Aparte de esta importante función de reconstituir un canon literario nacional actualizado, para uso propio y de sus lectores, Castillo también da cuenta en sus relatos de hechos del período postperonista y de las dictaduras más recientes. En este sentido, Castillo pertenece, como otros escritores de su promoción, al grupo que una crítica designó, acertadamente, «narradores testigo». Entre sus cuentos más logrados de este tipo, están
En el cruce
y
Por los servicios prestados
, ambos producto de la experiencia del servicio militar del autor. El ámbito castrense, tan preponderante en la vida política argentina y tan decisivo en la confrontación de clases e ideologías a nivel nacional, es hábilmente recreado en estos relatos breves y escuetos que se cierran con un predecible (para el lector argentino) final, sin dramatismo, con la inexorabilidad y maestría de lo premeditado dentro de una situación contestataria irreversible. Ambos relatos están armados con una sorprendente economía narrativa y disfrazados casi de mera anécdota militar… hasta el desenlace, que responde a realidades más vastas de la escena nacional y a profundas grietas en el cuerpo social del país. Por otra parte,
Los muertos de Piedra Negra
, también de ambiente castrense, narra el levantamiento del coronel Lago, su oportunismo al momento de aliarse con el poder que tiene visas de ganar, y por contraste, la ciega fe en el retorno del líder (Perón) que lleva a los hermanos Iglesias a un inútil sacrificio. Este relato toma además el tema de la rebelión (política, en este caso) como acto definitorio en la elección de un destino, en contraste con las falsas y fluctuantes filiaciones que se dan en esos momentos en la población civil y militar, a consecuencia de compromisos con el poder de turno. Los Iglesias son peronistas de siempre, dentro o fuera del poder oficial, por convicción política y de clase («Buena madera esos Iglesias»), mientras que el coronel Lago se identifica con los sucesivos gobiernos, fiel también a los privilegios de su clase («restituir el Honor de la Nación exige, de sus hombres, ciertas decisiones»). En estos cuentos, el ambiente cuartelario provee el escenario para traiciones y lealtades en constante disputa, que son parte del ejercicio de poderes contestatarios no resueltos al nivel nacional. La crueldad y la violencia parecen ser endémicas formas de interrelación subjetiva entre los personajes, porque la sociedad está igualmente escindida, y lo contestatario es la única moneda de intercambio social de ese momento. Pero la crueldad puede tener también otras funciones en la cuentística de Castillo, en la cual la violencia y la agresión a menudo se convierten en actos restitutivos, al revelar la otra cara de la moneda. El acto abominable puede ser liberador y el cruel puede resultar un inusitado redentor. El ejercicio casi ritual de la crueldad permite, en algunos relatos, defender una zona personal sagrada (
Crear una pequeña flor es trabajo de siglos
) o restituir la humanidad al otro, que se había degradado (
El candelabro de plata
). Así es que en algunos relatos, la crueldad, la locura y la traición pueden abrir camino a la reconstitución de un pacto original que habría sido violado, como ocurre en
Negro Ortega
y en
La cuarta pared
. En el primero, el negro Ortega, boxeador que se somete a peleas «arregladas» por su
manager
, tiene finalmente un momento de grandeza, inspirado por la memoria de Ruiz, su viejo amigo boxeador. Es en homenaje a esta antigua amistad que Ortega acaba trompeando con ferocidad a su contrincante, para desplomarse finalmente con los brazos abiertos, como un Cristo del ring, al final de la pelea que él no ha querido conceder según lo previamente acordado con su
manager
. Es así que al traicionar al superior venal, Ortega restituye la autenticidad de su pacto tácito con el viejo boxeador, quien pensaba que peleando se gana la bienaventuranza. Si así fuera, Ortega se ha preparado peleando, y traicionando, para entrar en el reino de los cielos. En el relato
La cuarta pared
, la esposa traiciona al gran hombre con pies de barro, engañándolo precisamente al cometer adulterio con sus jóvenes alumnos, vale decir al destruir la admiración que ellos, sus jóvenes delfines —como ella en el pasado— tenían por el falso ídolo. La pérdida de fe en el hombre que se creía excepcional, requiere destruir la fe de los jóvenes acólitos, quienes ya no se sorprenderán ante las promesas incumplidas. A la desilusión personal sigue un acto de proyección social más vasto, pues no se trata de una venganza meramente individual, sino de una rectificación que termine con los paliativos de que se ha servido el falso ídolo. La traición sirve en estos relatos y en algunas de las obras teatrales de Castillo para restaurar la vigencia de un pacto original hecho con fe y contraído en libertad, para volver a la verdad que ha falseado alguno de los participantes. El traidor se identifica entonces, a través de sus actos, con la pureza inicial de un compromiso que no ha sido respetado y, de este modo, la traición se convierte en una forma de reafirmar los valores originales de ese yo que se siente violado por el otro. Al nivel social más amplio, la traición se justifica en momentos en que la autoridad es venal o miente, poniendo en duda la validez de los pactos sociales contraídos. Pero en
El candelabro de plata
el protagonista se permite, precisamente en la Nochebuena, restaurar a un pobre viejo borracho su ilusión de volver a la lejana tierra natal, gracias a una mentira. Como el recién nacido de Belén, el protagonista también deja entrever un futuro de felicidad a un ser degradado y desahuciado, gracias a una «prodigiosa mentira». Pero el compasivo embustero debe matar al viejo luego de ofrecerle la visión de una falsa, futura redención. Sin embargo, la posibilidad de rectificar este destino desviado es suficiente para restituir al viejo, por unos minutos, a la condición humana: pierde su tono suplicante y deja de rendir pleitesía al «señor» que le ofrece ayuda. Se da en este relato una variante de la traición analizada previamente, pues en este cuento se utiliza el fraude para legitimizar una ilusión que el «otro» ya considera perdida. Al restaurarla, el sujeto se humaniza, pero dada la imposibilidad de realizar este sueño, debe morir… ¡después de una feliz Nochebuena!
Como ha observado uno de sus críticos, hay «una desesperada ternura» en los cuentos más duros de Castillo, que revela la capacidad del hombre para ser coherente consigo mismo y para rectificarse y completar destinos truncados y para redirigir a aquellos que han sido desviados. Tal es el caso del protagonista en el relato
El decurión
, quien descubre, gracias a las incoherentes revelaciones de una tía casi centenaria, que su destino ha sido trastrocado. No se trata aquí de identificarse con «el otro», al estilo borgeano, sino con otro cuya vida, al estilo Cortázar, se le va insinuando en revelaciones inconexas y coincidentales, y en vagas memorias inventadas gracias a una conciencia porosa, receptiva de otra vida arrumbada en una postal, una foto, un cuadro; representaciones estas de lo que deviene, en última instancia, un destino, una vida real. Tanto en este cuento como en
Muchacha de otra parte
se observa la importancia que adquieren los espacios reales e imaginarios en el destino del ser humano; la capacidad de estos espacios de posibilitar o impedir ciertas relaciones subjetivas, y la fatalidad de usurpar el destino de otro, como en
Triste le Ville
, relato en el que este acto de apropiación ilegítima acarrea el purgatorio de vivir en un pueblo gris, afantasmado, del cual no parte ningún tren, en el que no pasa nada, y sólo se ve la cara de un individuo, inmóvil, repetida, fija, como una vida congelada. De lo anterior podría pensarse que en Castillo el destino se puede elegir —acertada o erróneamente— pero también puede ocurrir que el destino juegue una burla al individuo que cree elegirlo, como sucede en
El asesino intachable
, en el cual el crimen gratuito, de perfil dostoyevskiano, se convierte, irónicamente, en un crimen banal de conveniencia, a pesar de las peores intenciones y los cuidadosos preparativos del asesino. La víctima resulta ser una anciana rica y excéntrica, que ha nombrado —sin saberlo él— a su eventual asesino, ¡su único heredero! Si bien los móviles fueron desinteresados, el desenlace los ha convertido en un vulgar y violento acto de codicia. En
Thar
, por otra parte, hay otro juego de tuerca, en cuanto la venganza purificadera resulta frustrada por la filiación que, revelada en el último momento, establece que victimario y presunta víctima son abuelo y nieto. Estos relatos sugieren cuan inútil es la pretensión humana de adueñarse del propio destino, al establecer la arbitrariedad de las opciones posibles y el escaso control que el individuo tiene sobre ellas. Pero Castillo no crea sujetos que sean juguetes del destino, sino que explora con ironía los frecuentes y vanos esfuerzos de la voluntad frente al desconcierto que crean lo fortuito y lo inesperado. Porque los personajes de Castillo se ubican en un espacio interior que no es incompleto, creado por ellos a sus propias medidas y el cual no es necesario trascender, pero donde cada ser puede hacerse y deshacerse según sus personales designios. Dentro de este periplo, podríamos asegurar que el hombre o la mujer son soberanos de su pequeño reino.
Podría derivarse de lo dicho anteriormente que, en algunos cuentos, Castillo se presenta como un escritor maldito. Pero no es ése el caso. La crueldad no es gratuita ni fortuita, sino una moneda de variado intercambio social, pues tiene, como dijimos, una función específica en la reconstitución del individuo. Al facilitar el acceso a otras zonas, es instrumento de transgresión liberadora en la mayoría de los casos, y en todos es constituyente esencial de la ontología de los personajes. Puede hablarse más bien de ciertos excesos dionisíacos que registran algunos relatos, tales como
Also sprach el señor Núñez
y
Las panteras y el templo
, pues se centran en momentos de delirio o pasajera enajenación mental, pero la crueldad consiste en algo más ritual y más consciente: insustituible forma de renovación y, a veces, de exclusión. Pues al acto cruel se recurre cuando alguien transgrede un espacio social personal, intersubjetivo, y funciona para mantener a distancia o excluir al intruso. En esta forma, la crueldad deviene una forma de protección de una zona personal inviolable. Y, por último, quizá la mejor definición de esta particular forma de acción la proporciona el propio Castillo en el epígrafe de William Blake que abre
Cuentos crueles
:
La crueldad tiene un corazón humano
y los celos un rostro humano.
el terror tiene la divina forma humana
y el misterio tiene el vestido del hombre.
También ocurre que en los relatos de Castillo la crueldad a menudo se combina con la ternura para esclarecer relaciones ambiguas o de naturaleza borrosa. Esto es evidente en un hermoso cuento titulado
El hermano mayor
, en el que, a raíz de la muerte del padre, los hermanos desnudan su interioridad reconociéndose por primera vez, reencontrando su autenticidad en los fragmentarios recuerdos de un padre a la vez abusivo y pintoresco. Y es el hermano mayor, precisamente, quien recobra parte de su muy menguada identidad de ser, como mayor, el iniciador del más chico, gracias a los recuerdos del otrora distante —psíquica y físicamente— hermano menor.
Esta mezcla de ternura y crueldad aparece también en los relatos que se centran en relaciones entre los sexos, en los que se suceden encuentros tanto casuales como definitivos. Ejemplo de lo último aparece en
Carpe diem
, que abre la posibilidad de un tiempo recobrado después de la muerte de la amada. Pero también surge lo inolvidable, mitificado y perdido en la figura de Virginia en
Los ritos
. Es este personaje, descrito muy someramente, y más por sus atributos externos, modales, manías, que físicos, quien controla la narración que se abre y cierra con su recuerdo. Porque es la infantil Virginia la que empareja lo disímil en la repisa del cuarto de soltero de su amante: geisha con pollito, bambi con la Victoria de Samotracia. El, al final de varios exitosos episodios eróticos, resulta, inconscientemente, también emparejado con lo disímil: Virginia, por lo menos en unos momentos de pasión amorosa… con otra. Virginia, a distancia y conscientemente obturada en la memoria, representa para él la oportunidad —perdida— de reinventarse, de ser puro, de ser otro. También se narra con patética ternura la pérdida de la novia juvenil en
Capítulo para Laucha
.
En casi todos los relatos de temas amorosos, los personajes femeninos jóvenes, como en Juan Carlos Onetti, son los más interesantes. Su inexperiencia puede, y a menudo es, una posible fuente de renovación y pureza, o una apertura hacia lo inesperado y absurdo, en contraste con los personajes femeninos experimentados, con saberes y decires inteligentes y fatalmente predecibles. Pues es precisamente la sorpresa lo que traen a menudo estas jóvenes, y sobre ellas el autor crea bellas y tristes historias de amores perdidos. Porque el amante las abandona o hace que lo abandonen. Hay un temor a esa pureza, a esa sorpresa y a la posible continuidad de un amor que desafía lo que él ya ha asumido como destino propio inalterable. Es con estas amadas abandonadas, rechazadas pero nunca olvidadas, una recurrente conexión a través de la memoria, de la confidencia o del sueño. Y es esta conexión la que las distingue de «las otras», aquellas con las cuales siempre se establece una discontinuidad tranquilizadora. Pues de éstas lo separa esa sabiduría moderna que comparten, mientras las otras tienen «una sabiduría muy antigua, algo que no tiene nada que ver con las palabras… una sabiduría llena de tristeza o de algo parecido a la caridad y a la tristeza…». Pero debemos anotar una excepción a esta práctica en el cuento
La fornicación es un pájaro lúgubre
, relato que Castillo considera, pese a su título y desenfadado estilo, un «cuento muy decente». Es éste un relato de aprendizaje, no por parte de la joven iniciada sino por parte del iniciador. Es ella, especie de Lolita actualizada, quien le revela, a pesar de su inicial frigidez, lo que es, en verdad, hacer el amor. El exhausto amante comprende que lo que hacen es construir un amor en un acto de seducción mutua que se realiza paso a paso, y deliberadamente, en lo que es, al fin, un acto de creación. Si como dice el protagonista, la mujer es la casa del hombre, construida por él mismo, no hay duda de que él se siente, finalmente, en perfecta morada… Se presenta aquí, después de falsos comienzos y desvíos amorosos por parte del protagonista, una mística del acto sexual, gracias a la complicidad de una joven ansiosa pero inexperta. La plenitud final, la revelación de que hacer el amor es crear algo ajeno, contrasta con las anteriores experiencias del protagonista, para quien la fornicación, en rigor, se había convertido en un ejercicio lúgubre. El cuento, por lo demás, está dedicado a la memoria de Henry Miller, y Castillo lo comenzó a escribir al enterarse de la muerte del escritor norteamericano, y lo terminó más de un año después.