Las palabas y el tono de lord Wyman le helaron la sangre a Davos.
—Si lo que buscáis es justicia, alzad la vista hacia el rey Stannis, mi señor. No hay hombre más justo.
—Vuestra lealtad os honra —interrumpió Robett Glover—, pero Stannis sigue siendo vuestro rey, no el nuestro.
—Vuestro rey murió —le recordó Davos—. Lo asesinaron en la Boda Roja, igual que al hijo de lord Wyman.
—El Joven Lobo ha muerto —asintió Manderly—, pero ese valiente muchacho no era el único hijo de lord Eddard. Robett, trae al chico.
—Ahora mismo, mi señor. —Glover salió por la puerta.
«¿El chico?— ¿Era posible que algún hermano de Robb Stark hubiera sobrevivido a la destrucción de Invernalia? ¿Acaso Manderly tenía un Stark escondido en su castillo?— ¿Lo ha encontrado o lo ha improvisado?» Fuera cual fuera el caso, mucho temía que el norte se alzaría por él… pero Stannis Baratheon jamás haría causa común con un impostor.
El muchacho que volvió con Robett Glover no era un Stark ni nadie habría intentado hacerlo pasar por tal. Era mayor que los hermanos del Joven Lobo: aparentaba catorce o quince años, y sus ojos eran aún mayores. Bajo la maraña de pelo castaño oscuro, el rostro era animalesco, con la boca ancha, la nariz afilada y la barbilla puntiaguda.
—¿Quién eres? —le preguntó Davos.
El chico miró a Robett Glover.
—Es mudo, pero le hemos enseñado a escribir. Aprende deprisa. Glover se sacó el puñal del cinturón y se lo tendió—. Escribe tu nombre para que lo vea lord Seaworth.
En la estancia no había pergamino, así que el chico grabó las letras en una viga de la pared. W… E…X. Marcó la X con más energía. Al terminar hizo girar el puñal en el aire, lo cogió al vuelo y admiró su obra.
—Wex es hijo del hierro. Era el escudero de Theon Greyjoy, y estuvo en Invernalia. —Glover se sentó—. ¿Hasta dónde está informado lord Stannis de lo que sucedió allí?
—Theon Greyjoy, el pupilo de lord Stark, capturó Invernalia, mató a los dos hijos pequeños de Stark y clavó sus cabezas en picas en la muralla del castillo, a la vista de todos. Cuando lo atacaron los norteños pasó por la espada a todo el castillo, hasta el último niño, antes de que lo matara el bastardo de lord Bolton.
—No lo mató —apuntó Glover—. Lo apresó y se lo llevó a Fuerte Terror. El Bastardo se ha dedicado a desollarlo.
—Ese cuento que contáis ya lo hemos oído —lord Wyman asintió—, una historia con más mentiras que palabras. Quien pasó por la espada a toda Invernalia fue el Bastardo de Bolton, que entonces se llamaba Ramsay Nieve, aunque ahora el niño rey le ha concedido el apellido de Bolton. Y Nieve no los mató a todos: dejó vivas a las mujeres, las ató juntas y las hizo caminar hasta Fuerte Terror para practicar su deporte.
—¿Su deporte?
—Es un gran cazador —dijo Wyman Manderly—, y las mujeres son su presa favorita. Le gusta desnudarlas y soltarlas por el bosque, y les da medio día de ventaja antes de salir a cazarlas con perros y cuernos. De vez en cuando, alguna escapa con vida y puede contarlo; pocas tienen tanta suerte. Cuando Ramsay las captura las viola, las desuella, echa el cadáver a los perros y se lleva la piel a Fuerte Terror a modo de trofeo. Si le han proporcionado una buena cacería, les corta el cuello antes de desollarlas. Si no, al revés.
—Por los dioses —palideció Davos—. ¿Cómo puede nadie…?
—Le corre el mal por las venas —dijo Robett Glover—. Es bastardo, fruto de una violación. Es un Nieve, diga lo que diga el niño rey.
—¿Cuándo se ha visto nieve tan negra? —apuntó lord Wyman—. Ramsay se apoderó de las tierras de lord Hornwood obligando a su viuda a casarse con él, y a continuación la encerró en una torre y se olvidó de ella. Se dice que la pobre mujer llegó a comerse sus propios dedos. ¿Y cuál es la justicia del rey según los Lannister? Recompensar al asesino con la hijita de Ned Stark.
—Los Bolton siempre han sido tan crueles como astutos, pero este más bien parece una bestia con piel de hombre —dijo Glover.
—Los Frey no son mucho mejores. —El señor de Puerto Blanco se inclinó hacia delante—. No paran de hablar de cambiapieles, y dicen que fue Robb Stark quien mató a mi Wendel. ¡Serán arrogantes…! Ni siquiera esperan que en el norte nos creamos sus mentiras, pero sí que finjamos creerlas para no morir. Roose Bolton miente sobre su participación en la Boda Roja, y su bastardo miente sobre la caída de Invernalia. Y mientras tuvieron a Wylis en su poder, no me quedó más remedio que comerme toda esa mierda y alabar su buen sabor.
—¿Y ahora, mi señor? —preguntó Davos.
«Ahora rendiré pleitesía al rey Stannis», esperaba oír de labios de lord Wyman; pero el gordo le dedicó una sonrisa enigmática, cargada de intención.
—Ahora tengo que asistir a una boda. Estoy demasiado gordo para montar a caballo, salta a la vista. De niño me encantaba cabalgar, y de joven manejaba la montura lo suficientemente bien para conseguir unos cuantos triunfos menores en las justas, pero esos tiempos quedaron atrás. Mi cuerpo se ha convertido en una cárcel más temible que la Guarida del Lobo, pero he de ir a Invernalia. Roose Bolton quiere verme de rodillas, y me muestra el puño de hierro bajo el terciopelo de la cortesía. Viajaré en barcaza y litera, con una escolta de cien caballeros y la compañía de mis buenos amigos de Los Gemelos. Los Frey llegaron por mar y no tienen caballos, así que le regalaré un palafrén a cada uno de mis invitados. ¿Aún es costumbre en el sur dar regalos a los invitados?
—Hay quien lo hace, mi señor. Por lo general, el día de su partida.
—En ese caso, quizá me entendáis. —Wyman Manderly se puso en pie trabajosamente—. Llevo más de un año construyendo barcos de guerra. Ya habéis visto algunos, pero hay muchos más escondidos Cuchillo Blanco arriba. Pese a las pérdidas que he sufrido, aún tengo más hombres a caballo que ningún otro señor al norte del Cuello. Mis murallas son fuertes y mis criptas están llenas de plata. Castillo Viejo y Atalaya de la Viuda me seguirán. Tengo como vasallos a una docena de señores menores y a cien caballeros hacendados. Puedo ofrecer al rey Stannis la lealtad de todas las tierras del este del Cuchillo Blanco, desde Atalaya de la Viuda y Puerta del Carnero hasta la colina Cabeza de Oveja y los manantiales del Rama Rota. Y eso haré si pagáis mi precio.
—Puedo transmitir vuestras condiciones al rey, pero…
—Si pagáis mi precio vos, no Stannis —interrumpió lord Wyman—. No me hace falta un rey, sino un contrabandista. Puede que nunca sepamos bien qué pasó en Invernalia, cuando ser Rodrik Cassel intentó recuperar el castillo de manos de los hombres del hierro encabezados por Theon Greyjoy. El Bastardo de Bolton jura y perjura que Greyjoy mató a ser Rodrik durante las negociaciones. Wex lo niega, pero no sabremos la verdad hasta que aprenda más letras. Lo cierto es que cuando llegó a nosotros, sabía escribir sí y no… y con eso se puede llegar muy lejos si se formulan las preguntas adecuadas.
—El Bastardo mató a ser Rodrik y a los hombres de Invernalia —dijo lord Wyman—. También mató a los hombres del hierro de Greyjoy. Wex vio como los asesinaban cuando intentaban rendirse. Cuando le preguntamos cómo había conseguido escapar él, cogió el yeso y dibujó un árbol con cara.
—¿Lo salvaron los antiguos dioses? —señaló Davos tras pensar unos instantes.
—En cierto modo. Se subió al árbol corazón y se escondió entre las ramas. Los hombres de Bolton registraron dos veces el bosque de dioses y mataron a todos los hombres que encontraron, pero a ninguno se le ocurrió trepar a los árboles. ¿No fue así, Wex?
El chico hizo girar en el aire el puñal de Glover, lo atrapó y asintió.
—Se quedó mucho tiempo en la copa del árbol —siguió Glover—. Dormía en las ramas porque no se atrevía a bajar. Por fin oyó voces debajo.
—Las voces de los muertos —apuntó Wyman Manderly.
Wex les mostró cinco dedos, se los tocó uno por uno con el puñal, dobló cuatro y volvió a tocarse el último.
—Eran seis —interpretó Davos.
—Y dos de ellos eran los hijos asesinados de Ned Stark.
—¿Cómo pudo deciros eso un mudo?
—Con tiza. Dibujó dos niños… y dos lobos.
—El chaval es hijo del hierro, así que prefirió que no lo vieran y se quedó escuchando —dijo Glover—. Ninguno de los seis se quedó en las ruinas de Invernalia. Cuatro se fueron por un camino y dos por otro. Wex siguió a los dos, que eran una mujer y un niño. Se mantuvo siempre a contraviento para que no lo oliera el lobo.
—Sabe adonde fueron —intervino lord Wyman.
—Queréis al chico. —Davos lo había comprendido de repente.
—Roose Bolton tiene a la hija de lord Eddard. Para combatirlo, Puerto Blanco necesita al hijo de Ned… y a su lobo. El lobo demostrará que el chico es quien decimos que es, por si en Fuerte Terror se atreven a acusarlo de impostor. Ese es mi precio, lord Davos. Usad vuestros talentos de contrabandista para traerme a mi señor, y Stannis Baratheon será mi rey.
Los viejos instintos hicieron que Davos Seaworth se llevara la mano al cuello. Sus falanges le habían dado suerte y tenía la sensación de que la necesitaría, en grandes cantidades, para hacer lo que le pedía Wyman Manderly. Pero ya no tenía los huesos.
—Tenéis hombres mejores que yo a vuestro servicio; disponéis de caballeros, señores y maestres. ¿Qué falta os hace un contrabandista? Ya tenéis barcos.
—Tengo barcos —asintió lord Wyman—, pero los tripulan hombres del río y pescadores que nunca han llegado más allá del Mordisco. Para esto necesito de un hombre que haya navegado por aguas oscuras y sepa trazar un curso para atravesar el peligro sin ser visto.
—¿Dónde está el chico? —Davos tenía la sensación de que no le gustaría la respuesta—. ¿Adónde queréis que vaya, mi señor?
—Enséñaselo, Wex —ordenó Robett Glover.
El mudo hizo girar el puñal en el aire, lo atrapó y lo cogió por la punta para lanzarlo contra el mapa de cuero de oveja que adornaba la pared de lord Wyman. El puñal se clavó y se quedó vibrando, y el muchacho sonrió.
Durante un momento, Davos sopesó la posibilidad de pedir a Wyman Manderly que lo mandara de nuevo a la Guarida del Lobo, con ser Bartimus y sus cuentos, con Garth y sus letales amigas. En la Guarida, hasta los prisioneros comían gachas por las mañanas, pero en el mundo había otros lugares donde los hombres desayunaban carne humana.
Todas las mañanas, la reina se apoyaba en el pretil y contaba las velas de la bahía de los Esclavos. En aquella ocasión eran veinticinco, aunque algunas estaban muy lejos y se movían, así que no podía estar segura. En ocasiones se saltaba una o contaba otra dos veces.
«¿Qué más da? A un estrangulador le basta con diez dedos.» El comercio era inexistente y los pescadores no se atrevían a salir a la bahía. Los más osados todavía lanzaban sus sedales en el río, pero hasta eso resultaba arriesgado. Casi todos habían dejado la barca amarrada al pie de la muralla multicolor de Meereen. En la bahía también había barcos de la ciudad: navíos de guerra y galeras mercantes cuyos capitanes se habían hecho a la mar cuando Dany emprendió el asedio de la ciudad y que habían regresado para sumarse a las flotas de Qarth, Tolos y el Nuevo Ghis.
La asesoría de su almirante había resultado peor que inútil.
—Mostradles a vuestros dragones —dijo Groleo—. Que los yunkios prueben su fuego, y el comercio se reanudará.
—Esos barcos nos estrangulan y mi almirante solo sabe hablar de dragones —replicó Dany—. Porque sois mi almirante, ¿no?
—Un almirante sin barcos.
—¡Pues construidlos!
—Los navíos de guerra no se hacen con ladrillos. Los esclavistas quemaron todos los árboles en veinte leguas a la redonda.
—Entonces, cabalgad veintidós leguas. Os proporcionaré carromatos, hombres, mulas, lo que necesitéis.
—Soy marino, no armador. Mi misión era llevar a vuestra alteza de regreso a Pentos, pero vos nos trajisteis aquí e hicisteis pedazos mi
Saduleon
para aprovechar unos cuantos clavos y tablones. Nunca volveré a tener un barco como aquel. Puede que nunca vuelva a ver mi hogar ni a mi anciana esposa. No fui yo quien rechazó los barcos que nos ofrecía el tal Daxos y, desde luego, no puedo luchar contra los qarthienses con barcas de pesca.
Tanta amargura la desalentó hasta el punto de que pensó que el canoso pentoshi podía ser uno de sus tres traidores.
«No, no es más que un viejo que está lejos de su casa y se muere de nostalgia.»
—Tiene que haber algo que podamos hacer.
—Sí, ya os lo he dicho. Esos barcos están hechos de sogas, de brea, de lona, de pino qohoriense y teca de Sothoros, de roble procedente de Gran Norvos, de tejo, de fresno, de abeto. De madera, alteza. La madera arde. Los dragones…
—No quiero volver a oír hablar de dragones. Marchaos. Id a rezar a vuestros dioses pentoshi para que envíen una tormenta que hunda los barcos de nuestros enemigos.
—Los marinos nunca pediríamos tormentas en nuestras oraciones, alteza.
—Estoy harta de que me digáis lo que no haríais. Marchaos.
Ser Barristan no salió con los demás.
—Por ahora tenemos abundantes provisiones en los almacenes —le recordó—, y vuestra alteza ha plantado alubias, uvas y trigo. Vuestros dothrakis han expulsado a los esclavistas de las colinas y han roto las cadenas de sus esclavos, que también están plantando y traerán sus cosechas al mercado de Meereen. También tenéis la amistad de Lhazar.
«Me la consiguió Daario, menuda cosa.»
—Los hombres cordero. Si los corderos tuvieran colmillos…
—Sin duda, los lobos irían con más cuidado.
Los dos se echaron a reír.
—¿Qué tal se desenvuelven vuestros huérfanos?
—Bien, alteza. —El anciano caballero sonrió. Aquellos niños eran su orgullo—. Sois muy amable al interesaros. Cuatro o cinco, y si apuramos, hasta una docena, tienen madera, podrían ser caballeros.
—Con uno sería suficiente, si fuera tan buen caballero como vos. —Tal vez no tardara en llegar el día en que necesitaría a todos y cada uno de sus caballeros—. ¿Creéis que pueden justar para que los vea?
Viserys le había hablado muchas veces de los torneos que había presenciado en los Siete Reinos, pero Dany no había visto nunca una justa.
—Aún no están preparados, alteza. Cuando lo estén, seguro que estarán encantados de demostraros su habilidad.
—Espero que ese día llegue pronto. —Iba a dar un beso en la mejilla al caballero, pero en aquel momento apareció Missandei en el arco de la entrada—. Dime, Missandei.