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Authors: Daniel Polansky

Tags: #Fantástico, Intriga, Otros

Bajos fondos (10 page)

BOOK: Bajos fondos
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Tenía un coágulo de sangre seca bajo la nariz.

—¿No vas a aprovechar que te ha llegado el turno?

—El muerto... ¿fue responsable de lo de la niña?

Asentí.

—¿Cómo lo sabes?

—Todo el mundo lo sabía —dije—. Pero decidimos no decirte nada.

Puso los ojos en blanco y abandonó la sala a paso vivo.

Pasé cerca de una hora y media sentado, torciendo el gesto debido al dolor que tenía en el cráneo, intentando hacer un recuento de las costillas rotas. Llegué a la conclusión de que eran tres, pero sin poder palparme el pecho era difícil estar seguro. Pensé en librarme de las cadenas para que Crispin y los suyos se jodieran bien, pero me pareció una venganza infantil, por no mencionar la paliza que me ganaría.

Al cabo, la puerta se abrió y entró Crispin con una expresión sombría en el rostro. Se sentó delante de mí.

—No piensan seguir adelante —dijo.

Si me mostré algo lento, creo que fue comprensible dadas las circunstancias.

—¿Qué coño significa eso?

—Pues significa que en lo que concierne a Black House, este asunto está cerrado. Zhange Jue, un molinero que de vez en cuando ejercía de matón, asesinó a Tara Potgieter y a otras jóvenes cuya identidad está por determinar. Fue asesinado por una o más personas desconocidas, de un modo que aún está pendiente de determinarse. Tú te cruzaste con la persona o personas responsables del asesinato, pero te dejó o dejaron inconsciente antes de que pudieras averiguar su identidad o identidades.

—¿«Persona o personas desconocidas»? ¿Estáis todos locos de remate? ¿Creéis que al kireno lo acuchillaron hasta matarlo? Sabéis tan bien como yo que esto apesta al Arte.

—Lo sé.

—Ni los jefazos son tan estúpidos para creer lo contrario.

—Y no lo creen.

—Entonces, ¿a qué te refieres con eso de que el caso está cerrado?

Crispin se acarició las sienes, como para aliviar un dolor interno.

—Tú trabajaste aquí unos años, ¿vas a pedirme que te haga un dibujo? Nadie quiere involucrarse en algo tan feo, por no mencionar al traficante de drogas. El kireno asesinó a Tara, y ahora está muerto. Fin de la historia.

Hacía mucho de la última vez que me había topado con una injusticia que me importase lo bastante para rechazar.

—Lo entiendo. A nadie le importa una niña muerta. Por qué iba a importarles, no es más que una cría de los barrios bajos. Pero hay algo que anda suelto en la parte baja de la ciudad que fue escupido desde el mismísimo corazón del vacío. La gente tiene que saberlo.

—Esa información nunca se hará pública. Quemarán el cadáver y tú mantendrás la boca cerrada. Con el tiempo quedará olvidado.

—Si de veras crees que esa cosa no volverá a actuar, eres más estúpido que tus superiores.

—Pareces estar muy informado.

—Lo bastante para descubrir la identidad del asesino de Tara mientras vosotros os tumbabais a la bartola con la polla en la mano.

—¿Y por qué no me cuentas lo sucedido con pelos y señales? ¿O se supone que debo creer que habías ido a dar una vuelta por los callejones de Kirentown cuando topaste con el tipo responsable del asesinato cuyo cadáver encontraste hace dos días?

—No, Crispin, obviamente lo estaba siguiendo. Daba por sentado que, como miembro de una agencia de investigación de primera línea, no tendría que explicártelo todo como si fueras un jodido crío.

Frunció el labio superior bajo la nariz aguileña.

—Te dije que no te metieras en esto.

—Decidí hacer oídos sordos a tu sugerencia.

—No fue una sugerencia, sino una orden dada por un representante autorizado por la Corona.

—Tus órdenes no significaban gran cosa cuando trabajaba de agente, y te aseguro que en la media década que llevo apartado del servicio no las he echado de menos.

Crispin se incorporó para darme un golpe seco en la barbilla. Lo hizo como si nada, sin poner mucha fuerza, pero con la suficiente para que me costase mantener el equilibrio en la silla. Seguía siendo igual de rápido.

Acaricié un diente suelto con la punta de la lengua, confiando que no se caería, y conteniendo cualquier muestra de dolor.

—Que te jodan. No te debo nada.

—Me he tirado los últimos cuarenta y cinco minutos convenciendo al capitán de que no debía ponerte en manos de operaciones especiales. Si no fuera por mí ahora te estarían diseccionando con el escalpelo. —La expresión burlona no encajaba en su rostro. El carácter de Crispin no lo predisponía a regodearse de las desdichas ajenas—. ¿Sabes cómo disfrutarían esos animales teniéndote de nuevo bajo su cuidado?

Supuse que bastante. Hacia el final de mi carrera como agente, la unidad recibió el encargo de arreglar asuntos que quedaban al margen de las atribuciones habituales de las fuerzas del orden. Aquello incluía una muerte violenta y una tumba sin nombre, y evitar ese desdichado destino me había exigido empeñar mayor suerte de la que un hombre sabio disfrutaba más de una vez en la vida. Le debía a Crispin haber evitado esa reunión, y ni siquiera mi fino sentido de la ingratitud bastaba para negarlo.

Crispin sacó un documento del interior del guardapolvo y me lo acercó, arrastrándolo por la superficie de la mesa.

—Aquí está tu declaración. La propiedad de las sustancias ilegales halladas en el callejón se atribuye a Zhange Jue, y serán destruidas según dicta la ley. —Ningún problema: debían de haber encontrado mi bolsa. Supuse que también estaba en deuda con Crispin por eso; diez ocres de aliento bastaban para condenarte a cinco años en un campo de trabajo, que son tres más de lo que por lo general aguanta con vida un preso allí—. Firma al pie —dijo, inclinándose de nuevo para quitarme los grilletes.

Me dediqué unos instantes a frotarme las muñecas para estimular la circulación sanguínea.

—Me alegra ver que habéis cerrado el caso, hecho justicia, recuperado la normalidad y todo eso.

—A mí esto me entusiasma tanto como a ti. Si yo tomase las decisiones aquí, habríamos revuelto la casa del kireno de arriba abajo y hubiese puesto a la mitad del cuerpo a investigar tu versión de los hechos. Esto... —Hizo un gesto negativo con la cabeza, un gesto de amargura, y reconocí en él al joven que había conocido diez años atrás, el mismo que se enorgullecía de que su servicio a la Corona era eso, un servicio, y de que el mal que existía en el mundo podía ser derrotado por el fuerte brazo de un hombre justo y virtuoso—. Esto no es justicia.

A pesar de su intelecto y su fortaleza física, Crispin no era bueno en su trabajo. Sus fantasías de cómo debían hacerse las cosas lo habían cegado, y eso lo relegó a un puesto sin posibilidad de ascenso, a pesar de que su familia era una de las más antiguas de Rigus, y de que su servicio a la Corona había demostrado ser noble y distinguido.

¿Justicia? Casi se me escapó la risa. Un agente no busca justicia, sino que se limita a mantener el orden.

Justicia. ¡Por el Perdido!, ¿qué podía yo decir ante eso?

No tenía energía para dar lecciones cívicas, y además aquella discusión no era nueva. Crecer rodeado de tapices que mostraban a sus antepasados encabezando cargas, condenadas de antemano, contra un enemigo que los superaba en número, lo habían hecho proclive a recurrir a palabras vacías. Firmé al pie del documento con una floritura.

—El kireno tuvo su merecido, y yo dejo la justicia en manos del Primogénito. En este momento me preocupa más lo que pueda suceder con esa cosa que lo mató cuando le dé por manifestarse otra vez.

—Yo en tu lugar rezaría para que no lo hiciera, porque ahora mismo tú eres el único cabo suelto. Mientras no vuelva, nadie se preocupará por ti.Ya no. Pero si vuelve a asomar por aquí, los de operaciones especiales te reservarán plaza en el sótano, y no habrá nada que yo pueda hacer para evitarlo.

Un comentario tan agradable como cualquier otro, que señalaba el momento de marcharse.

—Entonces, hasta que llegue ese feliz día —dije, dedicándole una breve inclinación de cabeza a modo de despedida.

Pero él no respondió. Había agachado la cabeza y tenía los ojos clavados en el centro de la mesa.

Abandoné Black House sin perder un instante, con la esperanza tanto de evitar el tirón del recuerdo como de cruzarme con antiguos compañeros, dispuestos a mostrarme mediante la agresión física lo poco que les satisfacía la carrera que había escogido tras abandonar el servicio. Tuve más suerte con lo segundo que con lo primero, y para cuando salí a la calle mi humor había caído en picado hasta algo parecido a la desesperación. Anduve de vuelta a casa, deseando haber conservado la bolsa y poder hundir la mano en ella.

CAPÍTULO 10

Cuando volví a El Conde, me tomé una jarra de cerveza y dormí casi un día y medio. Tan sólo desperté para describir lo sucedido con pelos y señales a Adolphus mientras comía unos huevos. No di detalles acerca de lo que le había ocurrido al kireno; cuánto menos supiera nadie, mejor para todos. Se mostró impresionado.

Durante la semana siguiente, me dediqué al negocio sin distraerme, dejando pistas falsas y volviendo sobre mis propios pasos por si acaso me seguían, pero que yo pudiera ver, nadie lo hacía. Ningún espíritu etéreo, nada de tétricas apariciones flotando sobre el suelo, vistas con el rabillo del ojo, sólo ese forúnculo en el culo de Rigus que es la parte baja de la ciudad rebullendo en toda su fétida gloria.

Por un tiempo di por sentado que así serían las cosas. Pasé algunas largas noches pensando en aquella monstruosidad, pero aunque me hubiera interesado buscarla, no tenía una sola pista por donde empezar. A decir verdad, ya me había hartado de jugar a los detectives: fingir que era un agente había resultado mucho menos satisfactorio que serlo de verdad.

Entonces la banda de la Daga Quebrada entró en guerra con una pandilla de isleños que operaba cerca del muelle, y ni siquiera tuve tiempo de pensar en nada que no fuera la supervivencia diaria de mi empresa. Pasé las tardes explicando a herejes de rostro impenetrable por qué no tenía que pagarles un impuesto sobre mis operaciones, y las noches convenciendo a un hatajo de drogadictos descorteses que estaba lo suficientemente loco y era peligroso, todo lo cual hizo que no tuviera mucho tiempo para actividades extracurriculares.

En lo que concernía al resto de Rigus, la gente importante consideraba zanjado el asunto, y la que no lo era no contaba. La gélida mantuvo la tapa cerrada. Corrían rumores de que la magia negra y los demonios acechaban en las sombras, y durante un tiempo se registró un aumento de ventas de amuletos de protección de dudosa efectividad, sobre todo entre los kirenos, que por naturaleza son un pueblo dado a la superstición. Pero la parte baja de la ciudad es un lugar muy bullicioso, y cuando el otoño cedió paso a principios de invierno, el asesinato de Tara Potgieter se sumergió en el reino de lo que apenas se recuerda.

Me planteé volver al Aerie para poner al corriente al Crane acerca de lo sucedido. Supuse que al menos le debía eso. Pero entonces llegué a la conclusión de que le debía mucho más, y puesto que nunca sería capaz de compensarlo en su totalidad, decidí anular también aquella última deuda. Él lo comprendería, por mucho que Celia no lo hiciera. Si te rascas una costra lo bastante, al final acabas sangrando otra vez. Esa parte de mi vida había terminado, y, al menos en lo que a mí concernía, el hecho de que hubiéramos vuelto a vernos, nuestra reunión, era un hecho aislado.

A pesar del empeño de Adeline, Wren se negó a pasar una noche entera bajo el techo de El Conde. Como una versión a medio hornear de su tocayo, entraba fugazmente para pellizcar algo de comida antes de alejarse volando sin decir una palabra. En una ocasión lo sorprendí hurtando en un puesto cercano, y desapareció durante una semana entera, dejando a Adeline muerta de preocupación y furiosa conmigo, pero entonces reapareció una noche por las buenas, entrando por la puerta de atrás como si nada hubiera pasado.

A pesar de su reticencia a sentar cabeza, allí estuvo siempre que lo necesité, y constituyó una ayuda, si no un activo, de mis operaciones. Lo mantuve al margen de los asuntos más serios, y nunca permití que se encargara de nada de mucha importancia, pero sus piernas jóvenes me resultaron útiles cuando necesité entregar un mensaje, y con el tiempo fui acostumbrándome a su lacónica presencia, pues era uno de esos raros individuos que no se dejaban lastrar por la necesidad de llenar los silencios de retórica.

Adolphus se ofreció para enseñar al muchacho a pelear, y por mucho que le fastidiara admitir que podía haber una habilidad que aún tuviera que dominar, tuvo el sentido común necesario para aceptar la oferta del gigante. Demostró tener talento para ello, yo disfruté malgastando alguna que otra hora viendo a los dos boxear, prendiendo una hebra de vid del sueño mientras Adolphus demostraba la importancia del juego de pies con su enorme corpachón. Me entregaba a tan ocioso pasatiempo a última hora de una tarde, cuando Adeline, sin saberlo, encaminó hacia la ruina mis pasos.

—Puedes encajar cinco golpes en el pecho sin tantas consecuencias como las que derivarían de uno en la cabeza —decía Adolphus, cuyo grueso rostro estaba perlado de sudor cuando su esposa salió al patio—. Mantén siempre los puños en alto —añadió mientras Wren imitaba sus acciones, convirtiéndose en una versión en miniatura de él.

Tan suave tiene la voz Adeline, que en las pocas ocasiones en que la levanta más allá del suspiro, surte el efecto de un grito.

—Ha desaparecido otra niña.

Me recordé que debía exhalar todo el humo que llevaba dentro de los pulmones. Adolphus dejó caer las manos a los costados y preguntó con voz grave y gutural:

—¿Cuándo? ¿Cómo?

—Anoche. Me lo contó Anne, la de la panadería. Hay guardias por todas partes, buscando. No conozco a la niña. Dice Anne que su padre es un sastre que trabaja cerca del canal.

Adolphus me miró con expresión sombría antes de volverse hacia Wren.

—Se ha acabado el entrenamiento. Lávate y echa una mano a Adeline.

Reparé en que al muchacho no le hacía feliz verse excluido, pero Adolphus impone, así que el chico se cuidó mucho de manifestar su descontento.

Esperamos a que ambos regresaran dentro antes de continuar.

—¿Qué te parece? —preguntó Adolphus.

—Quizá se perdió jugando al escondite. Puede que un mercader de esclavos le echase un ojo y esté metida en un barril, de camino al este.Tal vez su padre le dio una paliza de muerte y escondió el cadáver en cualquier parte. Podría deberse a un sinfín de cosas.

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