Danza de dragones (116 page)

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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, Bélico, Fantástico

BOOK: Danza de dragones
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—Y una aldea más. ¿Pedregal?

—Tengo parientes enterrados bajo las rocas de Hito. —Volvió a consultar el mapa—. Dadle el Árbol de la Miel y sus colmenas. Con tanto dulce, engordará y se le caerán los dientes.

—Bien, trato hecho. Solo falta una cosa.

—Un rehén.

—Sí, mi señor. Tengo entendido que sois padre de una niña.

—Bethany. —Lord Tytos acusó el golpe—. Tengo dos hermanos, una hermana, un par de tías viudas, sobrinos, primos… Esperaba que eligierais…

—Tiene que ser un vástago de vuestra propia sangre.

—Bethany no tiene más que ocho años; es una chiquilla adorable, siempre sonriente. Nunca ha estado a más de una jornada a caballo de aquí.

—¿Y por qué no darle la ocasión de conocer Desembarco del Rey? Su alteza tiene más o menos la misma edad que ella. Le encantaría tenerla de amiga.

—Una amiga a la que ahorcar si su padre hace algo que no le gusta —replicó lord Tytos—. Tengo cuatro hijos, ¿por qué no os lleváis a uno de ellos? Ben tiene doce años y está deseoso de correr aventuras. Sería un excelente escudero para mi señor.

—Tengo tantos escuderos que he perdido la cuenta; se pelean por sujetarme la polla cada vez que voy a mear. Y tenéis seis hijos, mi señor, no cuatro.

—Tenía seis hijos. Robert era el pequeño, y nunca gozó de buena salud. Murió hace seis días, de tripas sueltas. A Lucas lo asesinaron en la Boda Roja. La cuarta esposa de Walder Frey era una Blackwood, pero en Los Gemelos, el parentesco tiene tan poca importancia como el derecho del huésped. Me gustaría enterrar a Lucas bajo el árbol, pero los Frey aún no han considerado oportuno devolverme sus huesos.

—Veré por ello. ¿Lucas era vuestro hijo mayor?

—El segundo. Mi primogénito y heredero es Brynden. Luego va Hoster; mucho me temo que lo suyo son los libros.

—También tenemos libros en Desembarco del Rey; recuerdo haber visto a mi hermano pequeño leyéndolos de cuando en cuando. ¿Creéis que a vuestro hijo le gustaría echarles un vistazo? Aceptaré a Hoster como rehén.

—Gracias, mi señor. —El alivio de Blackwood era palpable. Titubeó un momento antes de seguir—. Disculpad mi osadía, pero haríais bien en exigir otro rehén a Jonos. Una de sus hijas. Pese a lo mucho que ha ido apareándose por ahí, no le ha llegado la hombría a engendrar hijos varones.

—Tenía un bastardo que murió en la guerra.

—¿Seguro? Harry era bastardo, eso desde luego, pero lo que ya es cuestionable es si Jonos era su padre. Era un muchacho rubio y atractivo, y Jonos no es lo uno ni lo otro. —Lord Tytos se puso en pie—. ¿Me haréis el honor de cenar conmigo?

—Tendrá que ser en otra ocasión, mi señor. —En el castillo se morían de hambre, y Jaime no iba a conseguir nada quitándoles la comida de la boca—. No puedo demorarme más; he de ir a Aguasdulces.

—¿A Aguasdulces o a Desembarco del Rey?

—A los dos sitios.

Lord Tytos no intentó disuadirlo.

—Hoster estará listo para partir en menos de una hora.

Así fue. El muchacho se reunió con Jaime junto a los establos, con el petate al hombro y un montón de pergaminos bajo el brazo. No tenía más de dieciséis años, pero ya era más alto que su padre, casi tres varas de piernas, espinillas y codos: un chaval larguirucho y desmañado con un remolino de pelo rebelde.

—Lord comandante, soy Hoster, vuestro rehén. La gente me llama Hos —sonrió.

«¿Se cree que esto es divertido?»

—¿Qué gente?

—Mis amigos, mis hermanos…

—Yo no soy tu amigo ni tu hermano. —Aquello borró la sonrisa de la cara al muchacho. Jaime se volvió hacia lord Tytos—. No quiero malentendidos, mi señor. Lord Beric Dondarrion, Thoros de Myr, Sandor Clegane, Brynden Tully, la tal Corazón de Piedra y todos esos son forajidos y rebeldes, enemigos del rey y de todos sus súbditos leales. Si llego a enterarme de que vos o los vuestros les dais cobijo, los protegéis o los ayudáis de cualquier manera, os haré llegar la cabeza de vuestro hijo sin dudarlo. Espero que os haya quedado claro. Y que os quede clara otra cosa: no soy Ryman Frey.

—No. —Todo rastro de calidez se había esfumado del rostro de lord Blackwood—. Sé con quién estoy tratando, Matarreyes.

—Bien. —Jaime montó y arrastró a Honor hacia la puerta—. Os deseo buenas cosechas y toda la bienaventuranza de la paz del rey.

No tuvo que cabalgar mucho. Lord Jonos Bracken lo esperaba junto al Árbol de los Cuervos, fuera del alcance de las ballestas. Iba a lomos de un corcel con armadura y llevaba coraza y cota de malla, además de un yelmo de acero gris con el penacho de crin.

—He visto que arriaban el estandarte del lobo huargo —dijo a Jaime en cuanto llegó junto a él—. ¿Se acabó?

—Por completo. Volved a casa y sembrad vuestros campos.

—Espero tener más campos que cuando habéis entrado en ese castillo. —Lord Bracken se levantó el visor.

—La Hebilla, Sotobosque y el Árbol de la Miel con todas sus colmenas. —Se le olvidaba uno—. Ah, y Cerro Ballesta.

—Un molino —replicó Bracken—. Necesito un molino.

—El molino del Señor.

—Bueno, con ese me basta. Por ahora —bufó. Señaló a Hoster Blackwood, que llegaba cabalgando con Peek—. ¿Ese es vuestro rehén? Os la han dado con queso. Es un debilucho que tiene agua en las venas. Por muy alto que os parezca, cualquiera de mis hijas podría quebrarlo como una ramita podrida.

—¿Cuántas hijas tenéis, mi señor?

—Cinco: dos de mi primera esposa y tres de la tercera. —Demasiado tarde, comprendió que había hablado más de la cuenta.

—Enviad a una a la corte; tendrá el privilegio de ser una de las damas de la reina regente.

El rostro de Bracken se ensombreció cuando entendió el calado de aquellas palabras.

—¿Así recompensáis la amistad de Seto de Piedra?

—Ser dama de la reina es un gran privilegio —le recordó Jaime—. Convendría que se lo explicaseis así a vuestra hija. Esperamos su llegada antes de que acabe el año.

No aguardó la respuesta de lord Bracken; rozó a Honor con las espuelas doradas y se alejó al trote. Sus hombres formaron y lo siguieron, haciendo ondear los estandartes. Pronto, el castillo y el campamento quedaron atrás, ocultos tras la polvareda que levantaban los cascos de los caballos.

Ni lobos ni forajidos los habían molestado en el trayecto hacia el Árbol de los Cuervos, de modo que Jaime decidió regresar por otro camino. Si los dioses le eran propicios, tal vez se tropezara con el Pez Negro o incluso tentara a Beric Dondarrion para lanzar un ataque poco meditado.

Iban siguiendo el Lavadero de la Viuda cuando empezaron a quedarse sin luz. Jaime hizo llamar a su rehén y le pidió que los guiara al vado más cercano. Cuando la columna pasó chapoteando por las aguas bajas, el sol se ponía tras un par de colinas cubiertas de hierba.

—Las Tetas —señaló Hoster Blackwood.

Jaime recordó el mapa de lord Bracken.

—Hay una aldea entre las dos.

—El Árbol de la Moneda —confirmó el muchacho.

—Montaremos campamento allí para pasar la noche. —Si había algún aldeano, tal vez conociera el paradero de ser Brynden o el de los forajidos—. Lord Jonos me comentó algo sobre el propietario legítimo de las Tetas —comentó al joven Blackwood mientras cabalgaban hacia las colinas, cada vez más oscuras—. Los Bracken las llaman de una forma, y los Blackwood, de otra.

—Sí, mi señor. Así ha sido durante unos cien años. Antes eran las Tetas de la Madre, o las Tetas a secas. Como son dos y parecen…

—Ya veo lo que parecen. —Jaime no pudo evitar recordar a la mujer de la tienda y su manera de intentar ocultar aquellos pezones grandes y oscuros—. ¿Qué pasó hace cien años?

—Aegon el Indigno tomó como amante a Barba Bracken —explicó el instruido muchacho—. Por lo que se dice, era una moza de busto generoso, y un buen día, cuando el rey estaba de visita en Seto de Piedra, salió de caza, vio las Tetas y…

—Y les puso el nombre de su amante. —Aegon IV había muerto mucho antes de que naciera Jaime, pero estaba suficientemente familiarizado con la historia del reino para imaginar qué había sucedido a continuación— Solo que más adelante abandonó a la Bracken y se lio con una Blackwood, ¿a que sí?

—Con lady Melissa —confirmó Hoster—. La llamaban Missy; tenemos una estatua suya en nuestro bosque de dioses. Era mucho más hermosa que Barba Bracken, pero esbelta, y se oyó comentar a Barba que era plana como un muchacho. Cuando se enteró el rey Aegon…

—Le dio las tetas de Barba. —Jaime se echó a reír—. ¿Cómo empezó esta enemistad entre los Blackwood y los Bracken? ¿Se recogió por escrito?

—Sí, mi señor —asintió el chico—, pero unas versiones las escribieron sus maestres y otras los nuestros, siempre siglos después de los acontecimientos que narraban en sus crónicas. Todo se remonta a la Edad de los Héroes, a los tiempos en que los Blackwood eran reyes, y los Bracken, señores menores que se dedicaban a la cría de caballos. En vez de pagar los impuestos al rey, emplearon el oro que ganaron con sus caballos para forjar espadas y derrocarlo.

—¿Cuándo fue eso?

—Quinientos años antes de los ándalos; mil si damos crédito a la
Verdadera historia.
Pero nadie sabe cuándo cruzaron los ándalos el mar Angosto. La
Verdadera historia
dice que hace cuatro mil años, pero algunos maestres aseguran que solo hace dos mil. A partir de cierta época, las fechas se vuelven confusas y nebulosas, y la claridad de la historia da paso a la neblina de la leyenda.

«A Tyrion le caería bien este chico. Se pasarían el día hablando y discutiendo de libros.» Durante un momento se le olvidó lo resentido que estaba contra su hermano, hasta que recordó lo que había hecho.

—Así que os peleáis por la corona que quitó una familia a la otra en los tiempos en que Roca Casterly aún pertenecía a los Casterly; la corona de un reino que no existe desde hace miles de años, ¿no es eso? —Dejó escapar una risita—. Tantos siglos, tantas guerras, tantos reyes… y nadie ha conseguido la paz.

—Muchos la consiguieron, mi señor. Hemos firmado la paz con los Bracken cientos de veces; en ocasiones hasta se ha sellado con un matrimonio. Todos los Bracken tienen sangre Blackwood y todos los Blackwood tienen sangre Bracken. La Paz del Viejo Rey duró medio siglo, pero surgió alguna nueva disputa y las heridas antiguas volvieron a sangrar. Mi padre dice que siempre es así: mientras los hombres recuerden cualquier afrenta sufrida por sus antepasados no habrá paz duradera, de manera que así seguimos siglo tras siglo. Odiamos a los Bracken y los Bracken nos odian. Mi padre dice que eso no acabará jamás.

—Puede que sí.

—¿Cómo, mi señor? Según mi padre, las heridas viejas no se curan jamás.

—Mi padre también tenía un dicho: nunca hieras a un enemigo si puedes matarlo. Los muertos no se vengan.

—Pero sus hijos, sí —replicó Hoster con tono de disculpa.

—No si se mata también a los hijos. Si no me crees, pregunta a los Casterly. Pregunta a lord y lady Tarbeck, o a los Reyne de Castamere. Pregunta al príncipe de Rocadragón. —Durante un momento, las nubes rojas oscuras que coronaban las colinas le recordaron a los hijos de Rhaegar, envueltos en capas escarlata.

—¿Por eso matasteis a todos los Stark?

—A todos, no —respondió Jaime—. Las hijas de lord Eddard siguen con vida. Una acaba de contraer matrimonio, y la otra… —«¿Dónde estás, Brienne? ¿La has encontrado?»—. La otra, si los dioses son misericordiosos, se olvidará de que fue una Stark y se casará con un herrero corpulento o con un posadero rechoncho, le llenará la casa de críos y nunca tendrá miedo de que aparezca un caballero para estamparles el cráneo contra la pared.

—Los dioses son misericordiosos —dijo su rehén, inseguro.

«Sí, tú sigue creyendo eso.» Jaime picó espuelas a Honor.

El Árbol de la Moneda era una aldea mucho más grande de lo que esperaba. La guerra también había dejado allí su huella: los huertos quemados y la estructura calcinada de casas semiderruidas así lo atestiguaban; pero por cada edificio en ruinas había tres reconstruidos. En el azul cada vez más oscuro del ocaso, Jaime alcanzó a ver una veintena de tejados de paja nuevos, y también puertas de madera fresca. Entre el estanque de patos y la forja del herrero dio con el árbol al que debía su nombre la aldea, un roble alto y viejo, con raíces retorcidas que sobresalían de la tierra como un entramado de serpientes y cientos de monedas clavadas en el grueso tronco.

Peck se quedó mirando él árbol, y luego, las casas vacías.

—¿Dónde está la gente?

—Escondida —replicó Jaime.

Dentro de las casas, todos los fuegos estaban apagados, pero algunos humeaban aún y ninguno estaba frío del todo. El único ser vivo que encontraron fue una cabra que Harry Merrell el Templado vio pastando en un huerto. Pero el pueblo contaba con un torreón tan inexpugnable como cualquiera de los que se veían en las tierras de los ríos, con una muralla de piedra de cinco varas de altura, y Jaime supo que allí encontraría a los aldeanos.

«Cuando vinieron los atacantes, se escondieron tras esa muralla; por eso sigue existiendo el pueblo. Ahora también se esconden, pero de mí.» Se encaminó a lomos de Honor hasta las puertas del torreón.

—¡Eh, los de dentro! No vamos a haceros daño, somos hombres del rey.

Unos cuantos rostros asomaron sobre la muralla, por encima de la puerta.

—Fueron hombres del rey los que nos quemaron el pueblo —replicó un hombre—. Antes de eso, otros hombres del rey se llevaron nuestras ovejas. Eran de un rey diferente, pero a nuestras ovejas les dio igual. Los hombres del rey mataron a Harsley y a ser Ormond, y violaron a Lacey hasta que murió.

—No fueron mis hombres —dijo Jaime—. Abrid las puertas.

—Cuando os hayáis marchado.

Ser Kennos se le acercó a caballo.

—No nos costaría mucho derribar la puerta, ni pegar fuego a esto.

—¿Mientras nos tiran piedras y nos lanzan flechas? —Jaime negó con la cabeza—. Correría la sangre, y ¿para qué? Esta gente no nos ha hecho ningún daño. Nos instalaremos en las casas, pero no quiero saqueos. Tenemos provisiones suficientes.

Mientras la luna ascendía por el cielo, ataron los caballos y cenaron a base de carnero en salazón, manzanas secas y queso curado. Jaime comió poco y compartió un odre de vino con Peck y Hos. Intentó contar las monedas clavadas en el viejo roble, pero se perdió enseguida; eran demasiadas.

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