Un canon cuentístico de la narrativa argentina no podría soslayar (acaso junto a Borges y a Cortázar) la obra de Abelardo Castillo. No poco se ha dicho de estos mundos reales y siempre fracasaron los intentos de clasificarlos. Lo cierto es que Castillo recurre a una tradición sólo para reinventarla, para deshilvanar, en esquirlas de la misteriosa lucidez, la trama de lo real.
«Hace años vengo sintiendo que mis cuentos pertenecen a un solo libro, Los mundos reales, único libro de cuentos que comencé a inventar antes de los dieciocho años, que crece y se modifica conmigo, y en el que encarnizadamente trabajaré toda mi vida». Así alude el autor a su incesante obra.
Estas páginas urden su propio mundo. Son espejismos que arrastran al lector hacia una luminosa celada. Ensimismarse en ella es la gozosa experiencia que reduce a cero la frontera entre ficción y realidad.
Abelardo Castillo
Cuentos completos
Los mundos reales
ePUB v1.0
Ariblack25.05.12
Título original:
Cuentos Completos «Los mundos reales»
Abelardo Castillo, 1966, 1976, 1992, 1997.
Ilustraciones: Martín Mazzoncini
Diseño/retoque portada: Enric Sauté
Editor original: Ariblack (v1.0)
ePub base v2.0
TODOS MIS CUENTOS
los ya escritos y los que aún quedan por escribir
pertenecen a un solo libro incesante y a una mujer
A SYLVIA
quien le dio a ese libro el nombre que hoy lleva
LOS MUNDOS REALES
La obra del escritor argentino Abelardo Castillo abarca todos los géneros literarios. Ha escrito novelas, cuentos, teatro, poemas y ensayos críticos. También ha sido fundador y editor de tres importantes revistas literarias:
El grillo de papel
(1959-1960), con Amoldo Liberman y Humberto Costantini,
El escarabajo de oro
(1961-1974), con Liliana Heker, y
El ornitorrinco
(1977-1986), con Liliana Heker y Sylvia Iparraguirre. En estas publicaciones contó con la colaboración de los autores más prestigiosos de América latina, y la última (El ornitorrinco) representó una de las pocas y difíciles formas de resistencia cultural durante la época de la dictadura. Nacido en 1935 en la localidad de San Pedro (Provincia de Buenos Aires), ha publicado, en orden cronológico,
El otro Judas
(teatro, 1961),
Las otras puertas
(cuentos, 1961),
Israfel
(teatro, 1964),
Cuentos crueles
(cuentos, 1966),
La casa de ceniza
(nouvelle, 1967),
Tres dramas
(teatro, 1968),
Los mundos reales
(antología de cuentos, 1972),
Las panteras y el templo
(cuentos, 1976),
El cruce del Aqueronte
(antología de cuentos, 1982),
El que tiene sed
(novela, 1985),
Las palabras y los días
(ensayos, 1989),
Crónica de un iniciado
(novela, 1991),
Las maquinarias de la noche
(cuentos, 1992),
Teatro completo
(1995). Por su obra ha recibido el Premio Casa de las Américas (1961), el Primer Premio Internacional de Autores Dramáticos Latinoamericanos Contemporáneos, UNESCO, París (1963), el Primer Premio y Gran Premio de los Festivales Mundiales de Teatro Universitario de Varsovia y Cracovia (1965), el Primer Premio Municipal de Literatura de la Ciudad de Buenos Aires (bienio 1985-1986), el Premio Club de los Trece a la mejor novela del año (1992), el Premio Nacional Esteban Echeverría (1993), el Premio Konex de Platino (1994) y el Premio de Honor de la Provincia de Buenos Aires, compartido con los escritores Marco Denevi y Ernesto Sábato (1996).
En un posfacio, Castillo confesó su deseo de ordenar sus relatos bajo un título único:
Los mundos reales
. La historia de la sucesiva publicación y reedición de sus cuentos apunta a esta lenta generación de un texto único, proceso que tiene ilustres antecesores en Whitman y Baudelaire. Es así que las ediciones de los cuentos de Castillo revelan una constante y prolija revisión de textos, un casi obsesivo afán por corregir y refundir, pero el resultado es un corpus literario que, como un organismo vivo, evoluciona, cambia y se autorregenera en lo que son, en suma, versiones de lo real que no excluyen reflexiones sobre el destino humano, la política, las pasiones, la locura y el delirio. Castillo cree, como Valéry, a quien cita en dicho posfacio, que «una obra (es) una empresa de reforma de uno mismo». Por esta razón es que una lectura seriada de sus obras revelaría esta empresa, estas mutaciones de un escritor que mantiene a través de ellas, o quizá gracias a dichas variantes, una rara unidad poética.
Es en las reversiones de sus propios relatos, como en las de los de sus reconocidos predecesores, que Castillo da cuenta de su viaje interior, de su tiempo, de su existir en la literatura y en la historia. Esta actitud se resume en una cita suya: «realistas o fantásticos, mis cuentos pertenecen a un solo libro. Y la literatura, a un solo y entrecruzado universo» enfocado y hecho inteligible, en este caso, desde una definida óptica argentina.
Según Borges, todo escritor elige a sus precursores, y Abelardo Castillo, atento lector de la literatura argentina, y de Borges en particular, ejemplifica esta práctica.
Aun muy joven, en la década de los sesenta, Castillo comienza a publicar colecciones de cuentos cuyo temario refleja el impacto de la autocrítica que domina gran parte de la producción cultural de esa época. Tanto en
Las otras puertas
(1961) como en
Cuentos crueles
(1966), hay huellas evidentes no sólo del acontecer histórico inmediato precedente, el peronismo y sus secuelas, los fracasos de los gobiernos militares y civiles que se suceden, sino también hay marcas escritúrales, giros de estilo, comentarios parentéticos, desvíos y perceptibles omisiones que inscriben estos textos en un momento de la cultura y la historia argentinas dado a la reflexión, balance y liquidación de ideologías manidas y al esfuerzo por ejecutar una doble maniobra: reconocer un patrimonio cultural y simbólico que se reconoce como determinante, y actualizarlo para las nuevas —y cambiantes— situaciones históricas vigentes.
Castillo concita visiblemente autores y artefactos culturales que lo preceden y elige a ciertos precursores —Arlt, Borges, Cortázar, Quiroga— como posibles modelos de identidad nacional que pueden enriquecerse en una reformulación actualizante. Porque es precisamente esa particular diferencia, esa reposesión revitalizadora la que revaloriza tanto al texto anterior como a la versión de Castillo.
Éste ha dicho: «la tradición asegura que el plagio es la forma más sincera de la admiración: lo mismo vale para algunos desacuerdos», y esos cuentos a menudo constituyen un homenaje al texto original, que se revela así como obra repetible y adaptable a una óptica diferente. Se podría decir que es la segunda escritura —la de Castillo— la que da nuevo sentido y enriquece —y se enriquece— con los ecos del original, en una hábil maniobra en la que modelo y nueva versión se generan y regeneran mutuamente. Así
Réquiem para Marcial Palma
, al actualizar el mito del guapo del cuento de Borges
Hombre de la esquina rosada
, crea un personaje que en similares circunstancias, pero en una situación histórica reciente, se convierte en un peleador cajetilla que desprecia el cuchillo pero no la pendencia a puñetazos, en una nueva versión del duelo orillero que se ha convertido aquí en sainete, porque como dice el narrador: «Era como si hubiera cambiado el mundo…» Y, en verdad, el pueblo, el boliche, la gente, todo ha cambiado. Ejemplos evidentes de esto son la indumentaria y el aire cómico del nuevo guapo, la música de una tarantela que ha reemplazado los compases del tango y la ranchera, y el cartel de propaganda de gaseosa con niños rubios de neto tipo norteamericano, que han reemplazado a la vieja arpillera. El paso del tiempo, y el nuevo sentido que Castillo imprime al concepto de hombría, queda muy claro en el desprecio con que el vencedor rechaza a Valeria, la ganada «prenda» a quien aparta con un «No, vos no te quedas con el más hombre; vos te quedas con el que gana». Esta reversión del cuento borgeano tiene lugar en un recreo de la costa del río Paraná, las nuevas orillas de la ciudad de Buenos Aires. En este ambiente, el mito del coraje representado por el guapo del arrabal resulta totalmente anacrónico, así como lo es la presencia de un viejo narrador, que recuerda el duelo original, a cuchillo y a muerte, todos restos de un pasado criollo definitivamente cancelado. El significado del cuento de Borges queda aquí subvertido. Ya no hay guapos en el delta —las modernas orillas del actual Buenos Aires— sino contrabandistas y peleadores cajetillas con aire cómico y sin delirios de hombría. El evocar un pasado mítico que quizá nunca existió no es la intención de Castillo, sino aludir a un texto paradigmático y confrontarlo con una versión actualizada de la misma circunstancia. El texto nuevo dialoga con el anterior, funciona como un palimpsesto que a la vez da cuenta de un mito fundador, y, al modificarlo, lo restituye para la literatura actual sin intentar dar una nueva versión del guapo. Castillo no se esfuerza por construir nuevos mitos; por el contrario, él colabora con la geografía y con la historia para cancelarlos, para declararlos caducos para el hombre de su época, pero a la vez crea, con los componentes del texto anterior, un relato para su tiempo, una narración que fácilmente se inscribe en «los mundos reales», el título abarcador de su cuentística.
En otro texto,
Noche para el negro Griffiths
, Castillo recupera el personaje de
El perseguidor
de Cortázar y lo inserta, con variantes, en una realidad inmediata, convirtiendo al genial saxofonista de Cortázar en un pésimo músico que toca la trompeta en un cafetín de Barracas, donde en noches de humo y alcohol rememora un pasado quizá apócrifo en Nueva Orleáns. El músico carece de grandeza artística y filosófica, pero la filiación literaria de este personaje no sólo es innegable, sino que Griffiths comparte con su antecesor la capacidad para lograr un minuto de grandeza y «caer del otro lado» como el perseguidor de Cortázar, para rendir homenaje musical a las prostitutas desalojadas en su legendario Nueva Orleáns. Estos relatos, así como el obvio homenaje a Roberto Arlt —reconocido por el propio Castillo en el citado posfacio— en
Crear una flor es un trabajo de siglos
, son ejemplos del peculiar refuncionamiento que el autor imprime a la tradición literaria argentina con la que él se identifica. Las condiciones en que se produjeron los cuentos originales han cambiado, y la situación del público lector, o sus experiencias históricas en el contexto argentino, también. En sus versiones nuevas y originales, Castillo restaura estos textos para una cultura en la que siguen vigentes, doblemente enriquecidos al ponerlos en otro contexto. Castillo no procede como Fierre Menard, el personaje de Borges —nuevo autor del viejo
Quijote
— sino que brinda una auténtica recreación del original en una reescritura de clásicos recientes. Dado que los textos previos son artificios, inventos culturales, Castillo se permite una reinvención para situaciones diferentes, y presenta así en sus relatos lecturas de la tradición literaria argentina que dejan muy en claro que ésta no es, en ninguna forma, monolítica ni fija. Interesa reconocer que en este campo, como en otros que mencionaré más adelante, Castillo no es sólo un creador original y representativo, sino un precursor de varios autores argentinos de promociones más tardías. Es este cuidadoso elegir, nombrar y refuncionar antecesores reconocibles, lo que quizá relaciona más estrechamente la obra de este autor con la producción de los escritores de dos décadas posteriores. A veinte años de esta deliberada constitución de modelos de identidad cultural nacional, Castillo mantiene una vigencia que se deriva no sólo de su propia producción, sino de la de los escritores más recientes.