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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

Cuentos completos (518 page)

BOOK: Cuentos completos
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—¿Oh, sí? —dijo Smith en tono grave.

Escuchen —dijo Halsted—, no nos metamos en esto. Henry está sirviendo el brandy y es tiempo del asado. Jeff, ¿te haces cargo de tu tarea?

—Estaré complacido —dijo Avalon en su tono más solemne.

Frunciendo sus pobladas y grises cejas sobre sus ojos, Avalon dijo, con afabilidad:

—¿Y cómo, exactamente, justifica su existencia, señor Smith?

—Bueno —dijo Smith, con buena disposición—, heredé un buen negocio. Lo llevé bien, lo vendí con provecho, invertí con inteligencia, y ahora vivo retirado anticipadamente en un elegante lugar de Fairfield, de una viuda con dos hijos grandes, independientes. Ni trabajo ni hilo como las lilas del campo, mi justificación es mi belleza y el modo en que ilumina el paisaje —una sonrisa de burla cruzó su agradable rostro feo.

—Supongo —dijo Avalon con indulgencia— que podemos pasar eso. La belleza está en el ojo del espectador. ¿Es John Smith su nombre?

—Y puedo probarlo —dijo Smith con rapidez—. Nombre su veneno. Tengo mi tarjeta, una licencia de conducir, un surtido de tarjetas de crédito, algunas cartas personales dirigidas a mí, una tarjeta de biblioteca, y algo más.

—Estoy aceptando su palabra, señor, pero se me ocurre que con un nombre como John Smith debe encontrar frecuentemente señales de cínico descreimiento, de los empleados de hotel, por ejemplo. ¿Tiene una inicial intermedia?

—No, señor, soy solamente eso. Mis padres sintieron que cualquier modificación del gran cliché arruinaría la grandeza. No negaré que hubo algunas ocasiones en que estuve tentado de decir mi nombre como Eustace Bartholomew Wasservogel, pero el sentimiento pasa. Soy uno de los Smith, y de toda la tribu, variedad John, allí me quedo.

Avalon se aclaró la garganta sonoramente.

—Y aun así, señor Smith —dijo—, siento que usted tiene razones para sentirse molesto con su nombre. Ante la sugerencia hecha por Tom, en lugar de decir su nombre y hacer innecesaria toda esa identificación, usted ha reaccionado en un claro tono de molestia. ¿Ha tenido alguna ocasión especial en la que no haya podido identificarse?

—Déjeme adivinar que así fue —dijo Trumbull—. Su ansiedad en demostrar su capacidad de probar su identidad muestra que hubo algún fallo en el pasado y que duele.

Smith pasó la mirada alrededor de la mesa, asombrado.

—Buen Dios, ¿Se nota tanto?

—No, John, claro que no —dijo Halsted—, pero este grupo ha desarrollado un sexto sentido para los misterios. Te dije cuando aceptaste mi invitación que si estabas escondiendo un esqueleto en el armario, ellos te lo harían decir.

—Y te dije, Roger —dijo Smith—, que no tenía misterios en mi vida.

—¿Y el asunto de imposibilidad de probar su identidad? —dijo Rubin.

—Fue una pesadilla más que un misterio —dijo Smith—, y es algo que se me ha pedido no mencionar.

—Cualquier cosa —dijo Avalon— que se mencione entre las cuatro paredes de un banquete de los Viudos Negros representa una comunicación privilegiada. Siéntase libre.

—No puedo —Smith hizo una pausa—. Miren, no sé de qué se trata. Creo que fui confundido con alguien alguna vez cuando visitaba Europa, y después que salí de la pesadilla fui visitado por alguien de… por alguien, y me pidió que no hablara sobre ello. Aunque, puesto a pensar, hay un misterio de alguna clase.

—Ah —dijo Avalon—, ¿y qué pudo haber sido?

—No sé realmente cómo salí de la pesadilla —dijo Smith.

—Díganos qué sucedió —dijo Gonzalo, que parecía complacido y animado—, y le apuesto que le diremos cómo salió de ella.

—No recuerdo bien… —comenzó Smith.

El rostro fruncido de Trumbull, después de haber intentado fulminar a Gonzalo, se volvió hacia Smith.

—Entiendo estas cosas, señor Smith —dijo—. Suponga que omite el nombre del país involucrado y las fechas exactas, y cualquier otra cosa identificable. Cuéntenos la historia como salida de las Noches de Arabia, si la pesadilla se sostiene sin los detalles peligrosos.

—Creo que sí —dijo Smith—, pero seriamente, caballeros, si el asunto involucra la seguridad nacional… y puedo imaginar de qué modo lo haría… ¿cómo puedo estar seguro de todos son confiables?

—Si confías en mí, John —dijo Halsted—, responderé por el resto de los Viudos Negros, incluso, por supuesto, Henry, nuestro estimado camarero.

Henry, parado junto al aparador, sonrió gentilmente.

Smith estaba visiblemente tentado.

—No digo que no me gustaría sacar esto de mi pecho…

—Si eliges no hacerlo —dijo Halsted—, me temo que el banquete termina. Los términos de la invitación eran que debías responder todas las preguntas con la verdad.

Smith rió.

—También dijiste que no me preguntarían nada que me humillara o que pudiera perjudicarme… pero será a tu manera.

»Estaba visitando Europa el año pasado —dijo Smith—, y no añadiré datos sobre ubicación ni fecha. Recientemente había enviudado, un poco perdido sin mi esposa, y bastante determinado a retomar los hilos de mi vida otra vez. No había sido un viajero antes de mi retiro y estaba ansioso de remediarlo.

»Viajé solo y era un turista. Nada más que eso. Quiero acentuar eso con total veracidad. No estaba al servicio de ningún órgano del gobierno… y eso es cierto para cualquier gobierno, no sólo el mío, ni oficial ni extraoficialmente. Tampoco estaba allí para reunir información para ninguna organización privada. Era un turista y nada más, y tan inocente que supongo que era demasiado esperar no meterme en problemas.

»No podía hablar el idioma del país pero eso no me molestaba. No sé hablar ningún idioma excepto el inglés, y tengo la actitud habitual del provinciano al pensar que es suficiente. Siempre habría alguien, dondequiera que estuviera, que hablara inglés. Y como comentario al margen, probé que eso es siempre así.

El hotel donde estaba alojado era cómodo en apariencia, aunque tenía un aire tan extraño que supe que no me sentiría como en casa, pero en ese momento no esperaba sentirme en casa. Ni siquiera podía pronunciar su nombre, aunque eso no me molestaba.

»Solamente me quedé para acomodar mi equipaje y entonces salí, hacia los grandes espacios donde podía conocer gente.

»El hombre en el mostrador, el conserje o comoquiera se llamara, hablaba una versión rara de inglés, pero con un poco de pensamiento se podía entender. Obtuve de él una lista de atracciones turísticas, algunos restaurantes recomendados, un mapa simplificado de la ciudad (no en inglés por lo que dudé si me serviría), y algunas afirmaciones sobre cuán segura era la ciudad y cuán amigables sus habitantes.

»Imagino que los europeos están siempre ansiosos de impresionar a los americanos, que se sabe que viven en peligro. En el siglo XIX pensaban que cada ciudad americana estaba ante el inminente peligro de una masacre india; en la primera mitad del siglo XX, cada una estaba llena de pistoleros de Chicago; y ahora estaban llenas de asaltantes. De modo que estuve paseando alegremente por la ciudad.

—¿Solo? ¿Sin conocer el idioma? —dijo Avalon, con desaprobación manifiesta—. ¿Qué hora era?

—Las sombras de la noche eran arrojadas por una mano cósmica y usted está en lo cierto en lo que indica, señor Avalon. Las ciudades nunca son seguras como promulgan sus propagandistas, y eso es lo que averigüé. Pero comencé muy animado. El mundo estaba lleno de poesía y lo estaba disfrutando.

»Había letreros de todo tipo sobre los edificios y se iluminaban las vidrieras en defensa de la noche. Ya que yo no podía leer ninguno, me ahorraba su total insipidez.

»Las personas eran amigables. Si les sonreía, me devolvían la sonrisa. Algunos decían algo, supongo un saludo, y les volvía a sonreír, con un gesto de la cabeza o la mano. Era hermoso, una noche apacible y yo estaba absolutamente eufórico.

»No sé cuánto tiempo caminé ni que tan lejos fui antes de darme cuenta de que estaba perdido, pero aun así, no me molestó. Entré en una taberna para preguntar cómo llegar al restaurante donde había decidido ir y cuyo nombre había memorizado meticulosamente. Dije el nombre, y señalé vagamente en diversas direcciones, encogiendo mis hombros para tratar de indicar que había perdido el camino. Algunos me rodearon y uno me preguntó en un adecuado inglés si yo era americano. Le respondí que sí, lo que tradujo a su vez a los demás, jubiloso, y pareció complacerles.

»Dijo, “No vemos muchos americanos por aquí”. Entonces comenzaron a estudiar mis ropas, el corte de mi cabello, y a preguntar de dónde venía. Trataron de pronunciar “Fairfield” y me ofrecieron un trago. Canté “Barras y Estrellas” porque parecía que ellos esperaban que lo hiciera, y fue una verdadera fiesta de amistad. Tomé un trago con el estómago vacío, y después de eso las cosas se volvieron más amorosamente festivas.

»Me dijeron que el restaurante que buscaba era demasiado caro, y no muy bueno, y que debería comer allí mismo, y que ellos ordenarían por mí y que la casa invitaba. Eran manos cruzando el océano, era construir puentes, ¿entienden?, y dudo que me hubiese sentido más feliz después de la muerte de Regina. Tomé uno o dos tragos más.

»Y entonces, después de eso, mi memoria se detuvo hasta que me encontré en la calle otra vez. Estaba bastante oscuro, muy frío. No se veía a nadie por allí, no tenía idea de dónde estaba, y la única idea que tenía era un dolor de cabeza.

»Me senté en un umbral y me di cuenta, aun antes de sentirlo, que mi billetera había desaparecido. Y mi reloj de pulsera, mis lapiceras… de hecho, los bolsillos de mis pantalones estaban vacíos así como los de mi chaqueta. Había sido drogado y atropellado por mis queridos amigos de allende el mar, y ellos probablemente me habían llevado en un coche hacia un lugar distante en la ciudad, y me habían arrojado.

»El dinero faltante no era importante. Mi principal caudal estaba seguro en el hotel. Pero no tenía un centavo en ese momento, no sabía dónde estaba, no recordaba el nombre del hotel, me sentía aturdido, enfermo y dolorido… y necesitaba ayuda.

»Busqué un policía o cualquiera que tuviera uniforme. Si hubiera encontrado un barrendero, o un conductor de autobús, me hubiera guiado o, mejor aun, llevado a una estación de policía.

»Encontré un policía. Realmente, no fue difícil. Eran, creo, numerosos y deliberadamente visibles en esa ciudad en particular. Y fui llevado hasta la estación de policía, en algo equivalente a un patrullero, creo. Mi memoria tiene puntos de bruma.

»Cuando comencé a recordar con mayor claridad, estaba sentado en un banco en lo que suponía era la estación de policía. Nadie me prestaba mucha atención y mi dolor de cabeza estaba un poco mejor.

»Un hombre bastante bajo con un enorme bigote entró, se puso a conversar con el hombre detrás del mostrador, y se acercó a mí. Parecía un tanto indiferente, pero para mi alivio hablaba inglés y bastante bien, aunque tenía un acento británico desconcertante.

»Le acompañé hasta una habitación lúgubre, gris y deprimente, y comenzó el interrogatorio. Ése fue el interrogatorio de pesadilla, aunque el interrogador estuvo en todo momento educado, aunque distante. Me dijo su nombre pero no lo recuerdo. Honestamente, no puedo. Comenzaba con una V, de modo que lo llamaré “Ve” si lo menciono.

»Me dijo, “Usted dice que su nombre es John Smith”.

»“Sí”.

»No es que hubiera sonreído. Dijo, “Es un nombre muy común en los Estados Unidos, creo, y es frecuentemente adoptado por quienes quieren eludir una investigación”.

»“Es adoptado frecuentemente porque es común”, le dije, “¿por qué no puedo ser uno de los cientos de miles que lo llevan?”

»“¿Tiene una identificación?”

»“He sido robado. Entré a presentar una queja…”

»Ve levantó una mano y lanzó unos chistidos a través de su bigote. “Su queja ha sido registrada, pero no tengo nada que hacer con esta gente de aquí. Solamente se aseguraron de que usted no estuviera herido y enviaron por mí. Ellos no le han investigado ni interrogado. No es su trabajo. Ahora, ¿tiene una identificación?”

»Con cansancio, y tranquilamente, le dije lo que había sucedido.

»“Entonces”, dijo, “no tiene nada que pruebe su afirmación de que usted es John Smith de Fairfield, Connecticut”.

»“¿Quién más podría ser?”

»“Es lo que nos gustaría averiguar. Usted dice que fue maltratado en una taberna. Dígame la dirección, por favor”.

»“No la sé”.

»“El nombre”.

»“No lo sé”.

»“¿Qué estaba haciendo allí?”

»“Ya le dije. Estaba caminando por la ciudad…”

»“¿Solo?”

»“Sí, solo. Ya se lo dije”.

»“¿Dónde comenzó?”

»“En mi hotel”

»“¿Y tiene una identificación allí?”

»“Claro que sí. Mi pasaporte y mis pertenencias están todas allí”.

»“¿El nombre del hotel?”

»Hice una mueca. Hasta para mí mismo la respuesta era demasiado. “No lo recuerdo”, dije en voz baja.

»“¿La dirección?”

»“No la sé”.

»Ve suspiró. Me miró desde muy cerca y pensé que sus ojos eran tristes, pero podía ser solamente miopía.

»Me dijo, “La cuestión básica es: ¿Cuál es su nombre? Debemos tener alguna identificación o esto se convierte en un asunto serio. Permítame explicarle, señor Blanco. Nada me obliga, pero no amo cada faceta de mi trabajo y dormiré mejor si me aseguro de que usted entienda que está en gran peligro.

»Mi corazón comenzó a correr. No soy joven. No soy héroe. No soy corajudo. Dije, “¿Pero por qué? Soy una persona maltratada. He sido drogado y robado. Vine hasta la policía voluntariamente, enfermo y perdido, buscando ayuda…”

»Otra vez, Ve levantó la mano,

—¡Tranquilo! ¡Tranquilo! Algunos aquí hablan algo de inglés y es mejor mantener esto entre los dos por ahora. Las cosas pueden ser como usted las describe, o no. Usted en un ciudadano americano. Mi gobierno tiene razones para temer de los americanos. Esa, finalmente, es nuestra posición oficial. Esperamos un agente americano de gran habilidad en penetrar nuestras fronteras en una misión muy peligrosa.”

»“Eso significa, siguió diciendo, que cualquier extranjero americano, cualquier americano encontrado en circunstancias sospechosas, y en la semana que corre, será informado inmediatamente a mi departamento. Sus circunstancias fueron sospechosas para comenzar, y se han vuelto más sospechosas a medida que lo he interrogado.”

»Lo miré horrorizado. “¿Cree que soy un espía? Si lo fuera, ¿habría venido a la policía así?”

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