—Ni te lo imaginas.
El camino subió brevemente y después se hundió de nuevo, cruzando un arroyo bastante ancho por un vado poco profundo. Los tres vehículos atravesaron el curso de agua, enviando largas olas que se extendían por ambos lados. Cooper podía ver la copa de los árboles del bosquecillo que había delante y supo que estaban cerca. Los lados de la pista se volvieron terraplenes empinados, y él aumentó la velocidad.
Phil Croft se limpió la cara y se obligó a concentrarse en la carretera irregular que se extendía ante él. Ya se estaba acostumbrando al tamaño y al manejo del camión penitenciario, pero conducir una máquina de semejante potencia era algo que no le resultaba natural. El camión más grande, que iba delante, lo estaba conduciendo Steve con una habilidad y precisión evidentes, y se había abierto un espacio incómodo entre ellos. Una de las ruedas se hundió en un bache lleno de agua, y Croft lo compensó haciendo derrapar el vehículo hacia el otro lado de la superficie irregular de la pista, inclinándose alarmantemente hacia un lado. Pudo oír la reacción nerviosa de los supervivientes en la parte trasera, pero no hizo caso. Todos habían pasado por cosas mucho peores para llegar tan lejos.
Al frente del convoy, Cooper giró a la derecha, siguiendo otra curva pronunciada en el camino. Los terraplenes empinados a ambos habían vuelto a desaparecer, dejándole una visión clara del estrecho sendero, que desaparecía en un bosque oscuro y denso de árboles con ramas quebradizas. ¿Podrían pasar los camiones por este terreno? Con preocupación miró por los retrovisores y vio cómo Steve iba reduciendo hasta casi parar para hacer pasar el pesado camión por la curva cerrada.
Hubo más pendientes, surcos y giros en la pista mientras se extendía entre los árboles. Había cuerpos en los alrededores. Steve fue el primero en darse cuenta, desde su punto de observación aventajado. Se tambaleaban por el sotobosque, tropezando con rocas y con las raíces medio enterradas de los árboles, y después se volvían a poner en pie, convergiendo en la carretera. El camionero no estaba preocupado. Su vehículo era grande. Sabía que unos pocos cadáveres descompuestos no representaban ninguna amenaza.
Los últimos restos de duda e inseguridad desaparecieron de la mente de Cooper cuando pasó a través de un portón estrecho que le pareció conocido, y luego por encima de una rejilla para el ganado, que hizo que la furgoneta y sus pasajeros se sacudieran y zarandearan con violencia. Al ir clareando los árboles y la vegetación a su alrededor, hasta desaparecer por completo, se permitió apretar aún más el acelerador y seguir adelante. El camino cortaba por medio de otro campo y después subía con rapidez hasta otra altura poco pronunciada. La base se encontraba al otro lado.
—Ahora debemos de estar cerca —se quejó Steve mientras seguía a Cooper fuera del bosque.
Una vez pasado el portón y por encima de la rejilla para el ganado, aumentó la velocidad para igualar la de la furgoneta que iba justo por delante. Detrás de él, Phil Croft reaccionó ante el aumento inesperado de la velocidad de los otros dos vehículos. Temeroso de perderlos de vista (aunque sabía que no había forma que los perdiera), él también apretó el acelerador. El camión empezó a moverse y balancearse de forma incómoda.
—Maldita sea, colega —exclamó Paul—, reduce un poco.
Croft no lo estaba escuchando. Mantuvo una velocidad constante y calculó para pasar a través del estrecho portón. La rueda delantera del camión golpeó una roca cubierta de musgo y saltó en el aire. Momentáneamente desequilibrado, la parte trasera del vehículo sobrecargado golpeó el poste del portón. Durante un instante el camión se mantuvo precariamente sobre dos ruedas, hasta que el peso de las personas en la parte trasera, sin saber lo que estaba ocurriendo y lanzados violentamente de un lado a otro, hizo que volcara. Cayó sobre un lado golpeándose con fuerza contra el suelo; la velocidad a la que iba provocó que se deslizase un poco por el camino embarrado, y no se detuvo por completo hasta que chocó contra el tronco de un árbol.
Aturdido, Croft se quedó quieto, pesadamente inclinado hacia delante en su asiento, sujeto por el cinturón de seguridad y colgado en el aire. Bajo él yacía el cuerpo sin vida de Paul Castle. Había salido volando de su asiento, y la fuerza del impacto lo había lanzado contra el parabrisas. Yacía bocabajo en un charco de sangre y fragmentos de cristal, con el cuello roto.
Perdiendo y recuperando la conciencia, Croft consiguió levantar la cabeza y abrir momentáneamente los ojos cuando los primeros cadáveres empezaron a golpear contra el parabrisas rajado para llegar a él.
Michael estaba reclinado sobre el volante de la autocaravana cuando un ruido repentino hizo que se enderezara de un salto en el asiento.
—Dios santo —maldijo cuando la furgoneta conducida por Cooper pasó como un rayo a su lado abriendo un surco sangriento en el campo lleno de cadáveres y rodeando por los pelos la parte trasera de la autocaravana—. ¿De dónde demonios ha salido eso?
Emma corrió hacia su lado y contempló, incrédula, cómo la furgoneta seguía abriendo un camino en la masa de cuerpos en movimiento. Antes de que pudieran decir palabra apareció el camión penitenciario.
—Sígueles —consiguió decir Emma al fin.
Con el corazón desbocado y las manos temblorosas, Michael puso en marcha el motor e intentó que la autocaravana avanzase. A su alrededor, los cuerpos estaban reaccionando con una fuerza y una furia ominosas ante la actividad repentina. Algunos se tambalearon en pos de la furgoneta y del camión, los demás se dieron la vuelta y se bambolearon con rapidez hacia la autocaravana, porque el ruido súbito del motor había despertado su interés. La furgoneta se detuvo con un derrape a un centenar de metros por delante, y el camión, que en su momento había sido blanco, pero que estaba cubierto de barro marrón y empapado de sangre, unos metros más allá. Vieron a un hombre descolgarse por un lado del camión y empezar a gesticular con furia hacia la gente en la furgoneta. Estaba señalando hacia atrás, en dirección a la pendiente por la que acababan de aparecer. Se encendieron las luces de marcha atrás en la parte trasera de la furgoneta, y el vehículo cobró velocidad en dirección hacia la autocaravana, con el motor gimiendo y las ruedas esparciendo lodo, fluidos y carne putrefacta por el frío aire matinal. El conductor clavó los frenos cuando los dos vehículos se encontraron en paralelo. Había un hueco de menos de un metro entre ellos. Bajó la ventanilla y le gritó a Emma.
—¿Tienes sitio ahí dentro? —chilló Cooper.
Aún aturdida, Emma sólo asintió con la cabeza como respuesta.
—¿Cuántos sois?
—Sólo dos —tartamudeó.
—Uno de nuestros camiones se ha quedado en el bosque —le explicó a gritos el soldado—. Tengo que volver a por ellos. ¿Puedes acoger a mis pasajeros?
¿Quién era esa gente? Intentó deducir qué estaba ocurriendo antes de darse cuenta de que no tenía importancia. Esas personas eran supervivientes, los primeros que habían visto en semanas, y eso era todo lo que importaba.
—Hay una puerta lateral —le gritó, señalando hacia atrás—. La abriré.
Sin esperar respuesta, Emma corrió hacia la puerta y la abrió de golpe. Michael apareció a su lado e inmediatamente empezó a patear, empujar y golpear a la vasta suma de cadáveres muy descompuestos que se lanzaron sobre ellos. A un metro y medio de distancia se abrió la puerta trasera de la furgoneta. Cuatro personas saltaron al campo, resbalando y corriendo en la embarrada confusión. Emma extendió la mano, agarró a Donna y la ayudó a subir rápidamente mientras Michael seguía conteniendo a los muertos. Entre las dos mujeres subieron a los otros tres al interior y cerraron la puerta de golpe.
Jack cerró la puerta de la furgoneta y después vigiló a través de la ventanilla hasta que estuvo seguro que los otros estaban a salvo.
—Están dentro —le gritó a Cooper, que inmediatamente empezó a acelerar, derribando a más cuerpos.
El terreno, que ya era irregular, había sido removido por los numerosos vehículos militares que habían entrado y salido recientemente de la base, y la furgoneta tuvo dificultades para conseguir tracción. Las oleadas constantes de cuerpos hacían que fuera casi imposible para Cooper seguir adelante con un mínimo de seguridad. Redujo la marcha y se detuvo del todo, con las ruedas del vehículo girando para no ir a ningún sitio. El soldado levantó el pie de los pedales y dejó que el pesado vehículo rodara marcha atrás la corta distancia por la ligera pendiente.
—Nunca vamos a poder subir por ahí —comentó Jack, pasando por encima del asiento del pasajero y mirando la colina por la que habían bajado para llegar allí.
—Daremos la vuelta —replicó Cooper, mirando de izquierda a derecha para decidir qué lado de la colina iba a atacar.
Eligió el derecho y avanzó de nuevo. El suelo estaba ligeramente más nivelado y, para su alivio, los neumáticos consiguieron finalmente tracción y le permitieron aumentar un poco la velocidad. Siguió acelerando de forma continua, apartando a los cuerpos como si fueran muñecas de trapo en lugar de pasarles directamente por encima; fue incrementando gradualmente la velocidad hasta que le pareció suficiente para correr el riesgo de intentar de nuevo la subida. Jack se agarró a los lados de su asiento cuando Cooper giró a la izquierda y forzó a la furgoneta a atravesar el extremo más alejado de la multitud y subir de nuevo hasta la cima de la cresta. La velocidad se redujo y el motor gruñó a causa del esfuerzo hasta que alcanzaron el punto más alto de la subida.
—¡Maldita sea! —exclamó Jack cuando se nivelaron al otro lado y consiguieron velocidad en el llano. Se acercaron al camión penitenciario, que estaba tumbado de lado y rodeado de cadáveres—. ¡Qué desastre!
Cooper detuvo la furgoneta a poca distancia e intentó decidir un plan de ataque. El número de cuerpos que rodeaba ya el camión accidentado significaba que no podían arriesgarse a bajar e intentar un rescate a pie. Aunque la mayoría de los muertos seguían en el campo cerca de la entrada secreta de la base, atrapados allí por las pronunciadas ondulaciones del terreno, resultaba evidente que muchos más se habían congregado en los alrededores. La parte delantera del camión estaba oscurecida por una densa multitud de unos treinta cadáveres tambaleantes y violentos.
—¿Cómo demonios lo vamos a hacer? —preguntó Jack.
Cooper no contestó. En su lugar avanzó un poco, hizo girar la furgoneta en un arco cerrado y dio marcha atrás hacia la cabina volcada del camión. Distraídos por el ruido repentino del vehículo que se aproximaba, casi como si fueran uno solo, los cuerpos se dieron la vuelta y empezaron a tambalearse hacia ellos.
—Abre las puertas traseras —gritó mientras se inclinaba por la ventanilla y conducía la furgoneta marcha atrás.
Jack se levantó de su asiento y gateó hasta el extremo de la furgoneta. Abrió las puertas y saltó hacia atrás cuando la furgoneta penetró en la cabina del camión. Un cuerpo, atrapado por las piernas rotas, se balanceaba entre los dos vehículos, moviendo los brazos con furia. Antes de que Jack pudiera reaccionar, Cooper ya estaba a su lado. El soldado lanzó un único puñetazo a la criatura muerta, y la fuerza de su puño casi le arrancó la cabeza de los hombros.
La cabina del camión estaba volcada de lado, lo que dejaba a Cooper y a Jack el espacio justo para colarse por él y subir encima de la mole embarrancada.
—Los sacaremos por detrás y los subiremos arriba —explicó Cooper, limpiándose la mano derecha ensangrentada en la parte trasera de los pantalones—. Primero sacaremos a Paul y Croft.
Eligiendo con cuidado el sitio por miedo a causar más heridas a los dos hombres, Cooper levantó la bota y golpeó el centro del parabrisas agrietado. Ya debilitada, la ventanilla cedió con sólo unos pocos golpes. Baxter se inclinó hacia delante y vio el cuerpo ensangrentado de Paul Castle.
—Demasiado tarde para Paul —informó—, me parece que este pobre ya está listo.
Cooper asintió mientras intentaba soltar el cinturón de seguridad de Croft. Una vez libre, el cuerpo inconsciente del médico cayó en sus brazos. Sacó al médico herido de los restos del accidente y lo tendió con cuidado en la parte trasera de la furgoneta. La maldita ironía de todo esto, pensó Jack mientras lo miraba, era que el único superviviente que tenía los conocimientos médicos para tratar heridas como ésas era el que estaba tendido delante de él, medio muerto.
—Prepárate para ayudarles a entrar —le gritó Cooper a Jack mientras volvía a salir de la furgoneta y se subía encima del camión.
Se impulsó hacia arriba hasta la puerta del conductor, que estaba mirando hacia lo alto, y después recorrió toda la longitud del vehículo. Había una puerta casi a medio camino entre la parte delantera y la trasera. Tiró del pomo, pero no consiguió abrirla. Oía a las personas atrapadas dentro golpeando las paredes, desesperados por salir.
—Consígueme las llaves —le gritó a Baxter, que le estaba mirando impotente.
Este hizo lo que le había pedido, pasando a través de lo que quedaba del parabrisas destrozado y retorciendo el brazo alrededor de la columna de dirección hasta que, con los dedos extendidos, consiguió tocar las llaves. Desde ese ángulo extraño intentó sacarlas y lo consiguió, sólo para perderlas de nuevo. Aterrizaron en el charco de sangre coagulada alrededor del rostro sin vida y blanco como la nieve de Paul Castle. Con igual cantidad de repulsión, náuseas y tristeza, cerró los ojos y se inclinó hacia abajo para coger las llaves; luego las secó y las limpió en su chaqueta mientras las subía.
—Aquí —gritó mientras las lanzaba por el lateral del camión.
Cooper las cogió e inmediatamente se dejó caer de rodillas al lado de la puerta. Había muchas llaves en el manojo y tuvo que realizar varios intentos antes de encontrar la correcta. Al final el cierre hizo
clic
, la puerta se abrió hacia fuera y aparecieron los brazos, la cabeza y el cuerpo del primer superviviente, magullado y ensangrentado.
—Prepárate, Jack —chilló el soldado—, van de camino.
Se inclinó hacia abajo y tiró de una mujer de mediana edad, que no reconoció, para sacarla del camión. Ayudada por otros supervivientes que la empujaban desde dentro, pronto estuvo fuera.
—Dirígete hacia la furgoneta —le indicó Cooper mientras se estiraba hacia abajo a por la siguiente persona.
A cuatro patas, la mujer gateó hacia la parte delantera del camión. Mientras avanzaba miró hacia abajo a la multitud cada vez mayor de muertos que se arremolinaba a ambos lados. Sintiendo su incomodidad, Jack la animó a seguir adelante.