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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

Cuentos completos (404 page)

BOOK: Cuentos completos
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Tan breve fue el intervalo entre la partida y el regreso que bien podíamos haber pensado que no se había marchado, pero no había duda sobre ellos. La máquina estaba deteriorada por completo. Sencillamente se había marchitado.

Tampoco Archie, cuando salió de la máquina, tenía mucho mejor aspecto. No era el mismo Archie que se había metido en aquella máquina. Había un todo deteriorado a su alrededor, embotamiento en sus acabados, una ligera desigualdad en su superficie donde podía haber sufrido colisiones, una extraña actitud en la forma en que miraba en torno como si estuviese volviendo a vivir una escena casi olvidada. Dudo que hubiese allí una sola persona que pensase por un momento que Archie no había estado ausente por un largo intervalo de tiempo, desde el punto de vista de su propia sensación.

De hecho, la primera pregunta que se le hizo fue:

—¿Cuánto tiempo has estado fuera?

Archie dijo:

—Cinco años, señor. Había un intervalo de tiempo mencionado en mis instrucciones y quería hacer un trabajo concienzudo.

—Bien, esto es un hecho esperanzador —dijo un Temporalista—. Si el mundo hubiese estado destruido por completo, sin duda no le habrían hecho falta cinco años para advertir este hecho.

Y, sin embargo, ninguno de ellos se atrevía a decir: ¿bien, Archie, estaba la Tierra completamente destruida?

Esperaron a que hablase él, y por un instante, también él esperó, por cortesía robótica, a que ellos preguntasen. No obstante, al cabo de un momento, la necesidad de Archie de obedecer órdenes, informando de sus observaciones, superó lo que hubiese en sus circuitos positrónicos que le obligaba a ser cortés.

Archie dijo:

—Todo estaba bien en la Tierra del futuro. La estructura social estaba intacta y funcionaba bien.

—¿Intacta y funcionando bien? —intervino un Temporalista, comportándose como si estuviese asombrado de una idea tan herética—. ¿En todas partes?

—La mayoría de los habitantes del mundo fueron amables. Me llevaron a todos los rincones del globo. Todo era próspero y apacible.

Los Temporalistas se miraron los unos a los otros. Les parecía más fácil creer que Archie estuviese equivocado, o confundido, que el hecho de que la Tierra del futuro fuese próspera y estuviese en paz. Yo siempre había tenido la impresión de que, a pesar de las afirmaciones optimistas sobre lo contrario, se tomaba casi como un articulo de fe que la Tierra estaba en un punto de destrucción social, económica y, tal vez, incluso física.

Empezaron a interrogarlo en serio. Uno gritó:

—¿Y los bosques? Casi han desaparecido.

—Había un proyecto monstruo —dijo Archie—, para la repoblación forestal del campo, señor. El estado salvaje ha sido restablecido allí donde era posible. Se han utilizado con imaginación ingenierías genéticas para restablecer la fauna de especies afines que vivían en zoos o como animales de compañía. La contaminación es una cosa del pasado. El mundo del 2230 es un mundo de paz natural y belleza.

—¿Estás seguro de todo esto? —preguntó un Temporalista.

—No hay sitio en la Tierra que se me haya mantenido en secreto. Me enseñaron todo lo que yo pedí.

Otro Temporalista dijo, con repentina severidad:

—Archie, escúchame. Puede ser que hayas visto una Tierra arruinada, pero dudas en decírnoslo por miedo a que caigamos en la desesperación o lleguemos al suicidio. En tu afán por no herirnos, puedes estar mintiéndonos. Esto no debe suceder, Archie. Debes decirnos la verdad.

Archie dijo, tranquilamente:

—Les estoy diciendo la verdad, señor. Si estuviese mintiendo, fuese cual fuese el motivo para ello, mis potenciales positrónicos estarían en un estado anómalo. Esto puede ser comprobado.

—En esto tienes razón —murmuró un Temporalista.

Fue examinado allí mismo. Mientras esto era llevado a cabo, no se le permitió añadir una palabra más. Yo observaba con interés cómo los potenciómetros registraban sus descubrimientos, que fueron a continuación analizados por computadora. No había duda. Archie estaba completamente normal. No podía estar mintiendo.

Después, siguieron interrogándolo.

—¿Y las ciudades?

—No hay ciudades como las nuestras, señor. La vida está mucho más descentralizada en el 2230 que con nosotros, en el sentido de que no hay grandes y concentrados grupos de Humanidad. Por otra parte, hay una red de comunicación tan intrincada que la Humanidad es todo un grupo suelto, por decirlo de alguna forma.

—¿Y el espacio? ¿Se ha reanudado la exploración del espacio?

Archie dijo:

—La Luna está bastante bien desarrollada, señor. Es un mundo habitado. Hay centros espaciales en órbita alrededor de la Tierra y alrededor de Marte. Se están construyendo centros en el cinturón de asteroides.

—¿Te contaron todo esto? —preguntó un Temporalista, incrédulo.

—No se trata de una cuestión de rumores, señor. He estado en el espacio. Me quedé en la Luna dos meses. Viví en un centro espacial alrededor de Marte durante un mes, y visité tanto Fobos como el propio Marte. Existe cierta duda en cuanto a la colonización de Marte. Según ciertas opiniones habría que sembrarlo de formas inferiores de vida y dejarlo evolucionar sin la intervención de los terrestres. El cinturón de asteroides en efecto no lo visité.

Un Temporalista dijo:

—¿Por qué supones tú que han sido tan amables contigo, Archie? ¿Tan colaboradores?

—Tuve la impresión, señor —dijo Archie—, de que tenían alguna idea de mi posible llegada. Un rumor distante. Una vaga creencia. Parecía que me hubiesen estado esperando.

—¿Te dijeron ellos que habían esperado tu llegada? ¿Dijeron que estaban informados de que te habíamos enviado hacia delante en el tiempo?

—No, señor.

—¿Se lo preguntaste?

—Sí, señor. Era descortés hacerlo pero había recibido la orden de observar atentamente todo lo que pudiese, por lo tanto tuve que preguntarles; pero ellos se negaron a contármelo.

Intervino otro Temporalista:

—¿Hubo muchas otras cosas que se negaron a contarte?

—Muchas, señor.

En este punto un Temporalista se frotó la barbilla pensativamente y dijo:

—En ese caso debe de haber algo que no va en todo esto. ¿Cuál es la población de la Tierra en el 2230, Archie? ¿Te lo dijeron?

—Sí, señor, se lo pregunté. En la Tierra del 2230 hay justo algo menos de mil millones de personas. Hay 150 millones en el espacio. La cifra de la Tierra es estable. La del espacio está creciendo.

—Ah —dijo un Temporalista—, pero ahora hay casi diez mil millones de personas en la Tierra, con la mitad de ellas en estado de grave miseria. ¿Cómo se las ha arreglado esta gente del futuro para deshacerse de casi nueve mil?

—Se lo pregunté, señor… Dijeron que hubo un período lamentable.

—¿Un período lamentable?

—Sí, señor.

—¿En qué sentido?

—No me lo dijeron, señor. Simplemente dijeron que hubo un período lamentable y que no dirían nada más.

Un Temporalista que era de origen africano dijo fríamente:

—¿Qué tipo de personas viste en el 2230?

—¿Qué tipo, señor?

—¿Color de piel? ¿Forma de los ojos?

Archie dijo:

—En el 2230 era como hoy, señor. Había diferentes tipos; diferentes tonalidades de color de piel, de clase de pelo, etcétera. La media de altura parecía mayor de lo que es actualmente, si bien no estudié las estadísticas. La gente parecía más joven, más fuerte, más sana. De hecho, no vi desnutrición, ni obesidad, ni enfermedad; pero había una rica variedad de aspectos.

—¿No había genocidio, entonces?

—Ningún indicio de ello, señor —prosiguió—; tampoco había indicios de crímenes, o guerra, o represión.

—Bien —dijo un Temporalista, en un tono como si se estuviese reconciliando, dificultosamente, con las buenas noticias—, se diría un final feliz.

—Un final feliz, quizá —dijo otro—, pero es casi demasiado bonito para aceptarlo. Es como un regreso al Edén. ¿Qué se hizo, o se hará, para conseguirlo? No me gusta ese «período lamentable».

—Es evidente que no necesitamos sentarnos y especular —dijo un tercero—. Podemos mandar a Archie a cien años en el futuro, cincuenta años en el futuro. Si hay algo, podemos descubrir lo que pasó; quiero decir, lo que pasará.

—No creo, señor —dijo Archie—. Me dijeron de forma bastante específica y clara que no hay antecedentes de nadie del pasado que hubiese llegado a una época anterior a la suya hasta el día que yo llegué. En su opinión, si se llevaban a cabo otras investigaciones del período de tiempo entre ahora y el momento en que yo llegué, el futuro cambiaría.

Se hizo un silencio casi nauseabundo. Se llevaron a Archie y le advirtieron que lo guardase celosamente todo en mente para posteriores interrogatorios. Yo medio esperé que también a mí me hiciesen marchar, pues yo era la única persona allí sin un grado avanzado de Ingeniería Temporal, pero debían de haberse acostumbrado a mi y yo, por supuesto, no tomé la iniciativa de sugerirlo.

—La cuestión es que hay un final feliz —dijo un Temporalista—. Cualquier cosa que hagamos a partir de este punto puede malograrlo. Esperaban la llegada de Archie; esperaban que Archie nos informase; no le contaron nada que no quisieran que él nos transmitiese; por lo tanto todavía estamos a salvo. Los acontecimientos se desarrollarán como lo han hecho.

—Incluso es posible —dijo otro, con esperanza—, que el conocimiento de la llegada de Archie y las informaciones que le han hecho traer ayuden al desarrollo del final feliz.

—Quizá, pero si hacemos algo más, podemos malograr los eventos. Prefiero no pensar en el período lamentable del que hablan, pero si ahora intentamos algo, el período lamentable puede acaecer de todas formas, ser incluso peor de lo que fue, o será, y que el final feliz tampoco tenga lugar. Creo que no tenemos más alternativa que abandonar los experimentos Temporales y ni siquiera hablar de ellos. Anunciar que ha sido un fracaso.

—Esto sería insoportable.

—Es lo único seguro que podemos hacer.

—Esperad —dijo uno—. Ellos sabían que Archie iba a ir, por consiguiente debía de existir un informe que hablaba del éxito de los experimentos. No tenemos que declararnos fracasados.

—No opino lo mismo —dijo todavía otro—. Oyeron rumores, tenían una idea lejana. Según Archie, era algo así. Creo que pueden existir filtraciones, pero seguramente no un anuncio definitivo.

Y así es como se decidió. Pensaron durante días y de vez en cuando discutían el asunto, pero con una agitación cada vez mayor. Yo veía cómo llegaba inexorablemente el resultado. Yo no contribuí en absoluto en la discusión, por supuesto —ellos apenas parecían saber que yo estaba allí—, pero no había error posible en la aprensión acumulada de sus voces. Al igual que aquellos biólogos que en los primeros días de la ingeniería genética votaron por limitar y contestar con evasivas a sus experimentos, por miedo de que una nueva plaga pudiese desencadenarse inadvertidamente sobre la Humanidad desprevenida, los Temporalistas decidieron, aterrorizados, que el futuro no debía ser conocido o siquiera buscado.

Dijeron que el hecho de saber ahora que, dentro de doscientos años, existiría una sociedad buena y sana, era suficiente No debían investigar más, no se atrevieron a interferir ni con el grosor de la uña, por temor a arruinarlo todo. Y volvieron a replegarse únicamente en la teoría.

Un Temporalista marcó la retirada final. Dijo:

—Algún día la Humanidad será suficientemente sabia y desarrollará unos sistemas para manejar el futuro que serán lo bastante sutiles como para arriesgarse a observar y tal vez incluso a manipular en el curso del tiempo, pero el momento para ello todavía no ha llegado. Aún está lejos en el futuro.

Y hubo un murmullo de aplausos.¿Quién era yo, el más insignificante de entre los responsables del Proyecto Cuatro, para estar en desacuerdo y tomar mi propia iniciativa? Era quizás el valor adquirido por ser muy inferior a ellos —el valor del insuficientemente preparado—. Mi iniciativa no se había apagado por demasiada especialización o por demasiado tiempo de profunda reflexión.

En cualquier caso, hablé con Archie unos días después, cuando mis tareas me dejaron algún tiempo libre. Archie no sabía nada de preparación o de distinciones académicas. Para él, yo era un hombre y un maestro, como cualquier otro hombre y maestro, y me habló como a tal.

Le dije:

—¿Qué concepto tenía esa gente del futuro sobre las personas de su pasado? ¿Eran hipercríticos? ¿Las censuraban por sus locuras y estupideces?

Archie dijo:

—No dijeron nada que me hiciese pensar que así fuese, señor. Les divertía la simplicidad de mi construcción y mi existencia, y parecían reírse de mí y de la gente que me construyó, con un humor bien entendido. Ellos no tenían robots.

—¿Robots de ningún tipo, Archie?

—Dijeron que no había nada parecido a mí, señor. Decían que no necesitaban caricaturas metálicas de la Humanidad.

—¿Y tú no viste ninguno?

—No, señor. En todo el tiempo que estuve allí, no vi ninguno.

Reflexioné sobre ello un momento, luego dije:

—¿Qué pensaban de otros aspectos de nuestra sociedad?

—Creo que admiraban el pasado en muchos sentidos, señor. Me enseñaron museos dedicados a lo que ellos llamaban el «período de crecimiento desenfrenado». Ciudades enteras han sido convertidas en museos.

—Dijiste que en el mundo de dentro de dos siglos no había ciudades, Archie. Ciudades según las entendemos nosotros.

—No eran sus ciudades las convertidas en museos, sino las reliquias de las nuestras. Toda la Isla de Manhattan era un museo, cuidadosamente preservada y restaurada en la época de su mayor esplendor. Me pasearon por allí durante horas con varios guías, porque querían hacerme preguntas sobre la autenticidad. No pude ayudarles mucho, porque nunca he estado en Manhattan. Parecían orgullosos de Manhattan. Había también otras ciudades del pasado preservadas, así como maquinaria del pasado conservada con esmero, bibliotecas de libros impresos, exposiciones de ropa de modas pasadas, muebles, y otras chucherías de la vida cotidiana, etcétera. Decían que la gente de nuestro tiempo no había sido juiciosa pero que había creado una firme base para el adelanto futuro.

—¿Y viste gente joven? Gente muy joven, quiero decir. ¿Niños?

—No, señor.

—¿No hablaban de ellos?

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