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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

Cuentos completos (528 page)

BOOK: Cuentos completos
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—¿Oh? —dijo Rubin—. ¿Siempre lo ha declarado, o sólo últimamente?

—Siempre. Bromeamos sobre ello. Ella suele decir que me puso un encantamiento para que me casara con ella, y que puede decir un hechizo para que yo logre una promoción o un ascenso. Algunas veces, cuando está furiosa, dice: “Bien, no me culpes si te llenas de granos sólo porque eres así de estúpido y mezquino”. Esa clase de cosas.

—Eso me suena inofensivo —dijo Rubin—. Probablemente ella le haya puesto un encantamiento. Usted se enamoró de ella y cualquier mujer de inteligencia y apariencia razonable puede hacer que un hombre joven se enamore de ella si trabaja lo suficiente para ser encantadora. Si desea, le puede decir encantamiento a eso.

—Pero sí conseguí promociones y ascensos.

—Seguramente sería porque las mereciera. ¿Se llenó de granos, también?

—Bien —Anderssen sonrió—, tropecé y me torcí un tobillo y, por supuesto, ella dijo que había cambiado el hechizo porque no quería arruinar mi bello rostro.

Halsted rió.

—Uno realmente no permite ser perturbado por estas cosas, señor Anderssen —dijo—. Después de todo, esta clase de actuación por una mujer joven y vivaz no es desusada. Personalmente, lo encuentro encantador. ¿Por qué no usted?

—Porque lo hace demasiado frecuentemente. Hizo algo que no comprendo —Se apoyó contra el respaldo de la silla y se quedó mirando fijo y tristemente la mesa delante de él.

Trumbull se inclinó de costado como para mirar dentro de los ojos de Anderssen.

—¿Quiere decir que usted cree que es realmente una bruja? —dijo.

—No sé qué pensar. Sólo que no puedo explicar lo que hizo.

—Señor Anderssen —dijo Avalon con firmeza—. Debo pedirle que nos explique exactamente lo que la señora Anderssen hizo. ¿Lo haría, señor?

—Bien —dijo Anderssen—, tal vez debiera. Si hablo de eso tal vez lo olvide. Pero no creo.

Pensó unos momentos y los Viudos esperaron pacientemente.

Finalmente dijo:

—Fue hace como un mes atrás, el día dieciséis. Salíamos a cenar, sólo los dos. Lo hacemos de vez en cuando, y nos gusta probar nuevos lugares. Estábamos en uno nuevo esta vez, al que se llegaba a través del vestíbulo de un pequeño hotel del centro. Era un restaurante sin pretensiones, pero teníamos buena información sobre él. Los problemas comenzaron en el vestíbulo.

»No recuerdo exactamente qué lo comenzó. De hecho, no recuerdo de qué se trataba todo, realmente. Lo que sucedió después lo quitó de mi mente. Lo que realmente importa es que tuvimos un… un… desacuerdo. En menos de un minuto hubiéramos estado dentro del restaurante y estudiando el menú, y en lugar de eso, estábamos parados en un costado del vestíbulo debajo de una planta de plástico de alguna clase. Puedo recordar las hojas afiladas que tocaron mi mano de manera desagradable cuando la agité para afirmar un punto. El mostrador de recepción estaba del otro lado, entre la puerta del restaurante y la de calle. La escena está aún clara en mi mente.

»Helen estaba diciendo: “Si esa es tu actitud, no tenemos que cenar juntos.”

»Se los juro, no recuerdo cuál fue mi actitud, pero los dos estábamos gritando, y los dos estábamos furiosos, lo admito. Todo el asunto era enormemente embarazoso. Era uno de esos momentos cuando usted y alguien más —habitualmente su esposa o novia, supongo— están gritando el uno al otro en susurros. Las palabras son lanzadas entre dientes apretados, y de vez en cuando alguno dice: “Por amor de Dios, la gente está mirando”, y entonces el otro dice, “Entonces cállate y atiende razones”, y el primero dice, “Tú eres quien no está atendiendo”, y esto sigue una y otra vez.

Anderssen sacudió su cabeza ante el recuerdo.

»Era la discusión más intensa que habíamos tenido hasta el momento, o casi, y aún no recuerdo acerca de qué. ¡Increíble!

»Entonces de repente ella dijo, “Bien, entonces me voy a casa. A… diós. Le dije, “No te atrevas a humillarme dejándome en público”. Ella dijo, “No puedes detenerme”. Y yo, “No me tientes, que te detendré”. Ella, “Inténtalo”, y se metió hecha una tromba en el restaurante.

»Eso me tomó de sorpresa. Pensaba que ella intentaría llegar hasta la puerta de calle… y estaba listo para sujetar su muñeca y retenerla. Hubiera sido mejor dejarla ir y no hacer una escena, supongo, pero estaba fuera de razón. En todo caso, ella se burló y corrió hacia el restaurante.

»Me quedé atontado por un momento… dos momentos… y entonces entré detrás de ella. Debo haber entrado veinte segundos después de ella… Permítanme describir el restaurante. No era grande, y tenía la intencionada decoración de una sala de estar. De hecho, el restaurante se llama La Sala de Estar… ¿Alguno de ustedes está familiarizado con él?

Hubo un murmullo apagado alrededor de la mesa, pero Henry, quien había levantado los platos con su eficiencia discreta y estaba parado junto al aparador, dijo:

—Sí, señor. Es, como usted dice, un pequeño pero bien dirigido restaurante.

—Tenía una docena de mesas —continuó Anderssen—, la más grande de las cuales alcanzaba para seis. Había ventanas con cortinas, pero no eran ventanas, realmente. Tenían vistas de la ciudad pintadas. Había un hogar en el muro opuesto con leños artificiales, y un sofá delante. El sofá era real y, supongo, podía ser utilizado por personas que esperaban al resto del grupo. Al menos, había un hombre sentado en el extremo izquierdo del sofá. Me daba la espalda, y estaba leyendo una revista que sostenía tan alta y cerca del rostro que pensé que era corto de vista. Me pareció, por la tipografía, que era el Times…

—Usted parece buen observador —dijo de repente Avalon—, y está entrando en minucias. ¿Es importante lo que acaba de decirnos?

—No —dijo Anderssen—, supongo que no, pero estoy tratando de darles la impresión de que no estaba histérico y que estaba completamente en mis cabales y que vi con claridad todo lo que había que ver. Cuando entré, cerca de la mitad de las mesas estaba ocupada, con dos a cuatro personas en cada una. Debía haber de quince a veinte personas presentes. No había camareras a la vista en el momento y la cobradora estaba instalada fuera del restaurante, a un lado de la puerta en un receso bastante discreto, de modo que realmente se veía como una sala de estar.

Drake apagó su cigarrillo.

—Eso suena como un lugar idílico —dijo—. ¿Qué había allí que lo perturbó?

—No había nada que me perturbara. Ése es el punto. Era lo que estaba ausente. Helen no estaba. Miren, ella se había ido. La vi entrar. No estoy equivocado. No había otra puerta sobre ese lado del vestíbulo. No había una multitud dentro de la cual la pudiera haber perdido de vista por un momento. Mi visión estaba despejada por completo y ella entró y no salió. Yo la seguí y entré, a lo sumo, veinte segundos después de ella… puede ser menos, pero no más. Y ella no estaba allí. Lo pude decir de un vistazo.

Trumbull gruñó.

—No puede decir nada de un vistazo. Un vistazo lo puede engañar.

—No en este caso —dijo Anderssen—. Mario mencionó el cabello de Helen. No hay nada como eso. Al menos nunca vi nada como eso. Habría a lo sumo diez mujeres y ninguna tenía el cabello rojo. Aun si alguna de ellas hubiera sido pelirroja, dudo que haya tenido el rojo fluorescente y de aspecto tan espectacular como el de Helen. Le doy mi palabra. Miré a la derecha… a la izquierda… y no había ninguna Helen. Había desaparecido.

—Se marchó a la calle por otra entrada, supongo —dijo Halsted.

Anderssen sacudió la cabeza.

—No hay entrada a la calle. Lo controlé con la cobradora más tarde, y con el hombre del mostrador. He regresado desde entonces a ordenar el almuerzo y miré todo el lugar. No hay ninguna entrada desde afuera. Lo que es más, las ventanas son falsas y son de algo sólido. No se abren. Hay conductos de ventilación, por supuesto, pero no tienen el tamaño ni para que se arrastre un conejo.

—Aunque las ventanas sean un truco —dijo Avalon—, usted mencionó cortinas. Ella pudo haberse parado detrás de alguna de ellas.

—No —dijo Anderssen—, las cortinas están pegadas al muro. Hubiera habido un bulto notable si ella estuviera detrás. Lo que es más, llegaban hasta el borde de la ventana y había dos pies de muro debajo de ellas. Hubiera sido visible hasta medio muslo si estuviera parada detrás.

—¿Qué dice del servicio de señoras? —preguntó Rubin—. Ya sabe, es tan fuerte el tabú contra la violación de la naturaleza unisexual de estas cosas, que terminamos por olvidar que el que no utilizamos está allí.

—Bien, yo no lo olvidé —dijo Anderssen, con clara irritación—. Miré alrededor por él, no vi nada, y cuando pregunté más tarde resultó que ambos servicios estaban en el vestíbulo. Una de las camareras apareció cuando estaba por allí y le dije, con voz un tanto casual, “¿Vio a una pelirroja que acaba de entrar?”

»La camarera me miró alarmada y tartamudeó, “No he visto a ninguna”, y salió veloz a entregar lo que traía en su bandeja en una de las mesas.

»Vacilé porque estaba consciente de mi embarazosa posición, pero no veía una salida. Levanté mi voz y dije, “¿Alguien ha visto a una pelirroja que acaba de entrar?” Hubo un silencio de muerte. Todos me miraron estúpidamente. Incluso el hombre del sofá volvió la cabeza para mirarme y sacudió la cabeza en clara negativa. Los demás ni siquiera hicieron eso, pero sus miradas vacías eran indicación clara de que no la habían visto.

»Entonces se me ocurrió que la camarera había salido de la cocina. Por un minuto estuve seguro de que Helen se escondía allí y me sentí triunfante. Sin tener en cuenta el hecho de que mis acciones podrían inducir al personal a llamar a la seguridad del hotel, o a la policía incluso, caminé con firmeza a través de un par de puertas vaivén hacia la cocina. Estaba el chef, un par de asistentes, y otros camareros. No Helen. Había una pequeña puerta más allá la cual podría haber sido un baño privado del personal de cocina, y había ido demasiado lejos para retroceder. Avancé y abrí la puerta de un tirón. Era un lavabo, y estaba vacío. Pero entonces el chef y sus ayudantes me estaban gritando, y dije, “Lo siento”, y salí rápidamente. No vi armarios tan grandes como para esconder un ser humano.

»Volví al restaurante. Todos continuaban mirándome, y no pude hacer otra cosa que volver al vestíbulo. Era como si en el instante en que Helen había pasado la puerta hacia el restaurante se hubiera esfumado.

Anderssen se apoyó en el respaldo de la silla y extendió sus manos en franca desesperación.

»Esfumado.

—¿Qué hizo usted? —dijo Drake.

—Salí y hablé con la cobradora. Ella había estado fuera de su puesto por unos momentos y no me había visto entrar, mucho menos a Helen. Ella me dijo acerca de los servicios y que no había otra salida a la calle.

»Entonces fui a hablar con el conserje, lo que me desmoralizó mucho más. Estaba ocupado y tuve que esperar. Quería gritar, “Es una cuestión de vida o muerte”, pero estaba comenzando a pensar que mejor sería llevado a un asilo si no me comportaba de manera apropiada. Y cuando hablé con él, el conserje resultó ser un cero total, aunque ¿qué podía realmente haber esperado de él?

—¿Y entonces qué hizo usted? —preguntó Drake.

—Esperé en el vestíbulo como media hora. Pensé que Helen aparecería nuevamente; que había estado jugando una broma y que volvería. Bien, no Helen. Sólo perdí tiempo con fantasías, mientras esperaba, de llamar a la policía, de contratar un detective privado, de buscar personalmente a través de la ciudad, pero ya saben… ¿Qué le diría a la policía? ¿Que mi esposa estaba faltando desde hacía una hora? ¿Que mi esposa se había esfumado delante de mis ojos? Y no conozco ningún detective privado. Y tampoco sé cómo registrar una ciudad. De modo que, después de la media hora más miserable de toda mi vida, hice lo único que podía hacer. Tomé un taxi y me fui a casa.

—Confío, señor Anderssen —dijo Avalon solemnemente—, que no irá a decirnos que su esposa está faltando desde entonces.

—No puede ser, Jeff —dijo Gonzalo—. La vi hace dos días.

—Ella me esperaba en casa —dijo Anderssen—. Por un minuto, una ola de intenso agradecimiento cayó sobre mí. El viaje en taxi había sido terrible. Todo lo que podía pensar era que ella debía estar faltando veinticuatro horas antes de poder llamar a la policía, ¿y cómo podría vivir esas veinticuatro horas? ¿Y qué podría hacer la policía?

»De modo que la agarré y la abracé. Estaba a punto de llorar de tan feliz que estaba de verla. Y entonces, por supuesto, la empujé y dije, “¿Dónde demonios has estado?”

»Ella dijo, fríamente, “Te dije que me iba a casa”.

»Le dije, “Pero entraste corriendo al restaurante”.

»Ella dijo, “Y entonces me fui a casa. No supones que necesito una escoba, ¿verdad? Eso es muy anticuado. Sólo… ¡pft!… y estaba en casa”. Hizo un movimiento deslizante con la mano derecha.

»Estaba furioso. Se había acabado completamente mi alivio. Dije, “¿Sabes lo que me has hecho pasar? ¿Puedes imaginar cómo me sentí? Entré como un loco tratando de encontrarte y entonces sólo me quedé parado mirando a mi alrededor. Casi voy a la policía.

»Ella, más clama y más fría, dijo, “Bien, eso mereces por lo que hiciste. Además, te dije que me iba a casa. No había necesidad de que hicieras otra cosa que venir a casa también. Acá estoy. Sólo porque rehúsas creer que tengo el poder no es razón para que comiences a regañarme, cuando hice exactamente lo que te dije que haría”.

»Le dije, “Vamos, ya. No volaste hasta aquí. ¿Dónde estabas en el restaurante? ¿Cómo llegaste aquí?”

»No pude obtener una respuesta para eso. Ni hasta ahora. Eso está arruinando mi vida. Resiento que ella me haya hecho pasar una hora de infierno. Resiento que me haya hecho el tonto.

—¿Está su matrimonio rompiéndose? —dijo Avalon—. Seguramente, no necesita permitir que un incidente…

—No, no se está rompiendo. De hecho, ha sido tan dulce como un pastel de manzana desde esa noche. No ha realizado ni un simple truco de magia, pero eso me incomoda endiabladamente. Me preocupa. Sueño con eso. Le ha dado una especie de… superioridad.

—Ella tiene la mano más alta, quiere decir —dijo Rubin.

—Sí —dijo Anderssen con violencia—. Ella me hizo quedar como un tonto y está impune. Sé que no es una bruja. Sé que no hay tales cosas como brujas. Pero no sé cómo lo hizo, y tengo esta ligera sospecha de que es capaz de hacerlo otra vez, y eso me tiene… me tiene… por debajo.

Anderssen sacudió la cabeza y, de una manera más compuesta, dijo:

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