—A la mierda con eso. ¿Qué estás planeando?
—No… no estoy seguro. Todavía. —Las cosas no se desarrollaban como él había esperado. Había esperado intercambios irritados con varias autoridades cetagandanas. Había esperado que las autoridades lo obligaran a devolver sus tesoros y poder cambiarlos por información, revelada consciente o inconscientemente. No era culpa suya que los cetagandanos no estuvieran haciendo bien el trabajo.
—Por lo menos tenemos que informar de esto al asesor militar de la embajada.
—Informar, sí. Pero no al asesor. Illyan me dijo que si teníamos problemas, quiero decir el tipo de problemas de nuestro departamento, tenía que dirigirme a lord Vorreedi. Tiene el puesto de oficial de protocolo, pero es un coronel SegImp y jefe de SegImp en Cetaganda.
—¿Y los cetagandanos no se dan cuenta?
—Claro que sí. Como nosotros sabemos quién es quién en la embajada de Cetaganda en Vorbarr Sultana. Es una ficción legal, parte de un juego de cortesía… No te preocupes, yo me encargo de todo. —Miles suspiró para sí. Suponía que lo primero que haría el coronel sería sacarlo del flujo de información. Y no se atrevía a explicarse la razón por la que sentía que eso no estaría bien.
Iván se sentó otra vez, provisionalmente en silencio. Sólo provisionalmente. Miles estaba seguro de eso.
Vorob'yev también se acomodó en el asiento y ajustó el cinturón de seguridad.
—Eso es todo, señores. Nadie ha tocado sus posesiones y nadie ha añadido nada. Bienvenidos a Eta Ceta IV. No hay ceremonias oficiales que requieran su presencia hoy, pero si no están demasiado cansados esta noche la embajada marilacana ofrece una recepción informal para la comunidad extranjera y sus augustos visitantes. Les recomiendo que asistan.
—¿Nos lo recomienda? —dijo Miles. Cuando una persona con una carrera tan larga y distinguida como la de Vorob'yev hacía una recomendación, había que tomarla en cuenta.
—En las próximas semanas, tratarán con muchas de estas personas —dijo Vorob'yev—. La reunión puede ofrecerles una buena orientación.
—¿Y qué nos ponemos? —preguntó Iván. Cuatro de las seis maletas que venían de la aduana eran suyas.
—Uniforme de fajina verde, por favor —dijo Vorob'yev—. La ropa es un lenguaje cultural en todas partes, eso es cierto, pero que aquí constituye prácticamente un código secreto. Resulta bastante difícil moverse entre los ghemlores sin cometer un error. Entre los hautlores, es casi imposible no equivocarse. Los uniformes siempre son correctos, o por lo menos no definen a quien los lleva, ya que no implican un acto de elección. Ya le pedí a mi oficial de protocolo que les hiciera una lista de los uniformes que deben usar en cada acto.
Miles suspiró aliviado; Iván parecía levemente desilusionado.
Con los siseos y ruidos metálicos de siempre, los tubos flexibles se replegaron y el transbordador se separó de la estación. Ninguna autoridad furiosa subió por la compuerta en plan de arresto, ninguna comunicación urgente detuvo al embajador ni lo sacó corriendo por el tubo. Miles consideró una tercera explicación.
Nuestro intruso desapareció, lo consiguió. Las autoridades de la estación no saben nada. Nadie lo sabe
.
Excepto, por supuesto, el intruso. Miles mantuvo la mano quieta y no tocó el bulto que llevaba escondido en la guerrera. No sabía qué era ese artefacto, pero fuera lo que fuese, el individuo sabía que Miles lo tenía. Sin duda podía averiguar quién era Miles.
Tengo un hilo que conduce hasta ti ahora. Si dejo que las cosas sigan adelante, algo tiene que volver por ese hilo hasta mi mano, ¿no es cierto?
El asunto podía transformarse en un bonito ejercicio de inteligencia/contrainteligencia, mejor que las maniobras porque era real. No había un censor acechando con una lista de respuestas correctas, grabando los errores para analizarlos más tarde en interminables sesiones. Una buena práctica.
En algún momento de su carrera militar, el oficial tenía que dejar de obedecer las órdenes y empezar a generarlas. Miles quería el ascenso a capitán de SegImp, ah, sí… lo quería.
¿Podría convencer a Vorreedi de que lo dejara jugar con el rompecabezas, a pesar de las obligaciones diplomáticas del coronel?
Miles entornó los ojos en un gesto de anticipación mientras la nave descendía hacia la nebulosa atmósfera de Eta Ceta.
Miles caminaba a medio vestir por el gran salón de recepción que le había asignado la embajada de Barrayar con el cilindro brillante entre las manos.
—Bueno, ellos quieren que yo tenga esto… pero ¿se supone que debo guardarlo aquí, o debo llevarlo siempre encima?
Iván puso los ojos en blanco. Se había vestido cuidadosamente con la guerrera de cuello alto, los pantalones ajustados y las botas de media caña de otro uniforme verde informal.
—¿Dejarás ya de manosear esa cosa y te vestirás de una vez? Llegaremos tarde. Tal vez es una pesa de cortina, una pesa muy rebuscada, y lo que quieren es que te vuelvas loco tratando de encontrar un significado. Cualquier significado, siempre que sea profundo y siniestro, claro. O quieren que yo me vuelva loco escuchándote. Una bromita pesada de algún ghemlord.
—Yo diría que es una bromita pesada particularmente sutil.
—Lo cual no significa que ésa no sea la explicación correcta. —Iván se encogió de hombros.
—No. —Miles frunció el ceño y cojeó hasta la comuconsola. Abrió el cajón superior y buscó una estilo y un taco de hojas de plástico con el sello real. Arrancó una hoja y la apretó contra la figura del cabezal del cilindro, luego pasó la estilo sobre el dibujo, un esquema rápido, exacto y a escala. Tras un momento de duda, dejó el cilindro en el cajón con el taco y cerró el cajón de nuevo.
—No me parece un buen escondite —comentó Iván—. Si es una bomba, tal vez deberías colgarlo de la ventana. No por ti… por los demás.
—No es una bomba, mierda. Y ya he pensado en cientos de escondites pero no se me ocurre ninguno a prueba de rastreadores, así que no tiene sentido. Debería estar en una caja negra forrada de plomo, pero da la casualidad que no me he traído ninguna.
—Te apuesto lo que quieras a que los de la embajada tienen una abajo —dijo Iván—. ¿No ibas a confesar?
—Sí, pero desgraciadamente lord Vorreedi no está en la ciudad. No me mires así, no he tenido nada que ver con eso. Vorob'yev me dijo que el hautlord a cargo de una de las estaciones de salto de Eta Ceta embargó una nave mercante registrada en Barrayar y a su capitán por infracciones a las normas de importación.
—¿Contrabando? —dijo Iván, interesado.
—No, alguna enrevesada regla típicamente cetagandana. Con impuestos y pagos obligatorios. Y multas. Y un nivel de causticidad que ya se está volviendo asintótico. Una de las metas de nuestro gobierno es normalizar las relaciones comerciales y aparentemente Vorreedi sabe cómo tratar y diferenciar a ghemlores y hautlores, así que Vorob'yev le pidió que se ocupara del asunto mientras él está clavado aquí con los deberes ceremoniales. Volverá mañana. O pasado mañana. Mientras tanto, no creo que haga ningún mal en ver hasta dónde puedo llegar solo. Si no aparece nada interesante, le paso el asunto a SegImp apenas llegue Vorreedi…
Iván entornó los ojos y procesó la información.
—¿Ah, sí? ¿Y si aparece algo interesante?
—Bueno, claro, en ese caso también…
—¿Ya se lo contaste a Vorob'yev?
—No exactamente. No. Mira, Illyan dijo que se lo contara a Vorreedi, así que no confiaré en nadie más. Yo me ocupo de eso apenas vuelva.
—Ya te dije que se está haciendo tarde, Miles —insistió Iván.
—Sí, sí… —Miles se tendió en la cama, luego se sentó y frunció el ceño mirando los aparatos ortopédicos, que lo esperaban—. Necesito tiempo para reemplazar los huesos de mis piernas. Me he cansado de lo orgánico, ya es hora de pasar al plástico. Tal vez los convenza de que me agreguen unos centímetros ya que están en eso. Si hubiera sabido que tendría todo este tiempo libre, habría organizado la cirugía y ahora estaría recuperándome en lugar de venir aquí a ser un adorno.
—Qué desconsideración por parte de la emperatriz. Tendría que haberte mandado una nota y advertirte que se iba a caer muerta en cualquier momento —se burló Iván—. Será mejor que te pongas todo eso. Si te tropiezas con el gato de la embajada y te rompes las piernas, tía Cordelia me echará las culpas. Otra vez.
Miles gruñó pero no demasiado fuerte. Iván también interpretaba sus reacciones perfectamente. Se cerró la protección alrededor de las piernas cubiertas de moretones, pálidas, tantas veces aplastadas. Por lo menos los pantalones del uniforme disimulaban esa debilidad. Se puso la guerrera, selló las botas cortas bien lustradas, repasó el peinado en el espejo y siguió al impaciente Iván, que ya esperaba en la puerta. Al pasar, deslizó la hoja con el dibujo dentro del bolsillo del pantalón y se detuvo en el corredor para volver a cerrar la puerta con la palma de la mano. Un gesto algo fútil: como agente entrenado de SegImp, el teniente Vorkosigan sabía que las llaves de palma son poco fiables.
A pesar de la impaciencia de Iván, o tal vez gracias a ella, llegaron al vestíbulo casi al mismo tiempo que el embajador Vorob'yev, que se había puesto otra vez el uniforme granate y negro de la Casa. Miles tenía la sensación de que el embajador no se preocupaba demasiado por la ropa. Vorob'yev condujo a los dos jóvenes hacia el auto de superficie de la embajada, que los estaba esperando. Los tres se hundieron en la suavidad del tapizado. Vorob'yev tuvo la deferencia de sentarse en el asiento que miraba hacia atrás. Quedó ubicado frente a sus huéspedes oficiales. El conductor y un guardia ocupaban el compartimiento anterior. El auto funcionaba bajo el control del ordenador de la red urbana pero el conductor estaba siempre alerta en el control manual para resolver cualquier emergencia. La cubierta del auto se cerró y se deslizaron hacia la calle.
—Esta noche pueden considerar la embajada marilacana como territorio neutral, caballeros —les aconsejó Vorob'yev—. Disfrútenlo, pero no demasiado.
—¿Habrá muchos cetagandanos —preguntó Miles— o es una fiesta para extranjeros?
—Ningún hautlord, por supuesto —dijo Vorob'yev—. Están todos en una de las ceremonias privadas por la muerte de la emperatriz, junto con algunos de los líderes más encumbrados de los clanes ghem. Los ghemlores de rango más bajo no tienen obligaciones y seguramente asistirán a la fiesta porque el mes de duelo ha reducido sus oportunidades de vida social. Los marilacanos han aceptado mucha «ayuda» cetagandana en los últimos años, un acuerdo del que en mi opinión acabarán arrepintiéndose. Suponen que Cetaganda no será capaz de atacar a un aliado.
El auto de superficie subió por una rampa, dobló una esquina y les ofreció una breve imagen de un valle brillante lleno de edificios altos, unidos por tubos y caminos transparentes que brillaban bajo el crepúsculo. La ciudad parecía infinita y ni siquiera estaban en el centro.
—Los marilacanos están prestando poca atención a sus propios mapas de nexos de agujeros de gusano —siguió diciendo Vorob'yev—. Creen que ocupan una frontera natural. Pero si Marilac estuviera directamente bajo el dominio de Cetaganda, el siguiente salto los llevaría a Amanecer Zoave, todas sus rutas quedarían cruzadas y por lo tanto podrían acceder a una región nueva para la expansión. La situación de Marilac con respecto a Amanecer Zoave es la misma que tenía Vervain con respecto al Centro Hegen, y todos sabemos lo que pasó ahí. —Vorob'yev esbozó una mueca de ironía—. Y encima, Marilac no cuenta con ningún vecino interesado capaz de organizar un rescate como el que encabezó su padre en Vervain, lord Vorkosigan. Es tan fácil organizar provocaciones e incidentes…
El respingo de alerta que recorrió el pecho de Miles se desvaneció muy pronto. No había ningún significado secreto o personal en los comentarios de Vorob'yev. Todo el mundo conocía el papel político-militar del almirante conde Aral Vorkosigan en la creación de la rápida alianza y el fulminante contraataque que habían terminado con la invasión cetagandana de los saltos de agujero de gusano dominados por Vervain en el camino hacia el Centro Hegen.
Lo que nadie sabía era el papel que había tenido el agente de SegImp Miles Vorkosigan en la oportuna llegada del almirante al Centro Hegen. Y como nadie lo sabía, nadie le daba crédito.
Ey, hola, soy un héroe pero no puedo decir por qué. Es un secreto de Estado
.
Para Vorob'yev y casi para todo el mundo, el teniente Miles Vorkosigan era un oficial más de SegImp, con un padre de tendencias nepotistas que lo escondía del mundo enviándolo lejos a cumplir misiones de rutina.
Un mutante
.
—Yo pensé que el golpe de la Alianza Hegen había sido lo bastante radical y sangriento como para que los ghemlores se quedaran tranquilos por un tiempo —dijo Miles—. Con todo el partido expansionista de los ghemoficiales en retirada y el ghemgeneral Estanis muerto por propia mano… fue por propia mano, ¿verdad?
—Un suicidio involuntario… sí —dijo Vorob'yev—. Estos suicidios políticos cetagandanos pueden resultar muy confusos cuando el actor principal no quiere cooperar.
—Treinta y dos heridas en la espalda… el peor caso de suicidio de la historia —murmuró Iván, claramente fascinado por los rumores que corrían al respecto.
—Exactamente, milord. —Vorob'yev entornó los ojos en un gesto seco y divertido—. Pero debido a las inseguras y cambiantes relaciones entre los ghemcomandantes y las distintas facciones secretas de hautlores, esas operaciones se desmienten con una frecuencia sorprendente. En este momento, la versión oficial para la invasión a Vervain es que se trató de una desgraciada aventura sin autorización. Los oficiales que cometieron el error ya han recibido su castigo, muchas gracias.
—¿Y cómo describen la invasión cetagandana de Barrayar en tiempos de mi abuelo? —preguntó Miles—. ¿Reconocimiento? ¿Prueba de fuerza?
—Cuando la mencionan, sí.
—¿Una prueba de fuerza de
veinte
años? —preguntó Iván, sonriendo.
—No suelen entran en detalles conflictivos.
—¿Expuso usted a Illyan su punto de vista sobre las ambiciones cetagandanas en cuanto a Marilac? —preguntó Miles.
—Sí, tenemos a su jefe perfectamente informado. Pero en la actualidad no se produce ningún movimiento, nada que apoye mi teoría… Por ahora, me limito a razonar. SegImp vigila los indicadores principales y nos mantiene al corriente.