Danza de dragones (56 page)

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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, Bélico, Fantástico

BOOK: Danza de dragones
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—Llegó a la corte con Jenny de Piedrasviejas. Era una persona diminuta, grotesca. Muchos opinaban que se trataba de una enana, pero lady Jenny le tenía mucho cariño y decía que era una hija del bosque.

—¿Qué fue de ella?

—Refugio Estival. —Dos palabras funestas.

—Retiraos, por favor —suspiró Dany—. Estoy muy cansada.

—Como ordenéis. —Ser Barristan hizo una reverencia y dio media vuelta para salir, pero se detuvo al llegar a la puerta—. Disculpad, alteza, tenéis una visita. ¿Le digo que vuelva mañana?

—¿Quién es?

—Naharis. Los Cuervos de Tormenta han vuelto a la ciudad.

«Daario.» El corazón le dio un vuelco.

—¿Cuánto hace qué…? ¿Cuándo ha…? —No le salían las palabras, pero ser Barristan la entendió.

—Vuestra alteza estaba con la sacerdotisa cuando han llegado. Sabía que no queríais que os interrumpieran, y las nuevas del capitán podían esperar a mañana.

—No. —«¿Cómo voy a dormir sabiendo que mi capitán está tan cerca?»—. Decidle que suba. Ya… no os necesitaré esta noche; con Daario estaré a salvo. Ah, tened la amabilidad de decirles a Irri y Jhiqui que entren. Y a Missandei.

—Tengo que cambiarme, tengo que ponerme hermosa. —Eso fue lo que dijo a sus doncellas cuando entraron.

—¿Qué quiere ponerse vuestra alteza? —preguntó Missandei.

«Luz de estrellas y espuma de mar —pensó Dany—. Un atisbo de seda que muestre mi pecho izquierdo para deleite de Daario. Ah, y flores en el pelo.» Cuando se conocieron, el capitán había estado llevándole flores a diario durante todo el camino desde Yunkai a Meereen.

—Traedme la túnica de lino gris con el corpiño de perlas. Ah, y la piel de león blanco —Siempre se sentía más segura con la piel de león de Drogo.

Daenerys recibió al capitán en su terraza, sentada en un banco de piedra labrada bajo un peral. La media luna flotaba en el cielo, sobre la ciudad, arropada por un millar de estrellas. Daario Naharis se acercó pavoneándose.

«Se pavonea hasta cuando está parado.» El capitán vestía un pantalón ancho de rayas remetido en las botas de cuero morado, una camisa de seda blanca y un chaleco de anillas doradas. Llevaba la barba de tres puntas teñida de violeta, los extravagantes bigotes, de dorado, y los largos rizos, de ambos colores a partes iguales. A un lado del cinturón llevaba un estilete, y al otro, un
arakh
dothraki.

—Mi luminosa reina, durante mi ausencia os habéis tornado más bella. ¿Cómo es posible semejante cosa?

La reina estaba acostumbrada a alabanzas por el estilo, pero el cumplido significaba mucho más en boca de Daario que dicho por alguien como Reznak, Xaro o Hizdahr.

—Me informan de que nos habéis prestado un excelente servicio en Lhazar, capitán. —«Te he echado tanto de menos…»

—Vuestro capitán vive para servir a esta reina cruel.

—¿Cruel?

La luz de la luna arrancó destellos de los ojos del hombre.

—Me adelanté al galope al resto de mis hombres para ver vuestro rostro cuanto antes, y vos me dejasteis languidecer mientras comíais higos y cordero con una vieja reseca.

«No me dijeron que estabas aquí; de lo contrario, tal vez habría cometido la estupidez de haceros entrar al momento.»

—Estaba cenando con la gracia verde. —Le pareció mejor no mencionar a Hizdahr—. Tenía una necesidad urgente que requería su sabio consejo.

—Yo solo tengo una necesidad urgente: Daenerys.

—¿Queréis que os traigan algo para comer? Debéis de estar famélico.

—Hace dos días que no pruebo bocado, pero me basta con saciarme de vuestra belleza.

—Mi belleza no va a llenaros el estómago. —Cogió una pera y se la lanzó—. Comed.

—Como ordene mi reina.

El diente de oro centelleó al morder la fruta; el jugo le corrió por la barba morada. La joven que había en Dany tenía tantas ganas de besarlo que le dolía el pecho.

«Sus besos serían duros e implacables —se dijo—, y le daría igual que le gritara y le ordenara detenerse.» Pero la reina que había en ella sabía que sería una locura.

—Habladme de vuestro viaje.

—Los yunkios enviaron mercenarios para cerrar el paso de Khyzai. Los Lanzas Largas, como se hacen llamar. Caímos sobre ellos durante la noche y mandamos al infierno a unos cuantos. En Lhazar maté a dos de mis sargentos por conspirar para robar las gemas y la vajilla de oro que me había confiado vuestra alteza como regalos para los hombres cordero. Por lo demás, todo transcurrió según lo previsto.

—¿Cuántos hombres perdisteis en el combate?

—Nueve, pero una docena de lanzas largas decidió que preferían ser cuervos de tormenta a ser cadáveres, así que al final salimos ganando tres; Les dije que vivirían más luchando al lado de vuestros dragones que contra ellos, y entendieron lo sensato de mis palabras.

—Puede que sean espías de Yunkai —señaló Dany, desconfiada.

—Son demasiado idiotas para ser espías. No los conocéis.

—Vos tampoco. ¿Confiáis en ellos?

—Confío en todos mis hombres. Mientras no los pierda de vista. —Escupió una semilla y sonrió ante sus recelos—. ¿Queréis que os traiga sus cabezas? Lo haré si así lo ordenáis. Uno de ellos es calvo y dos tienen trenzas, y de ellos, uno se tiñe la barba de cuatro colores diferentes. ¿Qué espía luciría una barba así? El que maneja la honda es capaz de acertar en el ojo a un mosquito a cuarenta pasos, y al feo se le dan bien los caballos, pero si mi reina dice que han de morir…

—No he dicho eso, solo que… Bueno, no los perdáis de vista, nada más. —Se sintió un poco tonta al decir aquello. Siempre se sentía un poco tonta cuando estaba con Daario. «Desmañada, infantil y torpe. ¿Qué pensará de mí?»—. ¿Los hombres cordero nos enviarán comida?

—El trigo llegará en barcazas por el Skahazadhan, alteza, y otras provisiones vendrán en caravanas por el paso de Khyzai.

—Por el Skahazadhan no llegará nada; nos han cerrado el río, y también los mares. Ya habréis visto los barcos en la bahía. Los qarthienses han puesto en fuga a un tercio de nuestra flota pesquera y se han apoderado de otro tercio. El resto no se atreve a salir del puerto. Nos han cortado el poco comercio que nos quedaba.

—Los qarthienses tienen leche en las venas. —Daario tiró el rabito de la pera—. En cuanto les enseñéis a vuestros dragones, huirán despavoridos.

Dany no quería hablar de los dragones. A la corte seguían llegando campesinos con sacas de huesos quemados y quejas sobre ovejas desaparecidas, aunque Drogon no había vuelto a la ciudad. Según algunos informes, lo habían visto al norte del río, sobre el mar de hierba dothraki. Abajo, en la fosa, Viserion se había arrancado una cadena. Rhaegal y él estaban cada día más fieros. Según los inmaculados, en cierta ocasión, las puertas de hierro se pusieron al rojo vivo, y nadie se atrevió a tocarlas en todo el día.

—Astapor también está bajo asedio.

—Eso sí lo sabía. Un lanza larga vivió lo suficiente para decimos que los hombres se comían entre sí en la Ciudad Roja. Dijo que pronto le tocaría el turno a Meereen, así que le corté la lengua y se la eché a un perro amarillo. Los perros no se comen la lengua de un mentiroso, pero el perro se la comió, así que supe que decía la verdad.

—También tengo una guerra dentro de la ciudad. —Le habló de los Hijos de la Arpía y las Bestias de Bronce; de la sangre en las paredes de ladrillo—. Estoy rodeada de enemigos, intramuros y extramuros.

—Atacad —respondió él al momento—. Cuando alguien está rodeado de enemigos, no puede defenderse. Intentadlo, y el hacha os golpeará por la espalda mientras estáis esquivando el puñal. No. Si os enfrentáis a múltiples enemigos, elegid al más débil, matadlo, saltad sobre su cadáver y huid.

—¿Hacia dónde?

—Hacia mi cama. Hacia mis brazos. Hacia mi corazón.

Los puños del
arakh
y el estilete de Daario eran dos mujeres de oro, desnudas y lujuriosas. Las acarició con los pulgares en un gesto que a Dany le pareció increíblemente obsceno, y le dedicó una sonrisa malévola. Ella sintió como se le agolpaba la sangre en el rostro. Era casi como si la acariciara a ella.

«¿Me consideraría lujuriosa si me lo llevara a la cama? —Casi lo deseaba—. No puedo volver a verlo a solas. Es peligroso tenerlo cerca.»

—La gracia verde dice que debo tener un rey ghiscario —le dijo, arrebolada—. Me presiona para que me case con el noble Hizdahr zo Loraq.

—¿Con ese? —rio Daario—. Si lo que queréis es un eunuco en la cama, ¿por qué no con Gusano Gris? ¿De verdad deseáis tener un rey?

«Te deseo a ti.»

—Lo que deseo es paz. Le he dicho a Hizdahr que tiene noventa días para poner fin a los asesinatos. Si lo consigue, lo tomaré como esposo.

—Casaos conmigo y lo conseguiré en nueve.

«Sabéis que no es posible.»

—Lucháis contra sombras en vez de enfrentaros a los hombres que las proyectan —siguió Daario—. Matadlos a todos y adueñaos de sus tesoros. Solo tenéis que susurrarme una orden y vuestro humilde servidor os construirá con sus cabezas una pirámide más alta que esta.

—Si supiera quiénes son…

—Zhak, Pahl y Merreq. Y los demás. Esos son. Los grandes amos, ¿quién si no?

«Es tan osado como sanguinario.»

—No tenemos pruebas de que sea obra suya. ¿Queréis que mate a mis propios súbditos?

—Vuestros propios súbditos os matarían de buena gana.

Había estado ausente tanto tiempo que Dany casi se había olvidado de cómo era. Tuvo que recordarse que los mercenarios eran traicioneros por naturaleza.

«Voluble, descreído, implacable. Nunca será más que lo que es. Nunca tendrá madera de rey.»

—Las pirámides son fortalezas. El coste de hacerlos prisioneros sería espantoso. En cuanto atacáramos a uno, los demás se levantarían contra nosotros.

—Pues sacadlos de sus pirámides con algún pretexto. Una boda, por ejemplo, ¿por qué no? Prometed vuestra mano a Hizdahr, y todos los grandes amos acudirán a presenciar el matrimonio. Cuando estén todos en el templo de las Gracias, caeremos sobre ellos.

«Es un monstruo —pensó, sobrecogida—. Un monstruo apuesto, pero un monstruo.»

—¿Me tomáis por el Rey Carnicero?

—Más vale ser carnicero que carne. Todos los reyes son carniceros. ¿Las reinas no?

—Esta reina no.

Daario se encogió de hombros.

—La mayoría de las reinas no tienen más función que calentarle la cama al rey y parirle hijos. Si esa es la clase de soberana que queréis ser, haréis bien en casaros con Hizdahr.

—¿Habéis olvidado quién soy? —espetó, furiosa.

—No. ¿Y vos?

«Viserys le habría cortado la cabeza por semejante insolencia.»

—Soy de la sangre del dragón. No tengáis la osadía de darme lecciones. —Dany se levantó, y la piel del león se le escurrió de los hombros y cayó al suelo—. Marchaos.

—Vivo para obedeceros —replicó Daario con una amplia reverencia.

Cuando se fue, Daenerys hizo llamar a ser Barristan.

—Quiero que vuelvan a partir los Cuervos de Tormenta.

—Alteza, pero si acaban de regresar…

—Quiero que se vayan. Que patrullen en las cercanías de Yunkai y ofrezcan protección a las caravanas que se acerquen por el paso de Khyzai. De ahora en adelante, Daario os informará a vos. Encargaos de que reciba todos los honores que merezca y de que se pague bien a sus hombres, pero bajo ningún concepto quiero tenerlo en mi presencia.

—Como ordenéis, alteza.

Aquella noche no pudo dormir; no hacía más que dar vueltas y vueltas en la cama. Incluso llamó a Irri con la esperanza de que sus caricias la ayudaran a descansar, pero al cabo de un rato echó a la muchacha dothraki. Irri era dulce, suave y voluntariosa, pero no era Daario.

«¿Qué he hecho? —pensó mientras se arrebujaba en el lecho solitario—. Con el tiempo que llevaba esperando su regreso, he ordenado que se vaya.»

—Ese hombre me convertiría en un monstruo —susurró—. En una reina carnicera.

Pero entonces pensó en Drogon, que estaba tan lejos, y en los dragones de la fosa.

—Tengo las manos manchadas de sangre, y también el corazón. Daario y yo no somos tan distintos. Los dos somos monstruos.

El caballero perdido

«No tendría que tardar tanto —se dijo Grif mientras recorría de un lado a otro la cubierta de la
Doncella Tímida.
¿Acaso habían perdido a Haldon, igual que habían perdido a Tyrion Lannister? ¿Lo habrían atrapado los volantinos?—. Tendría que haber mandado a Campodepatos con él.» No se podía confiar en Haldon ni dejarlo solo; lo había demostrado en Selhorys al permitir que escapara el enano.

La
Doncella Tímida
estaba amarrada en uno de los peores sectores del largo y caótico puerto fluvial, entre una barcaza escorada que no se había movido en muchos años y la chalana pintada de colores vivos de un teatro de títeres. Los titiriteros eran un grupito escandaloso y animado que pasaban el rato atacándose entre sí con discursos sacados de sus obras, más borrachos que sobrios.

Era un día cálido y bochornoso, como lo habían sido todos desde que pasaron los Pesares. El inmisericorde sol del sur azotaba la ribera de Volon Therys, pero aquella era la menor de las preocupaciones de Grif. La Compañía Dorada había acampado algo más de una legua al sur de la ciudad, mucho más al norte de lo que esperaba, y el triarca Malaquo había acudido con cinco mil hombres a pie y mil a caballo para cortarles el paso hacia el delta. Daenerys Targaryen seguía a un mundo de distancia, y Tyrion Lannister… En fin, podía estar en cualquier lugar. Si los dioses fueran bondadosos, la cabeza cortada del Lannister ya estaría a medio camino de Desembarco del Rey, pero lo más probable era que estuviera sano y salvo, cerca de allí, más borracho que una cuba y tramando alguna nueva infamia.

—Por los siete infiernos, ¿dónde está Haldon? —se quejó Grif a lady Lemore—. ¿Cuánto se puede tardar en comprar tres caballos?

—Mi señor —respondió ella mientras se encogía de hombros—, ¿no sería más seguro que el muchacho siguiera aquí, en la barcaza?

—Más seguro, sí; más inteligente, no. Ya es un hombre hecho y derecho, y este es el camino que nació para recorrer.

Grif no tenía tiempo ni paciencia para objeciones. Estaba harto de esconderse, harto de esperar, harto de tanta cautela.

«No me queda tiempo para la cautela.»

—Hemos hecho un gran esfuerzo para mantener oculto al príncipe Aegon todos estos años —le recordó Lemore—. Sé que llegará el momento en que deba lavarse el pelo y revelar su identidad, pero aún no, y menos ante un campamento de mercenarios.

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