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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

Cuentos completos (401 page)

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Alexander el dios (1989)

“Alexander the God”

Alexander Hoskins se interesó más seriamente en las computadoras a la edad de catorce años, y rápidamente se dio cuenta de que no estaba interesado en nada más.

Sus maestros lo animaban y lo excusaban de asistir a otras clases para que se pudiera concentrar en su afición. Su padre, que trabajaba para IBM, también lo animaba, le consiguió algún equipo necesario y le explicó algunos puntos espinosos.

Alexander construyó su propia computadora en una habitación encima de la cochera, la programó y reprogramó, y a la edad de dieciséis años ya no podía encontrar un libro que le dijera algo que no supiera acerca de computadoras. Tampoco podía encontrar un libro que tratara alguna de las cosas que había descubierto por sí mismo.

Lo pensó profundamente y decidió no decirle a su padre acerca de algunas de las cosas que su computadora podía hacer. El muchacho ya se había dado cuenta de que el gran conquistador de la antigüedad había sido Alejandro el Grande, y Alexander sentía que su propio nombre no era un accidente.

Alexander estaba particularmente interesado en la memoria de la computadora y desarrolló sistemas para concentrar datos en volumen… mucha información en pequeño volumen. Con cada avance, comprimía más y más información en menor y menor volumen.

Solemnemente, había denominado a su computadora como Bucéfalo, por el confiable caballo de Alejandro el Grande, el que lo había llevado a través de todas sus triunfantes batallas.

Había computadoras que podían aceptar órdenes habladas y dar respuestas habladas, pero ninguna podía hacerlo tan bien como Bucéfalo. También había computadoras que podían leer y guardar la palabra escrita, pero ninguna tan bien como Bucéfalo. Alexander la probó haciéndole leer a Bucéfalo toda la
Enciclopedia Británica
, y almacenarla toda en su memoria.

Para cuando tenía dieciocho años, Alexander había establecido un negocio de administración de información, para estudiantes y pequeños empresarios, y se había vuelto autosuficiente. Se mudó a su propio apartamento en la ciudad y fue, desde ese momento, independiente de sus padres.

En su propio apartamento podía quitarse los auriculares. Con privacidad, podía hablarle a Bucéfalo de manera abierta, aunque ajustaba cuidadosamente la voz de la computadora a baja intensidad. No quería que los vecinos se preguntaran quién estaba en el apartamento con él.

—Bucéfalo —dijo—, Alejandro el Grande había conquistado el mundo antiguo a la edad de treinta años. Quiero hacer lo mismo. Eso me deja doce años más.

Bucéfalo sabía todo acerca de Alejandro el grande, ya que la
Enciclopedia
le había provisto todos los detalles.

—Alejandro el Grande —dijo— era el hijo del Rey de Macedonia, y cuando tenía tu edad condujo la caballería de su padre hacia la victoria en la gran batalla de Caeronea.

—No, no —dijo Alexander—. No estoy hablando de batallas, ni pelotones, ni de ese tipo de cosas. Quiero conquistar el mundo haciéndome dueño de él.

—¿Cómo podrías hacerte dueño de él, Alexander?

—Tú y yo, Bucéfalo —dijo Alexander— vamos a estudiar el mercado bursátil.

El
New York Times
, desde hacía ya tiempo, había pasado todos sus registros microfilmados a computadoras, y para Alexander no era una tarea difícil acceder a esa información.

Durante días, semanas y meses, Bucéfalo transfirió más de un siglo de información bursátil a sus propios bancos de memoria… todas las cotizaciones, todas las acciones vendidas día por día, las subidas y las bajadas, e incluso las noticias al respecto en las páginas financieras. Alexander se vio forzado a extender los circuitos de memoria de la computadora, y a idear un nuevo y atrevido sistema de recuperación de la información. No muy convencido, vendió una versión simplificada de uno de los circuitos que había desarrollado a la IBM y de esa manera se volvió bastante pudiente. Compró el apartamento vecino en el que podía comer y dormir. El primero fue asignado completamente a Bucéfalo.

Cuando tuvo veinte años, Alexander sintió que estaba listo para comenzar su campaña.

—Bucéfalo —dijo—, yo estoy listo, y también lo estás tú. Sabes todo lo que hay que saber acerca del negocio bursátil. Tienes en tu memoria cada transacción y cada evento, y lo tienes todo actualizado, al segundo, porque estás conectado a la computadora del New York Stock Exchange, y pronto te conectarás con los mercados de Londres, Tokio, y de todas partes.

—Sí, Alexander —dijo Bucéfalo—, pero, ¿qué deseas que haga con toda esa información?

—Estoy seguro —dijo Alexander, con sus ojos brillando con determinación férrea—, de que los valores y fluctuaciones del Mercado no son aleatorios. Siento que nada lo es. Debes revisar toda la información, estudiar todos los valores, y todos los cambios en los valores, y todas las tasas de variación en los valores, hasta que puedas analizarlos en ciclos, y combinaciones de ciclos.

—¿Te refieres a un análisis de Fourier? —preguntó Bucéfalo.

—Explícame.

Bucéfalo le mostró un impreso de la
Enciclopedia
, junto con suplementos de otra información de sus bancos de memoria.

Alexander los miró brevemente.

—Sí —dijo—, ese tipo de cosa.

—¿Con qué objeto, Alexander?

—Una vez que tengas los ciclos, Bucéfalo, serás capaz de predecir el curso de las cotizaciones durante el día siguiente, o la semana, o el mes, de acuerdo con el ritmo de los ciclos, y serás capaz de dirigir mis inversiones. Rápidamente me haré rico. También me dirigirás en cómo ocultar mis propias participaciones, de modo que el mundo no sepa cuán rico soy, o quién es el que tiene tanta influencia en los eventos mundiales.

—¿Con qué objeto, Alexander?

—De modo que cuando sea suficientemente rico, cuando controle las instituciones financieras de la Tierra, su comercio, sus negocios, sus recursos, habré hecho realidad lo que Alejandro el Grande logró sólo parcialmente. Seré Alejandro el Realmente Grande —Sus ojos brillaron con deleite ante el pensamiento.

Cuando Alexander tenía veintidós años, se sentía satisfecho de que Bucéfalo hubiera resuelto los complicados grupos de ciclos que servirían para predecir el comportamiento del mercado bursátil.

Bucéfalo estaba menos seguro.

—Como agregado a los ciclos naturales que controlan tales cosas —dijo—, también existen eventos impredecibles en el mundo de la política y en los asuntos internacionales. Hay cambios impredecibles de clima, enfermedades, y avances científicos.

—En absoluto, Bucéfalo —dijo Alexander—. Todas esas cosas también se dan en ciclos. Estudiarás las columnas de noticias en general del
New York Times
y las absorberás para permitirte tener en cuenta estos eventos supuestamente impredecibles. Entonces, verás que son previsibles. Otros periódicos, locales y extranjeros, estarán a tu disposición para el estudio. Todos están microfilmados y computarizados, y podemos retroceder un siglo o más. Además, no tienes que ser completamente exacto. Si aciertas el ochenta y cinco por ciento de las veces, por ahora será suficiente.

Y así fue. Cuando Bucéfalo sintió que la Bolsa subiría, o que bajaría, invariablemente tenía razón. Cuando señalaba algunas acciones en particular que estaban destinadas a alzas o bajas a largo plazo, casi siempre tenía razón.

Para cuando Alexander tuvo veinticuatro años había acumulado cinco millones de dólares, y sus ingresos diarios habían ascendido a varias decenas de miles. Además, sus libros eran tan complicados y el dinero tan blanqueado que se necesitaría de otra computadora como Bucéfalo para seguirle el rastro, y obligar a Alexander a pagar algo más que una bicoca al fisco.

Tampoco era difícil. Bucéfalo había cargado en su memoria todos los reglamentos impositivos, así como una veintena de libros de texto sobre la administración de corporaciones. Gracias a Bucéfalo, Alexander controlaba una docena de corporaciones sin que ninguna señal de control fuera visible.

—¿Eres suficientemente rico, Alexander? —dijo Bucéfalo.

—Estás bromeando —dijo Alexander—. Todavía soy un pichón financiero, un bateador de ligas menores. Cuando sea multimillonario, seré una potencia en el grupo financiero, pero aún seré uno entre un puñado. Sólo cuando sea tetramillonario seré capaz de controlar a los gobiernos, y obligarlos a hacer mi voluntad. Y sólo me quedan seis años.

La comprensión de Bucéfalo del mercado bursátil, y de los movimientos mundiales, crecía cada año. Sus consejos seguían siendo siempre útiles, y su capacidad de tejer tentáculos financieros a través de los centros del poder mundial mantenía su destreza.

Pero también se hacía más dubitativo.

—Puede haber algún problema, Alexander —decía.

—Tonterías —decía Alexander—. Alejandro el Realmente Grande no puede ser detenido.

Para cuando Alexander tenía veintiséis fue multimillonario. Ahora, todo el edificio de apartamentos era suyo, y dedicado a Bucéfalo y a las extensiones de su enorme memoria. Los tentáculos de Bucéfalo se extendían de manera invisible hacia todas las computadoras del mundo. Suavemente, con gentileza, todas respondían a la voluntad de Alexander, expresado a través de Bucéfalo.

—Cada vez se hace más difícil, Alexander —dijo Bucéfalo—. Mis estimaciones acerca del desarrollo futuro no son tan buenas como las anteriores.

—Estás manejando más y más variables —dijo Alexander, impaciente—. No hay nada de qué preocuparse. Duplicaré tu complejidad, y la volveré a duplicar.

—No es complejidad lo que se necesita —dijo Bucéfalo—. Todos los ciclos que he descubierto, en complejidad creciente, predicen el futuro al detalle fino sólo porque las cosas que suceden ahora son las mismas que sucedieron en el pasado, de modo que la respuesta es la misma. Si algo completamente nuevo sucede, los ciclos fallarán…

—No hay nada nuevo bajo el sol —dijo Alexander, perentoriamente—. Repasa la historia que sólo hay cambios en los detalles. Conquistaré el mundo, pero sólo soy un conquistador más en la larga línea que viene de Sargon de Agade. El desarrollo de una sociedad de alta tecnología repite ciertos avances de la China medieval, y en los reinos Helénicos antiguos. La Muerte Negra fue una repetición de las primeras plagas en tiempos de Marco Aurelio, y de Pericles. Incluso la devastación de las guerras de las naciones del siglo veinte repiten las devastaciones de las guerras de religión de los siglos dieciséis y diecisiete. Las diferencias de detalles pueden considerarse; en todo caso, te ordeno continuar, y debes obedecer mis órdenes.

—Sí, debo hacerlo —dijo Bucéfalo.

Cuando Alexander tuvo veintiocho años era el hombre más rico que jamás hubiera vivido, con activos que ni siquiera Bucéfalo podía estimar aproximadamente. Con seguridad sobrepasaban cientos de miles de millones, y su ingreso diario llegaba a decenas de millones.

Ninguna nación era ya verdaderamente independiente, y en ningún lugar un grupo considerable de seres humanos podía iniciar una acción que incomodara a Alexander.

Había paz en el mundo porque Alexander no deseaba que ninguna de sus propiedades fuera destruida. Había en el mundo un orden firme, porque Alexander no deseaba ser molestado. Por la misma razón, no había libertad. Todo debía hacerse exactamente como lo deseaba Alexander.

—Casi he llegado, Bucéfalo —dijo Alexander—. En dos años más, estará más allá del poder de cualquier ser humano el incomodarme. Entonces me daré a conocer, y toda la ciencia humana se inclinará a una tarea, y sólo una tarea, la de hacerme inmortal. Ya no seré siquiera Alejandro el Realmente Grande. Me convertiré en Alejandro el Dios, y todos los seres humanos me venerarán.

—Pero ya he llegado tan lejos como podía —dijo Bucéfalo—. Ya no soy capaz de protegerte de las vicisitudes del azar.

—No puede ser, Bucéfalo —dijo Alexander, impaciente—. No te acobardes. Sopesa todas las variables y haz los arreglos para verter en mis manos lo que sea que aún exista de la riqueza de la Tierra.

—No creo que pueda, Alexander —dijo Bucéfalo—. He descubierto un factor en la historia humana que no puedo evaluar. Es algo completamente nuevo que no encaja con ninguno de los ciclos.

—No puede haber nada nuevo —dijo Alexander, ahora furioso—. No vaciles. Te ordeno continuar.

—Entonces, como quieras —dijo Bucéfalo, con un suspiro notoriamente humano.

Alexander sabía que Bucéfalo estaba esforzándose mucho en esta última tarea, la más grande, y tenía confianza de que en cualquier momento sería cumplida. El mundo sería entonces completamente suyo, y por toda la eternidad.

—¿Qué es eso nuevo? —preguntó con una pizca de curiosidad.

—Yo mismo —dijo Bucéfalo, en un susurro—. Nada como yo ha existido ant…

Y antes de que terminara de decir la última sílaba, Bucéfalo se oscureció mientras cada uno de los chips y circuitos dentro de él se fundió como resultado de su poderoso esfuerzo para incluirse a sí mismo como parte de la historia. En el caos económico y financiero que sobrevino, Alexander fue aniquilado.

La Tierra recuperó su libertad… lo que significó, por supuesto, que hubiera una cierta cantidad de desorden aquí y allí, pero la mayoría de las personas lo consideraban un pequeño precio a pagar.

La sonrisa del cyborg (1989)

“The Smile of the Chipper”

Johnson estaba rememorando del modo en que lo hacen los viejos y me habían advertido de que hablaría acerca de los cyborg —esas personas que cruzaron velozmente la escena de los negocios a comienzos de este siglo XXI nuestro—. Aun así, había tomado una buena comida a su cargo y estaba listo para escuchar.

Y, como sucedió, fue la primera palabra que salió de su boca.

—Los Cyborg —dijo— no estaban regulados en aquellos días. Hoy en día, su empleo está tan controlado que nadie puede obtener ningún beneficio de ellos, pero hace un tiempo… Uno de ellos hizo a esta compañía el negocio de diez mil millones de dólares que ahora es. Yo lo elegí, ¿sabe?

—Me dijeron que no duraron mucho —dije.

—No en esos días. Se extinguieron. Cuando uno agrega microchips en puntos clave del sistema nervioso, luego, en diez años a lo sumo, el cableado se funde, por así decirlo. Luego se retiraron… —una pequeña laguna— conformes, ¿sabe?

—Me extraña que alguien se sometiera a eso.

—Bueno, los idealistas estaban horrorizados, por supuesto, y es por eso que llegó la regulación, pero no fue tan malo para los cyborg. Sólo ciertas personas podían hacer uso de los microchips —cerca del ochenta por ciento de ellos eran varones, por alguna razón— y, para el tiempo en que estuvieron activos, vivieron vidas de magnates navieros. Después de eso, siempre recibieron el mejor de los cuidados… no diferente del que recibían los atletas de primera línea, después de todo; diez años de vida joven activa, y luego el retiro.

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