—Chedva.
—¿Qué significa? —dijo Andrea, también en un susurro.
—Es mi nombre.
Andrea exhaló una exclamación. Doc pudo sentir su sorpresa, y la abrazó fuerte. Sólo eran dos voces en la oscuridad.
—Tu nombre secreto.
—No lo repitas nunca en voz alta. Ahora eres la única que lo sabe.
—¿Y tus padres?
—Ellos ya no están.
—Lo siento.
—Mi madre murió cuando yo era niña, y mi padre hace trece años, en una cárcel del Negev.
—¿Por qué estaba allí?
—¿Seguro que quieres que te lo cuente? Es una mierda muy frustrante.
—Mi vida está llena de mierda frustrante, Doc. Sería agradable probar el sabor de la semana, para variar.
Hubo un silencio breve.
—Mi padre era un
katsa,
un agente especial del Mossad. Sólo existen unos treinta, y casi nadie dentro del Instituto llega a alcanzar ese rango. Yo misma llevo siete años dentro y soy
bat leveyha,
el grado inferior. Ya tengo treinta y seis años, así que no creo que me asciendan nunca. Mi padre, sin embargo, era
katsa
a los veintinueve. Trabajó muchos años fuera de Israel, y en 1983 afrontaba ya una de sus últimas operaciones. Vivió en Beirut varios meses.
—Tú no ibas con él, claro.
—Normalmente solía viajar con él cuando iba a Europa o América pero Beirut no era lugar para una niña. No era lugar para nadie, en realidad. Fue allí donde conoció al padre Fowler, que en aquella época tuvo que viajar al valle de la Bekaa para rescatar a tres misioneros. Mi padre le tenía mucho aprecio. Dice que lo que hizo para sacar a aquellos religiosos fue la acción más heroica que vio en su vida, y no mereció ni una línea en la prensa. Los religiosos dijeron simplemente que los habían soltado.
—Supongo que esa clase de trabajo no es amiga de la publicidad.
—No, no lo es. En el transcurso de su misión, mi padre se encontró con algo que no esperaba. Una información que indicaba que un grupo de terroristas islámicos tenían un camión cargado de explosivos y que querían atentar contra intereses norteamericanos. Mi padre avisó a su superior, que le respondió que si los americanos metían las narices en Líbano se merecían todo lo que les pasara.
—¿Y él intentó algo?
—Mi padre intentó avisar por su cuenta con una nota anónima a la embajada americana, pero sin el respaldo de una fuente fiable la nota fue ignorada. Al día siguiente la embajada voló por los aires y murieron 241 marines.
—Dios Santo.
—Mi padre regresó a Israel, pero aquella historia no había acabado. En la CIA se exigieron responsabilidades al Mossad, y alguien filtró el nombre de mi padre. Meses más tarde, cuando volvía a casa de un viaje a Alemania fue detenido en el aeropuerto. Los policías registraron su maleta y encontraron 200 gramos de plutonio 29 y pruebas de que pretendía venderlo al gobierno iraní. Con eso se podría haber fabricado una bomba nuclear mediana. Mi padre fue a la cárcel prácticamente sin juicio.
—Alguien había colocado las pruebas contra tu padre, ¿verdad?
—La CIA ya tenía su venganza. Enviaron un mensaje a través de mi padre a los operativos de todo el mundo: si os enteráis de algo así, aseguraos de que nos enteremos u os joderemos vivos.
—Oh, Doc. Tuviste que quedarte destrozada. Al menos tu padre sabía que tú lo apoyabas.
Hubo otro silencio, y este fue muy largo.
—Me avergüenza decirlo pero… durante varios años yo no creí en la inocencia de mi padre. Pensaba que simplemente se había cansado y quería ganar dinero. Estuvo completamente solo, dejado de lado por todos, incluso por mí.
Una manta espesa y caliente de culpa quedó flotando en el aire…
—¿Pudiste reconciliarte con él antes de morir?
—No.
… Y cayó de golpe sobre la doctora, que se echó a llorar.
—Dos meses después de su muerte, un informe
sodi beyoter,
altamente confidencial, fue desclasificado. Decía que mi padre era inocente, aportando las pruebas pertinentes que lo demostraban, empezando por la firma del plutonio, que pertenecía a Estados Unidos.
—Espera… ¿me estás diciendo que el Mossad lo supo desde el principio?
—Lo vendieron, Andrea. Para cubrir su cagada usaron la cabeza de mi padre. Contentaron a la CIA, y la vida siguió su curso. Excepto para aquellos doscientos cuarenta y un soldados muertos y para mi padre en su cárcel de máxima seguridad.
—Qué hijos de puta.
—Una semana después enterraron a mi padre en Gilot, al norte de Tel Aviv, un lugar donde se rinde tributo a los caídos en las guerras contra los árabes. Mi padre es el número 71 de los miembros del Mossad que está enterrado allí, con honores de héroe de guerra. Lo cual no borra el daño que me hicieron.
—No lo entiendo, Doc, de veras que no. ¿Por qué demonios comenzaste a trabajar para ellos, entonces?
—Por la misma razón por la que mi padre aguantó en prisión diez años. Porque Israel es lo primero.
—Otra loca igual que Fowler.
—Aún no me has contado cómo os conocisteis.
El tono de voz de Andrea se ensombreció. Aquel recuerdo no era precisamente agradable.
—En abril de 2005 yo había ido a Roma a cubrir la muerte del Papa. Por accidente llegó a mis manos una grabación en la que un asesino en serie afirmaba que había matado a dos de los cardenales que iban a participar en el Cónclave para elegir al sucesor de Juan Pablo II. El Vaticano intentó encubrirlo y yo acabé subida a un tejado luchando por mi vida. Digamos que Fowler evitó que me hiciese tortilla. Cargándose mi exclusiva por el camino.
—Tenías razón. Eso sí que fue una mierda muy frustrante.
Andrea nunca tuvo tiempo de replicar porque un sordo estruendo en el exterior las sobresaltó y agitó las paredes de la tienda.
—¿Qué ha sido eso?
—Por un momento me ha parecido… No, no puede ser —Doc se interrumpió a media frase, casi con miedo.
Un grito.
Otro.
Y luego muchos más.
—Vamos fuera —dijo Andrea alcanzando su ropa.
L
A
EXCAVACIÓN
Desierto de Al Mudawwara, Jordania
Domingo, 16 de julio de 2006. 01.41
Afuera, el caos.
—¡Traigan esos cubos!
—¡Lleven allí esos recipientes!
Jacob Russell y Mogens Dekker gritaban órdenes contradictorias en el centro de un río de barro que nacía de la cisterna de agua. Una gigantesca brecha en la parte de atrás del camión vomitaba el precioso líquido que se convertía en un barro pastoso y rojizo en cuanto tocaba el suelo.
Varios de los arqueólogos, Brian Hanley e incluso el padre Fowler, corrían de un lado para otro en ropa interior intentando formar una cadena con recipientes para salvaguardar la mayor cantidad posible de agua. Poco a poco el resto de atolondrados y adormilados miembros de la expedición se unían a la cadena.
Alguien —Andrea no supo con seguridad quién era, porque estaba completamente rebozado de barro hasta las cejas— intentaba levantar un dique de arena cerca de la tienda de Kayn, hacia la que el río de barro comenzaba a deslizarse peligrosamente. Hundía una y otra vez la pala en la arena, pero antes de darse cuenta estaba paleando barro, y desistió. Por suerte para el millonario el terreno era algo más elevado en su zona y no tuvo que abandonar su preciada reclusión.
Mientras, Andrea y Doc se habían unido a la cadena de las últimas, y eran las únicas completamente vestidas. Mientras pasaba hacia delante cubos vacíos y mandaba hacia atrás cubos llenos, la joven periodista era consciente de que lo que habían estado haciendo antes de la alarma condicionaba el que se hubiesen puesto toda la ropa antes de salir.
—¡Un soldador de acetileno! —gritaba Brian Hanley, al principio de la cadena, y la cadena lo repitió hacia atrás, como una letanía de salvación.
—¡No hay! —transmitió la cadena, a cuyo final se encontraba Robert Frick. Era muy consciente de que con un soldador y una placa grande de metal podría cerrarse la vía de agua, pero él no recordaba haber desempaquetado ninguno ni tenía tiempo de buscarlo. Tenía que almacenar toda el agua que estaban consiguiendo salvar, y no había recipientes suficientemente grandes.
Frick optó por los enormes cajones de metal en los que había viajado el equipo. Pasó un rato antes de que a alguien se le ocurriera que entre cuatro podían acercarlos a la vía de agua y recoger más cantidad. Finalmente entre los gemelos Gottlieb, María Jackson y Tommy Eichberg levantaron uno de los cajones, pero los últimos metros fueron imposibles. El terreno embarrado cedía bajo sus pies o tropezaban y apenas podían avanzar. Aun así consiguieron llenar dos de los contenedores antes de que la presión del agua empezase a perder fuerza.
—¡Se está vaciando! ¡Intentemos taparlo ahora!
Con el agua al nivel de la brecha fue posible colocar un improvisado tapón hecho con varios metros de lona impermeable. Habían sido necesarias tres personas para apretar lo suficientemente la lona para que formase un tapón, pero el agujero era tan grande y los bordes tan irregulares que solo sirvió para ralentizar la salida del líquido.
Media hora después, el balance era desolador.
—Creo que hemos logrado salvar unos 1.800 litros de los 33.000 que quedaban en el depósito —dijo Robert Frick, desolado, agotado y con manos temblorosas. El grueso del grupo estaba reunido en la plaza de tiendas. Frick, Russell, Dekker y Harel se hallaban de pie junto al destrozado camión cisterna.
—Ya no hay duchas para nadie, me temo —dijo Russell—. Tenemos agua para diez días, asignando siete litros por persona. ¿Será suficiente, doctora?
—Cada vez hace más calor. A mediodía estaremos a 43°. Siete litros es un suicidio para los que estén trabajando a pleno sol. Y eso contando con medio litro para higiene personal.
—Y olvidándonos de cocinar —dijo Frick, desolado. A él le encantaba comer sopa, y se veía viviendo a base de embutidos durante los próximos días.
—Nos arreglaremos —dijo Russell.
—¿Y si tardamos más de diez días en cumplir el objetivo de la misión, señor Russell? Deberíamos pedir suministros a Aqaba, señor. Dudo mucho de que eso comprometa el éxito de la misión.
—Doctora Harel, siento que se entere por mí, pero he sabido por la radio del barco que Israel está en guerra con Líbano desde hace cuatro días.
—Vaya. No lo sabía —mintió Harel.
—Todos los grupos radicales de la región están en pie de guerra. ¿Se imagina lo que pasaría si un comerciante local le comenta de pasada a quien no debe que ha vendido un cargamento de agua a unos americanos que están haciendo el loco en el desierto? De repente, el estar sin agua y los intrusos que mataron a Erling serían el menor de nuestros problemas.
—Lo entiendo —dijo Harel, que vio cómo su oportunidad de alejar a Andrea de la línea de fuego se esfumaba definitivamente—. Pero luego no se queje cuando empiecen las lipotimias.
—¡Joder! —dijo Russell, descargando su frustración a patadas contra las ruedas del camión. Harel apenas reconocía al asistente de Kayn, a quien veía cubierto de barro, con el pelo completamente despeinado y un rictus alterado en el rostro que no correspondía a su habitual imagen
la versión masculina de Bree Van de Kamp,
[21]
como dice Andrea
aseada y fría. Y era el primer taco que le oía decir.
—Yo sólo le aviso —se defendió Doc.
—¿Qué hay de usted, Dekker? ¿Tiene alguna idea de lo que ha ocurrido? —dijo el asistente de Kayn, volviéndose hacia el comandante sudafricano.
Dekker, que no había dicho una palabra desde que concluyó el pobre intento de salvamento del agua, estaba arrodillado junto a la parte trasera del camión cisterna. Miraba fijamente el enorme boquete en el metal.
—¿Señor Dekker? —repitió Russell, con impaciencia.
El gigantesco mercenario se irguió.
—Fíjense: un agujero circular en el centro. Eso es relativamente sencillo de conseguir. Pero de haber sido únicamente así, podíamos haberlo tapado con algo. —Señaló una línea irregular que atravesaba el orificio principal—. Esta línea, sin embargo, es mucho más compleja.
—¿A qué se refiere? —dijo Harel.
—El terrorista colocó una fina tira de explosivo que, combinada con la presión del agua, consiguió que los bordes de metal del tanque se curvasen hacia fuera, en lugar de hacia adentro. Ni siquiera si hubiéramos dispuesto de un soplete hubiésemos conseguido taparlo fácilmente. Es obra de un artista.
—Estupendo. El jodido Da Vinci de las bombas —dijo Russell, llevándose las manos a la cabeza.
Y van dos tacos,
pensó Harel.
A
RCHIVO
MP3
RECUPERADO
DE
LA
GRABADORA
DE
A
NDREA
O
TERO
POR
LA
P
OLICÍA
J
ORDANA
DEL
D
ESIERTO
TRAS
LA
DEBACLE
DE
LA
E
XPEDICIÓN
M
OISÉS
(…)
PREGUNTA
:
Profesor Forrester, hay algo que me intriga sobremanera y son los hechos presuntamente sobrenaturales asociados al Arca de la Alianza.