Danza de dragones (165 page)

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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, Bélico, Fantástico

BOOK: Danza de dragones
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—Que compartan horca —dijo Symon Espalda Lacerada—. Han soltado dos dragones por la ciudad.

—Abrid los reñideros y dadles espadas —suplicó el Gato Moteado—. Los mataré a los dos mientras Meereen me aclama.

—Las arenas de combate permanecerán cerradas —repuso Selmy—. La sangre y la algarabía podrían atraer a los dragones.

—Puede que a los tres —apuntó Marselen—. Si la bestia negra acudió una vez, ¿por qué no va a volver? Esta vez con nuestra reina.

«O sin ella» Ser Barristan estaba seguro de que, si Drogon regresaba a Meereen y Daenerys no iba montada en su lomo, la ciudad estallaría en sangre y fuego. Hasta los hombres sentados a aquella mesa empuñarían los cuchillos unos contra otros. Daenerys Targaryen sería solo una niña, pero era lo único que los mantenía unidos.

—Su alteza volverá cuando vuelva —declaró ser Barristan—. Hemos llevado mil ovejas al Reñidero de Daznak; el de Ghrazz lo hemos llenado de bueyes, y las Arenas Doradas, de animales que había traído Hizdahr zo Loraq para los juegos. —Por el momento, los dragones mostraban preferencia por el cordero, ya que volvían a Daznak cada vez que tenían hambre. Ser Barristan no había recibido noticia alguna de que se dedicaran a cazar hombres, dentro o fuera de la ciudad. Los únicos meereenos que habían matado los dragones desde Harghaz el Héroe habían sido unos esclavistas que habían cometido la estupidez de enfrentarse a Rhaegal cuando se disponía a establecer su guarida en la pirámide de Hazkar—. Tenemos asuntos más apremiantes que tratar: he enviado a la gracia verde a negociar con los yunkios la liberación de nuestros rehenes, y está previsto que nos traiga la respuesta al mediodía.

—Palabras —señaló el Viudo—. Los cuervos de tormenta conocen a los yunkios; tienen por lengua gusanos que se retuercen según sople el viento. La gracia verde volverá con palabras de gusano, no con el capitán.

—Ruego a la mano de la reina que recuerde que los sabios amos retienen también a nuestro Héroe —intervino Gusano Gris—. Y al señor de los caballos Jhogo, jinete de sangre de la reina.

—Sangre de su sangre —asintió el dothraki Rommo—. El honor del
khalasar
exige que sea puesto en libertad.

—Lo liberaremos —prometió ser Barristan—, pero antes debemos esperar por si la gracia verde logra…

—¡La gracia verde no va a lograr nada! —gritó Skahaz el Cabeza Afeitada, y acompañó las palabras con un puñetazo en la mesa—. Puede que esté conspirando con los yunkios en este preciso momento. ¿Negociar, habéis dicho? ¿Qué tipo de acuerdo?

—Un rescate —respondió ser Barristan—. El peso de cada hombre en oro.

—Los sabios amos no necesitan nuestro oro —intervino Marselen—. Son más ricos que vuestros señores de Poniente.

—Pero sus mercenarios lo querrán. ¿Qué significan para ellos los rehenes? He dado instrucciones a la gracia verde de no presentar la oferta hasta que estén reunidos todos los comandantes. Si los yunkios se niegan, se creará una escisión entre ellos y sus espadas a sueldo.

«O eso espero. —La táctica había sido idea de Missandei; a él no se le habría ocurrido jamás. En Desembarco del Rey, los sobornos eran la especialidad de Meñique, mientras que lord Varys se encargaba de fomentar la división entre los enemigos de la corona. Sus obligaciones eran más sencillas—. Tiene once años, pero es tan inteligente como la mitad de los presentes juntos, y más sensata que ninguno de ellos.»

—Aun así, la rechazarán —insistió Symon Espalda Lacerada—. Exigirán la muerte de los dragones y la reinstitución del rey.

—Rezo por qué estéis equivocado.

«Aunque me temo que tienes razón.»

—Vuestros dioses están demasiado lejos, ser Abuelo —le recordó el Viudo—; no creo que oigan vuestras plegarias. ¿Qué haréis cuando la vieja vuelva del campamento yunkio con el recado de escupiros en el ojo?

—Sangre y fuego —dijo Barristan Selmy en voz bajísima.

Todos enmudecieron.

—¡Mejor que hígado y cebolla! —Belwas el Fuerte rompió el silencio al tiempo que se palmeaba el vientre.

—¿Estáis dispuesto a quebrantar la paz del rey Hizdahr, viejo? —preguntó Skahaz el Cabeza Afeitada con la mirada fija en él a través de los ojos de la máscara de lobo.

—Estoy dispuesto a hacerla añicos. —Mucho tiempo atrás, un príncipe lo había llamado Barristan el Bravo; una parte de aquel muchacho continuaba viva dentro de él—. Hemos construido una almenara en la pirámide, en el lugar donde se alzaba la arpía. Madera seca empapada en aceite, protegida contra la lluvia. Si llega el momento, y rezo para que no llegue, encenderemos el fuego; las llamas serán la señal para salir de la ciudad y atacar. Hasta el último de vuestros hombres deberá tomar parte, así que todos deben estar preparados en cualquier momento del día o de la noche. Destruiremos al enemigo, o moriremos en el intento. —Hizo una seña a sus escuderos para que se acercaran—. He preparado unos mapas que muestran la disposición de nuestros enemigos: campamentos, trabuquetes y líneas de asedio. Si conseguimos romper las defensas de los esclavistas, los mercenarios los abandonarán. Sé que tenéis dudas y preocupaciones; exponedlas aquí y ahora. Cuando nos levantemos de esta mesa, debe ser con una sola opinión y un propósito común.

—Entonces será mejor que traigan comida y bebida —le propuso Symon Espalda Lacerada—, porque nos va a llevar un buen rato.

Les llevó el resto de la mañana y la mayor parte de la tarde. Los capitanes y comandantes discutían sobre los mapas como verduleras sobre una cesta de coles. Los puntos fuertes y los débiles, la mejor forma de aprovechar a su pequeña compañía de arqueros, si era mejor mandar a los elefantes a romper las líneas yunkias o mantenerlos en reserva, quién tendría el honor de capitanear la primera carga, si sería más conveniente desplegar la caballería por los flancos o conservarla en vanguardia…

Ser Barristan dejó que cada uno diese su opinión. Tal Toraq era partidario de marchar sobre Yunkai tras haber atravesado las líneas enemigas; la Ciudad Amarilla estaría casi indefensa, de modo que los yunkios no tendrían más remedio que levantar el asedio y continuar. El Gato Moteado proponía desafiar al enemigo a que enviase un campeón que se le enfrentase en combate singular; Belwas el Fuerte estaba de acuerdo, pero insistía en que debía luchar él, no el Gato. Camarron de la Cuenta explicó su plan para apoderarse de los barcos atracados en el río y transportar por el Skahazadlian a tres centenares de luchadores de las arenas sorteando la retaguardia yunkia. Todos coincidían en que los Inmaculados eran sus mejores soldados, pero no se ponían de acuerdo sobre la forma de desplegarlos. El Viudo quería utilizarlos como puño de hierro para aplastar el corazón de las defensas yunkias; Marselen opinaba que los eunucos estarían mejor situados en los extremos de la línea principal de batalla, donde podrían repeler cualquier intento del enemigo de rodear sus flancos. Symon Espalda Lacerada proponía que se dividiesen y se repartiesen entre las tres compañías de libertos; aseguraba que sus Hermanos Libres eran valientes y estaban dispuestos para la lucha, pero sin el refuerzo de los Inmaculados, temía que sus inexpertas tropas careciesen de la disciplina necesaria para enfrentarse a mercenarios curtidos en el combate. Gusano Gris dijo únicamente que los Inmaculados obedecerían cualquier orden que se les diese.

Cuando todo quedó dicho, debatido y decidido, Symon Espalda Lacerada planteó una última cuestión:

—Cuando era esclavo en Yunkai ayudaba a mi amo a negociar con las compañías libres y me ocupaba de pagarles el salario. Conozco a los mercenarios, y sé que los yunkios nunca podrán pagarles lo suficiente para que se enfrenten al fuego de dragón. Así que os pregunto: si la paz se rompiese y comenzase la batalla, ¿acudirían los dragones? ¿Se unirían a la lucha?

«Acudirán —pudo haber respondido ser Barristan—. El alboroto, los gritos y alaridos, el olor de la sangre los atraerán al campo de batalla, como el clamor del Reñidero de Daznak atrajo a Drogon a las arenas escarlata. Pero cuando lleguen, ¿distinguirán entre un bando y otro?» Lo dudaba, así que se guardó sus pensamientos.

—No sabemos qué harán los dragones. Si vienen, puede que la sombra de sus alas baste para desalentar a los esclavistas y ponerlos en fuga. —Tras esas palabras, les agradeció su presencia y les dio permiso para retirarse. Gusano Gris se quedó después de que todos se hubieran marchado.

—Unos estarán preparados cuando se encienda la hoguera en la almenara; pero, sin duda, la mano sabe que, cuando ataquemos, los yunkios matarán a los rehenes.

—Haré cuanto esté en mi mano para impedirlo, amigo mío. Se me ha ocurrido… cierta idea. Pero te ruego que me disculpes; ya va siendo hora de que los dornienses se enteren de que su príncipe ha muerto.

—Uno obedece —repuso Gusano Gris con una inclinación de cabeza.

Ser Barristan bajó a las mazmorras en compañía de dos de sus caballeros recién armados. El dolor y la culpa podían enloquecer a hombres buenos, y Archibald Yronwood y Gerris Drinkwater habían sido responsables en parte de la muerte de su amigo. Cuando llegó a la celda, ordenó a Tum y al Cordero Rojo que esperasen fuera y entró a solas, para informarlos de que el príncipe había dejado de sufrir.

Ser Archibald, el grandullón calvo, no dijo nada; se sentó en el camastro y se quedó mirándose fijamente las manos vendadas con tiras de lino. Ser Gerris dio un puñetazo a la pared.

—¡Le dije que era una locura! Le rogué que volviésemos a casa. Cualquiera se habría dado cuenta de que esa zorra de reina no quería saber nada de él. Cruzó el mundo para ofrecerle su amor y lealtad, y ella se echó a reír.

—No se rió —objetó Selmy—. Si la conocieseis, lo sabríais.

—Lo desdeñó; él le ofreció su corazón, y ella se lo tiró a la cara y se largó a follar con su mercenario.

—Será mejor que contengáis esa lengua. -—A ser Barristan no le caía bien Gerris Drinkwater, y no estaba dispuesto a permitirle que vilipendiase a Daenerys—. El príncipe fue el causante de su propia muerte, y vosotros también.

—¿Nosotros? ¿Qué hicimos nosotros? Es cierto que Quentyn era nuestro amigo, y tal vez estuviese un poco loco, como todos los soñadores, pero ante todo era nuestro príncipe. Le debíamos obediencia.

Barristan Selmy no pudo llevarle la contraria; se había pasado la mayor parte de la vida obedeciendo órdenes de locos y borrachos.

—Llegó demasiado tarde.

—Le ofreció su corazón —repitió ser Gerris.

—Lo que necesitaba eran espadas, no corazones.

—También le habría ofrecido las lanzas de Dorne.

—Ojalá hubiese sido así. —Nadie había deseado con más fervor que Selmy que Daenerys se inclinase por el príncipe dorniense—. Pero cuando llegó era tarde, y todo lo que hizo…, comprar mercenarios, soltar dos dragones en la ciudad…, fue una locura. Peor que locura: traición.

—Lo hizo por amor a la reina Daenerys —insistió Gerris del Manantial—; para demostrar que era digno de su mano.

—Lo hizo por Dorne —replicó el anciano caballero, que ya se había hartado de oírlo—. ¿Me tomáis por un viejo chocho? Me he pasado la vida rodeado de reyes, reinas y princesas. Lanza del Sol pretende alzarse en armas contra el Trono de Hierro. No, no os molestéis en negarlo; Doran Martell no es hombre que reúna sus lanzas sin esperanza de victoria. Lo que trajo aquí al príncipe Quentyn fue el deber; eso y el honor, y la sed de gloria…, no el amor. Quentyn vino por los dragones, no por Daenerys.

—Vos no lo conocíais. Era…

—¡Ha muerto, Manan! —Yronwood se puso en pie—. Las palabras no nos lo devolverán. Cletus y Will también han muerto, así que cierra la puta boca antes de que te la cierre yo de un puñetazo. —El corpulento caballero se volvió hacia Selmy—. ¿Qué vais a hacer con nosotros?

—Skahaz el Cabeza Afeitada quiere colgaros por haber matado a cuatro de los suyos; hombres de la reina. Dos eran libertos que habían seguido a su alteza desde Astapor.

—Ah, sí, los hombres bestia. —Yronwood no parecía sorprendido—. Yo solo maté a uno, al de cabeza de basilisco. Los mercenarios se encargaron del resto, aunque ya sé que da lo mismo.

—Teníamos que proteger a Quentyn —intervino ser Gerris—. Debíamos…

—Cállate, Manan; ya lo sabe. —El grandullón volvió a dirigirse a ser Barristan—, Si tuvierais intención de ahorcamos, no habríais venido a hablar, así que tenéis otros planes, ¿verdad?

—Así es. —«Puede que no sea tan corto de entendederas como parece»—. Me seréis más útiles vivos que muertos. Servidme, y cuando todo haya acabado os conseguiré un barco para regresar a Dorne y llevar los huesos del príncipe Quentyn a su señor padre.

—¿Por qué siempre en barco? —dijo ser Archibald con un gesto de disgusto—. Pero es verdad, alguien tiene que llevar a Quent a casa. ¿Qué queréis de nosotros, caballero?

—Vuestras espadas.

—Ya tenéis espadas a millares.

—Los libertos de la reina aún no han probado la sangre; en los mercenarios no confío; los Inmaculados son soldados valientes…, pero no son guerreros. No son caballeros. —Hizo una pausa—. Decidme, ¿qué ocurrió cuando tratasteis de llevaros a los dragones?

Los dornienses cruzaron una mirada. Al final fue Gerris Drinkwater el que habló:

—Quentyn le aseguró al Príncipe Desharrapado que podría controlarlos, que tenía sangre Targaryen.

—La sangre del dragón.

—Sí. Los mercenarios tenían que ayudarnos a encadenar a los dragones para llevarlos al puerto.

—Harapos había conseguido un barco —continuó Yronwood—. Grande, por si conseguíamos capturar a los dos. Y Quent iba a montar a uno. —Se miró las manos vendadas—. Pero en cuanto entramos fue evidente que no podía funcionar. Los dragones eran demasiado fieros. Las cadenas… Había trozos de cadenas por todas partes, eslabones del tamaño de una cabeza esparcidos entre todos esos huesos quebrados y astillados.

Y Quent, que los Siete lo tengan en su gloria, parecía a punto de cagarse en los calzones. Daggo y Meris no estaban ciegos, ellos también se dieron cuenta. Pero, entonces, un ballestero disparó. Puede que tuvieran intención de matarlos desde el principio y nos utilizaran para llegar a ellos; con Remiendos nunca se sabe. Se mire como se mire, no fue buena idea; la saeta solo sirvió para enfurecer a los dragones, y no es que antes estuviesen de muy buen humor. A partir de ahí… todo salió mal.

—Y los hijos del viento se esfumaron —dijo ser Gerris—. Quentyn gritaba, envuelto en llamas, y Daggo, Meris la Bella y todos los demás, menos el muerto, se habían escabullido.

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