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Authors: Federico Jiménez Losantos
Tags: #Ensayo, Economía, Política
Visto con cierta perspectiva, podría pensarse que la feroz pelea de Luis Herrero con Pedro Jota al cesar éste su colaboración con Onda Cero fue simplemente una forma de pasarle la factura por su «traición» de un año atrás a sus amigos de la COPE, del mismo modo que muchos —entre ellos el propio Luis— creyeron que, en el fondo, el estallido del «Caso Alierta» fue la venganza de Pedro Jota por el incumplimiento de las promesas telefónico-monclovitas sobre la adjudicación de Antena 3 Televisión o, al menos, Onda Cero, al grupo de
El Mundo
para crear el enésimo polanquito multimedia ese que equilibraría —ahora sí que sí, que de verdad que sí— el aplastante poder del grupo multimedia de Polanco.
Yo creo que todo queda claro, incluido lo que queda oscuro o turbio, en la pelea verbal en directo de Luis y Pedro Jota en
La mañana
, que, a mi juicio, es uno de los ejercicios de libertad de expresión más asombrosos de la historia de la radio española. Pero antes de transcribirlo creo que hay que dar algunas claves sobre lo que hizo Luis Herrero, que, dicho sea de paso, fue justo lo contrario de lo que yo le dije que hiciera.
En la nota del Comité Intercentros transcrita al final del capítulo anterior queda claro que Luis se convirtió en el blanco de todas las críticas internas a lo que parecía —y era— un plan para vender barata la COPE o convertirla en pata radiofónica del sillón del nuevo imperio multimedia bendecido por Aznar. Al ser la última de las «estrellas» de Antena 3 que, tras el golpe de Polanco y González, desembarcaron en la COPE en 1992 y la salvaron del cierre, Luis concitaba el odio de todos los burócratas episcopolíticos que habían gestionado la cadena, siempre tutelados por don Bernardo y siempre a la sombra de grandes «estrellas» como Encarna Sánchez y Luis del Olmo, cosa que tendían a olvidar. Pero la piadosa manía laboral de embalsamar directivos, típica de la casa, los había convertido en una suerte de trilobites petrificados y sin embargo vivos, que jaspeaban los distintos estratos geológicos del paisaje empresarial. Como no tenían nada que hacer, salvo entretener su vacuidad laboral gratificada, intrigaban a más y mejor. Y el blanco de las intrigas siempre era Luis Herrero.
Aunque no hay justificación ética, esa animadversión permanente contra Luis tenía explicación psicológica y faunoburocrática. Además de venir de Antena 3 y, por tanto, de recordarles el intolerable favor de subsistencia que como ejecutivos fracasados le debían, estaba en el Consejo de Administración, formaba parte del nuevo organigrama de Planeta, era amigo de Aznar y, sobre todo, dirigía el programa más importante por audiencia y facturación de la cadena. Todo pasaba por él y todas las bofetadas le caían a él. Y cuando no le caían, parecía que las buscaba. Tiene Luis el virtuoso defecto de hablar con descarnada claridad a quien no quiere oírle y de cantarle las verdades al Lucero del Alba sin preguntar antes al luminoso referente astral si tiene curiosidad por conocerlas. El resultado era que las intrigas habituales, que olfateaba con perspicacia infalible, genéticamente diseñada, solían complicarse con imprevistas peleas callejeras, léase pasilleras, que le llevaban a perder mucho tiempo y dedicar esfuerzos agotadores a naderías que una mentira piadosa o un guiño hipócrita tal vez hubieran podido evitar. Eso no quiere decir que siempre fuera posible hacerlo ni que yo lo hubiera hecho mejor. Simplemente, que las cosas sucedieron así. Y como fueron agotadoras, desapacibles y harto mortificantes, no es nada extraño que Luis, tras vadear la rambla de Planeta y el turbión de Onda Cero, en vez de respirar aliviado, respirase por la herida. Cuando no era un comité el que lo ponía en la picota de algún tablón, era un lío interno de su equipo, o una intriga del ejecutivo de turno, o la enésima traición monclovita, o un desencuentro conmigo, o una gestión del cura a sus espaldas, o una puñaladita nacionalista episcopal.
Y, por si faltaba algo, lo que a Luis más le dolía de todo: la querella contra él de la viuda de Antonio, Cristina Pécker, que, por supuesto, fue aparatosamente aireada y vilmente manipulada por el imperio prisaico y su panfleto adjunto
El Siglo
. La causa era que Luis no desempeñaba como Cristina quería la función de albacea y partidor único en la caótica herencia de nuestro amigo. Y la razón era bien sencilla: Luis debía defender por igual los derechos del primer hijo del primer matrimonio —anulado— de Antonio y los de la viuda y cuatro hijos del segundo. Cristina debió de sufrir —supongo— muchos apremios o agobios, reales o psicológicos, al quedarse sola y, evidentemente, creía tener derecho a disponer de parte de la herencia, cosa que Luis no permitía sin cumplir los agotadores trámites de la ley. Yo fui testigo de todo lo que Luis y Manuel Pizarro hicieron en los meses posteriores a la muerte de nuestro amigo para aclarar y sustanciar la herencia de la forma más favorable para sus hijos. Sé que Luis hizo siempre lo que creyó justo y reconozco que todavía me sorprende que Cristina no sólo rompiera con Luis sino con toda la familia y todos, todos los amigos de Antonio, que se supone eran también los suyos. Pero aunque finalmente los tribunales le dieron toda la razón a Luis, como era de justicia, no querría, para ser justo, dejar de consignar que en la tempestuosa relación de Antonio y Cristina, aparentemente idílica en los últimos años y niños, debía de haber heridas profundas que los amigos de Antonio desconocíamos. No puedo explicarme de otra forma el comportamiento de Cristina, a la que, por otra parte, tanto Luis como yo, amén del séquito y la corte de nuestro radio-caudillo, adorábamos. Si yo fuera Simenon, escribiría la novela acida y breve de Cristina después de Antonio. Como no lo soy, me limito a reseñar que Luis lo pasó fatal con la historia de la querella, sin poder defenderse de las murmuraciones y sin que nadie pueda nunca agradecérselo. Y que ésa pudo ser la gota que colmó el vaso de una paciencia que, después de tantas traiciones y calamidades, con tanto desastre a cuestas, sólo podía brillar por su ausencia.
Por esas u otras razones, o por todas juntas y algunas más, el hecho es que el lunes 18 de noviembre de 2002, a las siete en punto, que era cuando se incorporaba en directo al micrófono, Luis comenzó
La mañana
contestando así al editorial de
El Mundo
:
Pedro J., el director de
El Mundo
, insiste hoy machaconamente en un editorial, en la misma línea que ya había anunciado ayer en su larga carta dominical, más larga que de costumbre.
La idea que le tortura, o que le persigue, es que se está quedando solo en la denuncia contra César Alierta y que nadie le está acompañando a la hora de aventar esas supuestas ventajas económicas, 309 millones de pesetas que le sacó César Alierta al mal uso de información privilegiada cuando era presidente de Tabacalera.
En el comentario de ayer, en el editorial de hoy del diario
El Mundo
y en su actitud desde hace algún tiempo, parece que Pedro J. ha trazado una raya y, según esa raya, los que amplifiquemos esta denuncia, estaremos al lado del bien, y los que no lo hagamos, estaremos vendidos, comprados o alquilados, creo recordar que era la frase que ayer utilizaba en su comentario editorial.
Yo, particularmente, no creo que las personas sean buenas o malas, diga Pedro J. lo que diga, en función de que estén en nuestro lado o enfrente de nuestras posiciones, y las personas que me conocen saben que he defendido esta postura muchísimas veces.
A menudo, en muchísimas ocasiones, posiblemente más de las que nos gustaría, cabalgamos o caminamos al lado de personas indeseables, y luego sólo nos atrevemos a llamarlas indeseables cuando cruzan de acera y pasan a amigarse con nuestros adversarios. Podría poner infinidad de ejemplos pero ni es el momento, ni tengo ganas de hacer memoria, porque no es el motivo de este comentario.
Lo único que le quiero pedir a Pedro J. Ramírez, con todo afecto, es que busque en las hemerotecas, en la hemeroteca de su propio periódico, y que con toda seguridad encontrará algunas lindezas contra Jiménez Villarejo, el fiscal Anticorrupción, que no se compadecen demasiado con las flores que le está dedicando ahora por estar colocando precisamente a César Alierta contra las cuerdas.
Pero lo más fuerte venía después. Eran cuatro preguntas envenenadas contra Pedro Jota, con datos que en parte yo conocía y en parte, no, porque Luis seguía mucho más de cerca las intrigas político-mediáticas. La víspera, yo había hablado con él sobre el artículo de Pedro y le dije que hiciera justo lo contrario de lo que hizo, que fue esto:
Me gustaría decirle a Pedro J. Ramírez algunas cosas o, mejor dicho, me gustaría hacerle algunas preguntas:
PRIMERA. Pedro, busca en tu conciencia, y dime ¿por qué tardaste tanto tiempo en publicar una información que tenías en el cajón hace bastante más de un año?
SEGUNDA. ¿Por qué accediste después, cuando ya César Alierta era sospechoso (porque ya habías sacado tus primeras informaciones), en medio de un silencio tan espeso como el que ahora denuncias en los demás, a convertirte en socio del grupo mediático de AliertaP. Y además lo hiciste llevándote los postes de
El Mundo
, de esta casa de la COPE, a Onda Cero, al «mundo del Imperio del Mal». Y además, sin avisar.
TERCERA. ¿Por qué volviste a ser contertulio de Luis del Olmo, después de haberme prometido personalmente que nunca más volverías a trabajar con él? ¿Y por qué reincidiste y volviste a ser contertulio esta temporada, aunque fuera esporádicamente justo cuando estabas negociando la venta de los postes de
El Mundo
sin haberlos explotado el tiempo mínimo que marca la ley?
CUARTA. ¿Por qué resucita este caso? ¿Por qué con esta virulencia, justo cuando esa operación de compra-venta se ha consumado y te ha ayudado a salvar el ejercicio para este año? Porque el dinero que te ha ayudado a salvar el ejercicio de este año es el dinero que te han dado por esos postes los hombres de Alierta.
Muchas veces has dicho, Pedro, que no crees en las casualidades. Y yo estoy de acuerdo con eso. Lo dices en el editorial de hoy, por ejemplo. Y te digo una cosa: yo tampoco.
Nos conocemos desde hace un montón de tiempo, te admiro y lo digo de verdad. Eres valiente, te has jugado el pellejo, han ido a por ti de la manera más abyecta y siempre he estado y siempre estaré a tu lado.
He defendido tu cabeza y tú lo sabes, aunque a veces hagas muchos esfuerzos por olvidarlo, cuando la pedían tirios y troyanos.
Te pedí que volvieras, a pesar de que ya me habías puesto los cuernos varias veces con Luis del Olmo, la temporada pasada, al principio de esta temporada y te lo seguiré pidiendo en la medida en que puedas ser un refuerzo profesional útil.
¿Y sabes cómo me has pagado siempre, Pedro?: liándote con
Protagonistas
, bueno, liándote, yéndote y no yéndote, mientras te dejaban ir, porque a lo mejor ahora resulta que no te dejan aparecer en Onda Cero ni en Antena 3 Televisión, si son verdad los rumores que llegan hasta mis oídos.
Yo te volveré a llamar, Pedro, porque creo que eres un gran periodista, un pura sangre de este oficio, y además creo que eres una de las pocas personas con las que merece la pena trabajar cuando de verdad está al lado de la causa profesional.
Pero quiero recordarte una cosa, Pedro, y te lo digo de verdad, con todo afecto. Yo nunca o casi nunca he hecho un juicio moral sobre tus intenciones. Pues, por favor, no hagas tú juicios sobre las intenciones morales de los demás. No te conviertas en el que reparte las credenciales de los que estamos al lado del bien o de los que estamos, ¿cómo has dicho?, alquilados, vendidos o secuestrados.
Todos tenemos historia, tú tienes historia, yo tengo historia y todos los que nos dedicamos a este oficio tenemos historia. Por tanto, ya nos juzgará la historia y ya se verá, Pedro, como a mí, espero, nunca me pillarás poniéndole la popa a la verdad, y tú lo sabes.
Pues ya deja de hablar del silencio y de la soledad en la que te encuentras, que el victimismo fastidia bastante, y, por favor, no seas cobarde, hombre, y juega al pádel, que mañana nos toca partido y llevas sin aparecer un mes, justo cuando el cómputo del año es favorable a mí por 4 a 1.
La invectiva retrata a Luis de cuerpo entero levantino: es casi imposible imputar más delitos y traiciones a un aliado; pero, tras ponerlo verde, no vacila en citarse con él para jugar al pádel. Lo que a mí me resultaba física y metafísicamente imposible (jugar al pádel y reñir sin reñir), Luis era capaz de hacerlo y, encima, de hacerlo bien. Yo estaba de acuerdo con buena parte de sus críticas a Pedro Jota, porque había sufrido en la COPE tanto como él la invención del «Dream Team». También partía de una posición favorable a Alierta, no en balde Manuel Pizarra, buen amigo nuestro y viejo amigo del zaragozano, nos tenía dulcemente macerados en la versión del presidente de Telefónica. Por otra parte, el caso de presunta información privilegiada que habría beneficiado a su sobrino cuando él presidía Telefónica me parecía absurdo en una persona con tantísimo dinero como Alierta (había obtenido decenas de miles de millones de pesetas al vender años atrás su agencia de valores, mientras que la presunta información privilegiada habría generado una ganancia de ciento y pico millones) y aún resultaba más absurdo tratándose de un sobrino que, no teniendo descendencia los Alierta, era como un hijo.
Pero aunque compartiera un criterio sobre el caso similar al de Luis y no pudiera olvidar que Telefónica era el primer anunciante de una COPE en estado financiero casi comatoso, cosa que no dejaban de recordarnos don Bernardo y los directivos de la casa, lo que a mí me planteaba más problemas era el dilema intelectual y ético: cómo podía abordar el asunto en
La linterna
sin faltar a la verdad, sin vulnerar mis convicciones y, al tiempo, sin provocar un daño irreversible a la COPE. Eso, por no mencionar el daño que, aunque no mortal, también produciría la riña con Telefónica en el ámbito mucho más pequeño, pero no menos importante para mí, de
Libertad Digital
. Y, por supuesto, sin mencionar el efecto contrario: que la pelea de Luis Herrero con Pedro Jota arruinara mi colaboración diaria en
El Mundo
, mi último refugio tras salir del
ABC
. En honor a ellos, debo decir que tanto Luis como Pedro me evitaron cualquier violencia moral, en el sentido de tener que elegir, pero que me ahorraran los filos del compromiso no quiere decir que yo no me sintiera comprometido, agobiado y algo desconcertado. Sobre todo, cuando Luis me dijo que Pedro iba a entrar en directo en
La mañana
del día siguiente. Me limité, pues, a lidiar sin apreturas en
La linterna
, a hacer evidente mi incómoda perplejidad y a anunciar el festejo, para el que se agotaron las localidades.