Contiene la respiración sorprendida y apoya la cabeza en mi hombro. Siento su corazoncito de tres años latiendo contra mi pecho, aleteando como una mariposa sobre mi blanco uniforme.
—Era un marciano
mu
simpático, el
señó
King. Se parecía a nosotros: nariz, boca, pelo en la cabeza... Pero a veces la gente se reía de él y, bueno, había algunos que eran
mu
malos con él.
Puedo crearme muchos problemas por contarle estas historias, sobre todo como se entere Mister Leefolt. Pero Mae Mobley sabe que son nuestros «cuentos secretos».
—¿Por qué, Aibi? ¿Por qué se portaban tan mal con él? —me pregunta.
—Porque era verde.
Esta mañana el teléfono de Miss Leefolt sonó un par de veces y en ninguna de las dos me dio tiempo a responder. La primera porque estaba persiguiendo a Chiquitina, que corría desnuda por el jardín, y la segunda porque me encontraba haciendo mis cosas en mi retrete de fuera. Como era de esperar, Miss Leefolt, que salió de cuentas hace ya tres (sí, ¡tres!) semanas, tampoco pudo contestar al teléfono. Pero no me esperaba que me echara la bronca por no llegar yo. ¡Leches! Debería haberlo sabido cuando me levanté esta mañana.
Anoche, estuve trabajando con Miss Skeeter en las historias hasta casi la medianoche. Estoy derrengada, pero acabamos el capítulo ocho, lo cual significa que sólo nos quedan cuatro para terminar. El 5 de enero es la fecha límite y no sé si vamos a tenerlo listo.
Ya estamos en el tercer miércoles de octubre, así que hoy toca partida de bridge en casa de Miss Leefolt. Todo ha cambiado desde que expulsaron a Miss Skeeter. Ahora vienen Miss Jeanie Caldwell, esa que le llama «cariño» a todo el mundo, y Miss Lou Anne, la que sustituyó a Miss Walter. Todas son muy educadas y serias, y se pasan las dos horas de la partida dándose coba las unas a las otras. Ya no resulta divertido escucharlas.
Estoy sirviendo el último té helado cuando, ding-dong, suena el timbre. Corro a la puerta para que Miss Leefolt vea que no soy tan lenta como ella dice.
Cuando abro, me quedo alelada ante la visión de un rosa tan chillón. Es la primera vez que veo a esta mujer, pero he oído hablar de ella a Minny tantas veces como para reconocerla al instante. ¿Qué otra persona en esta ciudad iba a meter unas tetas tan grandes en un jersey tan minúsculo?
—¡Hola! —saluda, humedeciendo sus labios llenos de pintalabios.
Alarga la mano hacia mí y pienso que me va a entregar algo. Me dispongo a agarrar lo que sea y... resulta que me da un ligero apretón de manos.
—Me llamo Celia Foote. Quería ver a Miss Elizabeth Leefolt, por favor.
Estoy tan ensimismada por todo ese rosa que me cuesta unos segundos darme cuenta de lo mal que esto puede terminar para mí, y para Minny. Ha pasado ya tiempo, pero la mentira que le contamos a esta mujer sigue ahí.
—Yo... esto... —le diría que no hay nadie en casa, pero la mesa de bridge está a apenas dos metros detrás de mí.
Me vuelvo y veo que las cuatro mujeres miran a la puerta con las bocas tan abiertas que se les podría colar una mosca. Miss Caldwell le dice algo al oído a Miss Hilly. Miss Leefolt se pone en pie con torpeza y fuerza una sonrisa.
—Hola, Celia —dice Miss Leefolt—. ¡Cuánto tiempo!
Miss Celia carraspea y dice en voz demasiado alta:
—Hola, Elizabeth. Pasaba a verte para... —parpadea al ver la mesa donde están las otras mujeres—. Pero no, os estoy interrumpiendo. Ya... vendré otro día.
—No, no. ¿Qué puedo hacer por ti? —dice Miss Leefolt.
Miss Celia toma aire y su pecho se hincha aún más en su ajustadísimo jersey rosa. Por un instante, creo que todas pensamos lo mismo: «¡A ver si esta mujer va a estallar como un globo!».
—Quería ofreceros mi ayuda para la Gala Benéfica de la Liga de Damas.
Miss Leefolt sonríe y dice:
—¡Ah! Bueno, yo...
—Se me da bastante bien confeccionar ramos de flores. Todo el mundo me lo decía en mi pueblo. Hasta mi criada me lo comentó, justo después de decir que era la peor cocinera que había visto en su vida. —Suelta una risita tonta mientras se me corta la respiración al oír la palabra «criada». La mujer recupera la compostura y añade—: También puedo hacer otras cosas, como enviar invitaciones, pegar sellos...
Miss Hilly se levanta de la mesa, se acerca un poco y dice:
—No necesitamos ayuda, pero nos encantaría que Johnny y tú asistierais a la gala, Celia.
Miss Celia sonríe y pone una cara de agradecimiento tan sincero que partiría el corazón a cualquiera... que tenga corazón.
—Oh, gracias. Iremos encantados.
—Es un viernes, el 29 de noviembre en...
—... el hotel Robert E. Lee —termina la frase Miss Celia—. Ya lo sabía.
—Podemos venderte alguna entrada. Johnny vendrá contigo, ¿verdad? Tráele unas entradas, Elizabeth.
—Si hay algo en lo que pueda ayudaros...
—No, no hace falta —dice Hilly sonriendo—. Lo tenemos todo ya organizado.
Miss Leefolt llega con un sobre. Saca un par de entradas, pero Miss Hilly le quita el sobre de las manos.
—Ya que estás aquí, Celia, ¿por qué no compras entradas para tus amigos?
Miss Celia se queda helada por un segundo.
—Oh, vale —responde.
—¿Qué tal diez? Para ti, Johnny y ocho amigos. Así podréis tener una mesa para vosotros solos.
Miss Celia sonríe de manera tan forzada que empieza a temblar.
—Creo que con dos bastará.
Miss Hilly saca dos entradas y le devuelve el sobre a Miss Leefolt, que se retira a guardarlo.
—Espera que saque la chequera. ¡Por suerte la metí en el bolso esta mañana! Es que Minny, mi criada, me pidió que le trajera un hueso de jamón de la ciudad.
Mientras Miss Celia intenta garabatear como puede el cheque apoyándolo en la rodilla, yo permanezco petrificada, pidiendo a Dios que Miss Hilly no se haya dado cuenta de lo que esta mujer acaba de decir. Por fin, le pasa el cheque, pero Miss Hilly está con el ceño fruncido, pensando.
—Perdona... ¿Cómo has dicho que se llama tu criada?
—Minny Jackson. ¡Ay! ¡Carajo! —Miss Celia se tapa la boca con la mano—. Le prometí a Elizabeth que nunca diría que ella me la recomendó, y ya estoy yéndome de la lengua.
—Elizabeth... ¿te recomendó a Minny Jackson?
Miss Leefolt regresa del dormitorio.
—Aibileen, la niña se ha despertado. Ve a verla ahora mismo, que no soy capaz de levantar un alfiler del suelo con este dolor de espalda.
A toda prisa, voy al cuarto de Mae Mobley, pero en cuanto me asomo a su puerta veo que Chiquitina se ha vuelto a dormir. Regreso corriendo al comedor y llego justo cuando Miss Hilly está cerrando la puerta.
Miss Hilly se sienta, con cara de estar más feliz que unas castañuelas.
—Aibileen —dice Miss Leefolt—, puedes empezar a servir las ensaladas, estamos esperando.
Voy a la cocina. Cuando regreso al comedor, los platos que llevo en la bandeja tiemblan casi tanto como mis dientes.
—... la que robó toda la plata de tu madre y...
—... pensaba que todo el mundo en esta ciudad sabía que esa negra era una ladrona...
—... nunca jamás se me ocurriría recomendar...
—... ¿habéis visto qué ropa llevaba? Pero ¿quién se habrá...?
—Pienso enterarme de qué está pasando, aunque pierda la vida en el intento —dice Miss Hilly.
Minny
Mientras espero a que Miss Celia regrese a casa, no hago más que fregar en la cocina. He hecho jirones el trapo de tanto estrujarlo. Esa loca se levantó esta mañana, se embutió en el jersey rosa más ajustado que encontró en su armario, lo cual no es moco de pavo, y exclamó:
—Minny, he decidido que voy a pasarme por casa de Elizabeth Leefolt, así que me marcho ahora mismo, antes de que me entren las dudas otra vez.
Y se largó en su auto Bel Aire descapotable con la falda pillada por la puerta.
Me he pasado toda la mañana temblando como un flan hasta que sonó el teléfono. Era Aibileen, que tenía un ataque de hipo de lo nerviosa que estaba. Miss Celia no sólo les había contado a las otras que Minny Jackson servía en su casa, sino que además dijo que Miss Leefolt «me recomendó». Aibileen no había podido enterarse de más. Esas cotorras no tardarán ni cinco minutos en descubrirlo todo.
Así que, ahora, sólo me queda esperar, esperar a ver lo siguiente: uno, si despiden a la mejor amiga que tengo en el mundo por haberme conseguido un trabajo; dos, si Miss Hilly le contó a Miss Celia esas mentiras de que soy una ladrona; dos y medio, si Miss Hilly le explicó a Miss Celia lo que le hice para vengarme de esos embustes. No me arrepiento de la terrible trastada que le hice, pero ahora que Miss Hilly se las ha arreglado para que su criada se pudra en la cárcel, no quiero ni imaginarme lo que me podría hacer a mí.
El coche de Miss Celia no aparece hasta las cuatro y diez, una hora después de que haya terminado mi trabajo. La mujer se acerca sonriente hacia la casa, como si tuviera algo que contarme. Me subo las medias, nerviosa.
—¡Minny! ¿Qué haces aquí tan tarde? —me grita.
—¿Qué ha pasado en casa de Miss Leefolt? —le pregunto sin andarme con rodeos, pues necesito saber la verdad.
—¡Vete, por favor! Johnny puede llegar en cualquier momento —dice, empujándome hacia el cuarto de baño donde guardo mis cosas—. Mañana te lo cuento todo.
Por primera vez desde que trabajo aquí, no me apetece marcharme a mi casa. Quiero escuchar lo que Miss Hilly ha dicho sobre mí. Si alguien te cuenta que tu criada es una ladrona es como si te dijeran que el profesor de tus hijos es un sobón. No le concedes el beneficio de la duda, la mandas al infierno a las primeras de cambio.
Pero Miss Celia no va a contarme nada. Me echa de casa para poder seguir con su pantomima, tan retorcida como una enredadera. Mister Johnny ya sabe que trabajo aquí; Miss Celia sabe que su marido lo sabe, pero Mister Johnny no sabe que Miss Celia sabe que él lo sabe. Y gracias a esta ridícula situación, tengo que marcharme a las cuatro y diez, consciente de que me pasaré toda la noche sin dormir pensando en Miss Hilly.
Al día siguiente, al salir hacia el trabajo, suena el teléfono de mi casa. Es Aibileen.
—He
llamao
a la pobre Fanny esta mañana porque sé que te habrás
pasao toa
la noche dándole vueltas. —La «pobre» Fanny es la nueva criada de Miss Hilly, aunque deberíamos llamarle la «idiota de Fanny» por aceptar trabajar para esa mujer—. Ha oído que Miss Leefolt y Miss Hilly creen que fuiste tú la que se inventó
to
esto de la recomendación
pa
que Miss Celia te diera el trabajo.
¡Buff!, respiro aliviada.
—Me alegro de que no
t'hayan metío
en medio —digo—, aunque ahora Miss Hilly andará diciendo de mí que, además de ladrona, soy una mentirosa.
—No te preocupes por mí —dice Aibileen—. Lo que
tiés
que
hacé
es
evitá
que Miss Hilly hable con la bocazas de tu jefa.
Cuando llego al trabajo, Miss Celia sale por la puerta. Se va de compras a buscar un vestido para la Gala Benéfica del mes que viene.
Dice que quiere ser la primera en llegar a la tienda. Las cosas ya no son como cuando estaba preñada, ahora no hay forma de que se pase un minuto en casa.
Salgo al patio trasero y quito el polvo a las sillas del jardín. Los pájaros escapan volando en desbandada cuando me ven, haciendo vibrar al arbusto de las camelias. Miss Celia siempre me insiste para que recoja las flores que se caen y las ponga en casa, pero ya me conozco yo las camelias, ya. Te traes un ramo a casa, pensando que están frescas, y en cuanto te acercas a olerlas te das cuenta de que acabas de meter en tu hogar a un ejército de ácaros.
Oigo el ruido de un palo al partirse detrás de los arbustos, y luego otro. Me quedo helada y un escalofrío me recorre la espalda. Estamos en mitad de ninguna parte, nadie oiría mis gritos en kilómetros a la redonda. Afino el oído, pero no me llega nada. Me imagino que serán recuerdos de la antigua aprensión que tenía porque Mister Johnny me descubriera. O igual estoy paranoica porque anoche estuve trabajando con Miss Skeeter en el libro. Siempre que hablo con esa mujer me pongo de los nervios.
Finalmente, sigo limpiando las sillas de la piscina, recogiendo del césped las revistas de cine de Miss Celia y los pañuelos que esa marrana deja tirados por el jardín. De repente, suena el teléfono en la casa. Se supone que no tengo que contestar al teléfono mientras Miss Celia siga guardando el gran secreto de mi existencia a Mister Johnny. Pero ahora ella no está en casa, y podría ser Aibileen con noticias. Vuelvo al interior y cierro la puerta.
—Residencia de Miss Celia.
Dios, espero que no sea la propia Miss Celia la que llama.
—Hilly Holbrook al aparato. ¿Con quién hablo?
El corazón se me detiene. Durante cinco segundos, me convierto en un cuerpo vacío, sin sangre en las venas.
Bajo la voz e intento que suene ronca para parecer otra persona.
—Soy Doreena, la criada de Miss Celia.
¿Doreena? ¿Por qué habré utilizado el nombre de mi hermana?
—¿Doreena? Creía que la sirvienta de Miss Foote se llamaba Minny Jackson.
—Minny... dejó el trabajo.
—¿De verdad? Pásame a Miss Foote.
—Está... de viaje. En la costa, por...
Mi cerebro pedalea a mil por hora intentando inventar más detalles.
—¿Cuándo volverá?
—Dentro de unos cuantos días.
—Bueno, cuando llegue, dile que he llamado. Soy Hilly Holbrook, de Emerson. Mi número es seis, ocho, cuatro, cero. ¿Entendido?
—Sí, señorita. Se lo diré.
Dentro de cien años, maldita bruja.
Me aferró al borde de la encimera, esperando a que el corazón me vuelva a latir con normalidad. No me preocupa que Miss Hilly me encuentre. A ver, con sólo consultar la guía de teléfonos y buscar Minny Jackson en Tick Road podría conseguir mi dirección. Tampoco me importan los embustes que cuente sobre mí, podría explicarle a Miss Celia lo que pasó, decirle que no soy ninguna ladrona e igual hasta me cree. Lo que lo estropea todo es la terrible trastada.
Cuatro horas más tarde Miss Celia aparece cargada con cinco cajas apiladas una encima de la otra. La ayudo a llevarlas hasta el dormitorio y me quedo quieta detrás de la puerta para escuchar si empieza a llamar a las mujeres de la Liga de Damas, como de costumbre. En efecto, oigo que levanta el auricular, pero al instante cuelga. La muy idiota sigue con su manía de comprobar si hay línea por si alguien la llamase.