Inferninho pasó el resto del sábado en casa, pero por la noche le entraron ganas de dar un paseo. Suponía que Cabeça de Nós Todo no estaría de ronda ese día, pues siempre que mataba desaparecía. Salió de casa con la 45 sin el seguro puesto. En el trayecto, todo despertaba sus sospechas. En la esquina del parvulario se encontró con los muchachos del barrio, que estaban fumándose un porro. Verdes Olhos se lamentaba de la muerte de Piru Sujo:
—Piru Sujo era un tío estupendo, no se metía con nadie…
—No sé quién era ese Piru Sujo. ¿Por qué salió corriendo?
—Tenía el canuto encendido y no le dio tiempo a deshacerse de él.
—¿Y por qué no levantó las manos e intentó soltar algún rollo? Con eso habría bastado —dijo Acerola.
—¡Qué va! ¡Cabeça de Nós Todo pasa de cualquier rollo, sólo sabe disparar a diestro y siniestro! —afirmó Manguinha.
Estuvieron un rato más de palique. Inferninho aconsejó a sus amigos que no fumasen en la calle cuando Cabeça de Nós Todo se encontrara de servicio. Si querían fumar tranquilos, las puertas de su casa siempre estaban abiertas. Pero, en su fuero interno, los porreros rechazaron la invitación: si los polis apareciesen de repente en casa de Inferninho, no tendrían miramientos y, para cuando lograsen averiguar quién era quién, los urubúes ya habrían sentido el olor a muerto. Inferninho se hizo la firme promesa de que al día siguiente se cargaría al policía; lo juró con tanta vehemencia que nadie se atrevió a chistar. El porro se acababa. De vez en cuando, Acerola oteaba el horizonte para evitar sorpresas desagradables. De pronto, Inferninho se quedó mirando a Verdes Olhos y rompió el silencio:
—¿Cómo es posible que seas negro y tengas los ojos verdes?
Todos se rieron. Inferninho dio la última calada, tiró la colilla al suelo y la aplastó con el pie. Se despidió diciendo que iba a casa de Tê a comprar unas papelinas de coca para estar despejado por la noche y poder sorprender a Cabeça de Nós Todo cuando saliese del trabajo. Los demás se quedaron por allí un rato más.
—Esta maría pega más, ¿no? —comentó Acerola.
—¿Crees que realmente Cabeça de Nós Todo caerá mañana? —preguntó Jaquinha.
—No seré yo quien se quede a verlo —contestó Acerola riendo más de la cuenta.
—Vaya colocón que llevas, amigo. Cuando entres en tu casa, te vas a comer hasta las piedras —bromeó Laranjinha.
Inferninho se acercó a las inmediaciones de la comisaría; la oscuridad de la medianoche ya pasada ocultó sus pasos.
Mientras Berenice dormía, él se había pasado la noche drogándose, mordiéndose los labios, revisando y limpiando el arma para que estuviera en condiciones y pensando en su
pombagira
. Fuera, el sábado se agitaba con el ajetreo de sambas de partido alto en las tabernas, flirteos en las esquinas y fiestas americanas en los patios. Inferninho, indiferente a la noche, esnifaba sin tregua mientras Berenice, inmóvil, permanecía ajena a los planes de su marido: matar a Cabeça de Nós Todo. Lo asustó un gato que andaba por el tejado, y decidió apagar la luz de la sala para no dar el cante. Antes de salir para cargarse a aquel poli cabrón, acabó de entonarse con un trago de coñac.
Buscó un lugar estratégico para apretar el gatillo en cuanto apareciese el policía. Desde donde estaba no podía fallar: sólo tenía que disparar y salir corriendo hacia Barro Rojo, bajar por el barrio Araújo, dar la vuelta por el Lote, pasar por el Porta do Céu, ganar la Rua Principal y esconderse en la casa de Ferroada. Si le perseguían, se internaría en el bosque, porque ningún policía se atrevería a liarse a tiros entre los árboles. Permaneció en aquel lugar más de tres horas a la espera de su enemigo.
Cabeça de Nós Todo tomó café en comisaría y se despidió de sus amigos con la sonrisa de quien ha hecho un buen trabajo. Hacía frío aquel día. Salió de comisaría con las manos en los bolsillos del pantalón para comprobar que no había olvidado nada. Después abrió la cartera para darle un último vistazo, escupió hacia un lado, se sacó un moco, lo amasó con los dedos y se lo comió.
Inferninho ya lo tenía en la mira; el poli sólo tenía que avanzar unos diez metros más y ¡pumba!: Inferninho mandaría a aquel cabrón al quinto carajo. Cuando ya había comenzado a apretar el gatillo, pasó un coche que le impidió ver su objetivo. Volvió a apuntar. Le temblaban las manos. Contuvo la respiración y disparó. Cabeça de Nós Todo se tiró al suelo y se arrastró hasta un poste. Al levantarse, oyó otro tiro y alcanzó a ver cómo el tirador salía corriendo:
—¡Inferninho, hijo de puta! ¿Crees que es fácil acabar conmigo? ¡Ven, veámonos las caras! ¡Ven, acércate y dispara, maricón!
Otros policías acudieron a socorrer a su compañero. Querían ir tras el maleante de inmediato, pero Cabeça de Nós Todo se opuso con firmeza: era un problema que lo atañía exclusivamente a él y lo zanjaría ese mismo día. Regresó a comisaría, cogió la ametralladora, tiró la cartera en un rincón y se lanzó a recorrer las callejuelas. No tenía miedo. Calculó correctamente el trayecto que Inferninho había hecho y se quedó al acecho en un callejón cercano al Porta do Céu.
Inferninho cruzaba una calle; al ver que nadie lo perseguía, se tranquilizó un poco; aun así, la infelicidad por no haber alcanzado a su enemigo hacía que su cuerpo se estremeciera: se hallaba en los lindes de un fracaso que podía costarle la vida. Había atrapado a la fiera con lazo flojo. Ahora, lo único importante era salir de allí lo antes posible. Se colocó la pistola en la cintura. Pensó en Martelo, que había conseguido abandonar esa vida de maleante antes de que fuese demasiado tarde, antes de que el monstruo lo devorase. Pasaría por su casa y se llevaría a Berenice a cualquier lugar lejos de allí; sería capaz incluso de irse al morro de São Carlos. Miró el cielo gris: una garza volaba nerviosa. El miedo real a la muerte sólo aparece cuando se está a punto de morir.
Cabeça de Nós Todo ya lo había visto. Se rascó los huevos. Esperaría a que su presa se acercase un poco más. Inferninho caminaba cabizbajo sumido en sus pensamientos: si hubiese matado a ese maldito, ahora el mundo sería diferente. Habría comprado diez papelinas, una caja de cerveza y un montón de bolsitas de marihuana para celebrarlo. Levantó la cabeza y divisó a una mujer que empezaba a correr arrastrando a un niño del brazo. Aquel gesto lo puso alerta. Colocó el dedo en el gatillo, se volvió y disparó. De nuevo el policía resultó ileso, pero esta vez respondió con prontitud a los tiros. Inferninho salió corriendo y se detuvo en la esquina. Sabía que el enemigo estaba solo y que se liarían a balazos, pese a la clara desventaja que su 45 representaba frente a la ametralladora de Cabeça de Nós Todo. Con la rapidez de una bala, se acordó de la
pombagira
. Cabeça de Nós Todo asomó el rostro por la esquina. Inferninho apretó el gatillo. El policía, sin temor a las balas, lanzó una ráfaga que agujereó el muro que protegía al rufián.
Inferninho se quedó petrificado por una fracción de segundo ante la actitud de Cabeça de Nós Todo, pero reaccionó enseguida y corrió hacia la otra esquina. El policía lo hostigó escupiendo balas sin parar con la ametralladora. Inferninho invadió un patio, saltó dos muros y se resguardó detrás de un poste. Un hombre sacudía la cabeza de un niño, forzándolo en vano a volver a la vida: una bala de la ametralladora le había herido el pecho y agujereado el pulmón. El hombre gritaba desesperado que alguien lo ayudase a socorrer a su hijo.
Cabeça de Nós Todo miró al niño agonizante. «¡Que lo zurzan!», pensó, «antes el niño que yo». Estaba determinado a destrozar el cuerpo del maleante. En vez de perseguir a Inferninho, optó por dar la vuelta con una agilidad que hacía mucho que su viejo cuerpo no alcanzaba. Divisó al enemigo, que intentaba cambiar el peine del arma. Apuntó, contuvo la respiración, disparó y erró. Inferninho respondió y buscó la forma de salir de aquella batalla. Había llegado a la conclusión de que no podía enfrentarse a la ametralladora de Cabeça de Nós Todo. Se escurrió por las callejuelas, avanzó por la Rua do Meio y entró en su casa. Cabeça de Nós Todo trató de perseguirle, pero desistió antes incluso de llegar al Bonfim. Con el cese del fuego, la gente salió a la calle. Un amigo de la familia llevó el cadáver del niño al ambulatorio. Cabeça de Nós Todo entró en el Bonfim y preguntó si alguien sabía dónde vivía Inferninho. Su pregunta vagó entre aguardientes con vermú, cachazas y cervezas, pero nadie respondió. Bebió una copa de coñac, regresó a comisaría, cogió munición y se fue a casa.
Inferninho se despertó alrededor de las dos de la tarde y se dirigió a la cocina. Berenice estaba convencida de que su marido había pasado la noche con alguna furcia. Pese a los celos, le preparó algo de comer y se fue a la calle a conversar con sus amigas.
Cabeça de Nós Todo no estuvo mucho tiempo en su casa. Le dijo a su mujer que se preparara y la llevó a la estación para que cogiera un tren que la conduciría a Ceará, donde pasaría un mes. Sin esperar a que su mujer subiera al tren, regresó con prontitud a las callejuelas de la barriada armado con la ametralladora y un 38 de cañón largo. Rogaba a su Echú que le pusiese delante a Inferninho. Ciudad de Dios, con sus calles vacías, sin cometas ni sol, tenía un aspecto siniestro. El mercadillo acabó antes de la hora prevista. El día transcurría lentamente. Todas las esquinas acechaban. Finalmente, Cabeça de Nós Todo desistió de la búsqueda y regresó a su casa. En el camino, divisó a un muchacho que salía del ambulatorio con la pierna escayolada. Se la había fracturado al meter el pie en una alcantarilla sin tapa cuando huía del tiroteo de la noche anterior. Inferninho pasó el resto del domingo en casa.
El lunes nació enfermizo. Los días de lluvia parecen niños prematuros, cuando no abortos. El frío traía consigo los encantos de la pereza, y lo que más apetecía era quedarse en casa.
En cuanto Berenice se despertó, Inferninho le pidió que comprase comida, marihuana y cocaína suficientes como para pasar una semana sin salir de casa. No le facilitaría las cosas al Kojak, no señor. Se quedaría comiendo, bebiendo, esnifando y follando con su mujer durante toda la semana. Confiaba en que a Cabeça de Nós Todo se le enfriaría la mollera, o que llegaría a pensar que había abandonado la favela. Pero tenía miedo de que algún paraibano se chivase. Todo norestino, además de ser un pelota, es un soplón. Esa raza no vale nada. Son capaces de cagar lo que no han comido.
Durante la semana, Inferninho persistió en la idea de marcharse para asegurar su derecho a vivir, aunque sabía que no podría mudarse; si se trasladaba, llamaría la atención de la policía. Había tomado conciencia de que el único espacio físico que le pertenecía era su cuerpo. Tenía que protegerlo; pero, si se largaba, perdería su integridad, sería un cobarde por no presentar batalla, por no ser lo suficientemente macho como para liquidar a Cabeça de Nós Todo o morir en el intento.
Ya se imaginaba lo que diría su mujer si llegase a morir en un enfrentamiento con Cabeça de Nós Todo: «¡Mi marido murió plantándole cara!», afirmaría Beré con orgullo. Pero Inferninho se equivocaba.
Cabeça de Nós Todo rondaba por la barriada día y noche. Se enzarzó a tiros con Ferroada el miércoles y logró detener a dos rufianes en Los Apês. También mató a un maleante en la Quince. El viernes llegó a la conclusión de que Inferninho había abandonado la favela, como habían pronosticado sus policías amigos. Y se relajó.
—¿Tú de dónde eres?
—Soy de aquí, hija. Nadie me conoce porque casi nunca salgo de casa, aunque tengo que reconocer que hace poco que me he mudado.
—¿Y de dónde vienes?
—De São Carlos, pero quería cambiar de ambiente.
—¿A quién conoces de allí?
—Pues a Leite, a Cleide, a Neide…
—¡Conoces a Leite! ¡Fíjate! ¿Sigue vendiendo droga?
—No, los polis lo buscan… Tuvo que dejarlo por una temporada, ¿sabes?
—¿Cómo está Neide?
—Bien. Se quedó embarazada de un colega de Turano y ahora vive con él.
—Por eso no desfiló el año pasado.
—No, no fue por eso. Se enfadó con la presidenta del ala y acabó destrozando el disfraz y liándose a mamporros… Fue una pelea tremenda.
—¿Quién es la presiden…?
—Doña Carmem.
—¡Acabáramos! Esa mujer es una verdadera gilipollas, ¿lo sabías? Yo también he tenido mis más y mis menos con ella. ¿Cómo te llamas?
—Ari, pero puedes llamarme Ana Flamengo. ¿Y tú?
—Lúcia, pero todo el mundo me conoce como Lúcia Maracaná. Si alguien se acerca a ti con mala hostia, me lo dices y me ocupo de que todo se arregle, ¿de acuerdo? Voy a dar una vuelta por ahí. Antes de que acabe el baile charlamos otro ratito, ¿vale?
Aunque temeroso, Inferninho salió a dar un paseo con su esposa. Ya no soportaba más quedarse en casa mirando las musarañas. Se tomó una cerveza en la taberna de doña Idé muy deprisa, no le gustaba quedarse mucho tiempo en el mismo sitio. Decidió darse una vuelta por el baile, pese a la oposición de Berenice. Entró en el salón sólo después de comprobar que Cabeça de Nós Todo no estaba allí. Circuló por todas las salas del club callado, siempre callado frente a los saludos que recibía. No solía hablar cuando estaba angustiado. Se detuvo cerca de la barra. Uno de los directores le ofreció una cerveza. Bebió rápido, mientras sus ojos recorrían los rincones más oscuros del local. Su mirada se detuvo en el travestí. Nunca había visto a aquella mujer. Podría tratarse de algún chivato. Cuando iba a acercarse para comprobar quién era, Berenice, que había seguido su mirada, le dijo medio celosa:
—¡No vayas, que es un maricón!
Inferninho fijó nuevamente sus ojos en Ari y un sudor helado le cubrió la piel. Sí, era Ari, el hijo de su madre que quería ser mujer, allí, en medio de todo el mundo. Sin duda se burlarían de él, le tocarían el culo y después acabarían zurrándole. No se quedaría para verlo. Arrastró a Berenice con la excusa de que tenía el pálpito de que Cabeça de Nós Todo andaba cerca.
Salieron del baile a toda prisa y doblaron por el brazo derecho del río. Inferninho caminaba distraído, absorto en sus pensamientos y con la mirada clavada en el suelo. ¡Ojalá se lo tragase la tierra! Así no volvería a ver a Ari nunca más. Por el contrario, Berenice estaba al acecho y tomaba todo tipo de precauciones en los cruces y recodos. Al doblar la última calle de aquella caminata, desvió la mirada hacia su marido, de cuyos ojos enrojecidos escapaban algunas lágrimas.
Al otro lado de la calle, Cabeça de Nós Todo esbozó una sonrisa asesina y apuntó la ametralladora hacia aquel blanco fácil. Mataría también a la mujer: quien se mezcla con un maleante corre ese riesgo. Berenice volvió el rostro hacia el otro lado de la calle. Tuvo el tiempo justo de saltar sobre su marido y de rodar por el suelo antes de que las ráfagas pasaran zumbando junto a sus oídos. Inferninho devolvió los tiros como pudo, y logró cubrir a Berenice hasta que ésta se escabulló de la línea de fuego. Su primer disparo pasó lejos del policía; el segundo casi le arrancó la oreja. Cabeça de Nós Todo lanzó una ráfaga más y retrocedió. Inferninho, todavía en el suelo, disparó cinco tiros casi certeros. Acto seguido se levantó y apretó a correr: saltó un par de muros, cruzó dos calles, regresó por el lado contrario, recargó el arma y se colocó detrás de su enemigo. Agazapado en la esquina, observó a Cabeça de Nós Todo alejarse en dirección al club. Inferninho abandonó el lugar con parsimonia y entró en casa sumamente nervioso.