Cuentos completos (450 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
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—¿El resto de ustedes estaba celoso de él? —preguntó Rubin—. Porque esa clase de tipo pudiera…

—No estábamos celosos de él —dijo Drake—. Claro, le envidiábamos su situación. ¡Diablos! Esos eran los tiempos en que todavía no habían empezado a llovernos los subsidios estatales. Al final de cada semestre universitario yo vivía una historia de suspenso llamada “¿Consigo el dinero para el próximo semestre o me retiro?” A todos nosotros nos hubiera gustado ser ricos. Pero Lance era un tipo que caía bien. No se ufanaba de la situación, sino que nos llegaba a prestar unos pesos cuando andábamos en bancarrota y lo hacía sin ostentación. Además, estaba perfectamente dispuesto a admitir que no era ningún cerebro. Incluso le ayudábamos. Gus Blue le enseñaba física orgánica por una cierta suma. No era siempre escrupuloso, por supuesto. Había una preparación que era preciso sintetizar en el laboratorio, pero nosotros sabíamos que había comprado una muestra en la tienda de productos químicos y la había presentado como propia. Por lo menos, estábamos bastante seguros de que lo había hecho, pero no nos molestaba.

—¿Por qué no? Eso no era muy honrado, ¿no es así? —preguntó Rubin.

—Porque no le servía de nada —repuso Drake, molesto—. Significaba simplemente otro “aprobado”, si es que tenía suerte. Pero la razón por la que menciono esto es porque todos sabíamos que era capaz de hacer trampas.

—¿Quiere decir que el resto de ustedes no lo habría hecho? —intervino Stacey. Había un tono de cinismo en su voz.

Drake alzó las cejas y las volvió a bajar.

—No respondería por ninguno de nosotros si nos hubiéramos visto realmente en apuros. El asunto es que no sucedía así. Todos teníamos una posibilidad de pasar sin correr el riesgo de trampear, y ninguno de nosotros lo hizo, por lo que yo sé. Yo no lo hice, y eso puedo garantizarlo. Pero entonces llegó el momento en que Lance decidió continuar hasta lograr el doctorado. Fue una bomba. Los empleos relacionados con la guerra estaban comenzando a aparecer y en la universidad ya había encargados de alistar candidatos. Significaba un buen sueldo y la completa seguridad de salvarse de ser llamado a filas, pero el título del doctorado significaba mucho para nosotros y dudábamos de que volviésemos a la facultad una vez que nos hubiéramos alejado de los estudios por cualquier razón. Alguien (no yo) dijo que le habría gustado estar en el lugar de Lance, pues éste no tendría que dudar para tomar una decisión: aceptaría un empleo. “No sé”, dijo Lance, por el contrario. “Creo que me quedaré para doctorarme”. Es probable que estuviera bromeando. Estoy seguro de que estaba bromeando; pero de todos modos, pensamos que así era y nos reímos. Como estábamos un poco bebidos, la risa se transformó en una de esas cosas sin sentido… ya saben cómo es. Si uno de nosotros daba señales de detenerse, se encontraba con la mirada de otro y comenzaba otra vez. No era tan cómico. No tenía nada de cómico. Pero nos reímos hasta quedar medio sofocados y Lance se puso rojo y luego blanco. Recuerdo que intenté decir: “Lance, no nos estamos riendo de ti”, pero no pude. Me ahogaba de risa y las palabras no me salían. Y Lance nos dejó. Después de eso, era seguro que intentaría el doctorado. No hablaba, pero firmó todos los formularios necesarios y eso pareció satisfacerlo. Después de un tiempo, la situación volvió a ser la de siempre, y él se mostró otra vez amable. Yo le dije: “Escúchame, Lance. Te llevarás una desilusión. No conseguirás la aprobación de la facultad para las investigaciones que requiere el doctorado sin tener ni una sola calificación sobresaliente en tu puntaje. No puedes, simplemente”. Él contestó: “¿Por qué no? Ya hablé con la comisión. Les dije que tomaría química cinética con St. George y que conseguiría un sobresaliente con él. Les dije que les mostraría lo que podía hacer”. Eso tenía incluso menos sentido para mí. Era más cómico que lo que había dicho cuando nos reímos de él. Ustedes tendrían que haber conocido a St. George. Usted debe de saber lo que quiero decir, Arnold.

—Enseñaba un estricto curso de cinética —dijo Stacey—. Uno o dos de los más brillantes conseguían a duras penas un “sobresaliente”; de otro modo, un “aprobado” o aun menos.

Drake se encogió de hombros.

—Hay algunos profesores que se enorgullecen de eso. Son la versión profesional del Capitán Bligh. Pero era un buen químico, probablemente el mejor que Berry haya tenido jamás. Fue el único miembro de la facultad que alcanzó prestigio nacional después de la guerra. Si Lance lograba tomar ese curso y aprobarlo con buenas calificaciones, iba a causar cierta impresión. Aunque tuviera notas mediocres en todo lo demás, el razonamiento sería: “Bueno, no ha trabajado mucho porque no ha tenido que hacerlo; pero cuando finalmente se decidió a esforzarse, mostró una habilidad impresionante”. El y yo tomamos química cinética juntos, y yo corrí, sudé y bufé cada minuto de ese curso. Pero Lance, sentado a mi lado, nunca dejó de sonreír. Tomaba notas cuidadosamente, y sé que las estudiaba porque cuando me lo encontraba en la biblioteca siempre estaba dedicado a química cinética. Se corrió la voz. St. George no daba exámenes parciales. Dejaba que todo se planteara en los debates durante la clase y en el examen final, que duraba tres horas… tres horas enteras. La última semana del curso no había clases magistrales y los estudiantes tenían la oportunidad de resumir y repasar todo antes de la semana de los exámenes finales. Lance aún sonreía. Su rendimiento en los otros cursos tenía la calidad de siempre, pero eso no le molestaba. Solíamos decirle: “¿Cómo te está yendo en cinética, Lance?”; y él contestaba: “Sin tropiezos”, y sonaba optimista, ¡maldita sea! Entonces llegó el día del examen final. —Drake hizo una pausa y apretó los labios.

—¿Y? —preguntó Trumbull.

—Lance Faron aprobó —dijo Drake en voz un poco más baja—. Logró incluso más que eso: Consiguió 90 puntos de un total de 100. Nadie antes había logrado más de 90 en los exámenes finales de St. George, y dudo de que alguien haya obtenido más después de eso.

—Nunca supe de nadie que lo lograra en los últimos tiempos —dijo Stacey.

—¿Qué puntaje obtuviste tú? —preguntó Gonzalo.

—Obtuve 82 —dijo Drake—. Y a excepción del de Lance, fue el mejor puntaje de la clase. A excepción del de Lance.

—¿Qué sucedió con el muchacho? —preguntó Avalon.

—Comenzó sus estudios de doctorado, por supuesto. La facultad le concedió su aprobación sin ningún impedimento, y se comentó que el mismo St. George lo recomendó. Después de aquello yo dejé la universidad —continuó Drake—. Trabajé en la separación de isótopos durante la guerra y con el tiempo me mudé a Wisconsin para realizar mi investigación doctoral. Pero de vez en cuando me llegaban noticias de Lance a través de viejos amigos. Lo último que supe fue que se encontraba en algún lugar de Maryland, dirigiendo su propio laboratorio privado. Cerca de diez años atrás, recuerdo haber buscado su nombre en Anales de la Química y encontré la lista de unos pocos artículos que había publicado. Nada fuera de lo común. Era típico de Lance.

—¿Continúa autofinanciándose? —preguntó Trumbull.

—Supongo que sí.

Trumbull se echó hacia atrás.

—Si aquí termina tu historia, Jim, ¿qué diablos es lo que te molesta?

Drake paseó su mirada alrededor de la mesa, observando primero a unos y luego a otros, y después dio un golpe con el puño que hizo saltar y tintinear las tazas de café.

—Porque hizo trampa, ¡maldita sea! Ese no fue un examen limpio, y mientras él tenga su título de doctor mi título tendrá menos valor, y el suyo también —le dijo a Stacey.

—Un falso doctor —murmuró Stacey.

—¿Qué? —dijo Drake un poco desconcertado.

—Nada —repuso Stacey—. Estaba pensando solamente en un colega que inventó esta expresión en una facultad de medicina donde los estudiantes consideraban el título de médico como el único título legítimo de doctor. Para ellos los otros “Doctores” eran todos falsos.

Drake resopló.

—En realidad —comenzó Rubin con el típico aire de controversia que solía adoptar incluso en sus frases más triviales—, si tú…

Avalon lo interrumpió desde su impresionante altura:

—Bueno, dime Jim: si él hizo trampa, ¿cómo fue que se salió con la suya?

—Porque no había nada que probara que había hecho trampa.

—¿Se te ocurrió alguna vez —dijo Gonzalo— que quizá no haya trampeado? Quizá fuese cierto, realmente, que cuando se proponía algo demostraba una habilidad pasmosa.

—No —dijo Drake con otro golpe estremecedor sobre la mesa—. Es imposible. Nunca hasta entonces había demostrado tener esa habilidad y nunca la demostró después. Además estuvo muy confiado durante todo el curso. Poseía esa confianza que sólo podía significar que había ideado un plan a toda prueba para conseguir ese “sobresaliente”.

—Está bien —dijo Trumbull lentamente—, supongamos que así fue. Consiguió su título de doctor, pero no le fue muy bien. De acuerdo con lo que dices, se halla perdido en algún oscuro rincón, sin pena ni gloria. Sabes perfectamente bien, Jim, que muchísimos tipos logran alcanzar posiciones profesionales, incluso sin trampear, y sin tener más sesos que un canario. ¿Por qué tomárselas con ese sujeto en particular, haya o no haya trampeado? ¿Sabes qué pienso que te hace perder los estribos, Jim? Lo que te duele es que no sabes cómo lo hizo. Si pudieras solucionar eso, ¡vamos!, te olvidarías del asunto.

—¿Alguien desea un poco más de coñac, caballeros? —interrumpió Henry.

Cinco copas, pequeñas y delicadas, se levantaron. Avalon, que sabía exactamente la cantidad que su cuerpo toleraba, mantuvo la suya en la mesa.

—Bien, Tom —dijo Drake—, entonces explícamelo. ¿Cómo lo hizo? Tú eres el experto en códigos.

—Pero aquí no se trata de ningún código. No sé. Quizás él logró que… que… algún otro hiciera el examen en su lugar y entregó las respuestas de otro.

—¿Con la letra de ese otro? —dijo Drake despreciativamente—. Además, ya pensé en eso. Todos pensamos en eso. No creerás que fui yo el único que pensó que Lance había hecho trampa, ¿no? Todos pensamos lo mismo. Cuando apareció ese 90 en la lista de exámenes y después que recobramos el aliento —y nos tomó unos cuantos minutos— exigimos ver su examen. Lo entregó sin ningún reparo y todos nosotros lo revisamos. Era un trabajo casi perfecto, pero de su puño y letra y en el estilo que le era propio. No me impresionaron los pocos errores que allí aparecían. En ese momento pensé que los había hecho sólo para no presentar un examen perfecto.

—Está bien —dijo Gonzalo—. Algún otro hizo ese examen y tu amigo lo copió con sus propias palabras.

—Imposible. No había nadie en el aula fuera de los estudiantes y del ayudante de St. George. Este abrió los temas de examen sellados, justo antes de dar comienzo a la prueba. Nadie pudo haber escrito un examen para Lance y otro para sí mismo, incluso suponiendo que nadie lo hubiese visto hacerlo. Además, en esa clase no había nadie que fuese capaz de pasar un resultado de 90 puntos.

—Lo imposible sería que lo hubiese escrito allí mismo —dijo Avalon—. Pero supongamos que alguien logró conseguir una copia de las preguntas con la suficiente anticipación al examen, y luego consultó los textos, trabajando a fondo, hasta poder redactar respuestas perfectas. ¿No es posible que Lance haya hecho algo así?

—No, no es posible —dijo Drake inmediatamente—. No estás sugiriendo nada que nosotros no hayamos imaginado entonces, te lo puedo asegurar. La universidad había sufrido un escándalo a raíz de ciertas trampas, hacía diez años, y por lo tanto el procedimiento de rutina se había hecho más estricto. St. George cumplía las medidas de siempre. Redactó las preguntas y se las entregó a su secretaria el día anterior al examen. Ella mimeografió el número necesario de copias en presencia de St. George. Este revisó las copias y luego destruyó el original y el esténcil del mimeógrafo. Las preguntas del examen fueron empaquetadas, selladas y guardadas en la caja de seguridad de la universidad. La caja fue abierta justo antes del examen y los cuadernillos de preguntas entregados al ayudante de St. George. No existía ninguna posibilidad de que Lance viera las preguntas.

—Quizá no entonces, precisamente —dijo Avalon—. Pero incluso si el profesor contaba con las preguntas mimeografiadas el día anterior al examen, ¿desde cuándo pudo haberlas tenido en su poder? Pudo haber utilizado un examen de algunos de los anteriores…

—No —interrumpió Drake—. Como preparación de rutina habíamos estudiado cuidadosamente, antes del examen, todas las preguntas que St. George había hecho en años anteriores. ¿Crees que éramos tontos? No hubo repeticiones.

—Está bien. Pero incluso, de haber preparado un examen totalmente nuevo, pudo haberlo hecho al comienzo del semestre. Ustedes no lo hubieran sabido. Lance pudo haber visto las preguntas a principios del semestre. Sería mucho más fácil preparar las respuestas para un número fijo de preguntas durante el transcurso del semestre que intentar aprender toda la materia.

—Creo que te estás acercando, Jeff —dijo Gonzalo.

—Frío, frío —dijo Drake—, porque no fue así como trabajó St. George. Cada pregunta de su examen final se refería a algún punto en particular que en algún momento resultara difícil para alguno de los estudiantes. Uno de, ellos, y el más sutil, se refería a un problema que yo no había entendido durante la última semana de clase. Yo había señalado lo que me parecía que era un error en derivación y St. George… Bueno, no importa. El asunto es que el examen debió de ser preparado después de las últimas clases.

Arnold Stacey interrumpió.

—¿Era ésa una costumbre de St. George? Si así fuese debía de regalar varios puntos a los muchachos.

—¿Quiere decir que los alumnos esperarían precisamente aquellas preguntas referentes a los errores que surgían durante los seminarios?

—Más que eso. Los estudiantes podían llamar deliberadamente la atención del profesor hacia aquellas partes de la materia que conocían bien con el objeto de inducir a St. George a que les adjudicara el mayor puntaje.

—No puedo responder a eso —dijo Drake—. No asistimos a sus cursos previos, de modo que no podemos saber si sus exámenes anteriores seguían la misma línea.

—Si así fuera, los alumnos anteriores habría hecho correr la noticia, ¿no es así? Es decir, si los cursos de los años cuarenta se parecían en algo a los de ahora.

—Lo habrían hecho —admitió Drake—, pero no lo hicieron. Así sucedió con St. George, ese año al menos.

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