Arcángeles. Doce historias de revolucionarios herejes del siglo XX (38 page)

BOOK: Arcángeles. Doce historias de revolucionarios herejes del siglo XX
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Herbert Mathews, el periodista norteamericano, había visto muchas guerras, y sin embargo no le sorprendió la forma ordenada en que habían colocado los cadáveres de los soldados italianos; había un cierto respeto por la muerte en la manera como estaban apilados frente a la catedral del pueblo. Los obuses de mortero caían con una regularidad asombrosa, cada medio minuto, el oficial italiano que estaba dirigiendo esa batería era de una precisión pasmosa, cada treinta segundos. El primer contraataque republicano había sido un éxito. ¿Irían a explotarlo los mandos? En los siguientes días Mathews vio cómo se detenía la ofensiva, pensó que era un error, porque permitía a los desmoralizados italianos cavar trincheras y consolidar posiciones; luego se dio cuenta de que otras dos guerras se estaban desarrollando, una en la que por primera vez en España la República aprovechaba la superioridad aérea y descargaba sobre las cercanías de Brihuega 880 bombas de 250 kilos; y otra más extraña aún, una guerra de palabras.

V

Creo recordar que en aquellas tardes, sentados bajo los árboles del Sanatorio Español, Carranza me explicó qué estaba haciendo él en el frente de Guadalajara: era algo así como un enlace entre los batallones españoles de la XII Brigada y el Batallón Garibaldi, un enlace que también servía de guía porque de alguna manera conocía el terreno. Nunca supe muy bien por qué, recuerdo que Carranza no me parecía castellano sino más bien andaluz, pero el caso es que conocía el territorio, y buscaba emplazamiento para una batería
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cuando vio por primera vez a Malaboca.

Era un italiano pequeño, que parecía una especie de gnomo, siempre con frío y que sabía mucho de fútbol. Y, según Carranza, tenía un tremendo poder en la lengua, insultaba como nadie, era incapaz de decir media docena de buenas palabras sin una mala en medio. Tanto es así, que sus compañeros lo llamaban Malaboca.

Creo recordar que en los recuerdos de Carranza el pequeño italiano era apodado Malaboca o Malalengua, quizá porque usó indistintamente los dos nombres. Intento una explicación: Malaboca por los italianos, Malalengua por los españoles. Creo recordar que en los recuerdos de Carranza el italiano se llamaba Piero, era veneciano (y lo sé porque Carranza me contó Venecia tal como habría de verla yo años más tarde, y tal como se la había contado Malaboca), era zapatero y era o había sido locutor de radio hasta que los fascistas lo echaron a patadas de una emisora. Pasó un tiempo en la cárcel y luego se escapó a Suiza, donde vivió con una cantante de coro de opereta española, a la que odiaba profundamente.

¿Cómo sabía todas esas cosas Carranza de Malaboca, un hombre al que sólo había de conocer durante los doce días de la batalla de Guadalajara? ¿Cómo sabía todas esas cosas y otras más que me contó y otras tantas que habrá olvidado o que yo he perdido en mi triste memoria? Malaboca cantaba cuando dormía. Afortunadamente dormía poco y cantaba muy bajo. Fumaba unos puros horribles que se deshacían al mirarlos de tan secos, aunque la lluvia y la humedad inundaban el bosque. Malaboca comía con desesperación y se explicaba: «Come siempre como si fuera la última vez».

Estaba sentado en un corro exterior mientras el comisario del batallón interrogaba a los primeros prisioneros fascistas. Ahí lo vio Carranza. Y luego juntos se movieron entre los prisioneros y Malaboca sacó de ellos todas las informaciones aparentemente inútiles que pudo: el nombre de la madre del capitán de la segunda compañía, la calle en que vivía el comandante...

Todo eso habría de usarlo en la guerra de palabras.

Detenida la primera ofensiva de las divisiones fascistas, con un clima imposible en marzo, pero que produjo varios muertos congelados en las guardias, entre el 13 y el 18, la dirección de las Brigadas Internacionales puso en marcha su maquinaria de propaganda. Luigi Gallo, Teresa Noce, auxiliados por el periodista y novelista ruso Ilya Ehrenburg, y Camen (el periodista italiano Giuliano Pajetta) comienzan a producir folletos, que se imprimían en Madrid y Alcalá de Henares y que al principio eran arrojados por los aviones junto con las bombas.

Regler, que había colaborado en la propaganda, describiría el cuadro cuando llegaron los primeros megáfonos. Alguien leía en italiano. Cae la nieve, el mensaje en el aire frío, los polacos a la izquierda del palacete de Ibarra instalando las ametralladoras, los fascistas dentro, a la izquierda los garibaldinos.

«El odio de España caerá sobre ustedes. Hermanos italianos, el pueblo de España lucha por su libertad. Deserten. Vengan a nosotros, los recibiremos como a camaradas, nosotros, los hombres del Batallón Garibaldi».

Una bala sacó pedazos de la pared a unos metros de donde estaba Regler. «No está mal como respuesta», se dijo. Un brigadista francés propuso que se dejaran de historias y que se contestara el fuego. Varios italianos lo acallaron, que siga la propaganda. Lo dicen con un cierto júbilo. Gustav Regler trata de entender este sentimiento. «Había lágrimas, pero de felicidad, el idioma de los exiliados retornaba, volvían a hablar con los que no habían querido oírlos años antes».

Todo sirvió en aquellos primeros días: panfletos enrollados en torno a una piedra y arrojados como granadas de mano, altavoces, bombardeos aéreos. Llegaron de Alcalá de Henares dos altavoces y un micrófono; por ellos se leían los comunicados, se reunían coros improvisados que entonaban
La Internacional
o
Fratelli nostri
.

Giuliano Pajetta, en España conocido como
Camen
, que terminó su largo periplo europeo en Mathausen y sobrevivió, era el encargado de los altavoces; pero ésta era la voz oficial, que leel ma los comunicados enviados por la sede de las brigadas. Y entonces entró en acción Malaboca.

A mitad de la noche se habían acercado las bocinas en todo el frente y de repente, de súbito, comenzó a oírse la
Bandiera Rossa
. Desde Madrid había llegado una camioneta con dos grandes altoparlantes en el techo que antes se dedicaba a hacer propaganda de un circo, el coche venía con todo y el anunciante que conservaba el estilo... diez magníficos elefantes, diez... cuando le enseñó a los italianos a usar el sistema.

Malaboca se acercó al comisario y le pidió que le dejara trabajar, que él había sido locutor de radio. Durante un rato leyó los comunicados. Luego, comenzó a improvisar.

«—Ríndete, Mariani. Tu mujer es un poco puta, y no te espera, ya te puso los cuernos con Alfredo el boticario... Leone, maricón, serás capitán, pero abusas de los reclutas… Soldados de la segunda compañía, si sentís frío no os preocupéis, el Capitán Barone con gusto os meterá el dedo en el culo, ya lo hace en la retaguardia. Roselli, ¿estás ahí?, ¿sigues teniendo pesadillas? Ladrón, marrano, que en el pueblo pesabas de menos la carne. Fascista de mierda, nadie te quiere».

Y estaba desatado, parecía saber los nombres de todos los oficiales y soldados que estaban en las líneas enemigas, parecía conocer de cada uno una historia terrible. El comisario Barontini, después de haber asistido divertido durante un cuarto de hora, se acercó y sugirió con tono de orden.

«Malaboca, lee el comunicado, deja de insultarlos. Sí sigues así vamos a tener que matarlos a todos antes de que se rindan».

Y Piero volverá durante unos minutos a ceñirse al texto, pero había algo más fuerte que él:

«Capitán Pierini, eres un guarro, no te lavas nunca. ¿Ése es el ejemplo que os pone Mussolini? Leoni, te llamas a ti mismo oficial y te sacas los mocos con el dedo enfrente de tus soldados. ¿Te llamas oficial, maricón, y corres cuando te bombardeamos?».

La aparición de Barontini terminó con la fiesta. Al día siguiente se probarían las defensas fascistas.

«—Piero, vamos a dormir.

»—Nosotros, los verdaderos italianos, los hombres del Batallón Garibaldi, nos despedimos por ahora. Dentro de un rato iremos a veros personalmente. Y recuerden, perros fascistas, el capitán Aldo roba las latas de comida», dijo Malaboca; eso o algo así antes de permitir que un disco que alguien milagrosamente había conseguido con
La Internacional
cantada en italiano inundara el aire helado del bosque.

Horas más tarde, un comisario político italiano, venido de otra sección del frente, le leyó la cartilla a Piero.

VI

El 14 la XI Brigada conquistó Trijueque y obtuvo un enorme botín de guerra. Ese mismo día en la zona del Garibaldi se produjo el primer ataque al palacio de Ibarra.

Regler, el comisario político de la XII Brigada, estaba preocupado; cuando las tropas iban a tomar posición en las líneas de arranque, uno de los abisinios del batallón Garibaldi le había hecho el gesto de la cabeza cortada, ese gesto universal de un dedo extendido que recorre lentamente la garganta. Regler habló con el hombre utilizando un intérprete:

«Hay que respetar a los heridos, a los prisioneros, nada de brutalidad. Nosotros no somos como ellos». El joven abisinio asintió.

Cuando empezaron a sonar los acordes de
La Internacional
en el camión de los altavoces, los polacos calaron la bayoneta. Barontini se quejó de la teatralidad del asunto a su comisario político: «¿Qué es esto, un asesinato con acompañamiento musical?». Regler medió en la discusión: «¿Por qué no vamos a combatir con himnos? Si vamos a morir que sea con música». Barontini sugirió que pusieran a Verdi. Regler le dijo que como comisario político estaba de acuerdo, pero que no tenía el disco.

El primer choque es terrible; primero se combate en el bosque, árbol tras árbol, avanzando por metros; los fascistas se van replegando lentamente, se llega hasta los edificios; los garibaldinos van acompañados de tanques. La primera ofensiva obliga a los camisas negras a refugiarse en las edificaciones del palacio.

Por la noche un asturiano logra infiltrarse y arrojar dentro del palacio un paquete de cartuchos que provoca una tremenda explosión.

Los ecos no han acabado de disiparse cuando del interior del palacio surgen los tan oídos a lo largo de estos días acordes de
La Internacional
. No está nada claro, prosiguen los disparos pero el canto continúa. ¿Están cantando los fascistas? ¿Es una broma? La dirección del Garibaldi envía a una comisión a parlamentar encabezada por Nunzio Guerrini; cuando se encuentra a unos metros del palacio, un oficial le arroja una granada y lo mata. El fascista trata de huir y lo caza la ametralladora del tanque que apoyaba a los comisionados. Los garibaldinos entran en el palacio: están cara a cara con los fascistas bajo una tremenda tensión. Los dedos en el gatillo, nadie baja las armas, Brignoli interviene, da órdenes a los garibaldinos de no disparar y a los fascistas de arrojar al suelo las armas. En ese instante la artillería republicana, que no sabe que sus tropas ya están dentro del Ibarra, suelta una salva. Los cañonazos acaban con las indecisiones, los fascistas arrojan al suelo fusiles y ametralladoras y son llevados a la retaguardia, los encabeza el cadáver de Guerrini sobre una camilla.

Regler verá pasar a su abisinio, que trae tres prisioneros atados con una cuerda y se los muestra gozoso.

VII

Entre los días 15 y 18, el frente de Guadalajara se estabilizó, se habían quemado brutalmente las primeras energías en la ofensiva y el contragolpe. El empate era una victoria para la República, para los internacionales y en particular para los garibaldinos.

Los medios de prensa de todo el mundo así lo destacaban. Un documento del alto mando fascista decía: «Hasta las mejores y más valientes tropas tienen algún cobarde entre ellos. Por lo tanto no debemos sorprendernos si hay también alguno entre nosotros. Pero nos libraremos de ellos».

Roman Karmen, el cineasta soviético, captura con su cámara a los soldados del Batallón Líster quitando las pintadas de «Viva Mussolini» de las paredes de la aldea de Brihuega. Los soldados españoles raspan cuidadosamente la cal de las paredes blancas.

Ése fue el momento clave de la guerra de palabras.

Y Malaboca leyó durante aquellos días comunicados oficiales, llamados a la rendición, ofertas de cien pesetas a cada desertor y la promesa de incorporarlo si quería al ejército republicano, llamados a la condición de clase de los soldados de las divisiones fascistas; pero cada vez que podía, su áspera lengua tomaba la ofensiva. La información de los prisioneros del Ibarra le resultó invaluable. Narró la historia de un capitán enemigo que se había cagado durante un bombardeo, las enfermedades venéreas de un oficial de sanitarios, los robos de intendencia, las intimidades de un teniente que no se lavaba los pies y tenía un pito de un centímetro, incluso las historias de un fascista genovés que había venido directamente al frente desde la cárcel, donde estaba detenido por ladrón. Lo suyo era la maledicencia, el chisme y el insulto. Y era potente. Carranza recordaba que una vez Malaboca logró armar un insulto de diez palabras, algo así como «hijo de tu rastrera, puta, sifilítica, triste y apenada pobre madre».

Carranza creía recordar que en algún momento le prohibieron que siguiera usando el micrófono del camión del circo, o que en uno de los desplazamientos de la compañía garibaldina el camión se quedó atrás.

VIII

El 18 de marzo se produce la ofensiva tan esperada. Es el aniversario de la Comuna de París, los batallones republicanos atacan en todo el frente a unos desmoralizados italianos. La toma de Brihuega por la Brigada del Campesino y el Batallón Comuna de París de los internacionales es el momento culminante de la contraofensiva. Doscientos italianos del ejército fascista son capturados.

Se prosigue en un ataque en todo el frente usando la carretera de Aragón como eje. Cuatro o cinco días más tarde el frente se estabilizará. La batalla de Guadalajara ha terminado con un triunfo para la República.

Mathews encuentra a un grupo de niños muy contentos en Brihuega cuando revisa las cosas que los italianos han abandonado, les pregunta que cómo están:

«Muy contentos, los aviones destruyeron la escuela».

Carranza contaba que después de la batalla su batallón se incorporó a las fuerzas de Mera y no volvió a ver a Piero.

IX

¿Existía Malaboca, o era una de esas invenciones benévolas que el paso del tiempo fragua en la cabeza del que escucha y el que narra? Él, Eusebio Carranza, creía recordarlo así y yo lo recuerdo como él lo recordaba. He contado varias veces esta historia y de andarla contando, mejorando, afinando, artes de narrador oral, recursos de historiador que reencuentra en lecturas elementos que van dando atmósfera, la historia se ha armado tal como se ha contado unos párrafos antes.

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