Danza de dragones (58 page)

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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, Bélico, Fantástico

BOOK: Danza de dragones
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—Adelante —invitó Flores en la puerta de la tienda.

Los oficiales superiores de la Compañía Dorada se levantaron de los taburetes al verlos entrar. Los viejos amigos saludaron a Grif con sonrisas y abrazos; los nuevos, de manera más formal.

«No todos se alegran de vernos, o no tanto como quieren hacerme creer.» Percibía los puñales que se ocultaban tras algunas sonrisas. Lord Jon Connington estaba en su tumba, y sin duda, muchos consideraban que era el mejor lugar para un hombre capaz de robar a sus hermanos de armas. Si Grif hubiera estado en su lugar, tal vez habría pensado lo mismo.

Ser Franklyn se encargó de presentarle a los demás. Algunos de los capitanes mercenarios, como Flores, tenían apellidos de bastardo: Ríos, Colina, Piedra… Otros llevaban nombres que habían sido grandes en los Siete Reinos. Grif conoció a dos Strong, tres Peake, un Mudd, un Mandrake, un Lothston y un par de Colé. No todos eran auténticos, claro. En las compañías libres, cualquiera podía elegir el nombre que le viniera en gana, pero independientemente de cómo eligieran llamarse, los mercenarios exhibían una especie de burdo esplendor. Al igual que muchos otros soldados profesionales, llevaban todas sus riquezas encima: por doquier se veían espadas enjoyadas, armaduras con incrustaciones, gruesos torques y finas sedas, y cada uno de los presentes llevaba suficientes pulseras de oro para pagar el rescate de un señor. Cada pulsera denotaba un año de servicio en la Compañía Dorada. Marq Mandrake, cuyo rostro marcado de viruelas lucía además un agujero en la mejilla, allí donde se había quemado para borrarse una marca de esclavo, lucía también una cadena de calaveras doradas.

No todos los capitanes tenían sangre ponienti. Balaq el Negro, un isleño del verano de pelo clarísimo y piel del color del hollín, estaba al mando de los arqueros de la compañía, igual que en tiempos de Corazón Negro. Llevaba una magnífica capa de plumas verdes y naranja. El cadavérico volantino Gorys Edoryen había ocupado el puesto de Stickland como jefe de cuentas. Llevaba una piel de leopardo al hombro, y el cabello rojo como la sangre le caía por la espalda en bucles aceitados, aunque su barba puntiaguda era negra. Grif no conocía de nada al nuevo jefe de espías, un lyseno llamado Lysono Maar de ojos violeta, cabello ceniza y unos labios que habrían sido la envidia de cualquier prostituta. En el primer golpe de vista, Grif había estado a punto de tomarlo por una mujer. Llevaba las uñas pintadas de morado y los lóbulos de las orejas cuajados de perlas y amatistas.

«Fantasmas y mentirosos —pensó Grif al examinar sus rostros—. Restos de guerras olvidadas, de causas perdidas, de rebeliones fallidas; una hermandad de caídos y fracasados, los deshonrados, los desheredados. Este es mi ejército. Esta es nuestra esperanza.»

Se volvió hacia Harry Strickland. No tenía el menor aspecto de guerrero. Corpulento, cabezón, con afables ojos grises y un cabello ralo que se peinaba hacia un lado para disimular la calva, estaba sentado en una silla plegable con los pies a remojo en un balde de agua salada.

—Perdonad que no me levante —dijo a modo de saludo—. La marcha ha sido agotadora, y enseguida me salen ampollas en los pies. Es una maldición.

«Es una señal de debilidad. Hablas como una vieja.» Los Strickland habían formado parte de la Compañía Dorada desde su fundación, ya que el bisabuelo de Harry había perdido sus tierras al aliarse con el Dragón Negro durante la primera rebelión de los Fuegoscuro. «Dorados durante cuatro generaciones», solía alardear Harry, como si cuatro generaciones de exilio y derrota fueran motivo de orgullo.

—Puedo prepararos un ungüento para las ampollas —dijo Haldon—, y hay ciertas sales minerales que endurecen la piel.

—Es muy amable por vuestra parte. —Strickland hizo una seña a su escudero—. Watkyn, vino para nuestros amigos.

—No, gracias —intervino Grif—. Preferimos agua.

—Como queráis. —El capitán general sonrió al príncipe—. Y este debe de ser vuestro hijo.

«¿Lo sabe? —se preguntó Grif—. ¿Qué parte de la verdad le contaría Myles?» Varys había insistido hasta la náusea en la necesidad de guardar el secreto. Solo Illyrio, el eunuco y Corazón Negro conocían los planes que habían trazado entre los tres. El resto de la compañía los ignoraba por completo; lo que no se supiera no se podría escapar. Pero eso se había terminado.

—No hay padre que pueda aspirar a un hijo mejor —respondió—, pero este muchacho no es sangre de mi sangre, y no se llama Grif. Mis señores, os presento a Aegon Targaryen, hijo primogénito de Rhaegar, príncipe de Rocadragón, y de la princesa Elia de Dorne, quien pronto, con vuestra ayuda, será Aegon el sexto de su nombre, rey de los ándalos, los rhoynar y los primeros hombres, y señor de los Siete Reinos.

El anuncio fue recibido en silencio. Se oyó un carraspeo. Uno de los Colé volvió a llenarse la copa de una frasca. Gorys Edorye, jugueteando con sus tirabuzones, masculló algo en un idioma desconocido para Grif. Laswell Peake tosió, y Mandrake y Lothson cruzaron una mirada.

«Lo saben —comprendió Grif en aquel momento—. Lo sabían desde el principio.» Se volvió hacia Harry Strickland.

—¿Cuándo se lo dijisteis?

El capitán general agitó los dedos de los pies dentro del balde.

—Cuando llegamos al río. La compañía estaba intranquila, y con razón. Dejamos de lado una campaña sencilla en las Tierras de la Discordia, y ¿a cambio de qué? ¿A cambio de sudar con este calor de mierda mientras se nos derriten las monedas y se nos oxidan las espadas, mientras rechazamos contratos importantes?

Aquella noticia le puso los pelos de punta a Grif.

—¿Contratos? ¿Con quién?

—Con los yunkios. El enviado que mandaron para galantear a Volantis ya ha puesto en marcha tres compañías libres hacia la bahía de los Esclavos. Quiere que seamos la cuarta y nos ofrece el doble de lo que nos pagaba Myr, además de un esclavo por cabeza, diez por oficial y un centenar de doncellas selectas, todas para mí.

«Mierda puta.»

—Para eso hacen falta miles de esclavos. ¿De dónde piensan sacar tantos los yunkios?

—De Meereen. —Strickland hizo una seña a su escudero—. Watkyn, una toalla. Se está enfriando el agua y tengo los dedos como pasas. No, esa toalla no, la suave.

—Lo rechazaríais, claro —dijo Grif.

—Le dije que me lo pensaría. —Harry hizo un gesto de dolor cuando su escudero le frotó los pies—. Cuidado con los dedos. Imagínate que son uvas de piel fina, chico; tienes que secarlos sin estrujarlos. Con golpecitos suaves, sin frotar. Eso, eso es. —Volvió a mirar a Grif—. Una negativa directa habría sido muy poco inteligente. Los hombres se preguntarían si se me habían derretido los sesos.

—Pronto tendréis trabajo para vuestras espadas.

—¿De veras? —intervino Lysono Maar—. Supongo que ya sabéis que la joven Targaryen todavía no se ha puesto en marcha hacia el oeste.

—Eso se rumoreaba en Selhorys.

—No es un rumor: es la verdad, aunque nadie entiende el motivo. Saquear Meereen, sí, claro, ¿por qué no? Es lo que habría hecho yo en su lugar. Las ciudades esclavas rezuman oro y para una conquista hacen falta monedas. Pero ¿por qué quedarse allí? ¿Miedo? ¿Locura? ¿Desidia?

—El porqué no importa. —Harry Strickland desenrolló unas calzas de rayas—. Ella está en Meereen y nosotros aquí, donde cada día molestamos más a los volantinos. Vinimos a aclamar a un rey y a una reina que nos llevarían a casa, en Poniente, pero parece que la Targaryen prefiere plantar olivos a reclamar el trono de su padre. Mientras, los enemigos se agrupan: Yunkai, el Nuevo Ghis, Tolos… Barbasangre y el Príncipe Desharrapado van a plantarle cara, y pronto la atacarán también las flotas de la Antigua Volantis. ¿Qué tiene ella? ¿Esclavos de cama armados con palos?

—Inmaculados —apuntó Grif—. Y dragones.

—Dragones, sí —convino el capitán general—, pero jóvenes, poco más que polluelos. —Se cubrió las ampollas con una calza y se la subió por el tobillo—. ¿De qué le servirán cuando todos los ejércitos que os he dicho se cierren como un puño alrededor de su ciudad?

Tristan Ríos se tamborileó una rodilla con los dedos.

—Razón de más para acudir a su lado lo antes posible. Si Daenerys no viene a nosotros, tendremos que ir a ella.

—¿Acaso podemos caminar sobre las olas? —le preguntó Lysono Maar—. Os recuerdo que no podemos llegar a la reina de plata por mar. Yo mismo me hice pasar por mercader para entrar en Volantis y averiguar cuántos barcos podríamos conseguir. El puerto está atestado de galeras, cocas y carracas de todo tipo y tamaño; aun así pronto me vi reducido a tratar con piratas y contrabandistas. Como seguro que recuerda lord Connington de los años que pasó con nosotros, en la compañía tenemos diez mil hombres. Quinientos son caballeros, con tres caballos cada uno, y hay otros quinientos escuderos con sus correspondientes monturas. También están los elefantes; no podemos olvidamos de los elefantes. Con un barco pirata no tendríamos suficiente; nos haría falta una flota pirata. Pero aunque la tuviéramos, han llegado noticias de la bahía de los Esclavos. Parece que Meereen está bloqueada.

—Podríamos fingir que aceptamos la oferta de los yunkios —propuso Gorys Edoryen—. Así nos llevarían al este y podríamos devolverles su oro al pie de la muralla de Meereen.

—Un contrato roto es una mancha en el honor de la compañía. —Harry Strickland se detuvo con el pie en la mano—. Os recuerdo que no fui yo, sino Myles Toyne, quien puso su sello en este pacto secreto. Yo lo cumpliría si pudiera, pero no veo cómo. Salta a la vista que la joven Targaryen no piensa venir al oeste. Poniente era el reino de su padre, mientras que Meereen es el suyo. Si consigue doblegar a los yunkios, será la reina de la bahía de los Esclavos. Si no, morirá mucho antes de que lleguemos a su lado.

Grif no se sorprendió. Harry Strickland siempre había sido un hombre afable, mucho más apto para los contratos que para las batallas. Tenía buen ojo para el oro, aunque aún estaba por ver que tuviera agallas para el combate.

—Hay una ruta por tierra —sugirió Franklyn Flores.

—El camino del Demonio lleva a la muerte. Si decimos que vamos a ir por ahí, la mitad de la compañía desertará, y a la otra mitad tendremos que enterrarla a lo largo del trayecto. Siento decirlo, pero el magíster Illyrio y sus amigos han cometido un error al cifrar las esperanzas en esa niña reina.

«No —pensó Grif—, cometieron un error al depositar esperanzas en vosotros.»

—En tal caso, cifradlas en mí —dijo—. Daenerys es la hermana del príncipe Rhaegar, pero yo soy su hijo. Soy el único dragón que necesitáis.

—Valientes palabras. —Grif puso una mano enguantada en el hombro del príncipe Aegon—. Pero piensa bien lo que dices.

—Ya lo he pensado —insistió el muchacho—. ¿Por qué voy a correr a las faldas de mi tía como un mendigo? Tengo más derecho al trono que ella. Que sea ella quien venga a mí… en Poniente.

—Me encanta. —Franklyn Flowers se echó a reír—. Navegaremos hacia el oeste, no hacia el este. Que la pequeña reina se quede con sus olivos; nosotros sentaremos al príncipe Aegon en el Trono de Hierro. Este chaval tiene agallas.

El capitán general lo miró como si acabaran de abofetearlo.

—¿Acaso el sol os ha podrido el cerebro, Flores? Nos hace falta la chica; nos hace falta ese matrimonio. Si Daenerys acepta a nuestro principito como consorte, los Siete Reinos lo reconocerán. Sin ella, los señores se burlarán de él y lo tacharán de farsante y usurpador. Además, ¿cómo pensáis llegar a Poniente? ¿No habéis oído a Lysono? No tenemos manera de conseguir barcos.

«Este hombre tiene miedo de luchar —comprendió Grif—. ¿Cómo pueden haberlo elegido sucesor de Corazón Negro?»

—No hay barcos que naveguen a la bahía de los Esclavos, pero a Poniente… Tenemos cerrado el este, no el oeste. A los triarcas les encantará vernos partir, no os quepa duda; hasta nos ayudarán a conseguir pasaje a los Siete Reinos. A ninguna ciudad le gusta tener un ejército a sus puertas.

—No le falta razón —señaló Lysono Maar.

—A estas alturas, podemos estar seguros de que el león ya ha olfateado al dragón —apuntó un Colé—, pero Cersei estará concentrada en Meereen y en esa otra reina. No sabe nada de nuestro príncipe. En cuanto alcemos los estandartes, muchos correrán a unirse a nosotros.

—Algunos —admitió Harry Sintierra—, no muchos. La hermana de Rhaegar tiene dragones; el hijo de Rhaegar, no. Sin Daenerys y su ejército de inmaculados no podremos tomar el reino.

—El primer Aegon tomó Poniente sin eunucos —dijo Lysono Maar—. ¿Por qué no va a hacer lo mismo el sexto?

—Pero el plan…

—¿Qué plan? —interrumpió Tristan Ríos—. ¿El plan del gordo? ¿El que cambia con cada luna? Primero, Viserys Targaryen iba a acudir a nosotros respaldado por cincuenta mil aulladores dothrakis. Luego muere el Rey Mendigo y es su hermana, la voluble niña reina, quien va hacia Pentos con tres dragones recién nacidos. Pero donde aparece la chica es en la bahía de los Esclavos, habiendo dejado a su paso una estela de ciudades en llamas, y el gordo decide que tenemos que reunimos con ella en Volantis. Ahora, ese plan también se cae a pedazos.

»Estoy harto de los planes de Illyrio. Robert Baratheon se hizo con el Trono de Hierro sin dragones, así que podemos hacer lo mismo. Y si estoy equivocado y el reino no se alza con nosotros, siempre podemos retiramos al otro lado del mar Angosto, como hicieron Aceroamargo y otros muchos.

—El riesgo… —Strickland negó con la cabeza, obstinado.

—El riesgo no es para tanto ahora que ha muerto Tywin Lannister. Los Siete Reinos están a punto para la conquista. Otro niño rey ocupa el Trono de Hierro, es aún más joven que el anterior, y hay más rebeldes que hojas de otoño.

—Aun así —insistió Strickland—, solos no tenemos la menor posibilidad de…

—No estaremos solos. —Grif se había hastiado de la cobardía del capitán general—. Dorne se nos unirá, no me cabe duda. El príncipe Aegon es tan hijo de Elia como de Rhaegar.

—Cierto —intervino el muchacho—. ¿Quién queda en Poniente para enfrentarse a nosotros? Una mujer.

—Una Lannister —insistió el capitán general—. La zorra contará con el apoyo del Matarreyes, no lo dudéis, y ambos estarán respaldados por la riqueza de Roca Casterly. Además dice Illyrio que ese niño rey está prometido con una Tyrell, así que también nos enfrentaríamos al poder de Altojardín.

Laswell Peake golpeó la mesa con los nudillos.

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