tercer piso y se fractura un tobillo. Un policía le dispara desde arriba, se reincorpora y se escapa en medio de los balazos ante el asombro de los vecinos. En 19 y C coge un taxi y se escabulle. La casualidad es la condición de la supervivencia.
Imposible subir a la sierra en estas condiciones. Gustavo lo cuida y lo ayuda a refugiarse en la embajada de Brasil, el 20 de julio; donde solicita temporalmente asilo. La herida de la pierna empeora. Se toma la decisión de operarlo. El doctor Willy Barrientos lo hace. La operación tiene que realizarse sin recursos técnicos, con el agravante de que la anestesia no actúa como debiera.
Díaz Argüelles obtendría de aquella experiencia dos cosas, una cojera permanente que lo acompañaría los restantes años de su vida y una novia, Mariana Ramírez Corría, hija de un neurocirujano y amiga de infancia de Machín Hoed, la que se suma en esos días al Directorio.
Los jóvenes abandonan la embajada y se hunden en la clandestinidad habanera. Mucho sudor helado en la espalda, muchos miedos terribles; mucha sangre fría para combatir en una ciudad enemiga, donde el coche que pasa puede esconder al torturador y el hombre que sonríe al delator; donde la vuelta a la esquina puede ser el prólogo de un viaje a la nada. El reducido grupo de acción del Directorio continúa hostigando a las fuerzas policíacas de la dictadura en la capital. Desde la sierra Maestra se despliega la lucha armada, son ahora muchos los frentes guerrilleros y el ejército batistiano se encuentra a la defensiva. El dictador trata de legitimar su situación con las elecciones de noviembre, Radio Rebelde llama al boicot. Raúl y Gustavo, rebautizados como comando número 1 del DR en La Habana, preparan un ataque contra la estación de policía número 15, haciéndolo coincidir con las elecciones, pero tienen que aplazarlo porque los policías están acuartelados.
Armados con ametralladoras Thompson y desde un automóvil, el 7 de noviembre a las seis de la tarde atacan la estación. Al paso del coche, las ráfagas de la Thompson saliendo de la ventanilla ametrallan a los policías que se encuentran ante la puerta de la estación. Quedan siete policías muertos y cuatro heridos. Sobre los cadáveres, Raúl y Gustavo arrojan un cartel firmado por el recién nacido a la sangre comando número 1; luego huyen peliculescamente por las calles de La Habana.
A escondidas, ese jovencito al que apenas le sale un bigote decente le canta a Mariana una canción prohibida por la dictadura. Una inocente canción ranchera mexicana de Cuco Sánchez,
La cama de piedra
. Una canción que entre otras muchas cosas dice: «El día en que a mí me maten que sea de cinco balazos, y estar cerquita de ti, para morir en tus brazos». Y que redice: «Por caja quiero un sarape, por cruz mis dobles cananas, y escriban sobre mi tumba, mi último adiós con mis balas». Se moría mucho en aquellos días en La Habana, y los jóvenes revolucionarios se emparentaban con las viejas canciones mexicanas en el culto de la muerte sonriente.
La dirección del DR los invita nuevamente a subir a la sierra. La llegada de las fuerzas de la columna 8 del ejército rebelde comandada por el Che Guevara al Escambray parece abrir una coyuntura de aceleradas operaciones militares. Faure Chomón, al mando de las fuerzas del Directorio en la sierra, quiere tener a sus mejores cuadros militares en las montañas. Raúl y Gustavo preparan una vía de ascenso a la base guerrillera del Escambray, viajan de La Habana al sanatorio de enfermos mentales de El Cotorro donde serían recogidos un día después para ser llevados a la sierra. La operación está diseñada de tal manera que uno de ellos tiene que hacerse pasar por loco.