Ciudad Zombie (33 page)

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Authors: David Moody

Tags: #Terror

BOOK: Ciudad Zombie
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—No nos podemos quedar aquí tumbados —susurró Emma en el oído de Michael—. Tenemos que hacer algo.

—¿Qué podemos hacer?

—Probar de nuevo con el motor. Ver si puedes hacer que esto se mueva. Dios, un poco de ruido no va a empeorar las cosas, ¿no te parece?

Michael no contestó. Pero se puso en pie muy lentamente, doliéndole cada hueso por las horas de inmovilidad. El agua de lluvia que caía por las ventanillas emborronaba la visión del exterior. La falta repentina de visibilidad combinada con el ruido inesperado, pero bienvenido, de la lluvia le daba cobertura suficiente para correr el riesgo de moverse. Fue por los lados de la autocaravana, bloqueando las ventanillas con cortinas y tablones, como hacían todas las noches. Emma se sentó y lo contempló en silencio desde el suelo. Cuando hubo terminado, se levantó y se puso a su lado.

—Esto es una mierda —comentó Michael en voz muy baja, mientras se inclinaba hacia delante y tapaba una estrecha rendija de luz alrededor de la ventanilla más cercana—, aquí hay miles de cuerpos.

Recorrió la autocaravana de arriba abajo y se sentó en el asiento del conductor, después levantó con cuidado la punta del material que cubría el parabrisas y miró afuera. Lo único que veía eran cadáveres. Empapados por la lluvia y fuertemente apelotonados, abarrotaban el campo y presionaban con fuerza por todos los lados sobre la autocaravana.

—Tiene que haber algo que podamos hacer —comentó Emma.

—Debemos estar justo encima de la base —dijo él, sin contestarle—. Debe de haber una entrada muy cerca. No habría tantos por aquí si no hubiera algo que les atrajera. ¡Estamos en medio de ninguna parte, por el amor de Dios!

—Entonces, ¿qué vamos a hacer? —volvió a preguntar Emma.

Michael no dijo nada. Estaba distraído, con la atención puesta en un grupo de cuerpos que se encontraba a un centenar de metros. Estaban luchando entre sí para acercarse a la autocaravana. Uno de ellos, ligeramente menos descompuesto que la mayoría, se abrió paso hacia delante, tirando salvajemente de los cadáveres que tenía delante, y arrancándoles literalmente la carne y podrida de los quebradizos huesos. Una reacción imparable ante el repentino estallido de movimiento y violencia se extendió con rapidez, como una gran ola, a través de la muchedumbre apelotonada.

—Todo lo que podemos hacer es esperar —contestó Michael, petrificado por la violencia en el exterior—. Podemos esperar a que aparezcan los soldados e intentar captar su atención o esperar hasta que esta multitud se empiece a disolver y podamos intentar salir de aquí.

—¿Y cuándo crees que puede ocurrir eso? Venga ya, Mike...

—Ni idea. Calculo que en algún momento de los próximos seis meses.

—Lo digo en serio —replicó Emma enojada—. No nos podemos quedar aquí sentados indefinidamente, ¿no te parece?

—¿Y qué otra cosa se supone que podemos hacer? No creo que tengamos alternativa.

48

A Cooper le hubiera gustado tener tiempo y recursos para establecer algún tipo de sistema de comunicación entre la furgoneta y los dos camiones. Había sido un descuido estúpido por su parte. Incluso un par de radios sencillas habrían bastado, pero no tenían nada. Como si no fuera suficiente el esfuerzo de conducir a través de los restos devastados del país, también se tenía que enfrentar a condiciones atmosféricas adversas, y mantener la velocidad lo suficientemente reducida para no perder a los dos camiones, que circulaban lentamente detrás de la furgoneta. No iba a ser fácil encontrar de nuevo la base. Conocía más o menos la ruta, pero la luz de primera hora de la mañana era mortecina y todo parecía que había cambiado desde la última vez que había pasado por allí. El mundo a su alrededor se había seguido pudriendo, derrumbando y descomponiendo, dejándolo con frecuencia irreconocible. La lluvia sólo había contribuido a la confusión.

Las sombras enormes y oscuras de la ciudad que los había aprisionado durante semanas ya sólo eran unas manchas distantes en el turbio horizonte a su espalda. El convoy se alejaba con lentitud de la ciudad muerta, acelerando ligeramente a medida que penetraban en el campo. Cooper condujo a lo largo del duro arcén de una macabra escena de autopista. Los tres carriles en cada sentido de la ancha carretera estaban cubiertos con los restos apelotonados de miles de coches accidentados, todos los cuales habían perdido a su conductor y habían quedado descontrolados al mismo tiempo en el momento culminante de la hora punta en el extrarradio. En su momento había sido uno de los tramos con más tráfico de la autopista, y ese día la carretera ofrecía un panorama inquietante, casi surrealista: la tumba de un atasco de tráfico oxidado, putrefacto y sin fin.

Cooper se frotó los ojos y se masajeó las sienes, porque le latía la cabeza. Preocupada, Donna se inclinó hacia delante para hablar con él.

—¿Te encuentras bien?

—Estupendamente —contestó con brusquedad mientas giraba el volante y rodeaba los restos de un coche que había chocado con la parte trasera de otro, lo que había dejado el maletero justo en medio del camino.

Miró el retrovisor y vio cómo Steve Armitage golpeaba la parte trasera del vehículo que él acababa de evitar, haciéndolo saltar por los aires. Cayó sobre el techo, aplastando a los cuerpos que seguían atrapados en el interior.

La base subterránea se encontraba a unos cincuenta kilómetros a las afueras de la ciudad, y según sus cálculos, probablemente ya habían recorrido las dos terceras partes de esa distancia. Aunque inseguro sobre su localización precisa, Cooper recordaba los nombres de los pueblos cercanos, y tenía bastante confianza en que llegaría hasta las inmediaciones, y después buscaría el camino hasta el búnker cuando encontrase algo reconocible. La vasta instalación estaba enterrada en un terreno remoto y anodino. Por su propia naturaleza siempre iba a ser difícil encontrarla.

El sonido de la bocina de un camión cortó el silencioso aire matinal. Donna se dio la vuelta y miró a través de la ventanilla trasera de la furgoneta. A corta distancia detrás de ellos, Steve Armitage había reducido la velocidad y estaba lanzando ráfagas furiosas con las luces.

—Mierda —maldijo Cooper, apretando los frenos y deteniendo la furgoneta con brusquedad.

—¿Qué ocurre? —preguntó Jack ansioso.

—No lo sé —contestó, mientras circulaba rápidamente marcha atrás sobre el duro arcén, con el motor de la furgoneta gruñendo a causa del esfuerzo—. Desde aquí no puedo ver el otro camión.

En cuanto Cooper se detuvo, Jack abrió la puerta trasera de la furgoneta y corrió por la carretera. Cuando llegó al camión se subió al escalón del conductor. Steve bajó la ventanilla para hablar con él.

—¿Qué ocurre? —preguntó Jack, limpiándose las gotas de lluvia de la cara.

Steve hizo un gesto por encima del hombro.

—No soy yo —contestó—. Se han quedado atascados. Creo que le di al lateral de un coche y lo arrastré hasta dejarlo en medio de su camino.

Jack miró más allá hacia la semioscuridad. Steve tenía razón. El coche que había golpeado y dado la vuelta había aterrizado en medio del arcén de la autopista por el que se había estado desplazando el convoy. Cooper apareció de repente a su lado.

—Demasiado ruido. Apaga el motor, estamos llamando la atención —le ordenó a Steve, que hizo inmediatamente lo que le decían.

Steve vio que Cooper tenía razón. Aunque en nada que se pareciese a la cantidad a la que estaban acostumbrados, los cuerpos se estaban acercando. Se movían con dolorosa lentitud entre el laberinto de metales retorcidos, algunos de ellos encontraban su camino bloqueado por todas partes, y otros conseguían por casualidad encontrar una paso libre entre el caos. Al otro lado de la autopista, el avance de los muertos se veía entorpecido por un terraplén empinado y cubierto de hierba. Lo intentaban sin descanso, pero con sus miembros putrefactos no podían superar el ángulo pronunciado de la ladera embarrada, y seguían atascados al pie de ésta.

—Tendrá que intentarlo y abrirse camino a golpes —comentó Cooper—. No hay nada que podamos hacer y no podemos seguir adelante sin su camión. Tal como vamos ya estamos apretados.

Steve asintió y señaló con el pulgar a su espalda.

—Estos ya están empezando a sufrir —informó en voz baja, hablando de las personas embutidas en la parte trasera del camión—. No podría meter a nadie más aunque quisiera.

Los vehículos no habían sido diseñados para transportar a tantos pasajeros. Los supervivientes y sus pertenencias se habían apelotonado en un espacio incómodamente reducido.

—Se lo diré a Croft —le dijo Jack a Cooper—. Vuelve a la furgoneta.

Cooper corrió de regreso, vislumbrando movimiento a su alrededor. Miró por el terraplén y vio que el número de cadáveres estaba aumentando. Muchos habían conseguido subir gateando más de la mitad de la cuesta, pasando por encima de otros cadáveres caídos y utilizándolos para hacer pie.

Baxter corrió hacia el otro camión, concentrándose en los faros e ignorando todo lo demás a su alrededor. Tropezó, magullándose los dedos de los pies en un bache, y se precipitó contra los restos del coche más cercano, casi golpeándose la cara contra al parabrisas roto. Dentro del coche, aún sujeto al asiento por el cinturón de seguridad, un cadáver se estiró hacia él.

—¡La hostia! —maldijo Jack, mientras se echaba hacia atrás sorprendido.

Durante unos segundos se quedó parado, mirando. Cuanto más miraba la fila interminable de coches accidentados, más movimientos frenéticos podía vislumbrar.

—Sólo pisa a fondo —le gritó cuando consiguió llegar finalmente junto a Croft—. Tienes que pasar a golpes. No podemos hacer nada más.

—Lo siento, pero no estoy acostumbrado a conducir nada tan grande. No sé hasta qué punto le puedo exigir y...

—¡Cállate y hazlo! —le chilló Jack, sorteando un cadáver que intentaba agarrarlo; lo empujó terraplén abajo y lo vio aterrizar sobre otros muchos, y arrastrándolos con él hasta el pie del terraplén—. Preocúpate de eso cuando ocurra, no antes.

Jack se dio la vuelta y corrió hacia la furgoneta, porque no quería estar más tiempo en el exterior. Croft hizo lo que le habían dicho. Trasteó durante unos segundos para meter la marcha atrás, después reculó por el duro arcén, aplastando muchos más cuerpos sin querer y provocando el pánico entre sus aterrorizados y claustrofóbicos pasajeros. Pisó a fondo de golpe y se precipitó sobre los restos del coche que le impedía el paso; lo atrapó bajo el parachoques y lo empujó hacia delante, lanzando una lluvia de chispas blancas. El coche se arrastró y arañó el firme durante unos cuantos metros antes de soltarse y caer terraplén abajo, aniquilando a otro puñado de cadáveres que seguía intentando subir. Finalmente, sin obstáculos, Croft aceleró para alcanzar a la furgoneta y al otro camión.

49

A medida que la grisácea luz de un nuevo día empezaba a iluminar otra mañana fría, húmeda y opresiva, también iba Cooper recuperando poco a poco la orientación y los recuerdos del entorno. Hitos y nombres familiares de lugares le ayudaron a cristalizar sus ideas y a convencerle de que estaba dirigiendo a los supervivientes en la dirección correcta. Atravesaron un desolado pueblo que Cooper recordaba con claridad. Vacío y muerto desde hacía más de un mes, muchas de las casas y los pisos que flanqueaban la calle mayor habían ardido hasta los cimientos; otros estaban marcados por el humo, la suciedad y los escombros. Movimientos repentinos rodearon el convoy cuando el ruido de sus motores provocó que los cuerpos emergieran de las sombras y se abalanzaran hacia la carretera. Sus reacciones seguían siendo lentas, y la mayor parte de las letárgicas criaturas no apareció hasta que los vehículos ya se habían ido. Sin embargo, un cadáver solitario se tambaleaba por la carretera a corta distancia por delante de la furgoneta. Cooper aceleró y lo atropello con un momento breve de esfuerzo y satisfacción, y sin el menor remordimiento.

Atravesaron el pueblo y regresaron a una carretera rural vacía y expuesta, que se retorcía precariamente entre campos y colinas. La estrecha carretera empezó a alzarse en una cuesta empinada que tenía una curva pronunciada justo en la cima. Ya completamente seguro de su entorno, Cooper giró el volante a la derecha, metió el coche por un portón y empezó a descender por una cuesta aún más empinada en una pista que era prácticamente invisible desde la carretera. Con el corazón en un puño, Steve Armitage lo siguió, conduciendo lentamente el camión penitenciario, pesado y torpe por la pista mientras que, al mismo tiempo, tenía cuidado de no perder de vista al soldado que llevaba delante. Steve estaba acostumbrado a conducir camiones. El médico que llevaba el tercer vehículo no. El pulso se le disparó
y
tenía las manos pegajosas a causa del sudor.

—Mierda —gritó Croft; se tiró hacia atrás en el asiento y se asustó cuando el camión inició el inestable descenso.

El tamaño del capó, voluminoso y angular, delante de él y el pronunciado ángulo de descenso significó que durante unos metros tuvo que conducir prácticamente a ciegas. Más por suerte que por habilidad, consiguió mantener el vehículo en el camino, gracias a que las ruedas del camión acabaron encontrando las rodadas que habían dejado en el suelo otros vehículos, aún más pesados, que habían pasado antes que ellos.

La pista se enderezó con rapidez, y corrió en paralelo, más abajo, a la carretera que acababan de abandonar. Donna iba sentada en la parte trasera de la furgoneta, detrás de Cooper, y se preguntaba cuántas rutas secretas como ésa existirían. ¿Cerca de cuántos lugares como ése habría estado sin saberlo? Nunca habrían encontrado ese lugar si no tuvieran con ellos al soldado. Si él hubiera decidido quedarse en la ciudad, entonces ellos habrían tenido que hacer lo mismo. Les gustase o no, todos tenían con él una deuda de gratitud.

Una curva muy cerrada a la derecha, seguida rápidamente de otro descenso, y de repente el camino de tierra cruzaba un campo muy ancho, encajado al pie de un valle empinado y por otro lado inaccesible. Grandes colinas se elevaban a ambos lados, ocultándolos a la vista. Donna se sentía más segura en las sombras.

—Nunca sabes dónde están estos sitios hasta que llegas a ellos —comentó Cooper; estaba concentrado en seguir la pista oculta, pero de vez en cuando echaba una mirada hacia atrás para comprobar si le seguían los dos camiones.

—Si nosotros tenemos problemas para encontrarla —añadió Donna, inclinándose hacia delante y mirando por encima del hombro de Cooper—, entonces tu base debe de ser bastante segura.

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